HOMBRE ESTELAR IV


¿SER o NO SER?
Este tradicional interrogante planteado por Shakespeare es también uno de los elementos básicos en los que debe trabajar el estudiante de hermetismo. A primera vista, la pregunta parece el planteamiento previo a la decisión de vivir o morir, ya que a nadie se le puede ocurrir pensar que “no es”, desde el momento en que tiene una evidencia de existir, de verse a sí mismo, y de poseer un cuerpo material que ocupa un espacio. Cualquier persona normal que se pregunte a sí misma: ¿Soy o no soy?, tendrá que responder afirmativamente.
Sin embargo, el hermetismo, afirma que el sapiens “no es”. ¿Cómo puede entenderse esto? Sólo a través de una mayor precisión y profundidad en los conceptos. Es preciso, para esto, manejar dos triángulos filosóficos que son los siguientes:
El sapiens posee un cuerpo físico, con una chispa divina o espíritu, y un yo psicológico o personalidad. Si nos preguntamos si Fulano de Tal es, y nos referimos al cuerpo y al yo psicológico, tendremos que responder afirmativamente. Si nos referimos en cambio al espíritu o Yo superior, nuestra respuesta será negativa.
Para comprender esto tenemos que darnos cuenta que hablamos de una persona, y este sujeto vive en el mundo material, en un cuerpo material. Este cuerpo se manifiesta plenamente, y esto es innegable, porque ocupa un espacio. El Yo psicológico de este cuerpo también se manifiesta constantemente (tal vez no deja jamás de hacerlo) y también tenemos una evidencia de esto. Sin embargo, el Yo Superior o el espíritu, a pesar de estar encarnado en la materia, vive una existencia propia en un mundo que le es afín. Este Yo Superior no se manifiesta ni en el cuerpo ni en el mundo concreto, y por lo tanto, “no es” en la realidad material del momento presente.
Por cierto que para aquellas personas que no creen que exista un espíritu o “el espíritu” en el sapiens, esta explicación carecerá en absoluto de valor. A estos individuos les pediría que se formularan a sí mismos la siguiente pregunta: ¿Quién soy yo? Ciertamente, no soy el cuerpo ni soy “fulano de tal”. ¿Seré acaso “el pensador”? ¿Quién soy yo?
Prosiguiendo con nuestra exposición, sostenemos que el espíritu o esencia inmortal, o Yo Superior, vive en un “misterioso limbo”, al cual no tenemos acceso. Desde ese “limbo”, un fino hilo llega sin embargo hasta la conciencia psicológica, dándole al sujeto el “sentido de lo espiritual”. No obstante, el espíritu jamás se manifiesta en el cerebro del individuo, y por lo consiguiente, tampoco lo hace en la realidad concreta del mundo material.
Por ende, si yo me pregunto, ¿Soy o no soy?, por referirse esto al Ser esencial, tendré que responder: Soy en el limbo donde estoy como ser espiritual, pero no soy en el mundo material donde mi cuerpo físico vive la realidad del momento presente. Y como no me sirve para nada Ser en el limbo, tendré que aceptar que No soy. En cambio, “fulano de tal” (mi Yo psicológico) es, y existe en cierta medida, en la realidad material.
Aquí llegamos precisamente al objetivo básico perseguido por el verdadero Ocultismo (el esotérico y no el exotérico) el cual es:
Que el sapiens se transforme en hombre.
Que ese hombre sea espiritual.
El hermetismo tiene la meta primera de la espiritualidad, concepto sobre el cual hay tantas ideas erróneas. Para la mayoría de la gente, la espiritualidad es un misterioso estado místico en el cual el sujeto llega a la pureza absoluta, absteniéndose de comer carne y de beber alcohol, observando una completa castidad sexual, y viviendo apartado de la existencia material, en un océano de bondad, amor, y renunciamiento.
Con frecuencia, los pintores imaginan a los santos como hombres casi esqueléticos, de rostro muy delgado, ojos hundidos y aspecto de mansedumbre. Casi todas las estampas de Cristo lo representan como un sujeto muy débil y desnutrido, sin fuerza ni vigor. Esta falsa imagen de la espiritualidad es la que tratan de adoptar o imitar todos aquéllos que por un medio u otro “tienen inquietudes espirituales”.
Llegar a ser espiritual significa en verdad una sola cosa, y esto es, “que el espíritu se manifieste a través del propio cerebro. De esta manera el sujeto es espiritual, porque su espíritu tiene acceso a la realidad material, concreta, y temporal. Ahora bien, que como consecuencia de este hecho se despierten ciertas cualidades superiores en el individuo, es asunto aparte.
El concepto tiempo agregado al tema que estudiamos, nos permitirá visualizar el fenómeno del ser de una forma mucho más luminosa. No nos interesa, en relación al tiempo, ninguna de las complicadas ecuaciones einstenianas, sino el mero concepto de pasado, presente, y futuro. De hecho, nos interesa positivamente sólo el presente; pasado y futuro representan sólo conceptos negativos en este análisis.
Recapitulemos y agreguemos el tiempo a nuestro proceso reflexivo:

“El Sapiens posee un cuerpo físico el cual tiene un Yo psicológico y un Yo Superior o espíritu. Este cuerpo, que es de materia, ocupa un lugar en el espacio y tiene una ubicación en el tiempo.”

Situemos ahora estas partes constituyentes en el tiempo y en el espacio:
En el Cosmos existen infinitas formas de vida, las cuales deben regirse por las realidades absolutas del Universo. Sin embargo, dentro de estas realidades absolutas existen verdades temporales o relativas, las cuales son degradaciones de lo absoluto en una infinita escala de niveles, cada uno de los cuales tiene leyes absolutas y relativas.
En nuestra calidad de homo sapiens vivimos en la realidad del mundo que ya conocemos, es decir, cuerpo material y tiempo terrestre. Si viviéramos en un distante planeta, tal vez tendríamos un cuerpo etérico o gaseoso, y un tiempo adecuado al planeta donde existimos.
Por lo tanto, nuestra realidad primordial, como sapiens, es el mundo material del planeta tierra, regido por un tiempo terrestre, medido por relojes terrestres. Ésa es nuestra realidad concreta, en lo que a nuestra vida en un cuerpo biológico se refiere. Si hemos seguido atentamente el desarrollo de este tema, llegaremos a las siguientes conclusiones:
1. Nuestro cuerpo físico vive ajustado a la absoluta realidad de las condiciones vitales que rigen nuestra existencia. El tiempo terrestre transcurre para él de acuerdo a las pautas del reloj.
2. Nuestro Yo psicológico es un abanico abierto hacia el pasado, presente y futuro. Jamás está completamente en el presente; ni en el pasado; ni en el futuro. Con respecto al tiempo, es disidente del cuerpo físico, es decir, tiene una diferente ubicación en el tiempo.
3. Nuestro espíritu vive en un tiempo cósmico, pero él mismo, está más allá del tiempo. Es el que es, el que ha sido, y el que eternamente será.
Nuestra incapacidad de ser espirituales reside en el hecho de que nuestro espíritu y nuestro cuerpo no coinciden en el tiempo, por lo cual no puede haber una comunicación entre ellos. Para hacer coincidir nuestro espíritu y cuerpo existen dos métodos básicos:


A = El CAOS
B = EL ORDEN
En ambos sistemas se necesita de un “mediador” o intermediario que sirva de contacto entre cuerpo y espíritu. En el caso A el sujeto emplea el subconsciente (en el cual coexiste el pasado, el presente y el futuro) para unirse a lo espiritual. Se le llama el caos porque se produce una desorientación en el tiempo y en el espacio que puede afectar las condiciones materiales de vida del sujeto, pero que aumenta sus luces espirituales.
En el caso B, del Orden, se crea por medio de la “teurgia” un mediador artificial, no subconsciente, sino superconsciente. Más adelante nos extenderemos en este caso.
Se trata, por cualquiera de los dos medios, de llevar al espíritu a la realidad temporal del cuerpo físico, ya que no puede hacerse a la inversa.
Para dilucidar el misterio del ser, el estudiante debe adentrarse acuciosamente en los conceptos que equivalen al Ser y al No ser, es decir, que podemos identificarnos con dichos estados. El Ser, corresponde, por supuesto, a la realidad, y el No ser a la fantasía. Expresado de otra manera, todo lo “fantástico” (en el sentido de fantasía ilusoria) no es, ya que corresponde solamente a una visión subjetiva del individuo. Por el contrario, la realidad Es, ya que equivale a la contemplación objetiva de un fenómeno que existe separadamente del sujeto (externo), o bien, a un fenómeno interno, pero perfectamente estudiado, comprobado y delimitado.
Resulta abismante el observar hasta que punto el ser humano vive en un mundo personal (subjetivo) puramente fantástico e ilusorio, sin llegar jamás a encontrarse con la realidad concreta y objetiva. Esto se explica por lo que ya hemos hablado en torno al sueño, ya que cada persona tiene un mundo de sueños o fantasías personales que corresponden a sus deseos y temores. Es así, como en cierta medida, cada persona vive en “su propio mundo fantástico”, fabricado imaginativamente de acuerdo a sus necesidades inconscientes.
Existe una clave absoluta que nos proporciona un punto de referencia para comprender el misterio del Ser, y esta clave se expresa en el siguiente concepto hermético: “la única realidad es la del momento presente; no existe pasado ni futuro; ambos son ilusorios” (el pasado existió y el futuro existirá).
¿Qué es el presente? El presente es el punto exacto de unión entre el pasado y el futuro.
Si logramos comprender que la única realidad es la del momento presente, llegaremos hasta el fondo del misterio del ser y el no ser. La vida está compuesta por una naturaleza real, absoluta e implacable; por el sueño y por el tiempo. En esa vida nos encontramos con módulos de fantasía y módulos de realidad. Cada módulo está siempre compuesto de 3 elementos: el tiempo, el espacio, y la persona. Según como se combinen estos tres elementos, el sujeto Es, o No es.
Con el fin de entender esto nos construiremos la siguiente imagen del mundo:
1. Un espacio aparentemente inmutable e inmóvil.
2. Una huincha tal como la cinta de una computadora. Esta cinta está dividida en espacios, o graduada como una cinta métrica. Cada grado corresponde a un segundo, y este sistema se mueve sobre el espacio inmóvil a la velocidad de un grado por segundo. (Para el caso, da lo mismo que sea el espacio o el tiempo quienes se muevan; lo básico es que uno de ellos lo hace.)
3. El hombre, de pie sobre la tierra (parte del espacio), al lado de la banda del tiempo.
Pensemos ahora que existen muchas cintas del tiempo en el Universo, una para el hombre, otra para los minerales, animales, planetas, galaxias, etcétera. A nosotros sólo nos interesa para esta explicación, el tiempo del hombre.
Supongamos que esta banda del tiempo humano se está moviendo a razón de un grado por segundo, y que el hombre está parado al lado de esta medida y que debe caminar junto a ella. Detengamos el sistema por un momento y hagamos una marca roja en la cinta, exactamente frente al hombre, y pongamos todo en marcha nuevamente.
En la medida en que el hombre se mantenga en la marca roja, vivirá en la realidad; es decir, ese sujeto ES. Por el contrario, al apartarse de la marca, sea atrasándose o adelantándose con respecto a ella, el sujeto NO ES.
La coincidencia con el tiempo nos lleva a la realidad de nuestra existencia; la descoincidencia a una existencia fantástica. Aún más, es preciso también agregar a este esquema un elemento que falta para formar un módulo. Este elemento es la actividad física y psicológica del sujeto en un momento dado. A fin de ilustrar esto pondremos el siguiente ejemplo:
Fulano de tal, conocedor del secreto del tiempo, tal como aquí lo exponemos, logra una plena coincidencia con el tiempo en este momento.
¿Cuál sería su situación?

Supongamos que su ubicación se ha producido en el grado 2 del tiempo (división imaginaria). En este grado 2 son las tres de la tarde y 42 segundos, y nuestro sujeto experimental se encuentra en su oficina, ubicada en el centro de la ciudad. ¿Qué es lo real para este individuo? Solamente el espacio-tiempo con el cual está físicamente conectado en ese instante.
Ésta es su realidad primaria: es decir, su oficina con todo lo que ella contiene y con la labor que esté ejecutando en ese momento. Su casa, su automóvil, su familia, todo aquello que es ajeno a su función del momento, no existe sino como una realidad secundaria, ya que son elementos con los cuales el individuo entrará en contacto en un futuro muy cercano, pero que por la misma razón, no existen en ese instante, ya que la única realidad es la del momento presente.
Ahora bien, en la medida en que el sujeto proyecte su conciencia psicológicamente a una realidad secundaria
o a una fantasía (a lo que no está comprendido en su espacio tiempo del momento) el individuo dejará de coincidir con el tiempo y caerá indefectiblemente en poder del sueño, la fantasía, y la irrealidad. Es por esto, que oscuramente, se ha presentido en la concentración mental un arma poderosa para conseguir algo valioso. Resulta obvio que una persona solamente puede mantenerse en coincidencia con el tiempo en relación directa a su autodisciplina.
Si pudiéramos, de algún modo, entrar en coincidencia con el tiempo cósmico, viviríamos, seguramente, miles o millones de años; nuestra edad sería planetaria y no humana.
El gran enemigo del individuo es el Yo psicológico, quien, como ya lo manifestáramos anteriormente, es un verdadero abanico, abierto sobre el pasado, presente y futuro, imposibilitando así una coincidencia temporal positiva.
La imaginación del sujeto lo hace proyectar su conciencia fuera del momento presente, viviendo así una existencia irreal y fantástica; no existiendo. Debemos entender que si un hombre vive en otro tiempo, no es, en el tiempo presente.
Es preciso añadir algo tremendamente importante, y es el hecho de que al existir coincidencia en el tiempo, es decir, al ubicarse en la realidad del momento presente, se consigue la manifestación del espíritu en el cerebro, logrando así ser espirituales. El secreto de la espiritualidad es por lo tanto el misterio del tiempo y de su acción en el ser humano.
Para el hermetista las personas tienen dos edades:
La edad cronológica.
La edad real.
La edad cronológica es la que todos conocemos. La edad real es la suma de todos los pequeños momentos en los cuales el espíritu se manifestó en el cerebro, y por lo tanto, tuvo acceso a la realidad material concreta. Por diversos motivos, algunos accidentales y otros imputables al individuo mismo, el espíritu tiene algunas manifestaciones corporales.
Sin embargo, son tan raras y breves en la generalidad de las personas, que la edad real de un sujeto de 40 años cronológicos puede ser de apenas 3 meses, semanas, días, e inclusive horas. Esta edad real la obtenemos sumando los espacios de tiempo en los cuales se manifestó el espíritu, momentos en los que el sujeto adquiere, a pesar de su brevedad, una amplificación y elevación de su conciencia.
Esto nos revela parte de los métodos usados por los hermetistas en el desarrollo espiritual de los estudiantes, ya que al conseguir manifestar el espíritu y mantener esta condición, se produce inevitablemente un proceso de verdadera evolución. Sin embargo, éste es un proceso largo y doloroso, ya que involucra la “transubstanciación del verbo”, es decir, que el verbo o espíritu, se convierta en carne y sangre.
Esto es lo que enseñó Jesús a sus discípulos en la última cena al darles pan y vino, y decirles: “bebed que ésta es mi sangre, comed que éste es mi cuerpo.”
Muy pocos aceptarían que esta afirmación fue literal y no simbólica. La mayoría, no se dará cuenta de todo lo que aquí se dice, a pesar de la simpleza de nuestro lenguaje. Escribimos para una minoría, pero en el lenguaje de las mayorías, a fin de que todos tengan una oportunidad.
Un módulo de realidad está compuesto por los siguientes elementos:
El sujeto en el espacio-tiempo correcto.
Lo que contiene el espacio del punto anterior (cosas materiales y psicológicas). Un módulo de fantasía contiene:
El sujeto en el espacio-tiempo incorrecto.
Las cosas materiales e inmateriales que contienen el espacio anterior.
Resulta innecesario agregar que los Módulos de realidad constituyen una rara excepción. La mayor parte de las personas viven casi permanentemente enredadas en la telaraña de la fantasía y el sueño, los cuales roban al sujeto sus mejores posibilidades de alcanzar una verdadera conciencia y una real felicidad.
Aún cuando estos fenómenos se expongan claramente y se advierta a la gente de este peligro, sólo una pequeña minoría comprenderá su precaria situación. Recordemos las sabias palabras de José Ortega y Gasset en uno de los párrafos de su obra: “La rebelión de las masas”, cuando dice:
“Todas las cosas de que habla la ciencia, sea ella que quiere, son abstractas, y las cosas abstractas son siempre claras. De suerte que la claridad de la ciencia no está tanto en la cabeza de los que la hacen como en las cosas de que hablan. Lo esencialmente confuso, intrincado, es la realidad vital concreta, que es siempre única.
El que sea capaz de orientarse con precisión en ella; el que vislumbre bajo el caos que presenta toda situación vital la anatomía secreta del instante; en suma, el que no se pierda en la vida, ése es de verdad una cabeza clara. Observad a los que os rodean y veréis cómo avanzan perdidos por la vida; van como sonámbulos dentro de su buena o mala suerte, sin tener la más ligera sospecha de lo que les pasa.
Los oiréis hablar en fórmulas taxativas sobre sí mismos y sobre su contorno, lo cual indicaría que poseen ideas sobre todo ello. Pero si analizáis someramente esas ideas, notaréis que no reflejan mucho ni poco la realidad a que parecen referirse, y si ahondáis más en el análisis, hallaréis que ni siquiera pretenden ajustarse a tal realidad. Todo lo contrario: el individuo trata con ellas de interceptar su propia visión de lo real, de su vida misma. Porque la vida es por lo pronto un caos donde uno está perdido.
El hombre lo sospecha; pero le aterra encontrarse cara a cara con esa terrible realidad y procura ocultarla con un telón fantasmagórico, donde todo está muy claro. Le trae sin cuidado que sus ideas no sean verdaderas; las emplea como trincheras para defenderse de su vida, como aspavientos para ahuyentar la realidad”
“El hombre de cabeza clara es el que se libra de esas “ideas” fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace cargo de que todo en ella es problemático, y se siente perdido. Como esto es la pura verdad a saber, que vivir es sentirse perdido, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el náufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su vida.
Éstas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los náufragos. Lo demás es retórica, postura, íntima farsa. El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad.”
“Esto es cierto en todos los órdenes, aún en la ciencia, no obstante ser la ciencia de suyo una huida de la vida, (la mayor parte de los hombres de ciencia se han dedicado a ella por terror a enfrentarse con la vida. No son cabezas claras; de aquí su notoria torpeza ante cualquier situación concreta).
Nuestras ideas científicas valen en la medida en que nos hayamos sentido perdidos en una cuestión en que hayamos visto bien su carácter problemático y comprendamos que no debemos apoyarnos en ideas recibidas, en recetas, en lemas ni en vocablos. El que descubre una nueva verdad científica tuvo antes que triturar casi todo lo que había aprendido, y llegar a esa nueva verdad con las manos sangrientas por haber yugulado innumerables lugares comunes.
En forma brillante, aunque a modo “profano” y no hermético, Ortega y Gasset expone lo difícil que resulta encontrar “cabezas claras”, como él las llama, ya que los hombres se pierden tras la superficialidad de su propio pensamiento y fantasía, sin llegar jamás a encontrar la realidad de la vida.
El sujeto común y cualquiera, no llega nunca a sospechar la magnitud de su extravío en el mundo que lo acoge, ya que su prójimo carece tanto o más de orientación que él mismo. Por desgracia, el colegio y la universidad no constituyen ninguna brújula en este aspecto, ni menos los códigos éticos y morales, ni las leyes o reglas instituidas por la sociedad, ya que para serlo así, tendrían que ser diseñados por “cabezas claras”, las cuales, por cierto, no abundan.
Sin embargo, y esto lo hemos visto repetidamente en la historia, aparecen de improviso y aisladamente, “cabezas claras”, que señalan el rumbo a seguir con una claridad meridiana. Por lo común, la gente se mofa de tales inteligencias, como lo hace siempre el ignorante de aquello que no entiende, como una defensa para no mostrar su invalidez intelectual.
Nuestro mundo, es por lo menos por el momento, un planeta de lisiados que se creen perfectamente sanos, porque no conocen otra condición. Sin embargo, el daño no está ni en el cuerpo ni en la inteligencia; reside en la falta de conciencia. ¿Pero qué es esta conciencia de la cual hablamos? No es acaso lo que diferencia al hombre de los animales? Ciertamente no, aun cuando lógicamente un sapiens es bastante más consciente que un animal que no posee la chispa divina.
La conciencia a la cual nos referimos se origina por el ejercicio de una inteligencia desprovista de contenido onírico. La inconsciencia, por el contrario, es la inteligencia de un sujeto dormido (lo cual como ya lo hemos señalado en paginas anteriores, no daña el pensamiento mecánico o “inteligencia muerta”). Resumiremos en el esquema siguiente lo que tratamos de explicar:
1) Inconsciencia: inteligencia nacida de un aprendizaje onírico. El nivel de vigilia del sujeto es muy bajo aún cuando su intelecto sea “brillante”, ya que esta agudeza sólo refleja una gran agilidad para establecer combinaciones con la información cerebral. La llamamos “inteligencia muerta” o “programada”.
2) Conciencia: inteligencia que se originó y desarrolló en base a un aprendizaje vigílico. El nivel de vigilia del sujeto es constantemente alto. Podemos llamarla “inteligencia viva” o “desprogramada”.
Podríamos decir, entonces, para establecer una denominación, que el hombre es un “lisiado de la mente”. En rigor de la verdad, el término “mente” lo empleamos sólo figuradamente, ya que el Sapiens carece de mente, como lo explicaremos más adelante. No obstante, establecemos así, con la expresión “lisiado de la mente”, la carencia e inoperancia absoluta o invalidez de la mente, a la cual, herméticamente hablando, consideramos como la facultad superior del ser humano, la cual posee sólo en estado latente (el significado de algunas palabras en el hermetismo es sensiblemente diferente del usual).
Debido a la falta de un estado de vigilia superior, el planeta tierra es un “pequeño infierno”, donde por gracia divina o maldad infernal, el sujeto no advierte ni valora su precaria condición ni la oscuridad de su conciencia. Como verdadero insano, cada Sapiens, a similitud, de don Quijote, el hidalgo castellano, arremete lanza en ristre contra sus particulares molinos de viento. Así, combate tras combate, la juventud se pierde, las ilusiones mueren, la pureza se marchita, y se desvanecen gradualmente los últimos resplandores de lucidez.
Si fuéramos Dioses perversos o expoliadores inmorales, no podríamos idear nada mejor para hacer trabajar tranquilos a un grupo de esclavos que hacerles creer por medio de hipnosis colectiva que son felices e importantes. Contaríamos con perfectos autómatas de protoplasma que laborarían incansablemente produciendo aquello que a nosotros nos interesara. Por añadidura, estos robots se fabricarían y mantendrían a sí mismos.
Se argumentará que el sapiens, a diferencia de otras especies, siembra, produce y labora sólo para sí mismo y no para otros seres. Esto es efectivo en lo que se refiere a los productos y materiales que el sapiens emplea para su propia manutención. Ninguna especie, no humana roba al sapiens el producto material de sus esfuerzos. No ocurre lo mismo, en cambio, con los frutos sutiles producidos por el árbol humano (sistema nervioso) en su existencia cotidiana.
Éstos, son rápidamente “cosechados” por ciertos seres que se encuentran en una escala evolutiva mucho más alta que el ser humano, verdaderos Dioses del espacio, que profitan del esfuerzo humano, pero que a la vez cumplen ciertas funciones cósmicas, es decir, ocupan un importante puesto en la economía universal. Ya los hemos mencionado anteriormente, llamándolos, los Arcontes del destino. También podríamos referirnos a ellos como los Dioses del Zodíaco, ya que son los que dirigen y regulan la existencia humana en este planeta.
Cuando se habla de una verdadera astrología, esto se refiere, no a las “irradiaciones” de un planeta determinado, sino a la influencia de los Dioses zodiacales, cada uno de los cuales (son 72 en total) tiene características personales y definidas, influyendo de un modo peculiar sobre las personas a quienes controla. Todos los habitantes de la tierra están bajo el gobierno de alguno o de varios de estos Dioses, quienes disponen, modelan y dirigen los destinos de la humanidad, pero no así el destino del hermetista, quien alcanza, en un momento dado, su autonomía vital, desligándose del mandato de los arcontes.
Los arcontes del destino son seres temibles, no porque sean malos, sino por su severidad fría e inexorable en la manipulación del sapiens. Si tuviéramos que establecer un símbolo para ellos, sin duda alguna los figuraríamos con un látigo en la mano, cilicio con el cual fustigan a la humanidad a fin de hacerla progresar, aún cuando esta evolución sea imperceptible en nuestro tiempo terrestre. Estos jueces ocultos provocan, por ejemplo, sin piedad alguna en sus corazones, una guerra mundial en la que mueren millones de personas. Para ellos, estos difuntos no tienen mas valor que el asignado por el sapiens a los miles de animales que sacrifica diariamente para alimentarse.
El sapiens, en su lucha inclemente por la existencia, y en sus múltiples relaciones con el medio natural y social que lo circunda, experimenta inevitablemente toda suerte de tribulaciones, sufrimientos, decepciones, y experiencias diversas, tanto gratas como ingratas. Como consecuencia de esto, su aparato emocional y nervioso elabora ciertos elementos incorpóreos, pero de una extraordinaria potencia, los cuales “abandonan” el cuerpo humano en forma de vibraciones (todo vibra, la materia es sólo energía vibratoria) que son emitidas por antenas incorporadas en la unidad biológica, las cuales se encuentran orientadas o sintonizadas con la frecuencia de los Arcontes, quienes así “cosechan” esta fuerza y las utilizan con fines que no divulgaremos, volviendo a advertir, que de todos modos, cumplen una función cósmica.
Es así como el sapiens es despojado inadvertidamente del producto más noble producido por él mismo: el destilado final de la experiencia humana, caldo en el cual está la sangre, el alma, y la vida misma del sujeto, ya que vivió para esto, sufrió, amo, gozo, trabajó, construyó, hizo la guerra, estudió, investigó, solamente para elaborar el caldo aurífero de su vida. Debemos comprender que el Computador central sólo existe en función de los Arcontes del destino, como instrumento para el control de la especie sapiens.
El objeto de la vida, el motivo por el cual el sapiens fue creado, no es para que goce de la vida en los jardines del Señor, sino para que sea un mero peón de sus viñedos, obrero tan perfecto que, actúa como cultivador y cultivo al mismo tiempo.
Si el hombre pudiera evitar que su caldo aurífero le fuera sustraído, podría, con este producto vital, hacerse igual a los Dioses, evolucionando rápidamente al aprovechar de manera integral los productos del laboratorio químico de su cuerpo físico.
Esto es precisamente lo que hace el estudiante de hermetismo, el cual es liberado transitoriamente por los arcontes del destino, ya que aquel sujeto, en virtud de su comprensión y responsabilidad, no necesita de un capataz con látigo en mano que lo obligue a evolucionar por el sufrimiento, sino que, toma en sus propias manos su responsabilidad evolutiva, y si lo estima necesario, se somete él mismo al sufrimiento temporal, con el fin de lograr la felicidad eterna. (Al revés del profano, quien elige el goce transitorio a costa del sufrimiento “eterno”.)
Si el estudiante fracasa o se desvía de su camino, abusando de su libertad temporal, los arcontes vuelven a tomarlo bajo control, castigándolo con durísimas lecciones.
Podemos observar, desde otro punto de vista cómo determinados países son elegidos por los Arcontes, para efectuar allí un verdadero “martirologio”. Mas, no se crea que este sufrimiento es estéril, ya que aquel sacrificio provoca, generalmente, un resurgimiento moral, material, espiritual e intelectual, de la población, en virtud de la ley del sufrimiento. Es así como después de las guerras advertimos un rápido renacer hacia un estado superior. ¡Duro precio de la evolución!, ya que esto se habría podido evitar en la medida en que existieron en ese país o en el mundo, suficiente cantidad de “cabezas claras”, y que la masa hubiera estado dispuesta a seguirlos.
¡Basta ya de revelar secretos que al sapiens están velados! Tendamos un manto de silencio sobre este tema, para cumplir con el mandato de la esotérica esfinge, que ordena callar. El hablar y el callar son dos espadas que deben manejarse con un arte sublime para no quebrantar la armonía universal. Los que tienen “ojos para ver” comprenderán todo aquello que aquí no se puede decir en la palabra escrita, pero sí en el lenguaje críptico de los iniciados. Los que no están en este caso, es mejor que no entiendan nada y continúen durmiendo tranquilamente. Al final, los Arcontes no corren peligro de una “mala cosecha”, motivada por una posible rebelión del sapiens, ya que éste es demasiado ciego para ver el peligro donde éste realmente se encuentra.
Resulta penoso observar la tremenda limitación del sapiens, quien se encierra en el pequeño mundo de los conceptos estereotipados, del conocimiento aprendido de memoria, de la imitación, y de los mecanismos de compensación y defensa.
Su invalidez mental no le permite apreciar el pequeñísimo cubículo que lo aprisiona. Y desde allí, con juicios absolutamente a priori, acepta, condena o tolera, sin molestarse para nada en analizar en profundidad con su inteligencia, las situaciones a las cuales se ve enfrentado.

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