EL LIBRITO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE capitulo 2
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a la cosa dedo ahí y a la Nada aquí, comience a rotar sobre el sitio. Y note cómo de hecho no es usted sino la habitación la que está rotando. Quince segundos serán suficientes, entonces haga que la habitación rote más despacio, detenga su giro, y siéntese de nuevo. Es una tarea fácil, lleva poco tiempo, que debo insistir con respeto en que usted no lo lea solo, sino que haga lo que le pido, ahora… ¿No era en verdad la habitación –el techo, las paredes, las ventanas, los cuadros– los que giraban y giraban, y no era usted el Espacio inmóvil donde giraban? A continuación pruebe a moverse a lo largo de un pasillo, compruebe cómo es imposible para usted –el usted real, la Primera Persona– hacerlo, y cómo en lugar de ello el pasillo se mueve hacia usted, y es tragado en su inmensidad-inmovilidad. Cuando después conduzca su coche, compruebe que es la totalidad de la escena la que está en movimiento –las cosas a una distancia remota, tal como las colinas, muy lenta; las cosas a una distancia media, tal como las casas, más rápido; las cosas cercanas, tales como los postes telegráficos y los postes de las farolas, vertiginosamente en verdad –en una gran procesión a través de su quietud (la suya)–. Puede notar que no tiene ninguna manera y ninguna necesidad de ir a ninguna parte, viendo que todas las cosas y lugares de ahí fuera –edificios junto a la carretera, villorrios, pueblos, países– están viniendo con cortesía hacia usted y derramándose dentro de usted; y no hay ninguna manera y ninguna necesidad de dejar alguna parte, viendo que esas mismas cosas y lugares (como puede ver en su espejo retrovisor) se derraman fuera de usted y gentilmente se alejan en la distancia. ¡Y todo el rato usted no se mueve ni un centímetro! ¡Cuán que magnificencia es usted servido! Clínicamente, dejar de moverse por completo, es morir. En el caso de los mortales, la inmovilidad sostenida es un signo de muerte. Pero en su caso, en efecto (ahora que usted ha llevado a cabo ese pequeño experimento), puede ver que no es nada de eso. Póngalo de esta manera: si usted está vivo ahora es con una vida que no podría ser más diferente de la vida siempre cambiante de las criaturas. Sugiero que, como la Quietud absoluta e imperecedera, aunque bullendo siempre con los nacimientos y muertes y todo tipo de aconteceres de los otros, usted mismo está limpio de todo eso. Que usted es más allá de la corriente de la vida y el movimiento y de todo cambio. Nuestra siguiente prueba puede muy bien reforzar esta conclusión.
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DESCUBRIR QUE USTED ES SIN TIEMPO, PARTE 1
Ya sean vivas o no, a las cosas invariablemente les lleva tiempo ser lo que son. Así, un átomo no lo es hasta que a sus electrones se les da tiempo suficiente para recorrer sus órbitas. Del mismo modo, un ser humano no lo es hasta que ha tenido tiempo de sufrir e incorporar muchas transformaciones drásticas en el curso de su historia como un embrión y un feto, y después como un bebé y como un niño. Nada de este sorprendente pasado es borrado por el presente. Como un notable juntador de tiempo, un humano incluye su historia entera, y actúa ahora con toda esa historia a su espalda. Ahora si, en total contraste con su naturaleza humana periférica, su propia Naturaleza verdadera y fundamental –lo que usted es en el centro, en y para usted mismo– es sólo Espacio Vacío o Capacidad Desnuda o Quietud Absoluta, entonces no necesita ningún tiempo en absoluto para ser usted mismo, usted no junta ni incorpora ningún tiempo. No teniendo aquí nada que incorporar o construir o mantener, presumiblemente no tiene aquí ninguna utilidad para el tiempo, y, por consiguiente, usted es sin tiempo. Como siempre, veamos. Las cosas de ahí fuera –a diferencia de usted– no solo se componen de tiempo, sino que se distribuyen en zonas horarias acordes a sus distancias de usted. Su reloj de pulsera indica que, a treinta centímetros más o menos, es tal o cual hora ahí. Y usted tiene buenas razones para suponer que en Nueva York y en Tokio y en otros lugares los relojes locales están registrando otras horas. Ahora la pregunta es: ¿qué hora es exactamente donde usted es, en el centro de todas estas zonas horarias? Usted lo averigua de la manera normal, consultando los relojes locales: en ausencia de los cuales su propio reloj de pulsera servirá perfectamente. Habiendo leído la hora que muestra el reloj a treinta centímetros ahí, muy lentamente y con mucha atención llévelo hacia usted mientras continúa leyendo la hora, hasta que ya no pueda acercarlo más. ¿No es verdadero que esos números impresos pronto devienen borrosos, después ilegibles y, por último, desaparecen por completo? ¿Que, de hecho, su zona temporal central resulta ser sin tiempo? ¿Que el tiempo, que es siempre excéntrico, jamás puede entrar en el Centro que es usted? ¿Que mientras usted contiene el tiempo junto con el mundo que él construye, él jamás puede contenerle a usted? ¿Que la Ley de la Asimetría se aplica aquí como siempre, y que (lo mismo que es cara ahí y no-cara aquí, color ahí y no-color aquí, y así
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sucesivamente) es tiempo ahí y no-tiempo aquí? Naturalmente es así, viendo que como Primera Persona usted es nada, y que donde no hay nada no hay ningún cambio, y que donde no hay ningún cambio no hay ningún modo de registrar el tiempo, y que donde no hay ninguna manera de registrar el tiempo no hay ningún tiempo. De nuevo, puesto que se trata precisamente de una cuestión de vida-o-muerte, debo pedirle que venza su reluctancia a llevar a cabo un experimento tan «innecesario», tan «bobo» y tan «pueril». ¿No sería posible –e incluso probable– que hasta que usted no devenga como un niño pequeño (tan desembarazado e inocente y limpio de opinión como un niño, tan seriamente juguetón como un niño) no entre nunca en el Reino, no deje nunca el reino de la muerte gobernado por el tiempo por el reino de la inmortalidad?
(VI) DESCUBRIR QUE USTED ES SIN TIEMPO, PARTE 2
La prueba siguiente se aplica más particularmente a aquellos de nosotros que hemos estado viendo en nuestra Nada durante algún tiempo. No obstante, a los veedores nuevos se les anima a hacer un intento. De hecho, esta distinción entre nosotros, los «antiguos» en la tarea, y ustedes, los «nuevos», es provisional; tenemos que descubrir si hay algo en ella. Mientras apunta adentro una vez más, examine con cuidado este singularísimo lugar al que está apuntando… ¿No está mirando ahora atemporalmente en las infinitas profundidades de su Origen y Destino sin tiempo, en el abismo de su Naturaleza sin cambio y sin muerte…? ¿No podría ser esto nada menos que la Eterna contemplación de la Eternidad…? Para comprobar si, simplemente girando su atención 180°, entra al instante en un mundo donde las distinciones temporales ya no se aplican, responda por favor a tantas de las siguientes preguntas como pueda: ¿Es usted capaz de poner una fecha y una hora según el reloj a su primer ver en Nada? ¿Está usted seguro de que hubo una primera vez? Quizá pueda usted recordar las circunstancias de más de una ocasión de ver dentro –los encuentros e ideas que llevaron a ello, el ambiente entorno, los sentimientos y el comportamiento que suscitó– ¿pero puede recordar el ver mismo, y qué fue lo que vio? ¿Tiene la memoria algún acceso aquí?
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¿Significa algo hablar sobre intervalos largos o cortos, o sobre lagunas, cualesquiera que sean, entre un ver dentro y el siguiente? ¿Tiene sentido hablar de un largo y sostenido ver dentro (que dure, digamos, tres días, o una hora y cuarto, o seis minutos) en contraste con uno breve (que dure, digamos, 3,85 segundos? ¿O referirse a muchos ver dentro en plural? ¿Le ocurre hacer la distinción entre un día bueno en que su ver dentro se mantiene bien, un día normalito en que se interrumpe a menudo, y un día malo en que es solo ocasional? ¿Puede el ver dentro ser medido en estos términos –en algún término? ¿Se siente usted alguna vez –usted «veedor dentro antiguo y con mucha práctica»– con alguna ventaja, o superior a los «veedores novicios»? En la medida en que su respuesta a estas preguntas es ¡NO!, he aquí más evidencia de que su ver dentro es nada menos que el Eterno ver en la Eternidad. ¡Pero, por supuesto, en ese caso este Eterno ver en la Eternidad no tiene ningún tiempo para relojes y calendarios y diarios; pero, por supuesto, es sin remedio vago sobre lo que aconteció y cuándo; pero, por supuesto, encoge el tiempo; pero, por supuesto deja de distinguir entre principiantes y maestros consumados en la tarea! Uno de esos maestros es John Tauler, que escribió: «Un hombre que entra real y verdaderamente en su Terreno siente como si hubiera estado ahí toda la eternidad». ¿No es esto todo lo que usted esperaba de un giro de 180° desde el tiempo a lo Sin tiempo? ¿Y el resultado práctico de esta prueba? ¡Qué recurso instantáneo, tan pavoroso como íntimo y tan misterioso como disponible, tenemos aquí! ¡Qué medicina contra la muerte, qué sempiterno refugio hay en nuestro corazón mismo, expandiéndose visiblemente para acoger y cuidar de todo! ¡Y dado AHORA en su plenitud y profundidad –por muy incompetentes o indignos que podamos ser, sea cual sea nuestro estado de ánimo y justamente cuando más lo necesitamos–!
(VII) DESPEDIR LA MORTALIDAD
Construya un tubo, aproximadamente de 20 x 30 cm, de papel lo suficiente fuerte y translúcido.
PROBAR LA INMORTALIDAD 39 Ponga una punta en un espejo, y adapte su cara a la otra. Haga que alguien le lea –despacio, con pausas para darle tiempo a profundizar cada punto– lo siguiente: Vea cuán complicado es lo que hay ahí en esa punta del tubo… y cuán simple es lo que hay aquí en esta punta… Vea cuán pequeña y limitada es esa cosa… y cuán ilimitada es esta nada, infinita en altura… anchura… profundidad… Compruebe que lo que hay ahí se mueve.., mientras que lo que hay aquí está absolutamente inmóvil… Observe cuán opaco y cuán variadamente coloreado es eso… en contraste con la carencia absoluta de color y la transparencia de esto… Observe la disposición característica de los ojos, nariz, labios, dientes, ahí… y la total ausencia de características aquí… Dicho todo esto, ¿no es eso justamente el tipo de cosa que nace y envejece y muere… mientras que esto no es nada de ese tipo, ni de ningún tipo…? Salga para tomar un respiro. Vuelva de nuevo. Observe cómo lleva tiempo repasar todos esos detalles, desde el peinado hasta la barbilla… Y cómo, cuando al fin usted llega a la barbilla, el pelo se ha tornado por completo borroso y vago… Mientras que no lleva ningún tiempo en absoluto ver todo lo que hay justamente aquí, en esta punta del tubo… ¿No es este ver claro, instantáneo –en su Realidad central– un ver perfecto…? ¿Y no es ese ver difuso, fragmentado en el tiempo –en su apariencia periférica– un mero atisbar? Trate de considerar este tubo como una batidora o una centrifugadora para enviar toda la materia a esa punta de ahí… y toda la consciencia a esta punta de aquí… Para desespiritualizar esa cosa y des-cosificar este espíritu, un doble exorcismo… O trate de verse PROBAR LA INMORTALIDAD 40 a usted mismo aquí como esta rampa inmortal de lanzamiento para toda cosa mortal, en particular para el de ahí en el espejo… Muy bien. Salga del tubo. ¿Por qué no adquirir el hábito de despedir su mortalidad –con y sin la ayuda de su espejo…–? (VIII) INVESTIR LA INMORTALIDAD «Cuando este perecedero inviste la imperecibilidad, y este mortal inviste la inmortalidad, entonces la muerte es tragada en la victoria». San Pablo. Haga dos agujeros desiguales en una cartulina y monte un espejo detrás del más pequeño. (Un espejo de bolsillo es ideal. También servirá un dibujo del espejo con una cara reflejada) Sostenga la cartulina con los brazos extendidos y compare estos retratos alternativos suyos –cara y no-cara–. Vea cuán lleno de sí mismo y de su vida propia está el pequeño –y por lo tanto envejeciendo y muriendo–. Vea cuán vacío de sí mismo y de su vida propia está el Grande y cuán lleno de los otros –y por lo tanto sin edad y sin muerte. ¿Cuál es el verdadero retrato de usted como usted es, donde usted es? Atráigalos hacia usted y vea. Póngase ese agujero en la cartulina muy, muy lentamente, como una máscara, observando lo que les acontece a sus contenidos y a sus bordes…
Vea cómo el Grande deviene cada vez más grande hasta que es sin bordes, sin límites y tan vasto como el mundo, mientras que el pequeño se torna cada vez más borroso hasta que se desvanece en el punto de contacto. Sujete la cartulina en esa posición mientras goza de haber despedido la mortalidad e investido la inmortalidad que ha sido siempre suya. Siga manteniendo la cartulina en esa posición… Ese pequeño ahí en el espejo (o el dibujo) tenía un nombre, una dirección y un número de teléfono, un oficio, un sexo y un estatus marital, una edad, una nacionalidad… Tenía todo tipo de funciones corporales y mentales generales que establecían cuáles eran su género, su especie y su grupo étnico, y todo tipo de funciones particulares que establecían su identidad única dentro del grupo. Y, junto con todo esto, tenía un comienzo y un final, un día de nacimiento y –en un futuro– un día de muerte. Y ninguna, de ese inmenso aparato de características y funciones, ha resistido la inspección de cerca. Todas ellas han desaparecido en la vía adentro, dejándole a usted por completo libre de toda característica suya propia, y de toda característica suya que sea perecedera. Usted ha investido ciertamente la inmortalidad. (IX) PROBAR CON LOS OJOS CERRADOS Usted puede objetar con razón que las pruebas precedentes dependen indebidamente de un único sentido –la visión– y que «una experiencia de la Naturaleza Inmortal de uno» que no es accesible al ciego, con probabilidad no será válida. De hecho, sin embargo, he encontrado que esa experiencia es tan compatible con amigos ciegos como con los dotados de vista. La siguiente prueba en dos partes muestra por qué: (1) Tome cualquier selección que usted quiera de sus características humanas y personales – de esas marcas familiares que le identifican como usted mismo y distinto de los otros– tales como su coloración particular, su figura, edad, sexo, raza y especie; su nombre, oficio, estatus marital, dirección, nacionalidad, y demás. Cierre los ojos durante medio minuto al menos y, repasando minuciosamente su lista, compruebe que ninguna de estas marcas distintivas se está dando ahora… Que en este momento usted, de manera por entero natural, se experimenta a usted mismo como no teniendo ninguna característica en absoluto. PROBAR LA INMORTALIDAD 42 Por favor, cierre los ojos ahora y lleve a cabo esta primera parte de la prueba… Ahora lea la segunda parte. (2) Compruebe que, según la evidencia presente, no es lo que usted es sino que usted es lo que es significativo… Y es justo también, pues cada una de esas marcas personales suyas tan adheridas tiene una historia, un comienzo y un final, y juntas amenazaban con su muerte. Pero, ahora que por el momento se han esfumado sin dejar ningún rastro, ¿se siente usted desnaturalizado, despojado, tullido, no usted mismo? ¿O, por el contrario, se siente aliviado, como si se hubiera despojado de un pesado fardo? ¿No es «yo soy esto o eso» mucho menos verdadero para usted que esta aserción, la más tremenda y arrebatadora de todas las aserciones: «YO SOY»? ¿O (más detalladamente) YO SOY esta Consciencia sin tiempo, sin cambio, sin cualidad, de la que la Vida y la Muerte, junto con toda su corte de características limitadoras, brotan siempre…? Ahora, por favor, cierre los ojos y haga esta segunda parte. Muy bien, éste es el final de la prueba –sólo leerlo es inútil, es esencial hacerlo. Al cerrar sus ojos y abandonar la visión exterior, ¿no giró usted facilísimamente su atención 180° y una vez más se desvistió de la mortalidad e invistió la inmortalidad? ¿No es un hecho que esta visión invertida opera perfectamente, de modo que el maestro zen Shen-hui puede afirmar sin reserva: «Ver en Nada –esto es el verdadero ver, el eterno ver»? ¡No hay que sorprenderse de que los Despertados sean llamados Veedores y no oledores o saboreadores u oidores, y con certeza menos aún pensadores o creyentes! Su ver dentro abre siempre vistas de Eternidad maravillosamente transparentes e inacabables –profundidad brillante sobre profundidad brillante–. Como bien puede usted ver dentro por sí mismo, ahora mismo. Incluso si acontece que usted es completamente ciego, y esto le está siendo leído. PROBAR LA INMORTALIDAD: CONCLUSIÓN 43 9 Probar la inmortalidad: conclusión Aunque tierra y hombre hubieran desaparecido, Y soles y universos hubieran cesado de ser, Y Tú te hubieras quedado solo, Toda existencia existiría en Ti. No hay ningún sitio para la Muerte, Ni átomo que su poder pueda tornar vacío: TÚ –Tú eres Ser y Soplo, Y lo que Tú eres jamás puede ser destruido. Emily Bronte Ahora pasemos al recuento, al examen. Los siguientes son mis propios descubrimientos. Le toca a usted ver si corresponden con los suyos. Habiendo llevado a cabo las pruebas con cuidado y sinceridad, soy capaz ahora de responder a mi pregunta inicial: «Poniendo a un lado las preconcepciones y confiando en la evidencia presente, ¿cuáles son mis características esenciales, esas marcas mínimas sin las cuales no soy mí mismo? Es decir: ¿qué queda de esas múltiples características distintivas, de esas propiedades y etiquetas y medios de identificación familiares que estaba tan seguro de que eran míos, y que me distinguían tan tajantemente de todos los demás? Permítaseme recapitular con rapidez. He buscado evidencia aquí de dos ojos (o de cualesquiera ojos), de una cara y una cabeza, de mi incorporación o mi residencia en un cuerpo, del más mínimo rastro de mi movimiento, de mi paso por el tiempo o de existencia en el tiempo. He repasado el catálogo de marcas personales tales como la edad, sexo, nombre, dirección, estatus marital, oficio, raza, nacionalidad, y demás. He buscado todas estas cosas aquí por turno, ¿y qué he encontrado? ¡Nada! Ni rastro de todas esas etiquetas, marcas, y medios de identificación familiares. Estoy acordándome de mis sentimientos cuando me robaron el pasaporte en Los Ángeles y tuve que viajar alrededor de PROBAR LA INMORTALIDAD 44 medio mundo sin él. Aquél fue un anonimato relativo, un ataque suave. Éste es absoluto, una situación terminal. Me quedan por responder –a mí, a esta Primera Persona del Singular, ahora– a seis grandes preguntas sin ninguna ayuda exterior: (I) ¿Proviene mi fracaso de no encontrar aquí nada en absoluto propiamente mío ni de la ignorancia ni de la ceguera, de que estoy «en la cima de mí mismo, demasiado cerca, colocado con poca fortuna para verme a mí mismo como soy»? ¿O, todo lo contrario, de que estoy idealmente colocado en el Centro único donde Yo soy real y no una apariencia periférica, donde el observador y lo observado al fin se encuentran, donde soy mí mismo y estoy despierto a mí mismo por completo? ¿Proviene de la perfección misma de mi ver dentro, de mi autoconocimiento íntimo y mi capacidad especial para ver mi Naturaleza como ella es, como Nada? ¿Proviene, no de mis limitaciones humanas de ahí, sino de su Fuente no-humana aquí, del hecho pavoroso de que mi auto-verme es el Auto-verse a Sí mismo del Único Que Es, el Único Yo Soy? ¿No es éste ver el abismo sin fondo de la Nada «el verdadero ver, el eterno ver» que el maestro zen Shen-hui decía que era, mientras que el ver las cosas es un breve ojeo, hasta cierto punto un mal ver? Y es inevitable que sea así, pues las cosas (como hemos descubierto) no son jamás completas, son en esencia fugitivas e inescrutables, siempre cambiantes de acuerdo a los distintos puntos de vista de los diferentes observadores. (II) ¿Puedo por lo tanto decir con certeza que no soy en verdad esto o eso o lo otro, ni ninguna cosa en absoluto? ¿Que, si tengo alguna característica distintiva y esencial es que soy por completo sin características? ¿Que YO SOY, sin nada que me distinga de otros yo soy? ¿Que yo soy el Tathagata o naturaleza de Buda que, según El Sutra del Diamante, se reconoce porque no tiene ninguna característica en absoluto? (III) ¿Cómo siento yo este drástico cambio de identidad desde una cosa a esta extraordinaria Nada? ¿Siento de hecho alguna diferencia? ¿Me siento robado, insultado, dañado, chocado, abusado, desnaturalizado, miserable? ¿O me siento por completo bien, felizmente normal? ¿O, quizá, más bien, más ligero y libre de lo normal, como si estuviera aliviado de un fardo penoso e incapacitante? ¿Es esto Auto-extrañamiento, o es Auto-realización? ¿Alienación, o Vuelta a Casa? ¿Malestar o Bienestar? (Repito estas preguntas del capítulo anterior debido a que son muy importantes). Y si experimento ahora tal bienestar y alivio, ¿no es esto la evidencia confirmativa en cuanto a mi verdadera Identidad, inescapable y conclusiva? ¿Puedo dudar más que este YO SOY –único e indivisible– es el único yo soy? PROBAR LA INMORTALIDAD: CONCLUSIÓN 45 (IV) ¿Qué es simplemente ser, sin ser nada en particular? ¿Puedo responder con gozo y confianza a este nuevo nombre YO SOY? ¿Hay alguna otra respuesta aparte de ésta –del sentido por completo indescriptible y sin embargo por completo natural de que yo soy nada menos que el Solo, el Uno y Único– por entero satisfactoria, convincente, fáctico, final? (V) ¿Hay alguna otra manera de tener la certeza de derrotar a la Muerte que ser este solitario Uno Sin muerte? ¿Que ser el Único Uno que es sin tiempo, sin comienzo ni fin, y, sin embargo, en quien todos los comienzos y finales y nacimientos y muertes acontecen? ¿Que ser el Único Uno que es sin cambio y que, sin embargo, abraza y es todos los cambios? ¿Que ser el Único Uno que es independiente? (VI) Como este espacio por completo sin tiempo, sin características y neutral – absolutamente inafectado por ninguno de sus contenidos sujetos al tiempo– ¿soy yo sin amor? ¿Experimento yo a estos seres mortales como sin valor y no amados? En la medida en que estoy despierto a Mí mismo, ¿no encuentro que todos y cada uno son indispensables, que cada uno hace su contribución única –positiva o negativa (si estas distinciones significan algo aquí)– a mi Totalidad, que cada uno es valioso y amable debido a que cada uno es siempre Mí mismo? ¿No amable y amado, interesado en algún sentido o exigente o sentimental o parcial, sino con ese único Amor verdadero e incondicional que mira y pertenece al objeto y no al sujeto? ¿Amado con el Amor Sin muerte que no puede permitirse prescindir de ninguna criatura, que no puede consentirse abandonar ninguna al Tiempo –el Matador– sino que las arrebata a todas a lo Sin muerte? ¿Hasta tal punto que la llave maestra del enigma de la Vida y de la Muerte resulta ser el Amor –el Amor imperecedero que no excluye a nadie en su apertura a la eternidad–? ¿Es cierto que, como dice san Francisco de Sales, «debemos elegir el Amor eterno o la Muerte eterna, pues no hay ninguna elección intermedia»? Si es así, ¿cuál es mi elección? Tengo todos los datos. Aquí en mi Centro está toda la evidencia que necesito para responder estas seis preguntas. ¡Sí, incluso la última! En razón de QUIEN YO SOY EN REALIDAD, estoy perfectamente equipado para responderlas por fin, sin obstrucción o demora. ¡Y lo mismo vale para usted, querido lector! ¿No es así? PROBAR LA INMORTALIDAD 46 10 La vía de un metro Ningún hombre se ha perdido nunca excepto por la razón de que, habiendo dejado una vez su Terreno, se ha establecido demasiado tiempo fuera… Muchos han buscado la luz y la verdad, pero solo fuera, donde no están. Finalmente, se alejan tanto que jamás regresan ni encuentran su camino adentro de nuevo. Dios está dentro, nosotros estamos fuera, Dios está en casa, nosotros somos extranjeros. Eckhart
Alrededor de un metro de AQUÍ se extiende una de las fronteras más difíciles de cruzar y mejor oculta de todas las fronteras. Es la frontera que separa el País Sensato del País de la Insensatez, el telón de acero que separa la tierra más distante, en la que las cosas son vistas más o menos como son, de la tierra más próxima en la que son vistas como lo opuesto de lo que son –con el tipo de consecuencias (que van desde lo absurdo a lo impráctico, y desde ambos a lo fatal) que usted podría esperar–. O bien podría llamarla la frontera entre la Tierra de LA VÍA DE UN METRO 47 la Vigilia y la Tierra del Sueño y de la Pesadilla, o entre el País del Que Ve y el País del Ciego. Los nombres de estas regiones en agudo contraste no son importantes, pero su realidad y localización y extensión son una cuestión de vida y muerte. En el País Sensato, a un metro más o menos de donde usted es, para sobrevivir es necesario ser cabalmente realista, de modo que, por ejemplo, en general usted no ve cosas ausentes como presentes, ni cosas transparentes como opacas, ni cosas singulares como pares. Aquí, también, usted sortea un coche que se acerca, evita caminar sobre el borde de un acantilado, y se guarda de manosear carbones al rojo vivo. Todo ello por muy buenas razones: mentirse a usted mismo sobre tales cosas podría resultar desastroso. Sin embargo, en la región más próxima o País de la Insensatez, uno sobrevive de algún modo durante toda una vida casi sin ningún realismo en absoluto, en un régimen de puro autoengaño. Sobrevive, pero eso es casi todo. Alucinar con persistencia no es sano. Lo que salva a este tipo de existencia del desastre total es el hecho de que es una ficción completamente imaginaria; y de todo punto imposible. Los engaños o mentiras que ocupan el lugar del sentido común en el País de la Insensatez son por fortuna impotentes para trastocar la manera en que las cosas son, mucho menos para invertirlas. Los hechos verdaderos de este lugar están tan firmemente cimentados y abiertos a la inspección y son tan tajantes y sensatos como los del País Sensato mismo. De hecho, mucho más si cabe, como sugieren las pruebas que acabamos de hacer. Y como el resto de este capí- tulo se propone demostrar más allá de toda duda. He aquí un ejemplo de las mentiras que, al crecer en el País de la Insensatez, se me exige aprender, creerlas con fe creciente, vivir según ellas sin cuestionarlas, y finalmente morir por ellas: (I) En mi experiencia inmediata de mí mismo yo soy una cosa muy complicada, (II) que está mirando fuera de sí misma a través de dos pequeños agujeros cerca de su remate, (III) y veo a muchos otros iguales a mi alrededor. (IV) Yo soy tan pequeño y tan opaco y tan móvil como lo son ellos. (V) Lejos de ser Espacio para todos ellos, yo soy uno de ellos, (VI) confrontando con cada uno simétricamente, cosa-a-cosa, cara-a-cara, igual-a-igual; (VII) y por consecuencia, sin embargo, al igual que ellos, yo he nacido y moriré. PROBAR LA INMORTALIDAD 48 No es que en esta Tierra de la Insensatez experimente dificultad alguna en ver lo que soy, sino que más bien he sido enseñado a verme a mí mismo como el preciso contrario de lo que soy. Suprimiendo lo que veo que soy aquí a cero metros, lo sustituyo por lo que parezco ahí más o menos a un metro. Cambio esta realidad central mía por esa apariencia regional, y debido a que la diferencia entre estas dos versiones de mí mismo es total, mi autoengaño también es total. Así pues, despido a mis sentidos y devengo en un excéntrico –fuera de centro un metro más o menos–. Es como si (a modo de pago por mi suscripción en el club humano) me cerrara yo mismo la puerta de Casa y arrojara la llave, y viviera ahora en este enorme campo de personas desplazadas en la frontera, sufriendo la añoranza del hogar. Felizmente, sin embargo, hay siempre una vía a Casa, una vuelta a mis sentidos. No, no estoy sólo usando figuras de lenguaje para describir la condición humana de Auto-alienación y su cura. No se ha tratado de una salida metafórica fuera de mí mismo, y el retorno no es metafórico tampoco. El viaje adentro que tengo que hacer es un viaje real a través del espacio, que tiene una dirección real, y que cubre una distancia real por medio de vehículos reales, a la velocidad de mi elección7 . De hecho, nuestras pruebas no eran nada más que una sucesión de tales viajes adentro desde la excentricidad a la concentricidad, usando diferentes medios de transporte. Para ser específico, la dirección de cada viaje estaba con exactitud a 180° de la vía que tenía delante, su distancia era aproximadamente un metro; y los vehículos incluían mis gafas (por medio de las cuales mis dos ojos ahí vinieron a fundirse en mi Único Ojo aquí), mi reloj (que, habiéndome dicho la hora ahí vino a decirme la No-hora aquí), el agujero en la cartulina (el agujero de 20 centímetros ahí vino a expandirse en el infinito Agujero aquí), el espejo en la cartulina (que en su vía hacia aquí abolió la cara que contenía), y el tubo de papel (que, llevando repetidamente mi atención desde esa punta de ahí a esta punta de aquí, me permitió reemplazar el color ahí por el no-color aquí, la complejidad ahí por la simplicidad aquí, la opacidad ahí por la transparencia aquí, el movimiento ahí por la inmovilidad aquí, y la vida y la muerte ahí por Lo que, aquí, está libre de ambas). De hecho, una amplia flota de vehículos están preparados para llevarme a casa, y son muy adecuados para el camino. Yo los encuentro invalorables para compartir este ver dentro con nuevos amigos y presuntos viajeros. Pero para la conducta ordinaria de la vida, en mi lugar de trabajo o juego, necesito un vehículo siempre dispuesto, que sea discreto, al que pueda subir en secreto, sea lo que sea lo que esté haciendo. 7 Quiero decir relativa y no absolutamente real: mi extravío de Casa era por supuesto imaginario. LA VÍA DE UN METRO 49 La Atención –simplemente mirar-para-ver– es el tal vehículo. O llamémosle meditación – meditación para todos los momentos o meditación para la plaza del mercado– que no es tanto un estado como una actividad, un movimiento de referencia siempre renovado que conecta todo lo que acontece que ocupa mi Espacio con el Espacio mismo. He aquí unos pocos ejemplos de cómo opera en mi caso, cuando tengo el buen sentido de confiar en lo que se da: 1. En lugar de ignorar el bocado de alimento en mi tenedor tan pronto como lo he pinchado, lo acompaño en su vía de medio metro (aproximadamente) desde mi plato hasta esta Boca infinitamente vasta aquí. En el curso de una comida tengo la oportunidad de docenas de paseos gratis a Casa, y cada vez que cepillo mis dientes o peino mi cabello tengo otras tantas oportunidades. 2. En lugar de pretender que estas manos y estos brazos ocupados lavando platos están siendo operados por un lavador de platos humano aquí, dejo que mi mirada se deslice por ellos hasta el lugar donde ambos brazos se desvanecen y dan lugar a la ausencia aquí de un lavador de platos, de alguien haciendo algo. Incidentalmente, debido a que se basa en la realidad, encuentro que este procedimiento conduce a muchas menos roturas de platos. 3. De hecho, cualquier cosa que estas manos estén haciendo, conecto la alargadera de doble dirección de sus brazos hasta la inmensidad que está visiblemente extendiéndolos, y cuyo «saber hacer» y destreza superiores están siempre disponibles para la prueba. 4. En mi coche, en lugar de imaginar un conductor humano aquí adentrándose con rapidez en esa escena en verdad de vida-y-muerte –la carretera ahí delante– relajo y amplío mi visión de túnel para acoger en ella esos postes telegráficos y árboles y edificios junto a la carretera, según se acercan a velocidad creciente para perderse en la Eterna Inmovilidad aquí. Así, el movimiento que estoy experimentando gira 180° desde una imaginada velocidad hacia delante a una velocidad real hacia atrás, hacia Mí aquí. 5. En lugar de imaginar un alguien amante aquí abrazando con sus brazos al alguien amado ahí, noto que el que extiende los brazos es el Uno que está construido abierto para amar, que es el Amor mismo. 6. Y si acontece también que salen de aquí palabras de amor, tengo la oportunidad de seguirles el rastro hacia atrás, no a un hablador humano, sino al Silencio que habla. PROBAR LA INMORTALIDAD 50 7. En general, sólo tengo que notar cómo cada cosa mortal se conecta a su Fuente Inmortal sin ninguna interferencia o intención por mi parte. Dejándola venir y bañarse en las aguas claras de su Origen, veo que la última cosa que tengo que hacer es arrastrarla aquí y empujarla dentro. Saborear su brillo y frescura es suficiente. Terminaremos la Segunda Parte de nuestra investigación con un experimento de conclusión. Y por favor, recuerde que usted es el Tribunal de Apelación Supremo en esta causa, esta causa de las causas –la cuestión de lo que usted es para usted mismo, de si encuentra que está hecho de material perecedero o imperecedero, de cuál es su identidad. Sobre esta cuestión esencial ninguna autoridad está por encima de usted. Sostenga un espejo y manténgase mirando directamente a lo que hay en él a todo lo largo de esta prueba. Haga que ese objeto muestre que está vivo alzando sus cejas. Pero note también que los contornos de esa cabeza viva son los de la calavera en que pronto se convertirá. Note cuán distintas y dotadas de color y complejas son sus diferentes características, y cuán claramente definido es su contorno.
Ahora relaje su atención y deje que se amplíe por ambos lados a la vez. Y vea cómo, a medida que su campo de visión se expande, lo que está acogiendo en él pierde poco a poco todas las distinciones, toda forma y color, y después todo rastro de movimiento; todo se difumina por entero dentro de Desde Donde usted está mirando. LA VÍA DE UN METRO 51 Con su mano libre apunte hacia dentro a este «Desde Donde». Y compruebe que no contiene nada que pueda nacer o morir, nada en absoluto suyo propio. Y que una vez más ha recorrido hacia dentro la vía de un metro hasta el centro mismo del País de la Insensatez interior. Y que una vez más ha encontrado que no solo es continuo con el País Sensato exterior sino mucho más sensato, mucho más claro y visible. Y que ha llegado a Casa, desde el torbellino de la vida y la muerte a su Ojo Eterno. Y que ya no es más un excéntrico. 52 3 ACERCARSE A LA MUERTE Jamás hubiera pensado que morir fuera tan dulce. Padre Francisco Suárez en su lecho de muerte Si tenéis un ver genuino, el nacimiento y la muerte no os afectarán, y seréis libres de ir y venir. Rinzai Mientras vivas sé un hombre muerto. Dicho zen Todo excepto Dios, perece. Rumi Debido a la noción yo soy el cuerpo, la muerte es temida como la pérdida de Uno mismo. El nacimiento y la muerte incumben sólo al cuerpo pero ambos están sobreimpuestos sobre el Sí mismo. Ramana Maharshi Pura y limpia es la Naturaleza de todos los seres sencientes. Puesto que jamás fue creada, no puede ser destruida. Gatha atribuida a Kasyapa Buddha Las palabras de san Pablo, «Yo muero cada día», son la visión de la vida más esperanzada, más optimista que se haya promulgado jamás. Dean Inge INTRODUCCIÓN 53 11 Introducción Como médico estoy convencido de que es higiénico… descubrir en la muerte una meta hacia la cual uno puede esforzarse; y que rehuirla es algo insano y anormal que sustrae su sentido a la segunda mitad de la vida. C.G. Jung Una conclusión práctica que resulta de estas investigaciones, hasta aquí, es que la preparación deliberada para mi muerte no es menos crítica para la cualidad de mi vida que para la cualidad de esa misma muerte. Encuentro mucha evidencia en apoyo de la consideración de que mi mediana edad y mi vejez son descargadas del tipo de ansiedad más profundo en el grado en que son vividas a la luz de su final. Ese término es un faro cuyos rayos, brillando a lo lejos dentro en el oscuro océano de la vida, da dirección a mi viaje. Si ignoro ese benévolo final, estoy a la deriva en procelosas aguas. Saber que usted va a ser ahorcado mañana, según el doctor Johnson, es un medio de concentración maravilloso para la mente –¿y acaso no estamos todos en la misma situación, aparte de algunos detalles menores?–. Al menos puede contarse con que este conocimiento pondrá de relieve el sabor de la cena y los colores de la puesta de sol de hoy. Para mí, el pasado año, más o menos, de preocupación con la muerte –la mía y la de los demás– ha sido ciertamente muy vivo. Y durante este período he encontrado un sorprendente número de relatos de gentes que, mientras estaban sanos y saludables, iban a la deriva sin rumbo, pero que, tan pronto como se les diagnosticó enfermedades terminales, hicieron de la tranquilidad su puerto. Estoy pensando especialmente en un caso contado por Stephen Levine: Aaron, un cantante, danzarín y virtuoso guitarrista, se encuentra a los treinta y seis años incapaz de sostener el peso de su propio cuerpo o de mover sus miembros sin ayuda, apenas capaz de respirar y de hablar. Su carne se está pudriendo sobre sus huesos. Y él dice: «Jamás me he sentido tan vivo en toda mi vida… A todo el que entra en este espacio yo lo amo –no ACERCARSE A LA MUERTE 54 ser a ser, no desde la separación»–. Levine comenta que Aaron no es excepcional: muchas gentes moribundas le han contado que al fin se sentían realmente vivos8 . En esta Tercera Parte examinaremos tres maneras de acercarse a la muerte que me espera –la senda cuesta abajo de cada vez menos vida, de vida que se esfuma; la senda cuesta arriba de cada vez más abundante vida, de creciente plenitud; y el ascenso o despegue vertical y llegada instantánea (sin consideración de edad) a la meta, que no es más que la muerte de la Muerte misma. 8 Stephen Levine, Who Dies? Nueva York, Anchor Books, 1982, págs. 57 y sig. EL DESCENSO 55 12 El descenso El anciano, un segundo niño, por naturaleza afligido con más y mayores males que el primero, débil, achacoso, lleno de dolores, en cada aliento; maldiciendo la vida, y sin embargo temeroso de la muerte. Charles Churchill El otro día un amigo mío fue a ver a una interna de una residencia de ancianos. La anciana señora no estaba senil pero había perdido casi toda la vista y el oído. No podía leer ni ver la televisión, y la gente no hablaba mucho con ella: la comunicación era demasiado difícil. Al parecer había llevado una vida activa normal, y desarrollado airosamente las modestas metas del hogar y la familia. En cualquier caso todo ello había terminado ahora. Ninguna acción, ningún reto, ninguna meta, ningún placer, ningún interés. Es dudoso que sus impedimentos físicos explicaran toda esa apatía. ¿Por qué había dejado de vivir? A comienzos de este año estuve pasando una temporada con un alto ejecutivo que trabaja en una empresa americana de fabricación de aviones. Me estuvo diciendo lo que les había ocurrido a sus colegas más viejos –concienzudos y triunfadores como él mismo– cuando se jubilaron. Un sorprendente número de ellos murió a los pocos meses o en uno o dos años. En buena forma física, con economía desahogada, pero psicológicamente acabados. Como la señora en la residencia de ancianos, no tenían ninguna razón para continuar. La vida no tenía significado. En particular en occidente, el terrorífico problema de envejecer comienza a estar presente muy pronto en la vida –mucho antes de la edad del retiro–. «Si no lo has hecho a los 35 nunca lo harás», dicen. Y si usted no lo ha hecho, el resto de su vida, presumiblemente, es algo así como un anticlímax. ¡De una manera u otra, usted pierde! La industria de la publicidad, que siente con precisión y que dirige con habilidad la mente popular, pone todo su énfasis en la juventud, inflándola y haciendo que aparezca llena de encanto hasta el punto de la deificación. Bajo el hechizo de estos rutilantes dioses y diosas de la pantalla y de las vallas publicitarias, ACERCARSE A LA MUERTE 56 las mamás aspiran ser hermanas para sus hijas y los papás a ser hermanos para sus hijos. Los abuelos se visten de pantalón corto y con gorra juvenil y se van de camping, mientras que las abuelas se hacen la cirugía estética. El embalsamador cuida de que ni siquiera los cadáveres muestren su edad. Todo el mundo sabe que la curva de la vida culmina alrededor de los treinta años, y que en adelante uno debe intentar parecer y comportarse y pensar como si uno se hubiera quedado clavado en esa cima y abominara descender hasta el amargo final. Y éste no puede no ser amargo. En el mundo moderno la vejez tiene poca dignidad y ningún valor suyo propio, ninguna virtud brillante que compense sus humillaciones e impedimentos. Cada paso es un descenso. Y aunque no se ve como una enfermedad, uno tiene que admitir que el pronóstico no podría ser peor. Y que, aunque de hecho no es un crimen, el castigo nunca es más leve que la pena capital. ¡Dadas estas actitudes típicamente contemporáneas, no resulta ninguna sorpresa que a las personas viejas se les felicite (si se hace) por no ser personas viejas! Al contrario, se les elogia por caminar o hablar o conducir o jugar a los juegos de pelota como alguien que tiene la mitad de su edad. ¡Es como si se tuviera que alabar a un niño por tener cincuenta años! ¡Cuán triste, por no decir insultante, es la implicación de que la vejez es una aflicción! Es una aflicción cuando, echando una mirada atrás, no tiene ninguna perspectiva ni significado ni obra suya propia. Tampoco la tristeza es en exclusiva moderna y occidental. La convicción del Buda de que la vida es por entero insatisfactoria surgió en parte ante la visión de la vejez. Dice la historia que, cuando era un joven príncipe, le fue ocultado el lado trágico de las cosas. Entonces ocurrió que un día, al salir de su palacio, vio a un hombre viejo, a un hombre enfermo, y a un hombre muerto. Aquello le impresionó tanto que devino un asceta errante, determinado a encontrar la causa y la cura de tales sufrimientos. Mientras nuestra pobre opinión corriente de la etapa terminal de la vida tiene algo en común con la de Gautama el Buda, nuestro método de hacernos cargo de ella no podría ser más diferente. Su vía, ganada duramente, de consciencia y aceptación plenas funcionó; nuestra vía cómoda de evasión y ocultación no funciona en absoluto. Estos patéticos intentos de prolongar la juventud, de suprimir los ineludibles hechos de la vida en su declive, carecen de toda dignidad, factibilidad y buen sentido, y no hacen nada para aliviar el sufrimiento de la ociosidad forzosa. ¿Qué le queda ser al que ya ha sido? Una vez alcanzadas las encantadoras metas perseguidas en la infancia y en la juventud –o bien abandonadas por inalcanzables– y una vez despojadas así inevitablemente de todo el encanto que la distancia les había prestado, ¿qué nuevas metas comparables se presentan a la persona vieja? Bien, él siempre puede intentar EL DESCENSO 57 hacer una colección, de conchas marinas, de sellos de correos, de trofeos de plata, de antigüedades, de valores y acciones, de presidencias de consejo, de noticias de prensa, de grados honoríficos, de discípulos, de buenas obras, todo viene a ser lo mismo al final: más desencanto. Nada le frustra tanto a uno como una colección terminada. Nada amontona capas más espesas de polvo de tiempo. Y si eventualmente uno logra arrastrarse desde debajo de su colección y escapar al Cielo de los Ciudadanos Mayores (con más rudeza, una guardería para niños arrugados), uno está expuesto todavía a encontrarse de nuevo en el asunto de las colecciones – acumulando victorias en ajedrez o números de bingo o apuestas de golf, quizá. Cualquier cosa que llene el tiempo y que ahuyente el acechante espectro de la muerte. «El eterno problema del ser humano es cómo estructurar sus horas de vigilia», dice Eric Berne. Es un problema que empeora a medida que envejece, sin pausa hasta el final. Recientemente estuve viendo un programa de televisión sobre un hospicio cristiano en Londres, para pacientes que sufren de enfermedades terminales –en palabras llanas, un buen sitio para morir–. El tiro de salida lo dio una asistenta social (parecía una joven dedicada y compasiva) persuadiendo a una docena de queridos ancianos a cantar una canción. ¡Y la canción era Bye-bye Blackbird [Adiós Pájaro negro]! ¡No Bye-bye Life [Adiós Vida] (¿quién ha oído nunca una tal canción, o himno?) sino Bye-bye Blackbird! ¡Qué manera de estructurar las últimas horas de esa pasmosa aventura que es la propia existencia de uno! ¡Qué manera de liquidar este «imposible» misterio de que en contra de todas las probabilidades, yo he ocurrido! Al final del programa de televisión un sensible y humilde sacerdote-niñero explicó que no veía ningún propósito en confiar en la religión en el último momento para gentes que habí- an procurado arreglárselas toda su vida sin ella. Por supuesto, tenía razón9 . 9 Tenía razón en el sentido de que las conversiones en el lecho de muerte a una fe particular significan muy poco. Sin embargo, como hemos visto, hay evidencia de que estos ancianos, como todo el resto de nosotros, son aptos en cualquier caso para una maravillosa experiencia cercana a la muerte, siga lo que siga a esa experiencia y sea cual sea su falta de fe o de religión hasta entonces. La Única Luz está a punto de brillar para ellos, sobre ellos, quizá dentro de ellos, a pesar de todas las indicaciones exteriores de lo contrario. Apartados de nosotros, en el umbral del Templo, han devenido sagrados. Merecen reverencia, y toda la ayuda que pueda serles dada en preparación del tremendo paso que van a dar muy pronto. Hay la posibilidad –la tradición tibetana dice la certeza– de que, a menos que ya hayan sido introducidos y hayan recibido una visión previa, preferiblemente muchas visiones previas de la Luz, su apreciación de ella en el punto de la muerte será innecesariamente corta y superficial. Pero solo están cualificados para ayudar aquí aquellos de su entorno que mueren cada día para sí mismos y que ven y se someten a la Luz dentro –están suficientemente desprovistos de ideas como para ser guiados por ella en cuanto a cómo y cuándo y si hay que promover al tema de esa Luz y dar esa ayuda. Leí con gran aprecio que el propósito de la Hanuman Foundation Dying Project de Ram Dass y Stephen Levine «es crear un contexto para el proceso de morir en el que el trabajo sobre uno mismo sería el foco central para todos los que se acercan a la muerte» (Ram Dass. en su Prefacio a Who Dies? de Levine). ACERCARSE A LA MUERTE 58 Una de las grandes ironías y contradicciones del mundo moderno es que, mientras se pone tantísimo esfuerzo en disfrazar y evitar la vejez –y hacia dónde lleva– se pone muchísimo más esfuerzo aún en hacer que sobrevenga antes de tiempo. Cuando una máquina asume el trabajo de un hombre, y el significado y la satisfacción que le acompañan, ¿qué le queda a él por hacer? En las sociedades altamente industrializadas no son solo los viejos en años quienes se encuentran con demasiado ocio entre sus manos; todo el mundo está envejeciendo con rapidez hasta el punto de que la vida está deviniendo vacía y anodina. Es inútil sabotear o poner límites a las máquinas: han venido para quedarse, y junto con ellas los desiertos de tiempo de más que la automatización y la tecnología del chip están comenzando a abrir. ¿Cómo aliviar la carencia de propósito, el aburrimiento que surge de la jornada laboral cada vez más corta, de la semana laboral cada vez más corta y de la vida laboral cada vez más corta, por no decir nada del mismo desempleo en masa? Un hombre sin nada que hacer está acabado. Tal es, para muchos de nosotros, la tragedia de la vida que se acaba, el descenso a la muete
«Aquellos que no buscan el propósito de la vida están simplemente malgastando sus vidas», dice el sabio hindú Ramana Maharshi con contundencia, en una sentencia que diagnostica la enfermedad –y que prescribe el remedio–. Tiene que ser (y, como vamos a verlo, es) una medicina fuerte si ha de curar una enfermedad tan profundamente arraigada. Lo cual me recuerda a un amigo que, habiéndose licenciado excelentemente en Oxbridge, obtuvo un codiciado trabajo universitario. Una espléndida carrera se abría ante él. Pero después de uno o dos años, adoptó el budismo, dimitió de su cargo, cortó con la familia y amigos, y se fue a vivir una vida de ermitaño en una cabaña aislada. Se me ha dicho que allí pasa largas horas cada día sentado en meditación, silente, con los ojos cerrados, inmóvil, solitario. Observe una cosa curiosa: este joven está más o menos en el mismo estado que la anciana señora que he descrito antes –sólo que con la enorme diferencia de que él ha escogido los impedimentos de los cuales ella es víctima–. Él ha tomado deliberadamente sobre sí, mientras todavía está en la primavera de la vida, las restricciones que pertenecen al final de la vida. Ella está medio ciega; él mantiene sus ojos medio cerrados. Ella está sorda; él se retira a un lugar donde hay poco que oír. Ella sufre de soledad; él quiere estar solo. Ella ha perdido su interés en la vida, en sus placeres y metas; él está practicando con fervor tal desapego. La suma es la misma pero el signo es el opuesto: en un caso menos, en el otro más. ¿Por qué está mi amigo comportándose tan «innaturalmente»? Su propósito es encontrar el significado de la vida, y cómo pueden ser trascendidos el nacimiento, el sufrimiento, la vejez, y la muerte misma. Y su método es el de la vacunación y la homeopatía: la cura de lo igual por lo igual. Procúrese usted mismo un ataque benigno de la enfermedad ahora, y produzca ACERCARSE A LA MUERTE 60 con ello anticuerpos que evitaran la enfermedad real cuando se presente. Es, en principio, aunque ciertamente no en detalle (la meditación formal sentado no es para mí), mi propio mé- todo. Me recuerdo a mí mismo que es también el método de Jesús («El que pierde su vida la ganará»); de Pablo («Yo muero cada día»); de Rumi («Si quieres la Realidad sin velo, elige la muerte»); y de Kabir («Es el que está vivo, aunque muerto, el que nunca morirá de nuevo»). ¿Cuándo debería comenzar este drástico tratamiento homeopático? Mi amigo comenzó en sus veinte, Ramana Maharshi adolescente, yo mismo al comienzo de mis treinta. Algunos dirían que cuanto más pronto tanto mejor, pero no hay ninguna regla. Todo depende de las necesidades del individuo. Comúnmente, el problema del significado de la vida se plantea a una edad mediana, después de que se han alcanzado las metas ordinarias establecidas por la sociedad, y ya no se ofrecen otras nuevas. Jung encontró que la mayor parte de sus pacientes de mediana edad no estaban sufriendo de ninguna neurosis clínicamente definible, sino de la carencia de sentido y vacío de sus vidas; se aferraban al engaño de que la segunda mitad de la vida debe estar gobernada por los principios de la primera, y no llegaban a reconocer que para la persona que está envejeciendo es un deber y una necesidad prestarse una seria atención a sí mismo. (II) EL ASCENSO: TRADICIÓN ORIENTAL Oriente ha sabido esto desde tiempos inmemoriales. Tómese por ejemplo el programa de vida o norma de desarrollo ideal establecido por el hinduismo. Los cuatro asramas, o etapas principales de la vida son éstos: primero, brahmacharya, el niño y el joven aprenden las técnicas y el conocimiento y la disciplina propios a la condición humana. Segundo, grahastha, la vida del hogareño y padre que trabaja, contribuyendo al mantenimiento y continuidad de la comunidad. Hasta aquí, muy bien; un bonito comienzo, se podría decir, una útil preparación de los músculos antes de poner manos a la obra. Pues ahora comienza la aventura real, el serio desafío que separa a los hombres de los muchachos, el trabajo para labrar y probar a un hombre. Habiendo cuidado de sus deberes sociales y alcanzado la mediana edad hasta la mediana edad avanzada, entra en la etapa de vanaprastha, un tiempo para soltar los lazos y abrirse a la liberación. Con esto en perspectiva, liquida las obligaciones que le quedan hacia su familia y se marcha a buscar el significado de todo ello, la clave para lo que es su propio significado, su verdadera Identidad. Pero primero tiene que encontrar a su maestro espiritual, y entonces tomar en serio su instrucción y soportar su adiestramiento –una disciplina que muy bien puede EL ASCENSO 61 hacer que los rigores de las dos etapas anteriores parezcan un mero juego de niños–. Con mucha probabilidad la cuestión de Quién es él en realidad ha estado ahí en el fondo de la consciencia todo el tiempo, pero ahora deviene su única pasión, y para la respuesta ningún precio es demasiado alto. Y cuando, más pronto o más tarde, se han pasado las sub-etapas de vanaprastha y se ha pagado ese precio, y él ve lo que de hecho ha sido siempre evidente y libre de gastos (a saber, su verdadera Naturaleza como el Uno y Único, el Solo, lo Real, lo Atemporal), entra en la etapa cuarta y final: sannyasa. Esta última etapa, según la antigua tradición india, es la corona de la vida. Sólo con miras a esta etapa tenían sentido las otras; sin ella carecen de propósito. No llegar aquí es permanecer inmaduro, un caso de desarrollo detenido. El jñani o verdadero Sannyasi (para quien otras tradiciones tienen otros nombres) es el único adulto real –lo cual significa adulto hasta dimensiones más que cósmicas–. Por fuera un mendigo medio desnudo y miserable, un humano insignificante, achacoso y moribundo, él es por dentro sin edad y sin límites como el espacio, libre como el viento, el Rey del Mundo, el Esplendor sin muerte, el Todo. Por fuera inútil y desempleado (y de hecho por dentro no tiene nada que hacer en absoluto), su trabajo secreto por el mundo es ininterrumpido, exacto y efectivo como ningún mero trabajo humano podría ser jamás. La paradoja es que no tiene ninguna tarea, y jamás se toma un momento libre. No tiene ningún problema de cómo pasar el tiempo. Yo comparo este paradigma de la vida humana como un constante ascenso de cuatro etapas, una empresa que deviene tanto más desafiante y atrozmente ambiciosa cuanto más avanza, un juego de apuestas que crecen sin cesar y con la certeza de quebrar la banca al final, comparo esto con el triste y anodino cuadro de la vida humana que vacila y flaquea apenas recorrido medio camino (al no estar contrapesado su descenso natural por ningún ascenso sobrenatural) y hago mi elección. Una vez que se perciben claramente las alternativas, ¿qué elección hay? ¿No está claro cuál es la media vida y cuál es la vida entera? ¿Cuál es la enfermedad y cuál es la cura? La enfermedad es la vida detenida a medio camino. La cura es la vida completada. ¿Cura para cuántos?, me pregunto. Mi impresión, recogida durante mi estancia de ocho años en la India, es que, aunque bien conocido y ampliamente respetado allí, el ideal de sabiduría como meta de la vida se intenta tan raramente como pueda intentarse el ideal de santidad en el cristianismo. Si son tan pocos los hindúes que a través de los siglos han recorrido toda la vía hasta la cuarta etapa de la vida, que se han propuesto o atrevido a tomar la medicina radical para la angustia de la vida (a pesar de todo este aliento tradicional), ¿cuántos no hindúes es probable que la tomen? ¿Es probable que el occidental promedio cada vez con más ACERCARSE A LA MUERTE 62 tiempo en sus manos aproveche la oportunidad enviada por Dios para dedicarlo a la búsqueda del Uno que tiene todo el tiempo del mundo, a encontrar y a ser el Uno Sin tiempo que es todo el tiempo y Sin muerte? En cuanto a mí, sí, la prescripción básica es absolutamente válida. Pero yo no puedo tomarla según esta formulación oriental. Ni, probablemente, tampoco pueda mi lector. (III) EL ASCENSO: TRADICIÓN OCCIDENTAL Aunque todos los aspirantes espirituales serios comparten una única vía amplia, tienen una ilimitada gama de carriles y estaciones de paso. En consecuencia, lo que equivale al mismo viaje puede hacerse de innumerables maneras. Dentro del budismo, por ejemplo, hay muchos itinerarios en contraste. El taoísmo y el sufismo no son tampoco nada semejante a disciplinas de carril único. En cuanto al viajero individual, cada uno sigue una ruta que, al menos en algunas etapas, es única. No hay ninguna vía arriba mala. La espiritualidad cristiana también es mucho más semejante a un camino sin dirección fija que a una marcha con itinerario. No obstante, las siguientes seis etapas pueden ser tomadas como claramente representativas: (a) Despertar o conversión: un atisbo, con frecuencia abrupto e intensamente gozoso de la Luz, del Uno, lo Real, lo Absolutamente Otro y su presencia salvadora. (b) Purificación o purgación: un largo y penoso esfuerzo para vencer las muchas imperfecciones que manifiestamente le retienen a uno muy lejos de la meta. (c) Iluminación: un retorno, en una forma menos excitada y más sostenida, de la felicidad y claridad de la primera etapa; gozo del mundo como muy bello; un sentido de estar cerca o incluso en la meta y de fundirse con el Ser Sin-muerte. (d) Introversión o recogimiento: un reconocimiento de que el progreso real en este ascenso es el resultado de girar la propia atención de uno y de concentrarla en la vida interior. Los pensamientos díscolos son suprimidos y se cultiva la quietud. Se practican asiduamente diferentes formas de contemplación y de meditación. (e) Muerte mística o la Noche Oscura del Alma: una devastadora vuelta forzosa al comienzo; una pérdida total de todas las ganancias habidas hasta aquí; peor, un grado de auto-aborrecimiento tal como uno jamás ha conocido antes, y una máxima desesperan- EL ASCENSO 63 za de alcanzar alguna vez la meta. Es trascendida solo por el abandono incondicional, por la muerte siempre renovada a la voluntad personal, lo cual lleva a la: (f) Unión: el estado en el que el dicho de Dante: «Su voluntad es nuestra paz» es sincero y sostenido y no sólo creído fervorosamente. Un estado en el que, por lo tanto, uno puede declarar sin ego alguno con Santa Catalina de Génova, «Mi Yo es Dios, y no reconozco ningún otro». Aunque hay incontables variaciones sobre este plan modélico –incluyendo la omisión de algunas etapas y la inserción de otras diferentes– lo que es indispensable y por lo tanto común a todas ellas es el descubrimiento, más pronto o más tarde, de que la vida mística lleva a la muerte mística. No un morir simbólico o una muerte fácil, sino una muerte que es enteramente real y terrible. Tal es la sima que se abre entre nuestra vida y su cumplimiento, y no hay ninguna senda que la rodee. Sumergiéndonos y atravesando esa muerte mística, en las palabras de John Nicholas Grou (que sabía y vivía sobre lo que estaba hablando) «encontraremos paz, y una paz suprema, exquisita y perfecta, en el total olvido de nosotros mismos. No hay nada en el cielo, o en la tierra, o en el infierno, que pueda turbar la paz de un alma que está realmente aniquilada». Grou agrega que, entre los muchos frutos del espíritu gozado por estas «almas interiores» vivas y sin embargo muertas, está el hecho de que «Dios no les dejará estar ociosos ni un momento; Él dispondrá todo; Él dirigirá todo; e incluso si Él no les da ninguna ocupación exterior, los mantendrá interiormente ocupados con Él mismo. Incluso si una vida espiritual no tuviera ninguna otra ventaja que ésta, la de mantenernos en perfecto reposo en lo que concierne al empleo de nuestro tiempo, y darnos una seguridad calma de que todos nuestros momentos se emplean de acuerdo con la voluntad de Dios, eso sólo es una inestimable ventaja que nosotros nunca podremos pagar demasiado cara»10. (IV) EL ASCENSO: EN EL MUNDO MODERNO Vamos a continuar considerando lo que este Ascenso –esta conquista de la muerte más bien que la pérdida de la vida– puede significar para nosotros hoy día en el detalle práctico, 10 John Nicholas Grou, Manual for Interior Souls, London, Burns & Oates, 1955. ACERCARSE A LA MUERTE 64 bien acontezca que seamos religiosos o no. Y comenzaremos preguntándonos lo que la mayoría de nosotros hace bien más tiempo, o incluso tanto mejor a medida en que más envejecemos, en que más nos acercamos a la muerte. Mucho antes de alcanzar la adolescencia, la capacidad para aprender una lengua se ha deteriorado ya enormemente. A los veinte años más o menos nuestro tenis de mesa comienza a fallar, a los veinticinco lo hace el patinaje sobre hielo y la gimnasia, a los treinta el fútbol o tenis. Sin embargo, la capacidad para jugar al ajedrez o llevar un negocio o hacer un discurso o escribir o pintar o componer puede muy bien haber estado creciendo todo el tiempo, y quizá solo acabamos de empezar a hacer filosofía de alguna manera disciplinada o creativa. Y así sucesivamente, ganando y perdiendo capacidades continuamente hasta, bien, ¿hasta qué edad? Mientras hay vida hay la pregunta: «¿Qué hacer ahora, cuál es la tarea adecuada para mí, qué hacer que me regocije más, en este momento de mi vida?» Lo cual lleva a: «¿Qué –si hay alguna cosa– puedo hacer tan bien ahora como en mis cincuenta y sesenta años? O incluso –si es posible– mejor que entonces, siempre que mantenga la práctica necesaria. Brevemente, ¿qué es lo apropiado ahora?» No es por nada que, tradicionalmente, la sabiduría se espera que venga con la edad, que el Sabio se describe en general como un Sabio Anciano, por lo que el Viejo Sabio está entre los más convincentes de los arquetipos de Jung. Ciertamente, no estoy sugiriendo que la investigación en su Naturaleza y destino esenciales –en las grandes cuestiones de la vida y de la muerte– sea mejor posponerla hasta la canosa vejez, que tiene todas las razones evidentemente obvias para especializarse en tales materias de peso (por no decir pesadas). Por el contrario, la investigación nunca puede comenzar demasiado pronto en la vida. Lo que estoy diciendo es que –incluso si la ha dejado para más tarde– ésta es la tarea para usted ahora, para la vejez hasta la mismísima vejez. Es exactamente en lo que tiene una excelente posibilidad de un devenir muy bueno en verdad. Y esto por una variedad de razones: (a) Es probable que ahora haya realizado sus ambiciones y se encuentre tan insatisfecho como siempre, o que haya renunciado a ellas como irrealistas o inalcanzables. En ambos casos ha adquirido así esa medida de desapego que es justamente lo que se necesita ahora. (b) Usted tiene todo el ocio, libre de deberes y de responsabilidades apremiantes, que podría querer para esta empresa, la más absorbente de todas las empresas de su vida. (c) De acuerdo con Carl Jung (y toda la evidencia que tengo sugiere que tiene razón) usted está ahora psicológicamente maduro para este gran esfuerzo –que es hacer las paces EL ASCENSO 65 con su propia muerte, y (mucho más que eso) tener la muerte misma como su meta. Por otra parte, si se niega o resiste con decisión a su necesidad innata de dedicar muchas de las energías de las décadas de clausura de su vida a esa meta, con toda probabilidad va a ser infeliz sin ninguna razón exteriormente discernible, va a estar profundamente empavorecido por lo que va a venir, y quizá clínicamente enfermo. (d) Usted tiene ahora en el bolsillo todo el material crudo, todos los fragmentos de información perdidos, toda la experiencia de vida que necesita a fin de hacer que ésta tenga sentido. ¿Qué tarea más conveniente por lo tanto –qué deber más urgente– le espera ahora que éste: ordenar este rompecabezas de su vida hasta que el diseño-patrón cobre forma repentinamente: permitiéndole mirar atrás sobre aquellos intereses una vez tan punzantes y absorbentes como triviales en sí mismos, pero que se revelan como indispensables ahora que se subordinan al gran interés: ¿Para qué ha servido todo eso? ¿Cuál es, sobre todo, mi verdadera identidad, y por lo tanto mi verdadero papel y mi destino? ¿Estoy hecho de Dios y por lo tanto (soy) indestructible; o estoy hecho de material menos resistente y por lo tanto pronto listo para el vertedero cósmico donde acaba todo lo que no es Dios? Ésta no es tampoco una tarea egoísta. Yo tengo una obligación hacia mi mundo de ayudarle a despertar de las mentiras sobre las que reposa –comenzando en casa y trabajando sobre mí mismo–. Comenzar con el mundo quizás pueda hacer más daño que bien, mientras que ninguna genuina realización espiritual mía puede dejar de desbordar, y de continuar desbordando en todas direcciones e indefinidamente. En lugar de dorados adioses y de un retiro de la vida a esa cabaña idílica en oriente (aunque pueda parecer justamente eso), esto es sumergirse de cabeza en la espesura de la vida. Qué belleza, qué ocasión para la alegría, encontrar que la propia tarea y capacidad especiales de uno en la vejez no son ninguna evasión o pasatiempo inocuo, ningún interés de aficionado y parcial y casual por algo para pasar el tiempo, ninguna decadencia, sino la ocupación más elevada y mejor, inconmensurablemente más allá de la más exaltada y responsable de todas las ocupaciones disponibles. Sí: pero yo haría mejor afrontando este hecho también, que por cada vela nueva que se enciende en mi tarta de cumpleaños, una luz vieja se apaga en mi vida. Yo soy menos vivaz que la norma, menos bueno recordando nombres y caras y fechas y acontecimientos recientes, mucho menos alerta (¿menos capaz?) para mantenerme al corriente de los asuntos de actualidad y de lo último en las artes y las ciencias y el entretenimiento, mucho menos ansioso de ACERCARSE A LA MUERTE 66 intentar nuevas maneras de vivir y de ver la vida, y en general muy feliz de quedarme cada vez más rezagado. Todo esto, y más, es cierto. ¿Pero es esto tan malo para mi tarea propia en esta época de mi vida? ¿Me despido de estas facultades que menguan cada vez más a medida que mi edad avanza, diciendo que están como «uvas verdes» porque no puedo tenerlas, o son en realidad uvas verdes y no son buenas para mí, ahora? ¿Estoy sólo balbuceando en la oscuridad para calmar mi miedo de la muerte y mantener el ánimo? ¡NO! Esta aparente pérdida tras pérdida es justamente lo que se necesita. Dado este propósito de conclusión de mi vida – que es descubrir y gozar y ser el Uno cuya vida es en realidad sin muerte– cada incapacidad aparente resulta ser una bendición de Dios, un presente de Mí mismo a mí mismo. Eso resume mi experiencia hasta la fecha. En lo que concierne al resto de mi vida no estoy en situación de decir nada, por supuesto. Nadie puede estar seguro de evitar la senilidad. Pero tengo la certeza de que permanece inviolada la única cosa esencial que la enfermedad creciente del cuerpo y de la mente son impotentes para arrebatarme, y eso es la nada, el no cuerpo y la no mente, la vacuidad consciente que es mía ahora mismo y que ha estado en el núcleo central de mí mismo todo el tiempo11. Incluso si en el programa no detenido que se muestra sobre esta Pantalla vacía continúa todo desorganizado (no más desorganizado que en los propios sueños nocturnos de uno, después de todo), no obstante, la Pantalla permanece exactamente la misma, inmaculada, perfecta. El mundo que comenzó la historia llamada D. E. Harding hace alrededor de ocho décadas como un ilimitado caos, y que poco a poco se organizó a sí mismo tan elaborada, tan poco a poco (o no tan poco a poco), se desorganiza de nuevo y deviene un caos otra vez. Es a él al que hay que llamar demente o senil si usted quiere, no a mí. Los mundos tienen el hábito de comportarse así y deben ser excusados. Este tipo de simetría temporal pertenece a su historia natural. Ellos se acaban con un caos. No así Mí mismo. El verdadero Mí mismo no está ni organizado ni desorganizado, no viene ni va, no tiene ninguna historia –ni natural ni sobrenatural. Yo soy sin tiempo. (V) EL ASCENSO: CONCLUSIÓN En este capítulo hemos estado considerando algunas de las rutas que llevan a la Muerte que desemboca en la Vida Sempiterna. Comienzan como un número de rutas (en apariencia) más o menos incompatibles, pero van convergiendo a medida que se acercan a la cima que es su meta común. Pero, ¡ay!, tam- 11 Ver Prueba (IX), pág. 41. EL ASCENSO 67 bién se van haciendo cada vez más empinadas. La consecuencia de ello es que los aspirantes se encuentran a sí mismos ralentizados o detenidos en diferentes etapas a lo largo de la vía; y muy, muy pocos (parece) se las arreglan para trepar o escalar su vía directamente hasta la cima. Sea cual sea el nombre tradicional que estos aspirantes den al Fin al que aspiran, a esta Cumbre de todas las experiencias cumbre –bien sea Unión con el Uno, plena realización de Dios, Iluminación perfecta, Nirvana, la Liberación final y el Despertar del tiempo y de la muerte en lo Sin tiempo y Sin muerte– permanece inimaginable, imposible de columbrar siquiera. En estos elevados niveles, aunque todavía no lo suficientemente elevados, esa atrayente Cumbre está tan fuera de visión como fuera de alcance. Solo puede confiarse en Ella. La ansiosa pregunta permanece sin respuesta: ¿cuánto va a durar este esfuerzo cuesta arriba? ¿Cuáles son las posibilidades de que uno lo lleve a término completamente en esta vida? ¿O en las siguientes vidas, si hay alguna? ¿O de que lo lleve a término siquiera alguna vez? Yo no estoy en situación, por supuesto, de hablar por usted ni por ningún otro, pero en lo que a mí concierne tengo que admitir que al menos las últimas etapas de esta escalada son demasiado empinadas. No tengo capacidad para tales alturas; y encuentro que la pendiente, tan fácil y agradable al comienzo, deviene al final imposible. ¿Y qué hay sobre todos los demás, la gran masa de las gentes? De nuevo tenemos que preguntar: ¿cuántos –tanto en occidente como en oriente, viejos o jóvenes, materialistas o idealistas, religiosamente inclinados o no– cuántos saben o quieren saber sobre la existencia de una tal vía, y están dispuestos a emprender un comienzo real en ella, por no decir nada de entregarse a intentar las pendientes superiores de esa escalada crecientemente esforzada con todos sus angustiosos retrasos y reveses? No una escalada –recuerde– que lleva directa y triunfalmente a la puerta del Cielo, sino (¡Dios nos salve!) a las profundas y oscuras aguas del Foso llamado «Muerte» que se encuentra a este lado de ella. ¿Hay la más mínima posibilidad de que una vía como ésta, no importa cuán bien pavimentada y señalizada esté en ciertos lugares, sea recorrida por los desempleados –desempleados por razones de edad o económicas o de impedimentos– en amplios números? ¿O que devenga popular en cualquier grupo influyente? ¿O que sea adoptada por bastantes de nosotros como para constituir una diferencia apreciable para nuestro mundo, y todavía menos para curar su crítica enfermedad actual? ¡No soñemos! ¿Estoy yo, está usted –para no mentar siquiera el resto del mundo– preparado para seguir ese formidable ascenso hasta su fin? ¡Pero no hay que desesperar! Este temible número de obstáculos no es necesariamente insuperable. ACERCARSE A LA MUERTE 68 Acontece que hay una vía «secreta», una vía arriba verdaderamente mágica. ¡Sí, directa a la cima misma! ¡Y sí, una vía para usted y para mí –y para todo aquel que quiera tomarla!
continua..........................
a la cosa dedo ahí y a la Nada aquí, comience a rotar sobre el sitio. Y note cómo de hecho no es usted sino la habitación la que está rotando. Quince segundos serán suficientes, entonces haga que la habitación rote más despacio, detenga su giro, y siéntese de nuevo. Es una tarea fácil, lleva poco tiempo, que debo insistir con respeto en que usted no lo lea solo, sino que haga lo que le pido, ahora… ¿No era en verdad la habitación –el techo, las paredes, las ventanas, los cuadros– los que giraban y giraban, y no era usted el Espacio inmóvil donde giraban? A continuación pruebe a moverse a lo largo de un pasillo, compruebe cómo es imposible para usted –el usted real, la Primera Persona– hacerlo, y cómo en lugar de ello el pasillo se mueve hacia usted, y es tragado en su inmensidad-inmovilidad. Cuando después conduzca su coche, compruebe que es la totalidad de la escena la que está en movimiento –las cosas a una distancia remota, tal como las colinas, muy lenta; las cosas a una distancia media, tal como las casas, más rápido; las cosas cercanas, tales como los postes telegráficos y los postes de las farolas, vertiginosamente en verdad –en una gran procesión a través de su quietud (la suya)–. Puede notar que no tiene ninguna manera y ninguna necesidad de ir a ninguna parte, viendo que todas las cosas y lugares de ahí fuera –edificios junto a la carretera, villorrios, pueblos, países– están viniendo con cortesía hacia usted y derramándose dentro de usted; y no hay ninguna manera y ninguna necesidad de dejar alguna parte, viendo que esas mismas cosas y lugares (como puede ver en su espejo retrovisor) se derraman fuera de usted y gentilmente se alejan en la distancia. ¡Y todo el rato usted no se mueve ni un centímetro! ¡Cuán que magnificencia es usted servido! Clínicamente, dejar de moverse por completo, es morir. En el caso de los mortales, la inmovilidad sostenida es un signo de muerte. Pero en su caso, en efecto (ahora que usted ha llevado a cabo ese pequeño experimento), puede ver que no es nada de eso. Póngalo de esta manera: si usted está vivo ahora es con una vida que no podría ser más diferente de la vida siempre cambiante de las criaturas. Sugiero que, como la Quietud absoluta e imperecedera, aunque bullendo siempre con los nacimientos y muertes y todo tipo de aconteceres de los otros, usted mismo está limpio de todo eso. Que usted es más allá de la corriente de la vida y el movimiento y de todo cambio. Nuestra siguiente prueba puede muy bien reforzar esta conclusión.
PROBAR LA INMORTALIDAD
DESCUBRIR QUE USTED ES SIN TIEMPO, PARTE 1
Ya sean vivas o no, a las cosas invariablemente les lleva tiempo ser lo que son. Así, un átomo no lo es hasta que a sus electrones se les da tiempo suficiente para recorrer sus órbitas. Del mismo modo, un ser humano no lo es hasta que ha tenido tiempo de sufrir e incorporar muchas transformaciones drásticas en el curso de su historia como un embrión y un feto, y después como un bebé y como un niño. Nada de este sorprendente pasado es borrado por el presente. Como un notable juntador de tiempo, un humano incluye su historia entera, y actúa ahora con toda esa historia a su espalda. Ahora si, en total contraste con su naturaleza humana periférica, su propia Naturaleza verdadera y fundamental –lo que usted es en el centro, en y para usted mismo– es sólo Espacio Vacío o Capacidad Desnuda o Quietud Absoluta, entonces no necesita ningún tiempo en absoluto para ser usted mismo, usted no junta ni incorpora ningún tiempo. No teniendo aquí nada que incorporar o construir o mantener, presumiblemente no tiene aquí ninguna utilidad para el tiempo, y, por consiguiente, usted es sin tiempo. Como siempre, veamos. Las cosas de ahí fuera –a diferencia de usted– no solo se componen de tiempo, sino que se distribuyen en zonas horarias acordes a sus distancias de usted. Su reloj de pulsera indica que, a treinta centímetros más o menos, es tal o cual hora ahí. Y usted tiene buenas razones para suponer que en Nueva York y en Tokio y en otros lugares los relojes locales están registrando otras horas. Ahora la pregunta es: ¿qué hora es exactamente donde usted es, en el centro de todas estas zonas horarias? Usted lo averigua de la manera normal, consultando los relojes locales: en ausencia de los cuales su propio reloj de pulsera servirá perfectamente. Habiendo leído la hora que muestra el reloj a treinta centímetros ahí, muy lentamente y con mucha atención llévelo hacia usted mientras continúa leyendo la hora, hasta que ya no pueda acercarlo más. ¿No es verdadero que esos números impresos pronto devienen borrosos, después ilegibles y, por último, desaparecen por completo? ¿Que, de hecho, su zona temporal central resulta ser sin tiempo? ¿Que el tiempo, que es siempre excéntrico, jamás puede entrar en el Centro que es usted? ¿Que mientras usted contiene el tiempo junto con el mundo que él construye, él jamás puede contenerle a usted? ¿Que la Ley de la Asimetría se aplica aquí como siempre, y que (lo mismo que es cara ahí y no-cara aquí, color ahí y no-color aquí, y así
PROBAR LA INMORTALIDAD 37
sucesivamente) es tiempo ahí y no-tiempo aquí? Naturalmente es así, viendo que como Primera Persona usted es nada, y que donde no hay nada no hay ningún cambio, y que donde no hay ningún cambio no hay ningún modo de registrar el tiempo, y que donde no hay ninguna manera de registrar el tiempo no hay ningún tiempo. De nuevo, puesto que se trata precisamente de una cuestión de vida-o-muerte, debo pedirle que venza su reluctancia a llevar a cabo un experimento tan «innecesario», tan «bobo» y tan «pueril». ¿No sería posible –e incluso probable– que hasta que usted no devenga como un niño pequeño (tan desembarazado e inocente y limpio de opinión como un niño, tan seriamente juguetón como un niño) no entre nunca en el Reino, no deje nunca el reino de la muerte gobernado por el tiempo por el reino de la inmortalidad?
(VI) DESCUBRIR QUE USTED ES SIN TIEMPO, PARTE 2
La prueba siguiente se aplica más particularmente a aquellos de nosotros que hemos estado viendo en nuestra Nada durante algún tiempo. No obstante, a los veedores nuevos se les anima a hacer un intento. De hecho, esta distinción entre nosotros, los «antiguos» en la tarea, y ustedes, los «nuevos», es provisional; tenemos que descubrir si hay algo en ella. Mientras apunta adentro una vez más, examine con cuidado este singularísimo lugar al que está apuntando… ¿No está mirando ahora atemporalmente en las infinitas profundidades de su Origen y Destino sin tiempo, en el abismo de su Naturaleza sin cambio y sin muerte…? ¿No podría ser esto nada menos que la Eterna contemplación de la Eternidad…? Para comprobar si, simplemente girando su atención 180°, entra al instante en un mundo donde las distinciones temporales ya no se aplican, responda por favor a tantas de las siguientes preguntas como pueda: ¿Es usted capaz de poner una fecha y una hora según el reloj a su primer ver en Nada? ¿Está usted seguro de que hubo una primera vez? Quizá pueda usted recordar las circunstancias de más de una ocasión de ver dentro –los encuentros e ideas que llevaron a ello, el ambiente entorno, los sentimientos y el comportamiento que suscitó– ¿pero puede recordar el ver mismo, y qué fue lo que vio? ¿Tiene la memoria algún acceso aquí?
PROBAR LA INMORTALIDAD 38
¿Significa algo hablar sobre intervalos largos o cortos, o sobre lagunas, cualesquiera que sean, entre un ver dentro y el siguiente? ¿Tiene sentido hablar de un largo y sostenido ver dentro (que dure, digamos, tres días, o una hora y cuarto, o seis minutos) en contraste con uno breve (que dure, digamos, 3,85 segundos? ¿O referirse a muchos ver dentro en plural? ¿Le ocurre hacer la distinción entre un día bueno en que su ver dentro se mantiene bien, un día normalito en que se interrumpe a menudo, y un día malo en que es solo ocasional? ¿Puede el ver dentro ser medido en estos términos –en algún término? ¿Se siente usted alguna vez –usted «veedor dentro antiguo y con mucha práctica»– con alguna ventaja, o superior a los «veedores novicios»? En la medida en que su respuesta a estas preguntas es ¡NO!, he aquí más evidencia de que su ver dentro es nada menos que el Eterno ver en la Eternidad. ¡Pero, por supuesto, en ese caso este Eterno ver en la Eternidad no tiene ningún tiempo para relojes y calendarios y diarios; pero, por supuesto, es sin remedio vago sobre lo que aconteció y cuándo; pero, por supuesto, encoge el tiempo; pero, por supuesto deja de distinguir entre principiantes y maestros consumados en la tarea! Uno de esos maestros es John Tauler, que escribió: «Un hombre que entra real y verdaderamente en su Terreno siente como si hubiera estado ahí toda la eternidad». ¿No es esto todo lo que usted esperaba de un giro de 180° desde el tiempo a lo Sin tiempo? ¿Y el resultado práctico de esta prueba? ¡Qué recurso instantáneo, tan pavoroso como íntimo y tan misterioso como disponible, tenemos aquí! ¡Qué medicina contra la muerte, qué sempiterno refugio hay en nuestro corazón mismo, expandiéndose visiblemente para acoger y cuidar de todo! ¡Y dado AHORA en su plenitud y profundidad –por muy incompetentes o indignos que podamos ser, sea cual sea nuestro estado de ánimo y justamente cuando más lo necesitamos–!
(VII) DESPEDIR LA MORTALIDAD
Construya un tubo, aproximadamente de 20 x 30 cm, de papel lo suficiente fuerte y translúcido.
PROBAR LA INMORTALIDAD 39 Ponga una punta en un espejo, y adapte su cara a la otra. Haga que alguien le lea –despacio, con pausas para darle tiempo a profundizar cada punto– lo siguiente: Vea cuán complicado es lo que hay ahí en esa punta del tubo… y cuán simple es lo que hay aquí en esta punta… Vea cuán pequeña y limitada es esa cosa… y cuán ilimitada es esta nada, infinita en altura… anchura… profundidad… Compruebe que lo que hay ahí se mueve.., mientras que lo que hay aquí está absolutamente inmóvil… Observe cuán opaco y cuán variadamente coloreado es eso… en contraste con la carencia absoluta de color y la transparencia de esto… Observe la disposición característica de los ojos, nariz, labios, dientes, ahí… y la total ausencia de características aquí… Dicho todo esto, ¿no es eso justamente el tipo de cosa que nace y envejece y muere… mientras que esto no es nada de ese tipo, ni de ningún tipo…? Salga para tomar un respiro. Vuelva de nuevo. Observe cómo lleva tiempo repasar todos esos detalles, desde el peinado hasta la barbilla… Y cómo, cuando al fin usted llega a la barbilla, el pelo se ha tornado por completo borroso y vago… Mientras que no lleva ningún tiempo en absoluto ver todo lo que hay justamente aquí, en esta punta del tubo… ¿No es este ver claro, instantáneo –en su Realidad central– un ver perfecto…? ¿Y no es ese ver difuso, fragmentado en el tiempo –en su apariencia periférica– un mero atisbar? Trate de considerar este tubo como una batidora o una centrifugadora para enviar toda la materia a esa punta de ahí… y toda la consciencia a esta punta de aquí… Para desespiritualizar esa cosa y des-cosificar este espíritu, un doble exorcismo… O trate de verse PROBAR LA INMORTALIDAD 40 a usted mismo aquí como esta rampa inmortal de lanzamiento para toda cosa mortal, en particular para el de ahí en el espejo… Muy bien. Salga del tubo. ¿Por qué no adquirir el hábito de despedir su mortalidad –con y sin la ayuda de su espejo…–? (VIII) INVESTIR LA INMORTALIDAD «Cuando este perecedero inviste la imperecibilidad, y este mortal inviste la inmortalidad, entonces la muerte es tragada en la victoria». San Pablo. Haga dos agujeros desiguales en una cartulina y monte un espejo detrás del más pequeño. (Un espejo de bolsillo es ideal. También servirá un dibujo del espejo con una cara reflejada) Sostenga la cartulina con los brazos extendidos y compare estos retratos alternativos suyos –cara y no-cara–. Vea cuán lleno de sí mismo y de su vida propia está el pequeño –y por lo tanto envejeciendo y muriendo–. Vea cuán vacío de sí mismo y de su vida propia está el Grande y cuán lleno de los otros –y por lo tanto sin edad y sin muerte. ¿Cuál es el verdadero retrato de usted como usted es, donde usted es? Atráigalos hacia usted y vea. Póngase ese agujero en la cartulina muy, muy lentamente, como una máscara, observando lo que les acontece a sus contenidos y a sus bordes…
Vea cómo el Grande deviene cada vez más grande hasta que es sin bordes, sin límites y tan vasto como el mundo, mientras que el pequeño se torna cada vez más borroso hasta que se desvanece en el punto de contacto. Sujete la cartulina en esa posición mientras goza de haber despedido la mortalidad e investido la inmortalidad que ha sido siempre suya. Siga manteniendo la cartulina en esa posición… Ese pequeño ahí en el espejo (o el dibujo) tenía un nombre, una dirección y un número de teléfono, un oficio, un sexo y un estatus marital, una edad, una nacionalidad… Tenía todo tipo de funciones corporales y mentales generales que establecían cuáles eran su género, su especie y su grupo étnico, y todo tipo de funciones particulares que establecían su identidad única dentro del grupo. Y, junto con todo esto, tenía un comienzo y un final, un día de nacimiento y –en un futuro– un día de muerte. Y ninguna, de ese inmenso aparato de características y funciones, ha resistido la inspección de cerca. Todas ellas han desaparecido en la vía adentro, dejándole a usted por completo libre de toda característica suya propia, y de toda característica suya que sea perecedera. Usted ha investido ciertamente la inmortalidad. (IX) PROBAR CON LOS OJOS CERRADOS Usted puede objetar con razón que las pruebas precedentes dependen indebidamente de un único sentido –la visión– y que «una experiencia de la Naturaleza Inmortal de uno» que no es accesible al ciego, con probabilidad no será válida. De hecho, sin embargo, he encontrado que esa experiencia es tan compatible con amigos ciegos como con los dotados de vista. La siguiente prueba en dos partes muestra por qué: (1) Tome cualquier selección que usted quiera de sus características humanas y personales – de esas marcas familiares que le identifican como usted mismo y distinto de los otros– tales como su coloración particular, su figura, edad, sexo, raza y especie; su nombre, oficio, estatus marital, dirección, nacionalidad, y demás. Cierre los ojos durante medio minuto al menos y, repasando minuciosamente su lista, compruebe que ninguna de estas marcas distintivas se está dando ahora… Que en este momento usted, de manera por entero natural, se experimenta a usted mismo como no teniendo ninguna característica en absoluto. PROBAR LA INMORTALIDAD 42 Por favor, cierre los ojos ahora y lleve a cabo esta primera parte de la prueba… Ahora lea la segunda parte. (2) Compruebe que, según la evidencia presente, no es lo que usted es sino que usted es lo que es significativo… Y es justo también, pues cada una de esas marcas personales suyas tan adheridas tiene una historia, un comienzo y un final, y juntas amenazaban con su muerte. Pero, ahora que por el momento se han esfumado sin dejar ningún rastro, ¿se siente usted desnaturalizado, despojado, tullido, no usted mismo? ¿O, por el contrario, se siente aliviado, como si se hubiera despojado de un pesado fardo? ¿No es «yo soy esto o eso» mucho menos verdadero para usted que esta aserción, la más tremenda y arrebatadora de todas las aserciones: «YO SOY»? ¿O (más detalladamente) YO SOY esta Consciencia sin tiempo, sin cambio, sin cualidad, de la que la Vida y la Muerte, junto con toda su corte de características limitadoras, brotan siempre…? Ahora, por favor, cierre los ojos y haga esta segunda parte. Muy bien, éste es el final de la prueba –sólo leerlo es inútil, es esencial hacerlo. Al cerrar sus ojos y abandonar la visión exterior, ¿no giró usted facilísimamente su atención 180° y una vez más se desvistió de la mortalidad e invistió la inmortalidad? ¿No es un hecho que esta visión invertida opera perfectamente, de modo que el maestro zen Shen-hui puede afirmar sin reserva: «Ver en Nada –esto es el verdadero ver, el eterno ver»? ¡No hay que sorprenderse de que los Despertados sean llamados Veedores y no oledores o saboreadores u oidores, y con certeza menos aún pensadores o creyentes! Su ver dentro abre siempre vistas de Eternidad maravillosamente transparentes e inacabables –profundidad brillante sobre profundidad brillante–. Como bien puede usted ver dentro por sí mismo, ahora mismo. Incluso si acontece que usted es completamente ciego, y esto le está siendo leído. PROBAR LA INMORTALIDAD: CONCLUSIÓN 43 9 Probar la inmortalidad: conclusión Aunque tierra y hombre hubieran desaparecido, Y soles y universos hubieran cesado de ser, Y Tú te hubieras quedado solo, Toda existencia existiría en Ti. No hay ningún sitio para la Muerte, Ni átomo que su poder pueda tornar vacío: TÚ –Tú eres Ser y Soplo, Y lo que Tú eres jamás puede ser destruido. Emily Bronte Ahora pasemos al recuento, al examen. Los siguientes son mis propios descubrimientos. Le toca a usted ver si corresponden con los suyos. Habiendo llevado a cabo las pruebas con cuidado y sinceridad, soy capaz ahora de responder a mi pregunta inicial: «Poniendo a un lado las preconcepciones y confiando en la evidencia presente, ¿cuáles son mis características esenciales, esas marcas mínimas sin las cuales no soy mí mismo? Es decir: ¿qué queda de esas múltiples características distintivas, de esas propiedades y etiquetas y medios de identificación familiares que estaba tan seguro de que eran míos, y que me distinguían tan tajantemente de todos los demás? Permítaseme recapitular con rapidez. He buscado evidencia aquí de dos ojos (o de cualesquiera ojos), de una cara y una cabeza, de mi incorporación o mi residencia en un cuerpo, del más mínimo rastro de mi movimiento, de mi paso por el tiempo o de existencia en el tiempo. He repasado el catálogo de marcas personales tales como la edad, sexo, nombre, dirección, estatus marital, oficio, raza, nacionalidad, y demás. He buscado todas estas cosas aquí por turno, ¿y qué he encontrado? ¡Nada! Ni rastro de todas esas etiquetas, marcas, y medios de identificación familiares. Estoy acordándome de mis sentimientos cuando me robaron el pasaporte en Los Ángeles y tuve que viajar alrededor de PROBAR LA INMORTALIDAD 44 medio mundo sin él. Aquél fue un anonimato relativo, un ataque suave. Éste es absoluto, una situación terminal. Me quedan por responder –a mí, a esta Primera Persona del Singular, ahora– a seis grandes preguntas sin ninguna ayuda exterior: (I) ¿Proviene mi fracaso de no encontrar aquí nada en absoluto propiamente mío ni de la ignorancia ni de la ceguera, de que estoy «en la cima de mí mismo, demasiado cerca, colocado con poca fortuna para verme a mí mismo como soy»? ¿O, todo lo contrario, de que estoy idealmente colocado en el Centro único donde Yo soy real y no una apariencia periférica, donde el observador y lo observado al fin se encuentran, donde soy mí mismo y estoy despierto a mí mismo por completo? ¿Proviene de la perfección misma de mi ver dentro, de mi autoconocimiento íntimo y mi capacidad especial para ver mi Naturaleza como ella es, como Nada? ¿Proviene, no de mis limitaciones humanas de ahí, sino de su Fuente no-humana aquí, del hecho pavoroso de que mi auto-verme es el Auto-verse a Sí mismo del Único Que Es, el Único Yo Soy? ¿No es éste ver el abismo sin fondo de la Nada «el verdadero ver, el eterno ver» que el maestro zen Shen-hui decía que era, mientras que el ver las cosas es un breve ojeo, hasta cierto punto un mal ver? Y es inevitable que sea así, pues las cosas (como hemos descubierto) no son jamás completas, son en esencia fugitivas e inescrutables, siempre cambiantes de acuerdo a los distintos puntos de vista de los diferentes observadores. (II) ¿Puedo por lo tanto decir con certeza que no soy en verdad esto o eso o lo otro, ni ninguna cosa en absoluto? ¿Que, si tengo alguna característica distintiva y esencial es que soy por completo sin características? ¿Que YO SOY, sin nada que me distinga de otros yo soy? ¿Que yo soy el Tathagata o naturaleza de Buda que, según El Sutra del Diamante, se reconoce porque no tiene ninguna característica en absoluto? (III) ¿Cómo siento yo este drástico cambio de identidad desde una cosa a esta extraordinaria Nada? ¿Siento de hecho alguna diferencia? ¿Me siento robado, insultado, dañado, chocado, abusado, desnaturalizado, miserable? ¿O me siento por completo bien, felizmente normal? ¿O, quizá, más bien, más ligero y libre de lo normal, como si estuviera aliviado de un fardo penoso e incapacitante? ¿Es esto Auto-extrañamiento, o es Auto-realización? ¿Alienación, o Vuelta a Casa? ¿Malestar o Bienestar? (Repito estas preguntas del capítulo anterior debido a que son muy importantes). Y si experimento ahora tal bienestar y alivio, ¿no es esto la evidencia confirmativa en cuanto a mi verdadera Identidad, inescapable y conclusiva? ¿Puedo dudar más que este YO SOY –único e indivisible– es el único yo soy? PROBAR LA INMORTALIDAD: CONCLUSIÓN 45 (IV) ¿Qué es simplemente ser, sin ser nada en particular? ¿Puedo responder con gozo y confianza a este nuevo nombre YO SOY? ¿Hay alguna otra respuesta aparte de ésta –del sentido por completo indescriptible y sin embargo por completo natural de que yo soy nada menos que el Solo, el Uno y Único– por entero satisfactoria, convincente, fáctico, final? (V) ¿Hay alguna otra manera de tener la certeza de derrotar a la Muerte que ser este solitario Uno Sin muerte? ¿Que ser el Único Uno que es sin tiempo, sin comienzo ni fin, y, sin embargo, en quien todos los comienzos y finales y nacimientos y muertes acontecen? ¿Que ser el Único Uno que es sin cambio y que, sin embargo, abraza y es todos los cambios? ¿Que ser el Único Uno que es independiente? (VI) Como este espacio por completo sin tiempo, sin características y neutral – absolutamente inafectado por ninguno de sus contenidos sujetos al tiempo– ¿soy yo sin amor? ¿Experimento yo a estos seres mortales como sin valor y no amados? En la medida en que estoy despierto a Mí mismo, ¿no encuentro que todos y cada uno son indispensables, que cada uno hace su contribución única –positiva o negativa (si estas distinciones significan algo aquí)– a mi Totalidad, que cada uno es valioso y amable debido a que cada uno es siempre Mí mismo? ¿No amable y amado, interesado en algún sentido o exigente o sentimental o parcial, sino con ese único Amor verdadero e incondicional que mira y pertenece al objeto y no al sujeto? ¿Amado con el Amor Sin muerte que no puede permitirse prescindir de ninguna criatura, que no puede consentirse abandonar ninguna al Tiempo –el Matador– sino que las arrebata a todas a lo Sin muerte? ¿Hasta tal punto que la llave maestra del enigma de la Vida y de la Muerte resulta ser el Amor –el Amor imperecedero que no excluye a nadie en su apertura a la eternidad–? ¿Es cierto que, como dice san Francisco de Sales, «debemos elegir el Amor eterno o la Muerte eterna, pues no hay ninguna elección intermedia»? Si es así, ¿cuál es mi elección? Tengo todos los datos. Aquí en mi Centro está toda la evidencia que necesito para responder estas seis preguntas. ¡Sí, incluso la última! En razón de QUIEN YO SOY EN REALIDAD, estoy perfectamente equipado para responderlas por fin, sin obstrucción o demora. ¡Y lo mismo vale para usted, querido lector! ¿No es así? PROBAR LA INMORTALIDAD 46 10 La vía de un metro Ningún hombre se ha perdido nunca excepto por la razón de que, habiendo dejado una vez su Terreno, se ha establecido demasiado tiempo fuera… Muchos han buscado la luz y la verdad, pero solo fuera, donde no están. Finalmente, se alejan tanto que jamás regresan ni encuentran su camino adentro de nuevo. Dios está dentro, nosotros estamos fuera, Dios está en casa, nosotros somos extranjeros. Eckhart
Alrededor de un metro de AQUÍ se extiende una de las fronteras más difíciles de cruzar y mejor oculta de todas las fronteras. Es la frontera que separa el País Sensato del País de la Insensatez, el telón de acero que separa la tierra más distante, en la que las cosas son vistas más o menos como son, de la tierra más próxima en la que son vistas como lo opuesto de lo que son –con el tipo de consecuencias (que van desde lo absurdo a lo impráctico, y desde ambos a lo fatal) que usted podría esperar–. O bien podría llamarla la frontera entre la Tierra de LA VÍA DE UN METRO 47 la Vigilia y la Tierra del Sueño y de la Pesadilla, o entre el País del Que Ve y el País del Ciego. Los nombres de estas regiones en agudo contraste no son importantes, pero su realidad y localización y extensión son una cuestión de vida y muerte. En el País Sensato, a un metro más o menos de donde usted es, para sobrevivir es necesario ser cabalmente realista, de modo que, por ejemplo, en general usted no ve cosas ausentes como presentes, ni cosas transparentes como opacas, ni cosas singulares como pares. Aquí, también, usted sortea un coche que se acerca, evita caminar sobre el borde de un acantilado, y se guarda de manosear carbones al rojo vivo. Todo ello por muy buenas razones: mentirse a usted mismo sobre tales cosas podría resultar desastroso. Sin embargo, en la región más próxima o País de la Insensatez, uno sobrevive de algún modo durante toda una vida casi sin ningún realismo en absoluto, en un régimen de puro autoengaño. Sobrevive, pero eso es casi todo. Alucinar con persistencia no es sano. Lo que salva a este tipo de existencia del desastre total es el hecho de que es una ficción completamente imaginaria; y de todo punto imposible. Los engaños o mentiras que ocupan el lugar del sentido común en el País de la Insensatez son por fortuna impotentes para trastocar la manera en que las cosas son, mucho menos para invertirlas. Los hechos verdaderos de este lugar están tan firmemente cimentados y abiertos a la inspección y son tan tajantes y sensatos como los del País Sensato mismo. De hecho, mucho más si cabe, como sugieren las pruebas que acabamos de hacer. Y como el resto de este capí- tulo se propone demostrar más allá de toda duda. He aquí un ejemplo de las mentiras que, al crecer en el País de la Insensatez, se me exige aprender, creerlas con fe creciente, vivir según ellas sin cuestionarlas, y finalmente morir por ellas: (I) En mi experiencia inmediata de mí mismo yo soy una cosa muy complicada, (II) que está mirando fuera de sí misma a través de dos pequeños agujeros cerca de su remate, (III) y veo a muchos otros iguales a mi alrededor. (IV) Yo soy tan pequeño y tan opaco y tan móvil como lo son ellos. (V) Lejos de ser Espacio para todos ellos, yo soy uno de ellos, (VI) confrontando con cada uno simétricamente, cosa-a-cosa, cara-a-cara, igual-a-igual; (VII) y por consecuencia, sin embargo, al igual que ellos, yo he nacido y moriré. PROBAR LA INMORTALIDAD 48 No es que en esta Tierra de la Insensatez experimente dificultad alguna en ver lo que soy, sino que más bien he sido enseñado a verme a mí mismo como el preciso contrario de lo que soy. Suprimiendo lo que veo que soy aquí a cero metros, lo sustituyo por lo que parezco ahí más o menos a un metro. Cambio esta realidad central mía por esa apariencia regional, y debido a que la diferencia entre estas dos versiones de mí mismo es total, mi autoengaño también es total. Así pues, despido a mis sentidos y devengo en un excéntrico –fuera de centro un metro más o menos–. Es como si (a modo de pago por mi suscripción en el club humano) me cerrara yo mismo la puerta de Casa y arrojara la llave, y viviera ahora en este enorme campo de personas desplazadas en la frontera, sufriendo la añoranza del hogar. Felizmente, sin embargo, hay siempre una vía a Casa, una vuelta a mis sentidos. No, no estoy sólo usando figuras de lenguaje para describir la condición humana de Auto-alienación y su cura. No se ha tratado de una salida metafórica fuera de mí mismo, y el retorno no es metafórico tampoco. El viaje adentro que tengo que hacer es un viaje real a través del espacio, que tiene una dirección real, y que cubre una distancia real por medio de vehículos reales, a la velocidad de mi elección7 . De hecho, nuestras pruebas no eran nada más que una sucesión de tales viajes adentro desde la excentricidad a la concentricidad, usando diferentes medios de transporte. Para ser específico, la dirección de cada viaje estaba con exactitud a 180° de la vía que tenía delante, su distancia era aproximadamente un metro; y los vehículos incluían mis gafas (por medio de las cuales mis dos ojos ahí vinieron a fundirse en mi Único Ojo aquí), mi reloj (que, habiéndome dicho la hora ahí vino a decirme la No-hora aquí), el agujero en la cartulina (el agujero de 20 centímetros ahí vino a expandirse en el infinito Agujero aquí), el espejo en la cartulina (que en su vía hacia aquí abolió la cara que contenía), y el tubo de papel (que, llevando repetidamente mi atención desde esa punta de ahí a esta punta de aquí, me permitió reemplazar el color ahí por el no-color aquí, la complejidad ahí por la simplicidad aquí, la opacidad ahí por la transparencia aquí, el movimiento ahí por la inmovilidad aquí, y la vida y la muerte ahí por Lo que, aquí, está libre de ambas). De hecho, una amplia flota de vehículos están preparados para llevarme a casa, y son muy adecuados para el camino. Yo los encuentro invalorables para compartir este ver dentro con nuevos amigos y presuntos viajeros. Pero para la conducta ordinaria de la vida, en mi lugar de trabajo o juego, necesito un vehículo siempre dispuesto, que sea discreto, al que pueda subir en secreto, sea lo que sea lo que esté haciendo. 7 Quiero decir relativa y no absolutamente real: mi extravío de Casa era por supuesto imaginario. LA VÍA DE UN METRO 49 La Atención –simplemente mirar-para-ver– es el tal vehículo. O llamémosle meditación – meditación para todos los momentos o meditación para la plaza del mercado– que no es tanto un estado como una actividad, un movimiento de referencia siempre renovado que conecta todo lo que acontece que ocupa mi Espacio con el Espacio mismo. He aquí unos pocos ejemplos de cómo opera en mi caso, cuando tengo el buen sentido de confiar en lo que se da: 1. En lugar de ignorar el bocado de alimento en mi tenedor tan pronto como lo he pinchado, lo acompaño en su vía de medio metro (aproximadamente) desde mi plato hasta esta Boca infinitamente vasta aquí. En el curso de una comida tengo la oportunidad de docenas de paseos gratis a Casa, y cada vez que cepillo mis dientes o peino mi cabello tengo otras tantas oportunidades. 2. En lugar de pretender que estas manos y estos brazos ocupados lavando platos están siendo operados por un lavador de platos humano aquí, dejo que mi mirada se deslice por ellos hasta el lugar donde ambos brazos se desvanecen y dan lugar a la ausencia aquí de un lavador de platos, de alguien haciendo algo. Incidentalmente, debido a que se basa en la realidad, encuentro que este procedimiento conduce a muchas menos roturas de platos. 3. De hecho, cualquier cosa que estas manos estén haciendo, conecto la alargadera de doble dirección de sus brazos hasta la inmensidad que está visiblemente extendiéndolos, y cuyo «saber hacer» y destreza superiores están siempre disponibles para la prueba. 4. En mi coche, en lugar de imaginar un conductor humano aquí adentrándose con rapidez en esa escena en verdad de vida-y-muerte –la carretera ahí delante– relajo y amplío mi visión de túnel para acoger en ella esos postes telegráficos y árboles y edificios junto a la carretera, según se acercan a velocidad creciente para perderse en la Eterna Inmovilidad aquí. Así, el movimiento que estoy experimentando gira 180° desde una imaginada velocidad hacia delante a una velocidad real hacia atrás, hacia Mí aquí. 5. En lugar de imaginar un alguien amante aquí abrazando con sus brazos al alguien amado ahí, noto que el que extiende los brazos es el Uno que está construido abierto para amar, que es el Amor mismo. 6. Y si acontece también que salen de aquí palabras de amor, tengo la oportunidad de seguirles el rastro hacia atrás, no a un hablador humano, sino al Silencio que habla. PROBAR LA INMORTALIDAD 50 7. En general, sólo tengo que notar cómo cada cosa mortal se conecta a su Fuente Inmortal sin ninguna interferencia o intención por mi parte. Dejándola venir y bañarse en las aguas claras de su Origen, veo que la última cosa que tengo que hacer es arrastrarla aquí y empujarla dentro. Saborear su brillo y frescura es suficiente. Terminaremos la Segunda Parte de nuestra investigación con un experimento de conclusión. Y por favor, recuerde que usted es el Tribunal de Apelación Supremo en esta causa, esta causa de las causas –la cuestión de lo que usted es para usted mismo, de si encuentra que está hecho de material perecedero o imperecedero, de cuál es su identidad. Sobre esta cuestión esencial ninguna autoridad está por encima de usted. Sostenga un espejo y manténgase mirando directamente a lo que hay en él a todo lo largo de esta prueba. Haga que ese objeto muestre que está vivo alzando sus cejas. Pero note también que los contornos de esa cabeza viva son los de la calavera en que pronto se convertirá. Note cuán distintas y dotadas de color y complejas son sus diferentes características, y cuán claramente definido es su contorno.
Ahora relaje su atención y deje que se amplíe por ambos lados a la vez. Y vea cómo, a medida que su campo de visión se expande, lo que está acogiendo en él pierde poco a poco todas las distinciones, toda forma y color, y después todo rastro de movimiento; todo se difumina por entero dentro de Desde Donde usted está mirando. LA VÍA DE UN METRO 51 Con su mano libre apunte hacia dentro a este «Desde Donde». Y compruebe que no contiene nada que pueda nacer o morir, nada en absoluto suyo propio. Y que una vez más ha recorrido hacia dentro la vía de un metro hasta el centro mismo del País de la Insensatez interior. Y que una vez más ha encontrado que no solo es continuo con el País Sensato exterior sino mucho más sensato, mucho más claro y visible. Y que ha llegado a Casa, desde el torbellino de la vida y la muerte a su Ojo Eterno. Y que ya no es más un excéntrico. 52 3 ACERCARSE A LA MUERTE Jamás hubiera pensado que morir fuera tan dulce. Padre Francisco Suárez en su lecho de muerte Si tenéis un ver genuino, el nacimiento y la muerte no os afectarán, y seréis libres de ir y venir. Rinzai Mientras vivas sé un hombre muerto. Dicho zen Todo excepto Dios, perece. Rumi Debido a la noción yo soy el cuerpo, la muerte es temida como la pérdida de Uno mismo. El nacimiento y la muerte incumben sólo al cuerpo pero ambos están sobreimpuestos sobre el Sí mismo. Ramana Maharshi Pura y limpia es la Naturaleza de todos los seres sencientes. Puesto que jamás fue creada, no puede ser destruida. Gatha atribuida a Kasyapa Buddha Las palabras de san Pablo, «Yo muero cada día», son la visión de la vida más esperanzada, más optimista que se haya promulgado jamás. Dean Inge INTRODUCCIÓN 53 11 Introducción Como médico estoy convencido de que es higiénico… descubrir en la muerte una meta hacia la cual uno puede esforzarse; y que rehuirla es algo insano y anormal que sustrae su sentido a la segunda mitad de la vida. C.G. Jung Una conclusión práctica que resulta de estas investigaciones, hasta aquí, es que la preparación deliberada para mi muerte no es menos crítica para la cualidad de mi vida que para la cualidad de esa misma muerte. Encuentro mucha evidencia en apoyo de la consideración de que mi mediana edad y mi vejez son descargadas del tipo de ansiedad más profundo en el grado en que son vividas a la luz de su final. Ese término es un faro cuyos rayos, brillando a lo lejos dentro en el oscuro océano de la vida, da dirección a mi viaje. Si ignoro ese benévolo final, estoy a la deriva en procelosas aguas. Saber que usted va a ser ahorcado mañana, según el doctor Johnson, es un medio de concentración maravilloso para la mente –¿y acaso no estamos todos en la misma situación, aparte de algunos detalles menores?–. Al menos puede contarse con que este conocimiento pondrá de relieve el sabor de la cena y los colores de la puesta de sol de hoy. Para mí, el pasado año, más o menos, de preocupación con la muerte –la mía y la de los demás– ha sido ciertamente muy vivo. Y durante este período he encontrado un sorprendente número de relatos de gentes que, mientras estaban sanos y saludables, iban a la deriva sin rumbo, pero que, tan pronto como se les diagnosticó enfermedades terminales, hicieron de la tranquilidad su puerto. Estoy pensando especialmente en un caso contado por Stephen Levine: Aaron, un cantante, danzarín y virtuoso guitarrista, se encuentra a los treinta y seis años incapaz de sostener el peso de su propio cuerpo o de mover sus miembros sin ayuda, apenas capaz de respirar y de hablar. Su carne se está pudriendo sobre sus huesos. Y él dice: «Jamás me he sentido tan vivo en toda mi vida… A todo el que entra en este espacio yo lo amo –no ACERCARSE A LA MUERTE 54 ser a ser, no desde la separación»–. Levine comenta que Aaron no es excepcional: muchas gentes moribundas le han contado que al fin se sentían realmente vivos8 . En esta Tercera Parte examinaremos tres maneras de acercarse a la muerte que me espera –la senda cuesta abajo de cada vez menos vida, de vida que se esfuma; la senda cuesta arriba de cada vez más abundante vida, de creciente plenitud; y el ascenso o despegue vertical y llegada instantánea (sin consideración de edad) a la meta, que no es más que la muerte de la Muerte misma. 8 Stephen Levine, Who Dies? Nueva York, Anchor Books, 1982, págs. 57 y sig. EL DESCENSO 55 12 El descenso El anciano, un segundo niño, por naturaleza afligido con más y mayores males que el primero, débil, achacoso, lleno de dolores, en cada aliento; maldiciendo la vida, y sin embargo temeroso de la muerte. Charles Churchill El otro día un amigo mío fue a ver a una interna de una residencia de ancianos. La anciana señora no estaba senil pero había perdido casi toda la vista y el oído. No podía leer ni ver la televisión, y la gente no hablaba mucho con ella: la comunicación era demasiado difícil. Al parecer había llevado una vida activa normal, y desarrollado airosamente las modestas metas del hogar y la familia. En cualquier caso todo ello había terminado ahora. Ninguna acción, ningún reto, ninguna meta, ningún placer, ningún interés. Es dudoso que sus impedimentos físicos explicaran toda esa apatía. ¿Por qué había dejado de vivir? A comienzos de este año estuve pasando una temporada con un alto ejecutivo que trabaja en una empresa americana de fabricación de aviones. Me estuvo diciendo lo que les había ocurrido a sus colegas más viejos –concienzudos y triunfadores como él mismo– cuando se jubilaron. Un sorprendente número de ellos murió a los pocos meses o en uno o dos años. En buena forma física, con economía desahogada, pero psicológicamente acabados. Como la señora en la residencia de ancianos, no tenían ninguna razón para continuar. La vida no tenía significado. En particular en occidente, el terrorífico problema de envejecer comienza a estar presente muy pronto en la vida –mucho antes de la edad del retiro–. «Si no lo has hecho a los 35 nunca lo harás», dicen. Y si usted no lo ha hecho, el resto de su vida, presumiblemente, es algo así como un anticlímax. ¡De una manera u otra, usted pierde! La industria de la publicidad, que siente con precisión y que dirige con habilidad la mente popular, pone todo su énfasis en la juventud, inflándola y haciendo que aparezca llena de encanto hasta el punto de la deificación. Bajo el hechizo de estos rutilantes dioses y diosas de la pantalla y de las vallas publicitarias, ACERCARSE A LA MUERTE 56 las mamás aspiran ser hermanas para sus hijas y los papás a ser hermanos para sus hijos. Los abuelos se visten de pantalón corto y con gorra juvenil y se van de camping, mientras que las abuelas se hacen la cirugía estética. El embalsamador cuida de que ni siquiera los cadáveres muestren su edad. Todo el mundo sabe que la curva de la vida culmina alrededor de los treinta años, y que en adelante uno debe intentar parecer y comportarse y pensar como si uno se hubiera quedado clavado en esa cima y abominara descender hasta el amargo final. Y éste no puede no ser amargo. En el mundo moderno la vejez tiene poca dignidad y ningún valor suyo propio, ninguna virtud brillante que compense sus humillaciones e impedimentos. Cada paso es un descenso. Y aunque no se ve como una enfermedad, uno tiene que admitir que el pronóstico no podría ser peor. Y que, aunque de hecho no es un crimen, el castigo nunca es más leve que la pena capital. ¡Dadas estas actitudes típicamente contemporáneas, no resulta ninguna sorpresa que a las personas viejas se les felicite (si se hace) por no ser personas viejas! Al contrario, se les elogia por caminar o hablar o conducir o jugar a los juegos de pelota como alguien que tiene la mitad de su edad. ¡Es como si se tuviera que alabar a un niño por tener cincuenta años! ¡Cuán triste, por no decir insultante, es la implicación de que la vejez es una aflicción! Es una aflicción cuando, echando una mirada atrás, no tiene ninguna perspectiva ni significado ni obra suya propia. Tampoco la tristeza es en exclusiva moderna y occidental. La convicción del Buda de que la vida es por entero insatisfactoria surgió en parte ante la visión de la vejez. Dice la historia que, cuando era un joven príncipe, le fue ocultado el lado trágico de las cosas. Entonces ocurrió que un día, al salir de su palacio, vio a un hombre viejo, a un hombre enfermo, y a un hombre muerto. Aquello le impresionó tanto que devino un asceta errante, determinado a encontrar la causa y la cura de tales sufrimientos. Mientras nuestra pobre opinión corriente de la etapa terminal de la vida tiene algo en común con la de Gautama el Buda, nuestro método de hacernos cargo de ella no podría ser más diferente. Su vía, ganada duramente, de consciencia y aceptación plenas funcionó; nuestra vía cómoda de evasión y ocultación no funciona en absoluto. Estos patéticos intentos de prolongar la juventud, de suprimir los ineludibles hechos de la vida en su declive, carecen de toda dignidad, factibilidad y buen sentido, y no hacen nada para aliviar el sufrimiento de la ociosidad forzosa. ¿Qué le queda ser al que ya ha sido? Una vez alcanzadas las encantadoras metas perseguidas en la infancia y en la juventud –o bien abandonadas por inalcanzables– y una vez despojadas así inevitablemente de todo el encanto que la distancia les había prestado, ¿qué nuevas metas comparables se presentan a la persona vieja? Bien, él siempre puede intentar EL DESCENSO 57 hacer una colección, de conchas marinas, de sellos de correos, de trofeos de plata, de antigüedades, de valores y acciones, de presidencias de consejo, de noticias de prensa, de grados honoríficos, de discípulos, de buenas obras, todo viene a ser lo mismo al final: más desencanto. Nada le frustra tanto a uno como una colección terminada. Nada amontona capas más espesas de polvo de tiempo. Y si eventualmente uno logra arrastrarse desde debajo de su colección y escapar al Cielo de los Ciudadanos Mayores (con más rudeza, una guardería para niños arrugados), uno está expuesto todavía a encontrarse de nuevo en el asunto de las colecciones – acumulando victorias en ajedrez o números de bingo o apuestas de golf, quizá. Cualquier cosa que llene el tiempo y que ahuyente el acechante espectro de la muerte. «El eterno problema del ser humano es cómo estructurar sus horas de vigilia», dice Eric Berne. Es un problema que empeora a medida que envejece, sin pausa hasta el final. Recientemente estuve viendo un programa de televisión sobre un hospicio cristiano en Londres, para pacientes que sufren de enfermedades terminales –en palabras llanas, un buen sitio para morir–. El tiro de salida lo dio una asistenta social (parecía una joven dedicada y compasiva) persuadiendo a una docena de queridos ancianos a cantar una canción. ¡Y la canción era Bye-bye Blackbird [Adiós Pájaro negro]! ¡No Bye-bye Life [Adiós Vida] (¿quién ha oído nunca una tal canción, o himno?) sino Bye-bye Blackbird! ¡Qué manera de estructurar las últimas horas de esa pasmosa aventura que es la propia existencia de uno! ¡Qué manera de liquidar este «imposible» misterio de que en contra de todas las probabilidades, yo he ocurrido! Al final del programa de televisión un sensible y humilde sacerdote-niñero explicó que no veía ningún propósito en confiar en la religión en el último momento para gentes que habí- an procurado arreglárselas toda su vida sin ella. Por supuesto, tenía razón9 . 9 Tenía razón en el sentido de que las conversiones en el lecho de muerte a una fe particular significan muy poco. Sin embargo, como hemos visto, hay evidencia de que estos ancianos, como todo el resto de nosotros, son aptos en cualquier caso para una maravillosa experiencia cercana a la muerte, siga lo que siga a esa experiencia y sea cual sea su falta de fe o de religión hasta entonces. La Única Luz está a punto de brillar para ellos, sobre ellos, quizá dentro de ellos, a pesar de todas las indicaciones exteriores de lo contrario. Apartados de nosotros, en el umbral del Templo, han devenido sagrados. Merecen reverencia, y toda la ayuda que pueda serles dada en preparación del tremendo paso que van a dar muy pronto. Hay la posibilidad –la tradición tibetana dice la certeza– de que, a menos que ya hayan sido introducidos y hayan recibido una visión previa, preferiblemente muchas visiones previas de la Luz, su apreciación de ella en el punto de la muerte será innecesariamente corta y superficial. Pero solo están cualificados para ayudar aquí aquellos de su entorno que mueren cada día para sí mismos y que ven y se someten a la Luz dentro –están suficientemente desprovistos de ideas como para ser guiados por ella en cuanto a cómo y cuándo y si hay que promover al tema de esa Luz y dar esa ayuda. Leí con gran aprecio que el propósito de la Hanuman Foundation Dying Project de Ram Dass y Stephen Levine «es crear un contexto para el proceso de morir en el que el trabajo sobre uno mismo sería el foco central para todos los que se acercan a la muerte» (Ram Dass. en su Prefacio a Who Dies? de Levine). ACERCARSE A LA MUERTE 58 Una de las grandes ironías y contradicciones del mundo moderno es que, mientras se pone tantísimo esfuerzo en disfrazar y evitar la vejez –y hacia dónde lleva– se pone muchísimo más esfuerzo aún en hacer que sobrevenga antes de tiempo. Cuando una máquina asume el trabajo de un hombre, y el significado y la satisfacción que le acompañan, ¿qué le queda a él por hacer? En las sociedades altamente industrializadas no son solo los viejos en años quienes se encuentran con demasiado ocio entre sus manos; todo el mundo está envejeciendo con rapidez hasta el punto de que la vida está deviniendo vacía y anodina. Es inútil sabotear o poner límites a las máquinas: han venido para quedarse, y junto con ellas los desiertos de tiempo de más que la automatización y la tecnología del chip están comenzando a abrir. ¿Cómo aliviar la carencia de propósito, el aburrimiento que surge de la jornada laboral cada vez más corta, de la semana laboral cada vez más corta y de la vida laboral cada vez más corta, por no decir nada del mismo desempleo en masa? Un hombre sin nada que hacer está acabado. Tal es, para muchos de nosotros, la tragedia de la vida que se acaba, el descenso a la muete
«Aquellos que no buscan el propósito de la vida están simplemente malgastando sus vidas», dice el sabio hindú Ramana Maharshi con contundencia, en una sentencia que diagnostica la enfermedad –y que prescribe el remedio–. Tiene que ser (y, como vamos a verlo, es) una medicina fuerte si ha de curar una enfermedad tan profundamente arraigada. Lo cual me recuerda a un amigo que, habiéndose licenciado excelentemente en Oxbridge, obtuvo un codiciado trabajo universitario. Una espléndida carrera se abría ante él. Pero después de uno o dos años, adoptó el budismo, dimitió de su cargo, cortó con la familia y amigos, y se fue a vivir una vida de ermitaño en una cabaña aislada. Se me ha dicho que allí pasa largas horas cada día sentado en meditación, silente, con los ojos cerrados, inmóvil, solitario. Observe una cosa curiosa: este joven está más o menos en el mismo estado que la anciana señora que he descrito antes –sólo que con la enorme diferencia de que él ha escogido los impedimentos de los cuales ella es víctima–. Él ha tomado deliberadamente sobre sí, mientras todavía está en la primavera de la vida, las restricciones que pertenecen al final de la vida. Ella está medio ciega; él mantiene sus ojos medio cerrados. Ella está sorda; él se retira a un lugar donde hay poco que oír. Ella sufre de soledad; él quiere estar solo. Ella ha perdido su interés en la vida, en sus placeres y metas; él está practicando con fervor tal desapego. La suma es la misma pero el signo es el opuesto: en un caso menos, en el otro más. ¿Por qué está mi amigo comportándose tan «innaturalmente»? Su propósito es encontrar el significado de la vida, y cómo pueden ser trascendidos el nacimiento, el sufrimiento, la vejez, y la muerte misma. Y su método es el de la vacunación y la homeopatía: la cura de lo igual por lo igual. Procúrese usted mismo un ataque benigno de la enfermedad ahora, y produzca ACERCARSE A LA MUERTE 60 con ello anticuerpos que evitaran la enfermedad real cuando se presente. Es, en principio, aunque ciertamente no en detalle (la meditación formal sentado no es para mí), mi propio mé- todo. Me recuerdo a mí mismo que es también el método de Jesús («El que pierde su vida la ganará»); de Pablo («Yo muero cada día»); de Rumi («Si quieres la Realidad sin velo, elige la muerte»); y de Kabir («Es el que está vivo, aunque muerto, el que nunca morirá de nuevo»). ¿Cuándo debería comenzar este drástico tratamiento homeopático? Mi amigo comenzó en sus veinte, Ramana Maharshi adolescente, yo mismo al comienzo de mis treinta. Algunos dirían que cuanto más pronto tanto mejor, pero no hay ninguna regla. Todo depende de las necesidades del individuo. Comúnmente, el problema del significado de la vida se plantea a una edad mediana, después de que se han alcanzado las metas ordinarias establecidas por la sociedad, y ya no se ofrecen otras nuevas. Jung encontró que la mayor parte de sus pacientes de mediana edad no estaban sufriendo de ninguna neurosis clínicamente definible, sino de la carencia de sentido y vacío de sus vidas; se aferraban al engaño de que la segunda mitad de la vida debe estar gobernada por los principios de la primera, y no llegaban a reconocer que para la persona que está envejeciendo es un deber y una necesidad prestarse una seria atención a sí mismo. (II) EL ASCENSO: TRADICIÓN ORIENTAL Oriente ha sabido esto desde tiempos inmemoriales. Tómese por ejemplo el programa de vida o norma de desarrollo ideal establecido por el hinduismo. Los cuatro asramas, o etapas principales de la vida son éstos: primero, brahmacharya, el niño y el joven aprenden las técnicas y el conocimiento y la disciplina propios a la condición humana. Segundo, grahastha, la vida del hogareño y padre que trabaja, contribuyendo al mantenimiento y continuidad de la comunidad. Hasta aquí, muy bien; un bonito comienzo, se podría decir, una útil preparación de los músculos antes de poner manos a la obra. Pues ahora comienza la aventura real, el serio desafío que separa a los hombres de los muchachos, el trabajo para labrar y probar a un hombre. Habiendo cuidado de sus deberes sociales y alcanzado la mediana edad hasta la mediana edad avanzada, entra en la etapa de vanaprastha, un tiempo para soltar los lazos y abrirse a la liberación. Con esto en perspectiva, liquida las obligaciones que le quedan hacia su familia y se marcha a buscar el significado de todo ello, la clave para lo que es su propio significado, su verdadera Identidad. Pero primero tiene que encontrar a su maestro espiritual, y entonces tomar en serio su instrucción y soportar su adiestramiento –una disciplina que muy bien puede EL ASCENSO 61 hacer que los rigores de las dos etapas anteriores parezcan un mero juego de niños–. Con mucha probabilidad la cuestión de Quién es él en realidad ha estado ahí en el fondo de la consciencia todo el tiempo, pero ahora deviene su única pasión, y para la respuesta ningún precio es demasiado alto. Y cuando, más pronto o más tarde, se han pasado las sub-etapas de vanaprastha y se ha pagado ese precio, y él ve lo que de hecho ha sido siempre evidente y libre de gastos (a saber, su verdadera Naturaleza como el Uno y Único, el Solo, lo Real, lo Atemporal), entra en la etapa cuarta y final: sannyasa. Esta última etapa, según la antigua tradición india, es la corona de la vida. Sólo con miras a esta etapa tenían sentido las otras; sin ella carecen de propósito. No llegar aquí es permanecer inmaduro, un caso de desarrollo detenido. El jñani o verdadero Sannyasi (para quien otras tradiciones tienen otros nombres) es el único adulto real –lo cual significa adulto hasta dimensiones más que cósmicas–. Por fuera un mendigo medio desnudo y miserable, un humano insignificante, achacoso y moribundo, él es por dentro sin edad y sin límites como el espacio, libre como el viento, el Rey del Mundo, el Esplendor sin muerte, el Todo. Por fuera inútil y desempleado (y de hecho por dentro no tiene nada que hacer en absoluto), su trabajo secreto por el mundo es ininterrumpido, exacto y efectivo como ningún mero trabajo humano podría ser jamás. La paradoja es que no tiene ninguna tarea, y jamás se toma un momento libre. No tiene ningún problema de cómo pasar el tiempo. Yo comparo este paradigma de la vida humana como un constante ascenso de cuatro etapas, una empresa que deviene tanto más desafiante y atrozmente ambiciosa cuanto más avanza, un juego de apuestas que crecen sin cesar y con la certeza de quebrar la banca al final, comparo esto con el triste y anodino cuadro de la vida humana que vacila y flaquea apenas recorrido medio camino (al no estar contrapesado su descenso natural por ningún ascenso sobrenatural) y hago mi elección. Una vez que se perciben claramente las alternativas, ¿qué elección hay? ¿No está claro cuál es la media vida y cuál es la vida entera? ¿Cuál es la enfermedad y cuál es la cura? La enfermedad es la vida detenida a medio camino. La cura es la vida completada. ¿Cura para cuántos?, me pregunto. Mi impresión, recogida durante mi estancia de ocho años en la India, es que, aunque bien conocido y ampliamente respetado allí, el ideal de sabiduría como meta de la vida se intenta tan raramente como pueda intentarse el ideal de santidad en el cristianismo. Si son tan pocos los hindúes que a través de los siglos han recorrido toda la vía hasta la cuarta etapa de la vida, que se han propuesto o atrevido a tomar la medicina radical para la angustia de la vida (a pesar de todo este aliento tradicional), ¿cuántos no hindúes es probable que la tomen? ¿Es probable que el occidental promedio cada vez con más ACERCARSE A LA MUERTE 62 tiempo en sus manos aproveche la oportunidad enviada por Dios para dedicarlo a la búsqueda del Uno que tiene todo el tiempo del mundo, a encontrar y a ser el Uno Sin tiempo que es todo el tiempo y Sin muerte? En cuanto a mí, sí, la prescripción básica es absolutamente válida. Pero yo no puedo tomarla según esta formulación oriental. Ni, probablemente, tampoco pueda mi lector. (III) EL ASCENSO: TRADICIÓN OCCIDENTAL Aunque todos los aspirantes espirituales serios comparten una única vía amplia, tienen una ilimitada gama de carriles y estaciones de paso. En consecuencia, lo que equivale al mismo viaje puede hacerse de innumerables maneras. Dentro del budismo, por ejemplo, hay muchos itinerarios en contraste. El taoísmo y el sufismo no son tampoco nada semejante a disciplinas de carril único. En cuanto al viajero individual, cada uno sigue una ruta que, al menos en algunas etapas, es única. No hay ninguna vía arriba mala. La espiritualidad cristiana también es mucho más semejante a un camino sin dirección fija que a una marcha con itinerario. No obstante, las siguientes seis etapas pueden ser tomadas como claramente representativas: (a) Despertar o conversión: un atisbo, con frecuencia abrupto e intensamente gozoso de la Luz, del Uno, lo Real, lo Absolutamente Otro y su presencia salvadora. (b) Purificación o purgación: un largo y penoso esfuerzo para vencer las muchas imperfecciones que manifiestamente le retienen a uno muy lejos de la meta. (c) Iluminación: un retorno, en una forma menos excitada y más sostenida, de la felicidad y claridad de la primera etapa; gozo del mundo como muy bello; un sentido de estar cerca o incluso en la meta y de fundirse con el Ser Sin-muerte. (d) Introversión o recogimiento: un reconocimiento de que el progreso real en este ascenso es el resultado de girar la propia atención de uno y de concentrarla en la vida interior. Los pensamientos díscolos son suprimidos y se cultiva la quietud. Se practican asiduamente diferentes formas de contemplación y de meditación. (e) Muerte mística o la Noche Oscura del Alma: una devastadora vuelta forzosa al comienzo; una pérdida total de todas las ganancias habidas hasta aquí; peor, un grado de auto-aborrecimiento tal como uno jamás ha conocido antes, y una máxima desesperan- EL ASCENSO 63 za de alcanzar alguna vez la meta. Es trascendida solo por el abandono incondicional, por la muerte siempre renovada a la voluntad personal, lo cual lleva a la: (f) Unión: el estado en el que el dicho de Dante: «Su voluntad es nuestra paz» es sincero y sostenido y no sólo creído fervorosamente. Un estado en el que, por lo tanto, uno puede declarar sin ego alguno con Santa Catalina de Génova, «Mi Yo es Dios, y no reconozco ningún otro». Aunque hay incontables variaciones sobre este plan modélico –incluyendo la omisión de algunas etapas y la inserción de otras diferentes– lo que es indispensable y por lo tanto común a todas ellas es el descubrimiento, más pronto o más tarde, de que la vida mística lleva a la muerte mística. No un morir simbólico o una muerte fácil, sino una muerte que es enteramente real y terrible. Tal es la sima que se abre entre nuestra vida y su cumplimiento, y no hay ninguna senda que la rodee. Sumergiéndonos y atravesando esa muerte mística, en las palabras de John Nicholas Grou (que sabía y vivía sobre lo que estaba hablando) «encontraremos paz, y una paz suprema, exquisita y perfecta, en el total olvido de nosotros mismos. No hay nada en el cielo, o en la tierra, o en el infierno, que pueda turbar la paz de un alma que está realmente aniquilada». Grou agrega que, entre los muchos frutos del espíritu gozado por estas «almas interiores» vivas y sin embargo muertas, está el hecho de que «Dios no les dejará estar ociosos ni un momento; Él dispondrá todo; Él dirigirá todo; e incluso si Él no les da ninguna ocupación exterior, los mantendrá interiormente ocupados con Él mismo. Incluso si una vida espiritual no tuviera ninguna otra ventaja que ésta, la de mantenernos en perfecto reposo en lo que concierne al empleo de nuestro tiempo, y darnos una seguridad calma de que todos nuestros momentos se emplean de acuerdo con la voluntad de Dios, eso sólo es una inestimable ventaja que nosotros nunca podremos pagar demasiado cara»10. (IV) EL ASCENSO: EN EL MUNDO MODERNO Vamos a continuar considerando lo que este Ascenso –esta conquista de la muerte más bien que la pérdida de la vida– puede significar para nosotros hoy día en el detalle práctico, 10 John Nicholas Grou, Manual for Interior Souls, London, Burns & Oates, 1955. ACERCARSE A LA MUERTE 64 bien acontezca que seamos religiosos o no. Y comenzaremos preguntándonos lo que la mayoría de nosotros hace bien más tiempo, o incluso tanto mejor a medida en que más envejecemos, en que más nos acercamos a la muerte. Mucho antes de alcanzar la adolescencia, la capacidad para aprender una lengua se ha deteriorado ya enormemente. A los veinte años más o menos nuestro tenis de mesa comienza a fallar, a los veinticinco lo hace el patinaje sobre hielo y la gimnasia, a los treinta el fútbol o tenis. Sin embargo, la capacidad para jugar al ajedrez o llevar un negocio o hacer un discurso o escribir o pintar o componer puede muy bien haber estado creciendo todo el tiempo, y quizá solo acabamos de empezar a hacer filosofía de alguna manera disciplinada o creativa. Y así sucesivamente, ganando y perdiendo capacidades continuamente hasta, bien, ¿hasta qué edad? Mientras hay vida hay la pregunta: «¿Qué hacer ahora, cuál es la tarea adecuada para mí, qué hacer que me regocije más, en este momento de mi vida?» Lo cual lleva a: «¿Qué –si hay alguna cosa– puedo hacer tan bien ahora como en mis cincuenta y sesenta años? O incluso –si es posible– mejor que entonces, siempre que mantenga la práctica necesaria. Brevemente, ¿qué es lo apropiado ahora?» No es por nada que, tradicionalmente, la sabiduría se espera que venga con la edad, que el Sabio se describe en general como un Sabio Anciano, por lo que el Viejo Sabio está entre los más convincentes de los arquetipos de Jung. Ciertamente, no estoy sugiriendo que la investigación en su Naturaleza y destino esenciales –en las grandes cuestiones de la vida y de la muerte– sea mejor posponerla hasta la canosa vejez, que tiene todas las razones evidentemente obvias para especializarse en tales materias de peso (por no decir pesadas). Por el contrario, la investigación nunca puede comenzar demasiado pronto en la vida. Lo que estoy diciendo es que –incluso si la ha dejado para más tarde– ésta es la tarea para usted ahora, para la vejez hasta la mismísima vejez. Es exactamente en lo que tiene una excelente posibilidad de un devenir muy bueno en verdad. Y esto por una variedad de razones: (a) Es probable que ahora haya realizado sus ambiciones y se encuentre tan insatisfecho como siempre, o que haya renunciado a ellas como irrealistas o inalcanzables. En ambos casos ha adquirido así esa medida de desapego que es justamente lo que se necesita ahora. (b) Usted tiene todo el ocio, libre de deberes y de responsabilidades apremiantes, que podría querer para esta empresa, la más absorbente de todas las empresas de su vida. (c) De acuerdo con Carl Jung (y toda la evidencia que tengo sugiere que tiene razón) usted está ahora psicológicamente maduro para este gran esfuerzo –que es hacer las paces EL ASCENSO 65 con su propia muerte, y (mucho más que eso) tener la muerte misma como su meta. Por otra parte, si se niega o resiste con decisión a su necesidad innata de dedicar muchas de las energías de las décadas de clausura de su vida a esa meta, con toda probabilidad va a ser infeliz sin ninguna razón exteriormente discernible, va a estar profundamente empavorecido por lo que va a venir, y quizá clínicamente enfermo. (d) Usted tiene ahora en el bolsillo todo el material crudo, todos los fragmentos de información perdidos, toda la experiencia de vida que necesita a fin de hacer que ésta tenga sentido. ¿Qué tarea más conveniente por lo tanto –qué deber más urgente– le espera ahora que éste: ordenar este rompecabezas de su vida hasta que el diseño-patrón cobre forma repentinamente: permitiéndole mirar atrás sobre aquellos intereses una vez tan punzantes y absorbentes como triviales en sí mismos, pero que se revelan como indispensables ahora que se subordinan al gran interés: ¿Para qué ha servido todo eso? ¿Cuál es, sobre todo, mi verdadera identidad, y por lo tanto mi verdadero papel y mi destino? ¿Estoy hecho de Dios y por lo tanto (soy) indestructible; o estoy hecho de material menos resistente y por lo tanto pronto listo para el vertedero cósmico donde acaba todo lo que no es Dios? Ésta no es tampoco una tarea egoísta. Yo tengo una obligación hacia mi mundo de ayudarle a despertar de las mentiras sobre las que reposa –comenzando en casa y trabajando sobre mí mismo–. Comenzar con el mundo quizás pueda hacer más daño que bien, mientras que ninguna genuina realización espiritual mía puede dejar de desbordar, y de continuar desbordando en todas direcciones e indefinidamente. En lugar de dorados adioses y de un retiro de la vida a esa cabaña idílica en oriente (aunque pueda parecer justamente eso), esto es sumergirse de cabeza en la espesura de la vida. Qué belleza, qué ocasión para la alegría, encontrar que la propia tarea y capacidad especiales de uno en la vejez no son ninguna evasión o pasatiempo inocuo, ningún interés de aficionado y parcial y casual por algo para pasar el tiempo, ninguna decadencia, sino la ocupación más elevada y mejor, inconmensurablemente más allá de la más exaltada y responsable de todas las ocupaciones disponibles. Sí: pero yo haría mejor afrontando este hecho también, que por cada vela nueva que se enciende en mi tarta de cumpleaños, una luz vieja se apaga en mi vida. Yo soy menos vivaz que la norma, menos bueno recordando nombres y caras y fechas y acontecimientos recientes, mucho menos alerta (¿menos capaz?) para mantenerme al corriente de los asuntos de actualidad y de lo último en las artes y las ciencias y el entretenimiento, mucho menos ansioso de ACERCARSE A LA MUERTE 66 intentar nuevas maneras de vivir y de ver la vida, y en general muy feliz de quedarme cada vez más rezagado. Todo esto, y más, es cierto. ¿Pero es esto tan malo para mi tarea propia en esta época de mi vida? ¿Me despido de estas facultades que menguan cada vez más a medida que mi edad avanza, diciendo que están como «uvas verdes» porque no puedo tenerlas, o son en realidad uvas verdes y no son buenas para mí, ahora? ¿Estoy sólo balbuceando en la oscuridad para calmar mi miedo de la muerte y mantener el ánimo? ¡NO! Esta aparente pérdida tras pérdida es justamente lo que se necesita. Dado este propósito de conclusión de mi vida – que es descubrir y gozar y ser el Uno cuya vida es en realidad sin muerte– cada incapacidad aparente resulta ser una bendición de Dios, un presente de Mí mismo a mí mismo. Eso resume mi experiencia hasta la fecha. En lo que concierne al resto de mi vida no estoy en situación de decir nada, por supuesto. Nadie puede estar seguro de evitar la senilidad. Pero tengo la certeza de que permanece inviolada la única cosa esencial que la enfermedad creciente del cuerpo y de la mente son impotentes para arrebatarme, y eso es la nada, el no cuerpo y la no mente, la vacuidad consciente que es mía ahora mismo y que ha estado en el núcleo central de mí mismo todo el tiempo11. Incluso si en el programa no detenido que se muestra sobre esta Pantalla vacía continúa todo desorganizado (no más desorganizado que en los propios sueños nocturnos de uno, después de todo), no obstante, la Pantalla permanece exactamente la misma, inmaculada, perfecta. El mundo que comenzó la historia llamada D. E. Harding hace alrededor de ocho décadas como un ilimitado caos, y que poco a poco se organizó a sí mismo tan elaborada, tan poco a poco (o no tan poco a poco), se desorganiza de nuevo y deviene un caos otra vez. Es a él al que hay que llamar demente o senil si usted quiere, no a mí. Los mundos tienen el hábito de comportarse así y deben ser excusados. Este tipo de simetría temporal pertenece a su historia natural. Ellos se acaban con un caos. No así Mí mismo. El verdadero Mí mismo no está ni organizado ni desorganizado, no viene ni va, no tiene ninguna historia –ni natural ni sobrenatural. Yo soy sin tiempo. (V) EL ASCENSO: CONCLUSIÓN En este capítulo hemos estado considerando algunas de las rutas que llevan a la Muerte que desemboca en la Vida Sempiterna. Comienzan como un número de rutas (en apariencia) más o menos incompatibles, pero van convergiendo a medida que se acercan a la cima que es su meta común. Pero, ¡ay!, tam- 11 Ver Prueba (IX), pág. 41. EL ASCENSO 67 bién se van haciendo cada vez más empinadas. La consecuencia de ello es que los aspirantes se encuentran a sí mismos ralentizados o detenidos en diferentes etapas a lo largo de la vía; y muy, muy pocos (parece) se las arreglan para trepar o escalar su vía directamente hasta la cima. Sea cual sea el nombre tradicional que estos aspirantes den al Fin al que aspiran, a esta Cumbre de todas las experiencias cumbre –bien sea Unión con el Uno, plena realización de Dios, Iluminación perfecta, Nirvana, la Liberación final y el Despertar del tiempo y de la muerte en lo Sin tiempo y Sin muerte– permanece inimaginable, imposible de columbrar siquiera. En estos elevados niveles, aunque todavía no lo suficientemente elevados, esa atrayente Cumbre está tan fuera de visión como fuera de alcance. Solo puede confiarse en Ella. La ansiosa pregunta permanece sin respuesta: ¿cuánto va a durar este esfuerzo cuesta arriba? ¿Cuáles son las posibilidades de que uno lo lleve a término completamente en esta vida? ¿O en las siguientes vidas, si hay alguna? ¿O de que lo lleve a término siquiera alguna vez? Yo no estoy en situación, por supuesto, de hablar por usted ni por ningún otro, pero en lo que a mí concierne tengo que admitir que al menos las últimas etapas de esta escalada son demasiado empinadas. No tengo capacidad para tales alturas; y encuentro que la pendiente, tan fácil y agradable al comienzo, deviene al final imposible. ¿Y qué hay sobre todos los demás, la gran masa de las gentes? De nuevo tenemos que preguntar: ¿cuántos –tanto en occidente como en oriente, viejos o jóvenes, materialistas o idealistas, religiosamente inclinados o no– cuántos saben o quieren saber sobre la existencia de una tal vía, y están dispuestos a emprender un comienzo real en ella, por no decir nada de entregarse a intentar las pendientes superiores de esa escalada crecientemente esforzada con todos sus angustiosos retrasos y reveses? No una escalada –recuerde– que lleva directa y triunfalmente a la puerta del Cielo, sino (¡Dios nos salve!) a las profundas y oscuras aguas del Foso llamado «Muerte» que se encuentra a este lado de ella. ¿Hay la más mínima posibilidad de que una vía como ésta, no importa cuán bien pavimentada y señalizada esté en ciertos lugares, sea recorrida por los desempleados –desempleados por razones de edad o económicas o de impedimentos– en amplios números? ¿O que devenga popular en cualquier grupo influyente? ¿O que sea adoptada por bastantes de nosotros como para constituir una diferencia apreciable para nuestro mundo, y todavía menos para curar su crítica enfermedad actual? ¡No soñemos! ¿Estoy yo, está usted –para no mentar siquiera el resto del mundo– preparado para seguir ese formidable ascenso hasta su fin? ¡Pero no hay que desesperar! Este temible número de obstáculos no es necesariamente insuperable. ACERCARSE A LA MUERTE 68 Acontece que hay una vía «secreta», una vía arriba verdaderamente mágica. ¡Sí, directa a la cima misma! ¡Y sí, una vía para usted y para mí –y para todo aquel que quiera tomarla!
continua..........................
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