capitulo 4 LOS BRUJOS HABLAN
Dios
Dios es Todo. Todo lo que existe y lo que no existe está dentro de Dios. Nada puede existir fuera de Él.
Desde el punto de vista hermético denominaremos a Dios la gran mente universal, o sea, la esencia de la cual todo ha salido y a la cual todo volverá. El principio vital que se encuentra tanto en el mineral, el vegetal o el hombre. Todo lo que existe en el Universo, sea materia o energía, está formado en esencia por mente, la energía única, infinita y eterna que se manifiesta en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande. Como todo lo que existe ha salido del todo, éste es cual matriz que posee en él la forma de todas las cosas. El Todo es la realidad sustancial que se oculta tras todas las manifestaciones de vida. Es el gran padre-madre que se creo a sí mismo, que ha existido siempre y que siempre existirá.
Dios creó la vida para crecer en conciencia e inteligencia, que capta a través de las múltiples experiencias del hombre, que es la manifestación más perfecta de esta esencia universal.
En el Universo entero vemos que todo está en un continuo flujo y reflujo, todo cambia y evoluciona, todo nace y todo muere, pero la energía substancial o mente crece constantemente y se expande hacia lo infinito manteniéndose inmutable en su esencia.
Dios es infinito, eterno, absoluto e inmutable y por lo tanto todo lo finito, mudable y transitorio no puede ser el todo, y como en realidad nada existe fuera del todo, lo que es finito o transformable “no es nada”, o sea, es ilusorio.
De allí que el Ocultismo sostiene que “todo es ilusión”, ciertamente que en relación a lo absoluto, ya que con relación al hombre es real todo lo que él percibe a través de sus sentidos.
Igualmente en relación a la conciencia del hombre todo es ilusión.
Desde el punto de vista de lo absoluto, por ejemplo, el tiempo no existe, pero vemos que para el hombre es una realidad.
El Universo está compuesto por realidades relativas y realidades absolutas.
Esto se explica porque todo es materia y al mismo tiempo todo es energía.
La materia no es otra cosa que energía en un estado vibratorio más denso. Materia y energía representan los dos polos de la manifestación de la mente. Materia como la vibración más densa y espíritu como la más sutil.
Todo el Universo es una creación mental por la cual podemos afirmar que existimos dentro de la mente de Dios.
Desde el momento en que reconocemos que Dios es Mente y que la mente se manifiesta en el hombre, comprendemos la posibilidad que tiene de llegar a unirse a aquella gran inteligencia.
Éste es el estudio del Ocultismo: la educación del individuo para que pueda manifestar en toda su potencia la chispa divina que lleva dentro de sí mismo, o sea, la parte de la gran mente universal que vive dentro de él.
La concepción de Dios es tan vaga y absurda para la generalidad de las personas, que debe ser difícil para ellas el comprender a Dios en la forma bajo la cual lo hemos presentado que es la única que la razón, la lógica y la ciencia permiten.
Los ateos que no creen en Dios son dignos de compasión ya que niegan su propia existencia, niegan el aire, el sol y la vida.
El concepto más difundido de Dios es el de un viejito de barba blanca que se encuentra en el cielo, cielo al cual van todos los que no han pecado y donde elevarán eternamente alabanzas al Señor.
Esta idea está muy bien para todos aquellos perezosos que no quieren molestarse en pensar acerca de Dios o acerca de sí mismos y que prefieren aceptar los diferentes dogmas que les dan las religiones. Aquél que desea llegar a conocer a Dios plenamente debe dedicarse a estudiar todas sus manifestaciones a fin de llegar a comprenderlo en esencia. Desde el momento en que el hombre es la manifestación más perfecta de la Gran Mente Universal, es necesario que emprenda un concienzudo estudio de sí mismo para llegar a conocer a Dios en la medida en que su estado conceptual se lo permita.
La clave maestra para el estudio y conocimiento de Dios es el aforismo hermético "todo es mente, el Universo es mental".
Si llegamos a comprender claramente que “todo es mente” habremos dado un gran paso adelante en la investigación de los misterios de la vida. Esta energía que llamamos Dios se manifiesta en forma de una doble fuerza, creadora por un lado y destructiva por otro. Una y otra se equilibran mutuamente. La fuerza creadora está permanentemente creando y dando vida, generando. La fuerza destructiva busca en todo momento destruir para dar origen a formas de vida más perfectas. Aquello que el vulgo llama el diablo no es otra cosa que la contraparte o sombra de Dios. Si aplicamos el aforismo hermético que dice: “como es abajo es arriba y como es arriba es abajo” podemos ver que el Universo entero, con sus planetas, galaxias, soles, Dioses, etc., se encuentra en una forma equivalente dentro del hombre, y con más razón la fuerza creadora y destructiva.
Al orar, el hombre se pone en contacto con la energía de Dios que está dentro de él y de ahí que es absurdo pretender encontrar a Dios en lo externo, cuando se encuentra dentro del hombre. Todo lo positivo emana de la energía creadora de Dios. El amor, la alegría, el optimismo, la serenidad, el deseo de ayudar a los demás, son manifestaciones de la divina fuerza generadora. El desaliento, el pesimismo, las ideas negras, el odio, los celos, el amor posesivo, son manifestaciones de la fuerza destructiva o desintegradora. De ahí la importancia de ponernos en contacto solamente con la parte generadora de Dios, para poder evitar la acción de la fuerza desintegradora que es la que provoca la vejez y la decrepitud. La melancolía y la tristeza, por ejemplo, son fuerzas poderosamente destructivas que van minando poco a poco la reserva de energías positivas del organismo, hasta llegar a producir enfermedad y muerte. La alegría, en cambio, es una poderosa fuerza positiva con la cual debemos procurar ponernos en contacto en todo momento. Debemos regocijarnos con las cosas simples de la Naturaleza, gozar con el aire fresco de las mañanas, el canto de los pájaros y el florecer de los árboles.
La Naturaleza es la manifestación de la parte femenina de Dios en la tierra, la abundancia, la fuerza concebidora, el poder pujante de la vida lujuriosa. Todos los secretos más grandes de la vida están en la Naturaleza, y ella es como un libro abierto para quien sabe leer en él, para quien sabe penetrar en el arcano de sus múltiples manifestaciones. La Naturaleza es nuestra amante madre que en todo momento vela por el bienestar de sus hijos, pero el hombre al quebrantar sus leyes se pone en contra de ella y pierde su protección. Entre el vulgo existe la equivocada creencia fomentada por ciertas religiones de que Dios nos castiga cuando pecamos, y estas religiones van todavía más lejos, arrojando al infierno a quien no comulga con su dogma. Dios, como fuerza espiritual de toda vida y todo amor, está constantemente iluminándonos, tal como el sol alumbra al pecador, al santo o al criminal, y llega con su luz a todos por igual. ¿Es que puede acaso existir Dios como una entidad vengativa y de cambiante humor cuyo favor puede conquistarse con plegarias? Dios como fuente infinita de vida y amor busca en todo momento nuestra evolución espiritual y nuestro bien, pero como creador y mantenedor de la vida ha puesto en movimiento una serie de leyes que son indispensables para el mantenimiento de la vida, y el hombre al quebrantar estas leyes quiebra la armonía de la vida que hay dentro de él, y encuentra el dolor y la miseria, es decir, se castiga a sí mismo al ir en contra de la Naturaleza. Es curioso el olvido en que se mantiene a Dios en todo momento, recurriendo a Él solamente para pedir egoístas posesiones materiales o para realizar deseos pasionales de todo tipo. En caso de una guerra o de cualquier catástrofe de magnitud, ya sea ésta personal o colectiva, todos claman inmediatamente a Dios y apenas esta catástrofe pasa se olvidan nuevamente de Él para entregarse a los placeres materiales.
Sin embargo, intuitivamente el deseo y anhelo más profundo de cada ser humano es el de unirse a Dios, o sea, de encontrarse a sí mismo. Unos buscan la senda del misticismo y el dominio de los deseos y otros eligen el terrible camino de la embriaguez sensual y material. Desde el criminal al santo, desde el sabio al mendigo, todos buscan instintivamente encontrarse a sí mismos y tienden hacia una unión con la divinidad.
La única manera sabia de encontrar a Dios es por la práctica de las más altas virtudes espirituales, practicando el amor hacia todos los seres humanos sin distinción de casta o color, sirviendo y ayudando al prójimo en la medida de las propias fuerzas, siendo tolerante, respetuoso, buen ciudadano, buen amigo, buen padre y buen hijo. Practicando todas las virtudes a que puede aspirar el hombre como representante de Dios en la tierra, pero practicándolas de corazón sin convertirse en sepulcros blanqueados como aquéllos que se adornan con grandes virtudes mientras la podredumbre y el mal anidan en su alma.
Que recuerde el que desee encontrar a Dios que la mayor sabiduría que existe es “amaos los unos a los otros”, que recuerde que mientras más grande sea, mayor deberá ser su humildad para ayudar y alternar con el prójimo. Que no olvide jamás que el orgullo, la vanidad y la soberbia son los enemigos por excelencia del ser humano.
A Dios se llega solamente por una puerta que dice en su frontis: amor y servicio.
MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
A fin de poder actuar con éxito en la vida y practicar sabiamente el “arte de vivir” es necesario tener conocimientos elementales sobre la vida y la muerte, como asimismo saber qué cosa es el destino.
Si aceptamos que el hombre tiene un espíritu y un cuerpo, veremos con toda lógica que si el cuerpo envejece y muere, el espíritu en cambio se mantiene perpetuamente joven y es inmortal.
¿Puede acaso morir Dios que es el que se desdobla en nuestros espíritus? La eterna pregunta que surge inmediatamente al considerar este asunto de cuerpo y espíritu es el por qué nos vemos obligados a vivir en un cuerpo material cuando podríamos vivir eternamente en estado espiritual.
La razón de la encarnación del espíritu en un cuerpo debemos buscarla en Dios. Como espíritus somos parte de Dios y debemos cooperar a su gran obra de perfección y expansión de sí mismo. Por un lado nos perfeccionamos en todo sentido por las múltiples experiencias que debemos afrontar en nuestra vida, y por otro lado representamos a Dios en la tierra al hacer evolucionar a la materia. La gran obra humana es dar conciencia o mejor dicho espiritualizar la materia.
Como son muchas las experiencias por las cuales debe el hombre pasar previamente al logro de la perfección espiritual, antes de llegar a adquirir conciencia suficiente para comprender a Dios, el espíritu debe encarnar en muchos cuerpos para tener diversas experiencias y esto es lo que se conoce con el nombre de reencarnación.
En esta sucesión de vidas la Naturaleza obra sabia y piadosamente borrando de nuestra mente todos los recuerdos, que quedan grabados solamente en forma de experiencias o capacidades potenciales en el individuo.
Es necesario aclarar que la reencarnación no existe para todos los seres, ya que hay muchos que no se reencarnan porque no existe nada en ellos que sobreviva a la muerte del cuerpo físico. Al morir se desintegran y son reabsorbidos por su fuente original o Gran Alma Universal.
CÓMO SE NACE
En el espacio adyacente a la tierra se encuentran los espíritus de todos aquéllos que habiendo ya pasado por el proceso de purificación posterior a la muerte, se encuentran ya listos para nacer nuevamente a la vida material.
Estos espíritus se encuentran vibrando a diferentes alturas que están en relación directa al estado de conciencia que han llegado a alcanzar. Los inferiores se encuentran a pocos metros de la tierra, y aquéllos que han llegado a alcanzar el desarrollo conceptual de un Einstein, por ejemplo, están más allá de la estratósfera. Cuando una pareja se une en el acto creador lanzan un verdadero relámpago electromagnético hacia el espacio, relámpago cuya magnitud está en directa relación a la calidad moral, afectiva y espiritual de ambos. Si este relámpago llega por ejemplo a 500 metros de altura cogerá de entre los Egos que allí se encuentren al que esté en mayor armonía vibratoria con los Padres. Esta fuerza electromagnética absorbe a este Ego como un gigantesco imán y lo hace penetrar por la cabeza del padre hasta llegar al espermatozoo y penetrar en la madre. Cuando pasa a través del padre se compenetra de la vibración espiritual-mental de éste y la vibración de la madre la recibe durante los nueve meses de la gestación.
Este período gestatorio es el más importante en el destino que tendrá el por nacer, ya que recibirá una constante descarga de diversas vibraciones a través de la madre, vibraciones que influirán fuertemente en su vida futura en la tierra.
LA VIDA Y EL DESTINO
En el momento en que la criatura nace y respira por primera vez es cuando comienza su vida terrestre, y en ese momento se graban en ellas las vibraciones de los rayos cósmicos que bombardean en todo instante la tierra. Esta combinación de rayos cósmicos condicionada por las diferentes posiciones planetarias forma en parte lo que llamamos el Destino.
El Destino está formado por cuatro causas principales: 1) el karma que se trae de otras vidas, es decir el conjunto de acciones buenas o malas que se han ejecutado anteriormente y cuyos efectos deben cumplirse en esta vida; 2) lo que se recibe de los padres; 3) lo que se recibe por la posición de los astros en el momento de nacer, y 4) el conjunto de experiencias por las cuales se pasa antes de los 33 años de edad, que es la época en que se empieza a vivir aquello que uno mismo se ha creado en la juventud.
Durante toda la vida el hombre es un mero esclavo de su destino y se limita a vivir completamente inconsciente de esta esclavitud.
El proverbio oriental “todo está escrito” es de una gran sabiduría ya que efectivamente los jueces ocultos o Arcontes del destino, que son las potencias divinas que dirigen los destinos humanos, determinan antes de nacer el individuo toda su vida en la tierra, es decir el destino.
El hermetista puede predecir el futuro de una persona por medio de la observación del mapa del destino, que le ha sido trazado antes de encarnar.
Tanto al mendigo como al Rey les ha sido asignado su destino a fin de que atraviesen por experiencias que les son necesarias para su evolución.
Cuando el hermetista logra alcanzar un elevado estado de conciencia se hace dueño de su propio destino, porque llega a conquistar las fuerzas que tratan de impulsarlo a la realización de experiencias que él ya no necesita por haberse hecho consciente.
Ésta es la diferencia más notable entre el iniciado y el hombre que no conoce las leyes de la Naturaleza; uno vive plenamente consciente y sabe perfectamente hacia dónde va, y el otro es cual hoja llevada por el viento.
LA MUERTE
Una vez que el hombre termina el ciclo de vida terrestre que le ha sido asignado en su presente cuerpo físico, sobreviene la transformación que llamamos muerte, que es solamente el nacimiento a una nueva vida.
Al producirse la separación entre el espíritu y el cuerpo se nace a la vida en el campo de la energía, vida totalmente distinta a la física ya que allí no se puede disfrutar de los goces materiales a que se estaba acostumbrado.
Como es ley que los hijos se alimenten de los padres, el recién desencarnado tendrá que enfrentarse a todas las formas mentales nacidas de sus pasiones, deseos y sentimientos mientras vivió en la tierra.
De ahí ha nacido la creencia en el infierno, ya que esto es un verdadero infierno para aquéllos que se han entregado a las bajas pasiones humanas, porque se le presentan sus hijos espirituales bajo la forma de horribles demonios que tratan de seguir alimentándose de él. A fin de poder evolucionar debe vencer todas sus malas inclinaciones y debilidades hasta llegar a la desintegración de sus hijos pasionales.
Una vez realizado esto, pasa por un período de descanso en planos superiores hasta que se encuentra apto para volver a la vida nuevamente.
Aquél que ha llevado en la tierra una vida pura y noble se encontrará al morir rodeado de ángeles que son sus propios hijos espirituales que lo ayudarán a elevarse en los planos invisibles.
Para aquél que no se ha preocupado de cultivarse espiritual y moralmente, la muerte es una perpetua amenaza y se aparece a sus ojos como algo horrible. No sucede lo mismo con quien ha llegado a alcanzar un estado de conciencia más elevado, ya que para éste la muerte representa una nueva vida y no le teme en absoluto porque está seguro de haber procedido siempre de acuerdo con los dictados de su conciencia.
Los incrédulos y materialistas dudan de que exista otra vida después de la muerte y sostienen que después de muerto todo se acaba.
Estos “pensadores” no se molestan en razonar de acuerdo con la ciencia que sostiene que nada se pierde en el Universo, que todo se transforma.
Nada muere, todo pasa a otro estado de existencia.
¿Puede morir una palabra después que ha sido pronunciada? ¿Puede morir un pensamiento?
Dios es Todo. Todo lo que existe y lo que no existe está dentro de Dios. Nada puede existir fuera de Él.
Desde el punto de vista hermético denominaremos a Dios la gran mente universal, o sea, la esencia de la cual todo ha salido y a la cual todo volverá. El principio vital que se encuentra tanto en el mineral, el vegetal o el hombre. Todo lo que existe en el Universo, sea materia o energía, está formado en esencia por mente, la energía única, infinita y eterna que se manifiesta en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande. Como todo lo que existe ha salido del todo, éste es cual matriz que posee en él la forma de todas las cosas. El Todo es la realidad sustancial que se oculta tras todas las manifestaciones de vida. Es el gran padre-madre que se creo a sí mismo, que ha existido siempre y que siempre existirá.
Dios creó la vida para crecer en conciencia e inteligencia, que capta a través de las múltiples experiencias del hombre, que es la manifestación más perfecta de esta esencia universal.
En el Universo entero vemos que todo está en un continuo flujo y reflujo, todo cambia y evoluciona, todo nace y todo muere, pero la energía substancial o mente crece constantemente y se expande hacia lo infinito manteniéndose inmutable en su esencia.
Dios es infinito, eterno, absoluto e inmutable y por lo tanto todo lo finito, mudable y transitorio no puede ser el todo, y como en realidad nada existe fuera del todo, lo que es finito o transformable “no es nada”, o sea, es ilusorio.
De allí que el Ocultismo sostiene que “todo es ilusión”, ciertamente que en relación a lo absoluto, ya que con relación al hombre es real todo lo que él percibe a través de sus sentidos.
Igualmente en relación a la conciencia del hombre todo es ilusión.
Desde el punto de vista de lo absoluto, por ejemplo, el tiempo no existe, pero vemos que para el hombre es una realidad.
El Universo está compuesto por realidades relativas y realidades absolutas.
Esto se explica porque todo es materia y al mismo tiempo todo es energía.
La materia no es otra cosa que energía en un estado vibratorio más denso. Materia y energía representan los dos polos de la manifestación de la mente. Materia como la vibración más densa y espíritu como la más sutil.
Todo el Universo es una creación mental por la cual podemos afirmar que existimos dentro de la mente de Dios.
Desde el momento en que reconocemos que Dios es Mente y que la mente se manifiesta en el hombre, comprendemos la posibilidad que tiene de llegar a unirse a aquella gran inteligencia.
Éste es el estudio del Ocultismo: la educación del individuo para que pueda manifestar en toda su potencia la chispa divina que lleva dentro de sí mismo, o sea, la parte de la gran mente universal que vive dentro de él.
La concepción de Dios es tan vaga y absurda para la generalidad de las personas, que debe ser difícil para ellas el comprender a Dios en la forma bajo la cual lo hemos presentado que es la única que la razón, la lógica y la ciencia permiten.
Los ateos que no creen en Dios son dignos de compasión ya que niegan su propia existencia, niegan el aire, el sol y la vida.
El concepto más difundido de Dios es el de un viejito de barba blanca que se encuentra en el cielo, cielo al cual van todos los que no han pecado y donde elevarán eternamente alabanzas al Señor.
Esta idea está muy bien para todos aquellos perezosos que no quieren molestarse en pensar acerca de Dios o acerca de sí mismos y que prefieren aceptar los diferentes dogmas que les dan las religiones. Aquél que desea llegar a conocer a Dios plenamente debe dedicarse a estudiar todas sus manifestaciones a fin de llegar a comprenderlo en esencia. Desde el momento en que el hombre es la manifestación más perfecta de la Gran Mente Universal, es necesario que emprenda un concienzudo estudio de sí mismo para llegar a conocer a Dios en la medida en que su estado conceptual se lo permita.
La clave maestra para el estudio y conocimiento de Dios es el aforismo hermético "todo es mente, el Universo es mental".
Si llegamos a comprender claramente que “todo es mente” habremos dado un gran paso adelante en la investigación de los misterios de la vida. Esta energía que llamamos Dios se manifiesta en forma de una doble fuerza, creadora por un lado y destructiva por otro. Una y otra se equilibran mutuamente. La fuerza creadora está permanentemente creando y dando vida, generando. La fuerza destructiva busca en todo momento destruir para dar origen a formas de vida más perfectas. Aquello que el vulgo llama el diablo no es otra cosa que la contraparte o sombra de Dios. Si aplicamos el aforismo hermético que dice: “como es abajo es arriba y como es arriba es abajo” podemos ver que el Universo entero, con sus planetas, galaxias, soles, Dioses, etc., se encuentra en una forma equivalente dentro del hombre, y con más razón la fuerza creadora y destructiva.
Al orar, el hombre se pone en contacto con la energía de Dios que está dentro de él y de ahí que es absurdo pretender encontrar a Dios en lo externo, cuando se encuentra dentro del hombre. Todo lo positivo emana de la energía creadora de Dios. El amor, la alegría, el optimismo, la serenidad, el deseo de ayudar a los demás, son manifestaciones de la divina fuerza generadora. El desaliento, el pesimismo, las ideas negras, el odio, los celos, el amor posesivo, son manifestaciones de la fuerza destructiva o desintegradora. De ahí la importancia de ponernos en contacto solamente con la parte generadora de Dios, para poder evitar la acción de la fuerza desintegradora que es la que provoca la vejez y la decrepitud. La melancolía y la tristeza, por ejemplo, son fuerzas poderosamente destructivas que van minando poco a poco la reserva de energías positivas del organismo, hasta llegar a producir enfermedad y muerte. La alegría, en cambio, es una poderosa fuerza positiva con la cual debemos procurar ponernos en contacto en todo momento. Debemos regocijarnos con las cosas simples de la Naturaleza, gozar con el aire fresco de las mañanas, el canto de los pájaros y el florecer de los árboles.
La Naturaleza es la manifestación de la parte femenina de Dios en la tierra, la abundancia, la fuerza concebidora, el poder pujante de la vida lujuriosa. Todos los secretos más grandes de la vida están en la Naturaleza, y ella es como un libro abierto para quien sabe leer en él, para quien sabe penetrar en el arcano de sus múltiples manifestaciones. La Naturaleza es nuestra amante madre que en todo momento vela por el bienestar de sus hijos, pero el hombre al quebrantar sus leyes se pone en contra de ella y pierde su protección. Entre el vulgo existe la equivocada creencia fomentada por ciertas religiones de que Dios nos castiga cuando pecamos, y estas religiones van todavía más lejos, arrojando al infierno a quien no comulga con su dogma. Dios, como fuerza espiritual de toda vida y todo amor, está constantemente iluminándonos, tal como el sol alumbra al pecador, al santo o al criminal, y llega con su luz a todos por igual. ¿Es que puede acaso existir Dios como una entidad vengativa y de cambiante humor cuyo favor puede conquistarse con plegarias? Dios como fuente infinita de vida y amor busca en todo momento nuestra evolución espiritual y nuestro bien, pero como creador y mantenedor de la vida ha puesto en movimiento una serie de leyes que son indispensables para el mantenimiento de la vida, y el hombre al quebrantar estas leyes quiebra la armonía de la vida que hay dentro de él, y encuentra el dolor y la miseria, es decir, se castiga a sí mismo al ir en contra de la Naturaleza. Es curioso el olvido en que se mantiene a Dios en todo momento, recurriendo a Él solamente para pedir egoístas posesiones materiales o para realizar deseos pasionales de todo tipo. En caso de una guerra o de cualquier catástrofe de magnitud, ya sea ésta personal o colectiva, todos claman inmediatamente a Dios y apenas esta catástrofe pasa se olvidan nuevamente de Él para entregarse a los placeres materiales.
Sin embargo, intuitivamente el deseo y anhelo más profundo de cada ser humano es el de unirse a Dios, o sea, de encontrarse a sí mismo. Unos buscan la senda del misticismo y el dominio de los deseos y otros eligen el terrible camino de la embriaguez sensual y material. Desde el criminal al santo, desde el sabio al mendigo, todos buscan instintivamente encontrarse a sí mismos y tienden hacia una unión con la divinidad.
La única manera sabia de encontrar a Dios es por la práctica de las más altas virtudes espirituales, practicando el amor hacia todos los seres humanos sin distinción de casta o color, sirviendo y ayudando al prójimo en la medida de las propias fuerzas, siendo tolerante, respetuoso, buen ciudadano, buen amigo, buen padre y buen hijo. Practicando todas las virtudes a que puede aspirar el hombre como representante de Dios en la tierra, pero practicándolas de corazón sin convertirse en sepulcros blanqueados como aquéllos que se adornan con grandes virtudes mientras la podredumbre y el mal anidan en su alma.
Que recuerde el que desee encontrar a Dios que la mayor sabiduría que existe es “amaos los unos a los otros”, que recuerde que mientras más grande sea, mayor deberá ser su humildad para ayudar y alternar con el prójimo. Que no olvide jamás que el orgullo, la vanidad y la soberbia son los enemigos por excelencia del ser humano.
A Dios se llega solamente por una puerta que dice en su frontis: amor y servicio.
MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
A fin de poder actuar con éxito en la vida y practicar sabiamente el “arte de vivir” es necesario tener conocimientos elementales sobre la vida y la muerte, como asimismo saber qué cosa es el destino.
Si aceptamos que el hombre tiene un espíritu y un cuerpo, veremos con toda lógica que si el cuerpo envejece y muere, el espíritu en cambio se mantiene perpetuamente joven y es inmortal.
¿Puede acaso morir Dios que es el que se desdobla en nuestros espíritus? La eterna pregunta que surge inmediatamente al considerar este asunto de cuerpo y espíritu es el por qué nos vemos obligados a vivir en un cuerpo material cuando podríamos vivir eternamente en estado espiritual.
La razón de la encarnación del espíritu en un cuerpo debemos buscarla en Dios. Como espíritus somos parte de Dios y debemos cooperar a su gran obra de perfección y expansión de sí mismo. Por un lado nos perfeccionamos en todo sentido por las múltiples experiencias que debemos afrontar en nuestra vida, y por otro lado representamos a Dios en la tierra al hacer evolucionar a la materia. La gran obra humana es dar conciencia o mejor dicho espiritualizar la materia.
Como son muchas las experiencias por las cuales debe el hombre pasar previamente al logro de la perfección espiritual, antes de llegar a adquirir conciencia suficiente para comprender a Dios, el espíritu debe encarnar en muchos cuerpos para tener diversas experiencias y esto es lo que se conoce con el nombre de reencarnación.
En esta sucesión de vidas la Naturaleza obra sabia y piadosamente borrando de nuestra mente todos los recuerdos, que quedan grabados solamente en forma de experiencias o capacidades potenciales en el individuo.
Es necesario aclarar que la reencarnación no existe para todos los seres, ya que hay muchos que no se reencarnan porque no existe nada en ellos que sobreviva a la muerte del cuerpo físico. Al morir se desintegran y son reabsorbidos por su fuente original o Gran Alma Universal.
CÓMO SE NACE
En el espacio adyacente a la tierra se encuentran los espíritus de todos aquéllos que habiendo ya pasado por el proceso de purificación posterior a la muerte, se encuentran ya listos para nacer nuevamente a la vida material.
Estos espíritus se encuentran vibrando a diferentes alturas que están en relación directa al estado de conciencia que han llegado a alcanzar. Los inferiores se encuentran a pocos metros de la tierra, y aquéllos que han llegado a alcanzar el desarrollo conceptual de un Einstein, por ejemplo, están más allá de la estratósfera. Cuando una pareja se une en el acto creador lanzan un verdadero relámpago electromagnético hacia el espacio, relámpago cuya magnitud está en directa relación a la calidad moral, afectiva y espiritual de ambos. Si este relámpago llega por ejemplo a 500 metros de altura cogerá de entre los Egos que allí se encuentren al que esté en mayor armonía vibratoria con los Padres. Esta fuerza electromagnética absorbe a este Ego como un gigantesco imán y lo hace penetrar por la cabeza del padre hasta llegar al espermatozoo y penetrar en la madre. Cuando pasa a través del padre se compenetra de la vibración espiritual-mental de éste y la vibración de la madre la recibe durante los nueve meses de la gestación.
Este período gestatorio es el más importante en el destino que tendrá el por nacer, ya que recibirá una constante descarga de diversas vibraciones a través de la madre, vibraciones que influirán fuertemente en su vida futura en la tierra.
LA VIDA Y EL DESTINO
En el momento en que la criatura nace y respira por primera vez es cuando comienza su vida terrestre, y en ese momento se graban en ellas las vibraciones de los rayos cósmicos que bombardean en todo instante la tierra. Esta combinación de rayos cósmicos condicionada por las diferentes posiciones planetarias forma en parte lo que llamamos el Destino.
El Destino está formado por cuatro causas principales: 1) el karma que se trae de otras vidas, es decir el conjunto de acciones buenas o malas que se han ejecutado anteriormente y cuyos efectos deben cumplirse en esta vida; 2) lo que se recibe de los padres; 3) lo que se recibe por la posición de los astros en el momento de nacer, y 4) el conjunto de experiencias por las cuales se pasa antes de los 33 años de edad, que es la época en que se empieza a vivir aquello que uno mismo se ha creado en la juventud.
Durante toda la vida el hombre es un mero esclavo de su destino y se limita a vivir completamente inconsciente de esta esclavitud.
El proverbio oriental “todo está escrito” es de una gran sabiduría ya que efectivamente los jueces ocultos o Arcontes del destino, que son las potencias divinas que dirigen los destinos humanos, determinan antes de nacer el individuo toda su vida en la tierra, es decir el destino.
El hermetista puede predecir el futuro de una persona por medio de la observación del mapa del destino, que le ha sido trazado antes de encarnar.
Tanto al mendigo como al Rey les ha sido asignado su destino a fin de que atraviesen por experiencias que les son necesarias para su evolución.
Cuando el hermetista logra alcanzar un elevado estado de conciencia se hace dueño de su propio destino, porque llega a conquistar las fuerzas que tratan de impulsarlo a la realización de experiencias que él ya no necesita por haberse hecho consciente.
Ésta es la diferencia más notable entre el iniciado y el hombre que no conoce las leyes de la Naturaleza; uno vive plenamente consciente y sabe perfectamente hacia dónde va, y el otro es cual hoja llevada por el viento.
LA MUERTE
Una vez que el hombre termina el ciclo de vida terrestre que le ha sido asignado en su presente cuerpo físico, sobreviene la transformación que llamamos muerte, que es solamente el nacimiento a una nueva vida.
Al producirse la separación entre el espíritu y el cuerpo se nace a la vida en el campo de la energía, vida totalmente distinta a la física ya que allí no se puede disfrutar de los goces materiales a que se estaba acostumbrado.
Como es ley que los hijos se alimenten de los padres, el recién desencarnado tendrá que enfrentarse a todas las formas mentales nacidas de sus pasiones, deseos y sentimientos mientras vivió en la tierra.
De ahí ha nacido la creencia en el infierno, ya que esto es un verdadero infierno para aquéllos que se han entregado a las bajas pasiones humanas, porque se le presentan sus hijos espirituales bajo la forma de horribles demonios que tratan de seguir alimentándose de él. A fin de poder evolucionar debe vencer todas sus malas inclinaciones y debilidades hasta llegar a la desintegración de sus hijos pasionales.
Una vez realizado esto, pasa por un período de descanso en planos superiores hasta que se encuentra apto para volver a la vida nuevamente.
Aquél que ha llevado en la tierra una vida pura y noble se encontrará al morir rodeado de ángeles que son sus propios hijos espirituales que lo ayudarán a elevarse en los planos invisibles.
Para aquél que no se ha preocupado de cultivarse espiritual y moralmente, la muerte es una perpetua amenaza y se aparece a sus ojos como algo horrible. No sucede lo mismo con quien ha llegado a alcanzar un estado de conciencia más elevado, ya que para éste la muerte representa una nueva vida y no le teme en absoluto porque está seguro de haber procedido siempre de acuerdo con los dictados de su conciencia.
Los incrédulos y materialistas dudan de que exista otra vida después de la muerte y sostienen que después de muerto todo se acaba.
Estos “pensadores” no se molestan en razonar de acuerdo con la ciencia que sostiene que nada se pierde en el Universo, que todo se transforma.
Nada muere, todo pasa a otro estado de existencia.
¿Puede morir una palabra después que ha sido pronunciada? ¿Puede morir un pensamiento?
Comentarios
Publicar un comentario