EL LIBRITO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE capitulo 3
El despegue vertical
Despertar súbitamente al hecho de que vuestra propia Mente es el Buda, de que no
hay nada que alcanzar ni una simple acción que cumplir, esto es la Vía Suprema.
Huang-po
¿Qué podría ser más admirable que este paradigma que hemos estado discutiendo –esta
carrera (esta pugna, esta escalada difícil) a través de la muerte a lo Sin muerte? ¿Qué empresa
podría merecer más la pena que esta aventura que hace que cualquier otra aventura parezca
timorata y banal?
Pero nuestra persistente pregunta aún tiene que ser respondida: una vez concedido que en
esencia éste es el remedio soberano para la condición humana (de la que el embotamiento y
las miserias de nuestros años de declive son sólo meros efectos secundarios), ¿hay algún medio
de aplicarlo? ¿De hacer que la medicina esté a disposición general y de que el paciente la
tome?
Aparentemente NO. Nuestra situación parece desesperada. Pero antes de abandonar, probemos
esta otra receta de la que he hablado al final del último capítulo. ¿Qué podemos perder
haciéndolo?
En primer lugar, veamos qué es lo que necesitamos desesperadamente. Lo que se necesita
no es una medicina nueva sino una nueva destilación de la vieja, de la que se hayan eliminado
todo tipo de aditivos –acúmulos de saborizantes, conservantes, colorantes y gelificantes religioso-culturales–.
Un verdadero simple, en el sentido de una hierba medicinal de un único
ingrediente, un producto que esté al fin en abundante provisión, que no sea la mercancía con
marca registrada de alguna tierra o edad o tradición particular, que se envuelva con sencillez,
que sea fácil digestión para todos, que penetre instantánea y en profundidad dentro del propio
sistema de uno, y que sea gratis por completo. Una cura natural perfectamente indolora e inocua,
un remedio saludable y por entero no-violento que, haciendo aflorar la perfecta salud que
es ya nuestra en la raíz, opere siempre.
ACERCARSE A LA MUERTE
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¿Eso es todo?, puede preguntar usted, con una ironía por entero justificada. ¿No es eso ir
demasiado lejos?
Bien, es incumbencia del lector que ha llevado a cabo con cuidado las pruebas decir si tal
remedio no ha devenido ahora disponible. ¿Ve usted evidencia de que, una vez más en la historia
humana, la necesidad y los medios de satisfacerla están misericordiosamente llegando
juntos y de que coinciden a la perfección? ¿Comparte usted mi convicción de que nuestra
Fuente Más Íntima y Verdadera Naturaleza –esta Beneficencia infinitamente misteriosa, esta
Gracia que, a pesar de todas mis resistencias y de las suyas, ha velado por nosotros completamente
hasta ahora– está en el proceso de hacerlo de nuevo? ¿Podría la Noticia detrás de la
noticia –¿y cuándo no es una mala noticia?– ser esa buena Noticia? ¿Podría ser esto –tan inadvertido
debido a que es tan perdidamente llano y común– la brillante esperanza del mundo?
¿No es este simple por completo simple, una panacea para simples? ¿Podría el gran Eckhart
estar en lo cierto: «Cuanto más sabio y más poderoso es el maestro tanto más inmediatamente
eficaz es su trabajo y tanto más simple es»? Siendo el «maestro» en este ejemplo, el Uno que
impide todos mis intentos de escapar de lo DADO, tan simple, tan embarazosamente evidente.
Su respuesta a estas grandes cuestiones dependerá ampliamente de su reacción personal al
remedio ofrecido aquí –de su experiencia de la muestra proporcionada por nuestras pruebas–
dejando a un lado todas las consideraciones de su posible uso a gran escala. Pero antes de que
usted decida, gire por favor la flecha de su atención 180° de nuevo, mirando a desde donde
usted está mirando, y vea lo que está siendo señalado por esta mano que apunta. ¡No piense
sobre ello, vea
Vea lo que está acogiendo estas marcas negras sobre un fondo blanco, esas borrosas manos y esas brumosas mangas, y aténgase a lo que usted encuentra. Tenga confianza –le ruego EL DESPEGUE VERTICAL 71 que confíe– en lo que se da tan generosamente. ¿No está usted, ahora mismo y aquí, firmemente establecido en ese cuarto y altísimo Asrama, en esa sexta etapa de Unión donde uno se realiza como nada y todo, y ya al mismo nivel de –o más bien idéntico con– los más eminentes Veedores de Esto, y uno con el Uno? ¿No ha estado usted siempre aquí, aunque haya persistido en no ver Lo Que, una vez visto, es más evidente que todo cuanto usted haya visto nunca? ¿No es este país de sempiterna claridad su querida tierra nativa? Y de hecho, al contrario que en la historia esgrimida por tantos de sus discípulos e intérpretes, todos los verdaderos Veedores han dicho, ya sea con claridad o implícitamente, que esta Visión esencial no es algo a alcanzar, sino algo a realizar, a someterse a ella, a dejar de oponerse a ella. No importa cuán extrañas hayan sido sus tradiciones alimentarias ni cuán austeras hayan sido sus prácticas, ellos han declarado siempre que Ella está aquí para tomarla ahora, que está a nuestra disposición como somos debido a que Ella es lo que somos. Nuestra excusa de que Ella no es para los que son como nosotros, que es el logro casi imposible de rarísimos genios espirituales que han seguido décadas y vidas enteras de disciplina infatigable, no es honesta. Es una racionalización del rechazo de Ella, del terror de morir que es su otra cara, un ardid artero (¡nosotros no podemos ver en nuestra Verdadera Naturaleza, nosotros no estamos iluminados; a diferencia de algunos que conocemos, nosotros somos humildes!) para ocultar la culpabilidad secreta de nuestra auto-mutilación, el crimen de cegarnos deliberadamente nosotros mismos al hecho glorioso de que todos estamos viviendo desde ESTO, de que todos lo estamos haciendo, querámoslo o no. (Y es crimen, y es culpa. Dispararse a usted mismo en la mano o en el pie, a fin de ser repatriado, solía ser un delito capital en tiempo de guerra. Comparado con nuestro propio auto-cegarnos, debido a que no podemos afrontar la vida como es, y a nosotros mismos como somos, aquello era la inocencia misma. Pero la pena es prácticamente la misma). ¡Cuán diferente de aquel ascenso gradual a la meta es este despegue vertical! Aquél era la cosa más difícil del mundo, éste es la más fácil; aquél era penosamente lento, éste es instantá- neo; aquél era para los pocos elegidos, éste es para los muchos, para todos; aquél se encontraba principalmente en el futuro, éste es todo ahora; aquél requería una inmensa fuerza de voluntad y una energía infatigable, éste es para los hermanos más débiles como mí mismo y probablemente como usted; aquél mantenía la esperanza de la llegada al final de una larga y difícil ruta, éste llega ahora, en el mismo momento en que nosotros queremos estar ahí; aquél nunca nos ve allí, éste siempre nos ve aquí –debido a que ese «allí» está aquí donde nosotros hemos estado siempre–. ACERCARSE A LA MUERTE 72 Este Despegue Vertical no es uno de los extras opcionales de la vida espiritual. La extraña y feliz verdad es que lo que es tan difícil –a saber, morir a mí mismo– es cumplido con plenitud solo por lo que es tan fácil –a saber, viendo que no hay nadie aquí para morir–. Yo estoy por completo abandonado cuando no puedo encontrar ni una mota de algo que quede aquí por abandonar. Nada más fácil. Después de todo mi esfuerzo –¡de querer tan desesperadamente abandonar mi querer (voluntad), en verdad!– es la Pasmosa Gracia la que interviene: Una vez estuve perdido pero ahora me he encontrado, Estuve ciego pero ahora VEO. Pero bajando ahora a las prácticas mundanales y al mundo de cada día, ¿cuán difícil es propagar esta técnica, la más simple de todas, para ver en nuestra Naturaleza sin nacimiento y sin muerte? ¿Cuán difícil es mostrar a las gentes individualmente y en masa cómo hacerlo y hacer que lo hagan? ¡Nada podría ser más fácil! Ya se trate de un encuentro de dos personas o de doscientos o de dos mil, todos y cada uno van a «ver», provisto que acepten llevar a cabo unas pocas de nuestras docenas de pruebas. (Casi siempre aceptan, por muy provisionalmente que sea). Y siempre que el demostrador esté viéndolo también –lo cual significa que él está conscientemente ausente de la escena como una persona, y presente como Espacio para todas esas otras personas. En mi propia experiencia durante los últimos veinticinco años, y en la de un número de veedores amigos durante períodos variables, es imposible para las gentes evitar ver en su propia Naturaleza una vez que ven dónde mirar y cómo mirar. El dedo que apunta o el ojo único es suficiente. En cuanto a leer sobre ello, he notado con alguna sorpresa y mucha gratitud que mientras hace diez o quince años eran pocos los que veían en su Nada desde la lectura de libros sobre este ver básico, son muchos los que lo hacen hoy día: de hecho, lo hacen todos aquellos que llevan a cabo los experimentos con sinceridad y aceptan lo que ven. Cuando las gentes dicen que no lo ven, generalmente quieren decir que no lo sienten: el paisaje interior les deja fríos. ¡Por supuesto que lo es! ¡Gracias a Dios por eso! Ésta es una cuestión de hecho y no de sentimiento, de la propia Naturaleza sin naturaleza y eterna de uno y no del calidoscopio siempre cambiante de pensamientos y emociones que ella produce. Es la verdad la que nos hace libres –la Verdad que no podría ser más llana– llana en el sentido de fría y nodecorada, y llana en el sentido de no-ocultada. Finalmente, la cuestión apremiante y vital: una vez que se ha visto dentro de nuestra Naturaleza sin nacimiento y sin muerte –bien con espontaneidad, por medio del contacto con un EL DESPEGUE VERTICAL 73 buen amigo, en un taller, o leyendo sobre ello (por ejemplo en este libro)– ¿qué hacemos con ello? ¿Cuántos de nosotros nos entregamos a cultivar la visión hasta que deviene un estilo de vida? A primera vista, una proporción muy pequeña en verdad. No obstante, ninguno de nosotros, habiendo visto esto aunque sólo sea una vez, puede ser nunca por completo el mismo de nuevo. Una buena semilla ha sido sembrada, por regla general tan profundamente que le puede llevar bastante tiempo echar un brote en el pleno mediodía de la consciencia. Lo mismo que las semillas del peral devienen perales, dice Eckhart, así las semillas de Dios devienen Dios. Todas ellas. No hay ninguna semilla de Dios huera. Además, son sembradas en el más fértil de todos los campos –nuestro Terreno de Ser– de modo que ¿cómo podría ni siquiera una de ellas dejar de germinar al fin, y exactamente cuando debe? Sí, esto es más que la brillante esperanza de nuestro mundo. Es una certidumbre, la segura y única ganadora, la resplandeciente certeza del universo. ACERCARSE A LA MUERTE 74 15 Síntesis Mientras usted no sabe cómo morir y cómo vivir de nuevo, es sólo un afligido viajero en esta tierra oscura. Goethe ¿Está superado ahora ese largo y difícil ascenso, con todas sus múltiples pistas y rutas tanto orientales como occidentales –algo así como los largos viajes a pie o a caballo han sido superados por los veloces coches y aviones–? ¿Era toda esa dedicación y paciente esfuerzo espiritual, ese afán, esas lágrimas, ese quebranto y recuperación de esperanzas, era todo eso una aberración y una pérdida de energía, un malestar del que casi nos hemos recuperado? ¡Por supuesto que no! ¡Todo lo contrario! Mientras es verdadero que esta vía de despegue vertical, que este instantáneo ver en mi Naturaleza sin tiempo, es sin-esfuerzo y gratis, es verdadero también que opera en mi vida solo en la medida en que se trabaja. El descubrimiento de que yo soy absolutamente perfecto como yo soy –Como YO SOY– tiene que ser actualizado por su paciente redescubrimiento, y redescubrimiento, y redescubrimiento, hasta que todo rastro de artificio y de esfuerzo, todo sentido de logro u obtención, se hayan desvanecido. Hasta que haya devenido el vivir día a día ordinario que siempre ha sido de hecho, el propio estado natural de uno. En otras palabras, a pesar del despegue vertical instantáneo, uno tiene que emprender también esa senda gradual y lenta y ardua. Aunque el progreso a lo largo de esa senda se hace dejándola repetidamente, uno no puede permanecer en el aire. (Uno está a la vez arriba y sujeto a la tierra, y no hay ninguna contradicción. Según el maestro zen Ummon: «Para el hombre en verdad iluminado la sujeción a la ley de causa y efecto, y la libertad de ella, son una única verdad»). No hay ninguna vía libre de zozobra o exenta de trabajos. La cualidad de la propia vida espiritual depende del esfuerzo que uno esté preparado a invertir en ella. Por otra parte, nadie que ve en su Naturaleza Sin muerte debe asustarse por esta perspectiva de «trabajo duro» quizá durante muchos años. La primera visión de esto, por breve y provisional que sea (en la medida en que podemos hablar de una primera vez) es ya perfecto ver. SÍNTESIS 75 Uno no ve con más claridad a medida que pasa el tiempo. Ésta es la única cosa que yo no puedo hacer mal o parcialmente. Toda una vida, un centenar de vidas de práctica no me llevarán ni un centímetro más cerca de LO QUE YO SOY; sólo pueden traerlo cada vez más a mi atención. Y, me pregunto, ¿es esta vida de ver una vida tan difícil? ¡Sí, y enfáticamente No! De acuerdo a mi larga observación de mí mismo, la vida de no ver resulta mucho, muchísimo más difícil. Después de todo, ¿qué es este ver dentro sino vivir desde la verdad de mi Naturaleza, y qué es esta obstinada ceguera a mi Naturaleza sino vivir desde una mentira (que –en la medida en que puede hacerse y no sólo imaginarse– tiene que ser condenadamente ineficiente)? Cuando uso una herramienta es bueno que observe si es un martillo o una sierra, a menos que esté determinado a dañarme y a arruinar la tarea. Bien, yo soy mi propia herramienta para vivir, de modo que la miro bien mirada, y me cercioro de seguir mirando. La vida es inconmensurablemente más satisfactoria, y a la larga inconmensurablemente menos difícil de esta manera. La Tercera Parte de esta investigación ha tratado sobre tres maneras de acercarse a la Muerte: Descenso, Ascenso y Despegue Vertical
Para resumir estos descubrimientos y ponerlos de una forma memorizable, he aquí un grá- fico de las rutas cuesta abajo, cuesta arriba y vertical. ACERCARSE A LA MUERTE 76 Mi triple itinerario incluye: (I) El inevitable declive de mi vida a la vejez y a la incapacidad y a la muerte –un proceso que no es tanto para someterse a él como para acogerle–. (II) Mi maduración espiritual por la vía «difícil», mi conquista de la muerte y mi ascenso gradual a la Eternidad muriendo continuamente. (III) Mi liberación total ya, de la vida y de la muerte y mi reposo en la Eternidad –lo que es para ver sin esfuerzo ahora, cualesquiera que sean mis edades cronológicas y de desarrollo–. Yo viajo por las tres rutas: La (I) automáticamente, y la (II) practicando la (III). 77 4 LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE Solo viendo-Le, uno trasciende la muerte. No hay ninguna otra vía. Svetasvatara Upanishad La vida y la muerte pertenecen en igual medida al mundo de las apariencias, mientras que la existencia está más allá de ambas. No hay ninguna necesidad de cruzar al otro mundo; aunque uno continúe viviendo en éste, está ya allí. Richard Wilhelm: Lectures on the I Ching Nosotros tenemos conocimiento inmediato de la vida eterna. Eckhart Abandona la vida y el mundo, a fin de que conozcas la vida del mundo. Rumi Es el que vive, aunque muerto, el que nunca morirá de nuevo. Kabir El jñani (el que conoce) no muere, debido a que jamás ha nacido. Nisargadatta Maharaj El miedo de la muerte, que es el centro de la psicología del hombre natural, está relacionado con el absurdo menosprecio con el que considera su existencia. Mi existencia no es tocada por la muerte de mi organismo. Hubert Benoit La muerte es absolutamente libre de daño. Comentario de un paciente recuperado del umbral de la muerte LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 78 16 Sobrevivir a la muerte El propósito de la vida es ser eterna cada momento. La única inmortalidad real es una inmortalidad que podemos poseer plenamente en esta vida en el tiempo. La supervivencia personal es irreal o carece de valor. Lo que nosotros necesitamos es profundidad, no duración, de vida. Schleiermacher (I) ¿UNA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA PARA CONTINUAR ESTA VIDA? ¿Quién está realmente interesado en la vida eterna? Para casi todos nosotros, al menos la mayor parte del tiempo, la eternidad es un cliché o un término inapropiado para un futuro sin fin. El instinto inmediato de uno es decir: «Yo no estoy interesado en algún inimaginable estado atemporal sino en mi propia existencia continuada después de la muerte». Pero la primera cuestión debe ser: dejando a un lado las preferencias de uno, ¿cuáles son los hechos? ¿Sobrevive la gente a la muerte, y «pasan a través del velo» para continuar su vida «al otro lado»? ¿Tienen los muertos algún futuro, o no lo tienen? La evidencia de que al menos algunos de ellos lo tienen es impresionante. Incluye multitud de espíritus –rondones fantasmales descritos por testigos creíbles con muchos detalles circunstanciales– así como comunicaciones que se pretende que vienen de personalidades muertas, las cuales a menudo retienen el estilo y los intereses distintivos del fallecido, incluso sus maneras. Y por supuesto, hay la intuición general y un sentimiento visceral de la humanidad a través de las edades de que la muerte no es el final. En conjunto, yo estoy reluctantemente convencido. ¿Pero convencido de qué? Bien, no de mucho, no de algo que merezca la pena. Y esto por varias razones: En primer lugar, es dudoso que todos los humanos maduros (y no digamos nada de aquellos que mueren en la infancia), o algunos de los animales más elevados (y no digamos nada de los del tipo más humilde), continúen después de la muerte. Las indicaciones son que solo lo hacen aquellos (tales como las víctimas de la violencia) cuyas vidas, cortadas antes de tiempo, están inacabadas, y quizás otros (tales como los ávidos investigadores psíquicos) que SOBREVIVIR A LA MUERTE 79 tienen un poderoso interés en permanecer rondando. ¡Uno no está precisamente ansioso de unirse a ninguno de ambos grupos! En segundo lugar, es muy dudoso que incluso estos atormentados e inquisitivos supervivientes se mantengan mucho tiempo –durante muchos siglos o milenios– y no digamos nada de «para siempre». El hecho de que las visiones de espíritus sean raras sugiere que los espíritus eventualmente mueren una segunda muerte. ¡Como si con una no fuera bastante! En tercer lugar, es más que dudoso que toda la persona sobreviva ni siquiera un momento. La vida de un espíritu no puede evitar ser opaca y nebulosa, un vacilante parpadeo de la brillante llama de la vida real. Una cuarta razón para mi escepticismo sobre una vida futura para «mí mismo» (quiero decir para el tipo que veo en mi espejo, y que figura en mi certificado de nacimiento y en mi pasaporte) es que tiene muy poco sentido. Es inconcebible que la vida «al otro lado» –no solo rondar miserablemente por algún sombrío cementerio o alguna mansión en ruinas, sino disfrutar de todas las amenidades de un cielo bien aprovisionado o de la enésima dimensión– pueda ser una continuación real de la vida «de este lado». ¿Continúa el niño fallecido con su educación allí, se hace mayor, deja su escuela para espíritus y encuentra un trabajo para espíritus? ¿Y se hace viejo y muere de nuevo? ¿Puede el octogenario elegir volver a los diez años e intentar hacer algo mejor de su adultez? ¿O todos los resucitados se quedan como estaban antes de morir? ¡Dios no lo quiera! Por cierto, hacer tales preguntas es exponer la totalidad del síndrome de la otra vida como en un sueño, y dar peso a mi propia esperanza confiada de que la muerte resolverá y concluirá mi aventura como Douglas E. Harding. ¡Basta ya de este maravilloso pero penoso y desordenado experimento; es suficiente! Incluso esta vida como una persona o individuo separado es una fantasía –lo cual hace su continuación más allá de la tumba una fantasía sobre otra doblemente irreal–. Hay que agregar el hecho de que esto representa más una amenaza que una promesa. De aquí el mito de Tithonus, a quien Zeus concedió el don en verdad envenenado de la vida inacabable y que resultó ser una maldición pavorosa. No poder morir –no tener ningún límite prescrito para este sí mismo particular– sería arrebatarle todo su valor. Sin limitación en el tiempo y el espacio, cualquier persona u obra de arte –cualquier cosa que sea– carecería por entero de sentido. Es obvio que el fin de esta vida es tan natural como su comienzo. Lo uno va con lo otro, como el norte con el sur y el sí con el no. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 80 (II) ¿REENCARNACIÓN? ¿Qué hay sobre la consagrada doctrina del karma y del renacimiento, la pretendida «reencarnación» como un ser humano más elevado o como una deidad si uno se ha comportado bien toda su vida, o como humano más bajo o animal más alto si uno se ha comportado mal, o como animal más bajo o demonio si uno se ha comportado fatal? Bien, aunque hay una buena cantidad de evidencias de que algunas gentes recuerdan sus «vidas pasadas» como humanos en gran detalle, no hay nada aquí que no pueda ser adscrito a la clarividencia o a la telepatía – para las cuales sí hay una gran cantidad de evidencias–. (De modo que cuando imagino que estoy recordando mi experiencia como un centurión romano, lo que estoy haciendo es repescando amplias áreas de su experiencia [de él]). Y atestiguando así el hecho de que en lo más profundo todos somos uno. En verdad, el problema de la reencarnación es que no llega lo bastante lejos. Si se me dijera que al final toda consciencia es mi consciencia, o que la consciencia es finalmente indivisible, yo no tendría ningún problema con ella. En cuanto a la pretensión de que uno puede recordar sus vidas subhumanas, ¿qué muestra esto sino lo que parece, ensoñaciones fútiles? De hecho, este dogma de la reencarnación (aunque en su momento fuera una valiente e ingeniosa tentativa de explicar las injusticias de la vida) para mí no tiene ningún sentido en absoluto. Si he sido tan egoísta y codicioso en esta vida que a la siguiente ronda seré un cerdo, ¿significa eso que retendré algún oscuro recuerdo porcino de haber sido aquel malvado Douglas Harding, y que con sólo que sea ahora un marrano automortificado –y muy flaco en verdad– en el comedero, tendré una posibilidad de subir de nuevo al estatus humano? O, si no es necesario que los recuerdos cubran las lagunas entre las reencarnaciones, ¿qué otra cosa puede hacerlo? ¿Y en qué sentido son ellas mis reencarnaciones? Millones de personas inteligentes continúan profesando de boquilla este mito consagrado; aunque pocos lo toman con suficiente seriedad como para examinarlo a fondo. La solución real de tales problemas sobre el pasado y el futuro de uno se encuentra en el presente. Como Ramana Maharshi lo señala, y como nuestras pruebas han confirmado ciertamente, uno no está encarnado –la Primera Persona del Singular no está en un cuerpo ahora– de modo que, ¿qué es todo este alboroto sobre la reencarnación? SOBREVIVIR A LA MUERTE 81 (III) LA INMORTALIDAD POR LA FAMA Aún menos espacio y tiempo merece que se le dedique al tipo de inmortalidad que consiste en la fama. Platón, Shakespeare y Mozart (junto con Iván el Terrible y Hitler) no perecerán por completo mientras haya humanos. (Lo cual no será siempre; la especie, por no decir el planeta, la estrella y la galaxia, son ciertamente mortales). ¿Pero qué tipo de sobrevida viven estas figuras históricas? Son inmortales solo en el sentido pickwickiano. ¿Y qué hay de los billones de mortales por entero olvidados? ¿Son –el gran número de los perdedores– un completo desecho? Sin embargo, hay un sentido en el que la inmortalidad real viene con el renombre; y en el que, además, ambos están disponibles en su plenitud para usted y para mí. El Buda encontró que él mismo era el «Venerado del mundo», y nuestras pruebas nos han equipado para hacer el mismo descubrimiento por y sobre nosotros mismos. Quien yo soy en realidad es celebrado en todo el universo de incontables galaxias siempre y dondequiera que haya seres sencientes que miran dentro. Nuestras pruebas, con sólo mínimos ajustes, permitirían que ET, junto con nosotros, viera el único Nombre y Fama dignos de tenerse –demostrando que nosotros ya hemos accedido al más brillante estrellato, al pináculo del prestigio y del esplendor sin tiempo– no uniéndonos a los pseudo-inmortales sino siendo el Inmortal. Lo cual debe poner fin a cualquier ansia residual de supervivencia personal en el tiempo, de cualquier tipo que sea. (IV) UNA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA Entonces, por todas estas razones, encuentro la perspectiva de una vida continuada después de la muerte para Douglas E. Harding absurda e irrealista, y en cualquier caso en absoluto algo que haya de ser deseado. Pero queda un argumento para la supervivencia personal que ha de ser tomado con más seriedad. Me refiero a la intuición –de hecho, la insistente demanda– de que (puesto que uno no puede creer que el Universo sea malo en su raíz) las injusticias terribles de esta vida sean resarcidas de alguna manera en la siguiente. ¿Quién no siente a veces que solo las bendiciones y el pleno reconocimiento apropiado, en un cielo u otro, para las bondades inadvertidas y no recompensadas –junto con los castigos merecidos, en algún penoso infierno a propósito, para LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 82 la maldad irredenta– quién no siente a veces que solo estas compensaciones podrían reconciliarle a uno con las injusticias de la condición humana? ¿Carece esta vida de todo sentido moral –es decir, es por completo atroz– si no tiene ninguna secuela, si no hay nada que se parezca al Juicio Final, si al mal se le permite salirse con la suya y tener la última palabra? Bien, nuestra indignación moral –aunque más que justificada– no es el mejor instrumento para ver con claridad los hechos. Peor aún, encubre con una espesa capa de clichés los problemas que plantea, ocultándolos debajo de asunciones emotivas y con facilidad convencionales sobre una responsabilidad que hierve de contradicciones. ¿Decidieron con libertad los hombres malos (¡por no hablar de los cerdos!) ser malos, como óvulos seleccionando sus genes y cromosomas, y como bebés seleccionando a sus padres y su medio entorno, a fin de promover su depravada decisión inicial? ¿Dispusieron los hombres buenos similarmente ser buenos? ¿En qué queda nuestra siempre vehemente atribución de alabanzas y de culpas cuando miramos con más cuidado a los sujetos de nuestro juicio? ¿Qué razón tenemos para negar que «saber todo sería perdonar todo»? Esto no quiere decir, por supuesto, que la maldad humana sea menos mala, ni que la bondad humana sea menos buena. Sino más bien que la solución del enigma siempre punzante y a menudo desgarrador de nuestro manifiesto bien y mal ha de ser encontrada solo en el nivel más profundo de todos, en el lugar de su origen, donde todavía no están diferenciados, en su Fuente todavía no humana. Una vez más, si hay una respuesta a nuestro problema, es ver Quién lo tiene, ahora. Solo restablezcamos nuestra Identidad, y todo lo demás se enderezará por sí solo. Nuestra asunción por completo necesaria, pero provisional, es que nosotros, los humanos, somos otros tantos individuos, entidades o sí mismos separados. Que usted y yo somos sólo nosotros mismos y no también cada uno el otro. Que en consecuencia mi felicidad y sufrimiento, mérito y culpa, son simplemente míos y de propiedad privada, y que de ninguna manera le tocan a usted, ni viceversa. Pero, como hemos notado una y otra vez a través de la precedente investigación, esta asunción tan enormemente simplista no funciona en absoluto. De hecho, es nuestro error o «pecado original» básico, cuya corrección es la verdadera tarea de nuestras vidas. Y es en particular aquí –si ha de resolverse el enigma del bien contra el mal, y del perdón contra el juicio moral– donde es esencial decir al final la verdad. A saber: la verdad de Quién es uno en realidad, la verdad de que hay sólo Uno –un único Ser, Consciencia, Realidad, Fuente, Verdadero Sí mismo de uno, la Unidad Sin tiempo y Eterna– llámelo Él o Ello o Mí mismo, o lo que usted quiera. Y de que han de recomendarse mucho sus descripciones tradicionales como el Eterno Salvador y Redentor del Mundo, el Amor que hace que el SOBREVIVIR A LA MUERTE 83 mundo gire, la Compasión Universal que, identificándose a sí misma con lo peor no menos que con lo mejor de los hijos del tiempo, hace que todas esas distinciones carezcan de sentido. Nos guste o no, la culpa compartida y el sufrimiento participado resultan ser hechos crudos, tan pronto como comenzamos a ver lo Sin tiempo más allá del tiempo y sus divisiones. Al final, para llegar a lo Sin muerte tengo que saber en mi corazón que toda la iniquidad y sufrimiento del mundo, así como su bondad y gozo, son por siempre únicamente míos. Al unirse así en Mí (no en Douglas E. Harding por supuesto) ya no son más, ni en un sentido convencional, bien y mal, aceptable e inaceptable. En la Realidad, que es en la Eternidad, todo está bien, nada ha estado nunca mal realmente. Nada de esto es para creerlo, para confiar en ello sin más, con pasividad. Son solo palabras vacías hasta que se prueban en el momento presente, hasta que las compruebo por mí mismo activamente prestando atención a los hechos dados, y no relegándolos más al futuro. (V) NINGUNA PERSPECTIVA DE FUTURO: RETORNO A LO SIN TIEMPO Heme aquí de vuelta a lo sin tiempo. Las inevitables agonías e insensateces inherentes al mundo del tiempo me han devuelto a mis sentidos, y he respondido a la pregunta que me he estado haciendo a lo largo de este capítulo: ¿Estoy yo en realidad interesado en realizar lo Sin tiempo, más que en mi existencia continuada después de la muerte? La respuesta es Sí. Y esto por cada una de las razones que he dado, pero por encima de todas, por esta última razón: que solo en y como esta Realidad Sin tiempo que percibo tan claramente en mi centro se resuelven todo el mal y las agonías de mis zonas temporales. Y por lo Sin tiempo yo no entiendo algún núcleo oscuro, místico y difícil de alcanzar del mundo temporal, sino simplemente AHORA, este inescapable momento ordinario, en que el Uno Sin muerte –que no es ningún otro que la Primera Persona del Singular, ahora– se muestra tan llanamente. Como dice Kabir: Si tus cadenas no son rotas mientras estás vivo, ¿qué esperanza de liberación hay en la muerte? Es como un sueño vacío, esperar que el alma se unirá con Él solo porque ha dejado el cuerpo. Si Él es encontrado ahora, Él es encontrado entonces: si no, solo irás a morar a la Ciudad de la Muerte. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 84 La asunción prácticamente no desafiada que subyace en todas las cuestiones sobre mi mortalidad es que yo soy temporal, un hijo del Tiempo, reñido con sus padres, sumergido en el Tiempo, si no efectivamente condenado a ahogarse en el Tiempo. Yo doy por hecho automáticamente que mi mejor posibilidad, y quizá mi única posibilidad de supervivencia, mientras aún estoy vivo, es salir de alguna manera del Tiempo al sólido terreno de la Eternidad – mediante disciplinas ascéticas, fe ciega, meditación, altruismo, o (¡Dios me ayude!) investigación filosófica– y que sé yo qué más. Heme aquí arrojado en el mar del Tiempo con el agua hasta el cuello y a punto de hundirme, aferrándome a una variedad de cables salvavidas hacia la Eternidad, tan flojos y escurridizos y desgastados que las posibilidades de ser izado a tierra son ciertamente lastimosas. O así lo parece. ¡Qué mal sueño, qué pesada broma! La verdad sobria, despierta, es que yo estoy firmemente asentado, sólido e inconmovible, sobre la Roca de la Eternidad, donde ni siquiera la espuma de ese océano puede alcanzarme. No: mucho mejor que eso: Yo soy esa Roca. YO SOY LA ETERNIDAD MISMA. Pero al menos admita (oigo decir a alguien) que ésta es una realización pavorosamente difícil y exaltada, más allá de todo alcance excepto para unas pocas almas dotadas. ¡De nuevo, qué broma! ¡Cómo se puede dejar atrapar uno en una mentira tan transparente! Es ultrajante, inexpresablemente EVIDENTE. Pero yo no puedo pensar en un hecho que sea más llano que éste: que aquí yo soy esta Roca, la estabilidad misma, el Motor Inmóvil del mundo, indestructible, sin tiempo, sin ninguna historia en absoluto, por siempre y siempre y siempre el mismo –y agudamente consciente de todo esto–. Para probármelo una vez más con dramática intensidad, todo lo que tengo que hacer es (como suelo señalar) subir a mi coche y salir a dar un paseo. ¡Y redescubrir el hecho apabullante de que no hay ningún coche en el mundo que sea capaz de hacer-ME mover! ¡Ni ningún paisaje en el mundo que sea capaz de permanecer quieto –en lugar de deslizarse, y moverse y bambolearse– en mi augusta presencia! Solo tengo que despertar y ver cómo ese «mundo estable» no es más que el inquieto océano del Tiempo, y que este «viajero a través de él» no es más que el Continente de Eternidad contra el que el océano bate en vano. ¡Cuán locamente confundido, cuán letalmente equivocado estaba yo! «El tiempo, que vigila a todo el mundo, debe tener una parada». ¡Sí, verdaderamente! Se para AQUÍ, en el vigilante. No hay ningún significado en la frase «el tiempo presente». Este momento es sin tiempo, y no hay ningún modo de salir de este momento. Como ocurre tan a menudo, lo que más necesitamos es lo que es más accesible –y también más resistido–. Inevitablemente –y a ser evitado a toda costa–. Bueno –y demasiado bueno SOBREVIVIR A LA MUERTE 85 para ser verdadero–. La Realidad nunca se cansa de restregarnos la nariz con el hecho soberbio de nuestra Naturaleza Atemporal –con poco o ningún efecto. Para ser creíble, para que se tenga en cuenta, esa Naturaleza tiene que ser desnaturalizada, miserabilizada, mezquinizada. Esto no es humildad, sino el orgullo que se niega a inclinarse ante la evidencia que incluso nuestras cámaras –por no hablar de nuestro clamoroso principio de relatividad– nos urgen a aceptar. ¡Para ser una cámara de imágenes en movimiento yo debo estar absolutamente inmó- vil! ¿Y qué hay sobre usted? ¿Está, también, por siempre QUIETO? ¿Por qué no va a dar un paseo en coche y se cerciora? ¡Destino: La Eternidad! (No se inquiete, yo le aseguro que el conductor que fantasea que se pone a sí mismo en movimiento, en lugar de al paisaje campestre, no es probable que conduzca mejor –ni tan bien– como el que permanece con los hechos dados). ¡Y pensar que yo contemplaba llamar a este libro «Apertura a la Eternidad»! ¡Intente salir (de ella)! (VI) NINGUNA PERSPECTIVA FUTURA: LO CONFIRMA LA CIENCIA Resumiendo las conclusiones a las que hemos llegado en este capítulo, podría decir que yo no tengo prácticamente ninguna posibilidad de sobrevivir a la muerte a la que estoy sujeto de aquí a no mucho: pero no lo necesito o no quiero hacerlo, viendo que de todos modos yo soy eterno. Dicho así, sin embargo, esta afirmación en apariencia directa no podría ser más desastrosamente extraviadora. Comienza con un yo –yo, Douglas (o yo, Claudio, o yo, quienquiera que sea) y acaba con el Único Yo– sólo Yo, Sin nombre y Solitario: y no deja constancia en absoluto del cambio. La tarea propia de uno es vivir conscientemente con el primero desde el segundo, y no confundirlos nunca. ¿Qué dice la ciencia sobre esto? La conclusión de que uno no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir a la muerte del cuerpo ha sido durante mucho tiempo un lugar científico común: y especialmente de la ciencia que mantenía, en palabras de T. H. Huxley, que «todas las razones llevan a creer que la consciencia es una función de la materia nerviosa, cuando esa materia ha alcanzado un cierto grado de organización». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 86 Aquí hay un error, no obstante. La falacia es que la materia produce de algún modo la consciencia. Ningún científico real lo diría así hoy día. La asunción permitida es que sabemos lo que es la materia –a saber: pequeñas esferas de material sólido, esencial, real, que son uniformes de cabo a rabo sobre el modelo de la bola de billar– y que nosotros no sabemos lo que es la consciencia, excepto que es una exhalación comparativamente irreal y accidental (por así decir) exudada por la materia cuando está organizada de una manera especial, un efluvio semejante a la fosforescencia que envuelve al pescado echado a perder. De hecho, estas pueriles asunciones son insensateces descabelladas. Yo sé directa y precisamente lo que es la consciencia (aunque no puedo verbalizar mi conocimiento) debido a que es lo que yo soy. Y no tengo ninguna idea de lo que la materia podría ser, suponiendo que exista realmente. (El modelo bola de billar de la molécula o del átomo –que nunca ha sido más que una superstición de todos modos– fue por supuesto crecientemente explotado desde hace un siglo más o menos por Rutherford y todos los demás). La verdad es que intentar explicar o dar por explicada la consciencia como un producto secundario de la materia es mucho menos sensato que intentar explicar una sinfonía como un producto secundario de los movimientos ondulantes de la batuta del director: ¡pues al menos la batuta –a diferencia de la materia, el material básico que subyace a todas las cosas– no es imaginaria sino que está ahí a la vista de todos! Sin embargo, lo mismo que el comportamiento de la batuta está íntimamente ligado con la ejecución musical, así también hay cambios en mi cerebro que acompañan a los cambios en mi mente. Aunque mis procesos cerebrales no son la causa raíz de mis procesos mentales, ciertamente van a la par con ellos. Y tengo razones para asumir que cuando mi cerebro se desintegre, mi mente le seguirá. Todas las indicaciones son que el Douglas Harding mental no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir al Douglas Harding físico, que yo no puedo esperar ninguna existencia futura como él. No hay que sorprenderse de que, al comienzo de este capí- tulo yo no pudiera encontrar ningún sentido –ni encontrarme a mí mismo en peligro de encontrarlo– a una extensión postmortem real de esta vida, a una segunda oportunidad. Una vez más, la lección es clara: es imperativo saborearla enteramente. (VII) PANTALLA SIN TIEMPO, PROGRAMAS TEMPORALES No obstante, esto está lejos de ser toda la verdad y la conclusión del asunto. Hay más que decir –algo que, para esta investigación, es supremamente importante– y es sobre la distinción fundamental entre «mi mente» en el sentido de sus contenidos y «mi Mente» en el sentido de SOBREVIVIR A LA MUERTE 87 su Contenedor. Es decir, entre esta Consciencia misma, y aquello de lo que en este momento le acontece ser consciente; entre la Pantalla sin cambio y sin características (aunque indispensable) que es común a los programas siempre cambiantes que se exhiben en ella, y esos programas mismos –dramas que, por muy violentos que sean, jamás logran empañar la Pantalla en el más mínimo grado, por no decir nada de desgarrarla o de agujerearla, o de echarla abajo. Una vez más todo vuelve a la pregunta: ¿Quién está preguntando? Prácticamente a todo lo largo de esta indagación mi único interés ha sido establecer mi Identidad verdadera y permanente y distinguirla tajantemente de todas esas identificaciones falsas o parciales y pasajeras con las que me había confundido enteramente y a las que me había aferrado completamente. Las pruebas han mostrado que mi verdadera Identidad no es más que esa Única Consciencia cuyo nombre es YO SOY (en oposición a «yo soy esto, o eso, o lo otro»), esa Llaneza (en los dos significados de la palabra) que es perfectamente simple e indiferenciada y desnuda (y por esas mismas razones indudable), esa Nada que sin embargo (debido justamente a que en todos los respectos contrasta con las cosas, está tan vacía de ellas que es vacío para ellas) es todas las cosas, e inconcebiblemente rica. Ahora el problema es: ¿cómo cuadran estos tremendos descubrimientos previos con los humildes descubrimientos presentes sobre el lazo entre el cerebro y la mente? Cuadran perfectamente. Pero por supuesto, ninguna de esas experiencias particulares en el tiempo –ninguna parte de ese largo desfile de sensaciones, percepciones, pensamientos y sentimientos que están tan íntimamente ligados a los procesos del cerebro de Douglas E. Harding y que son tan peculiares a él que le constituyen en lo que él es– por supuesto ninguna parte de éstos sobrevivirá a ese cerebro. Él es un hombre mortal, y todas las pretensiones de lo contrario son tan irrealistas como vanas. Yo soy eterno no como él, no como humano. Yo soy el Contenedor o la Pantalla sin cambio, y tengo lo que viene y va en Él o sobre Él –incluyendo todos esos aconteceres humanos–. O mejor: en mi nivel más superficial yo represento el papel de ser Douglas Harding, mientras que en mi nivel más profundo yo soy el Actor, y ni la conducta ni la conclusión de ese papel pasajero tiene el más mínimo efecto en Mí. (VIII) EL CENTRO SIN TIEMPO DE TODAS LAS ZONAS TEMPORALESEsta confiada afirmación deviene más significativa y precisa tan pronto como me acuerdo de la localización del cerebro en relación a esta Consciencia Central –a este Contenedor o Pantalla– que es absolutamente independiente de él. ¿Dónde tengo yo ese cerebro? ¿En qué LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 88 punto de su viaje aquí mi observador que se acerca (Cap. 4) –o, digamos, el neurocirujano que está operando en mi cerebro– en qué punto se encuentra con el cerebro? ¿Exactamente dónde tiene que colocarse a fin de exponer por trepanación y de ver claramente ese terreno arrugado que es su campo? La respuesta difícilmente podría ser más clara o más crítica para el éxito de la operación: a saber, justamente a tantos centímetros y milímetros de aquí (a), del punto de contacto efectivo, de Mí. Un poco más lejos, y ese tejido cerebral ya no está presente; un poco más cerca, y es dejado atrás.
Él tiene que colocarse donde el cerebro se muestra claramente en (e), mucho más cerca que donde se encuentra la totalidad del hombre (en g) o sólo la cabeza (en f); pero no tan cerca como (d) donde podría aparecer una neurona individual, o como (c) o (b) donde podría aparecer una molécula; y ciertamente no en (a), esta Realidad o Noúmeno de la que proceden todos estos fenómenos, y de la que todos ellos son apariencias. Aquí, justamente donde YO SOY, él no tiene ningún tiempo ni ningún sitio para trabajar, ni queda nada sobre lo que él pueda trabajar. Mientras su operación en el tiempo afecta a todas mis apariencias regionales, jamás puede llegar a Mí, ahora. Tal es, en líneas generales, mi verdadera constitución, la manera en que estoy efectivamente construido y como efectivamente funciono. Este nido de círculos concéntricos –este modelo de cebolla o mandala– es mi diseño, como se revela, no al observador perezoso que se contenta con su visión superficial, sino al observador móvil que profundiza en las cosas. No satisfecho con una impresión circunferencial y de un solo nivel, que es una mera lámina o SOBREVIVIR A LA MUERTE 89 capa de cebolla de mi estructura y de mi funcionamiento en profundidad, continúa en ambos sentidos y acoge en su realidad radial y de múltiples niveles, la totalidad de la jerarquía12. Y tengo todas las razones para inferir que tal es la arquitectura básica, la modelización concéntrica y el «funcionamiento» radial de todos los seres sencientes. De usted, mi querido lector, para comenzar, y del resto de nuestra especie. Y también, estoy persuadido de ello, de todos los seres que van desde la más minúscula de las partículas hasta el cosmos entero mismo. En el Centro de cada uno está esta Perfección, este Único Vacío, esta Transparencia, Simplicidad, Luz (sin nombre, ella tiene cientos de nombres) que no tiene nada suyo propio para dividirlo en muchos. Y éste es el Único Vacío que en este mismo instante estoy viendoMe a mí mismo ser justamente aquí, Vacío que une, incluye, y es ese mismo Vacío que es central a cada una de las entidades que constituyen a Douglas E. Harding, y de las cuales él es parte. En otras palabras, esta Claridad que veo aquí y ahora (con o sin la ayuda de este dedo que apunta dentro) es la de cada una de mis células, moléculas, átomos y partículas constitutivas, así como la de mi planeta, y estrella y galaxia y Universo –no menos que la de Douglas E. Harding–. Como esta Claridad o Vacío, yo abarco la jerarquía entera a través del tiempo, y YO SOY el Origen y Centro sin tiempo y sin cambio de todas esas cosas temporales y cambiantes. No sólo el cerebro de Douglas E. Harding nace y muere, sino que cada parte de él nace y muere. Yo no nazco ni muero. (IX) RETROSPECTIVA Es suficiente para el presente y el futuro de esta consciencia mía. Queda agregar algo sobre su pasado. Ambos van a la par. La cuestión de mi muerte no puede ser separada de la cuestión de mi nacimiento, la cuestión de mi destino de la cuestión de mi origen. El punto de vista, corriente, pseudo-científico –apenas puesto en duda nunca– es que mi consciencia, junto con mi cerebro, es el producto final de un desarrollo evolutivo muy largo. La historia familiar –recapitulada en la matriz– es la de una simple célula, después un grupo de células con forma de fresa, seguido por criaturas que son por turno como un gusano, como un pez, como un reptil, como un mamífero, como un simio, como un humano, y solo entonces plenamente consciente a la manera humana. Cuanto más primitiva y ancestral es la forma tanto más rudimentaria es su consciencia; de hecho –dicen– es cuestionable que alguna conscien- 12 Mi Hierarchy of Heaven & Earth, a New Diagram of Man in the Universe (Gainesville, University of Florida Press, 1979) elabora esta imagen semejante a un mandala de la propia naturaleza fenoménica de uno, con su Naturaleza Noumenal en su centro. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 90 cia del tipo que sea haya existido hasta muy recientemente –tanto en la filogenia o la evolución de las especies, como en la ontogenia o el desarrollo del embrión y del feto–. Tal es la doctrina aceptada, y tan dada por supuesta, que pocos sienten la necesidad de desarrollarla, y mucho menos de completarla. La asunción tácita es que, en algún punto no especificado (y por supuesto indescubrible) de la historia cósmica, la consciencia surgió –accidentalmente, incidentalmente, mágicamente– como una tenue radiación o el más sutil de los gases, de la materia inconsciente: algo así como se asume que mi consciencia particular está surgiendo ahora de la materia de mi cerebro, lo mismo que las «nubes de pensamientos» surgen de las cabezas de las gentes en los tebeos. Este par de asunciones son dos mitades de un todo, de la base no examinada sobre la que nosotros los modernos nos apoyamos, el fundamento sobre el que levantamos nuestro imponente esquema de las cosas, nuestra vida y a nosotros mismos. ¡Qué arenas movedizas tenemos aquí por fundamento, cuán incientífica y «mística» y ciertamente presuntuosa y fatua es esta pseudo-teoría del origen de la consciencia! Y cuánto más seguro y sensato es el punto de vista de que nosotros los humanos no somos tan excepcionales como todo eso pretende, que nuestra Naturaleza propia es una muestra de la Naturaleza universal, que nosotros somos la clave para todo lo demás, que el Vacío o la Clara Luz que es nuestra Consciencia más íntima y sin tiempo (aunque abarca todos los tiempos) es el Único Vacío Indivisible que es la realidad o la historia interior de todos los seres en todo tiempo y espacio –independientemente de cuán humilde sea su estatus cósmico y de cuán limitado sea su horizonte–. En el Centro, cada uno de ellos es siempre sin muerte. Desde el comienzo, la historia interior –la sustancia y la realidad– de todas las cosas, desde la más «inerte» y primitiva a la más «viva» y avanzada, ha sido esta misma Nada, esta Nohistoria, este Vacío Consciente que es el Receptáculo y la Fuente de todas las cosas. (¡El único acontecimiento reciente en la escena evolutiva es la noción de que la consciencia es un acontecimiento reciente!) Lo que ha acontecido es que todas las edades han mostrado, y continuarán mostrando su inagotable potencialidad. De aquí el maravilloso y bello drama de la evolución orgánica revelado por Darwin y sus sucesores. Una vez más, todo se aclara directamente cuando distinguimos entre los dos significados enteramente divergentes ocultos en el término mente o consciencia –entre la enmarañada masa de experiencias siempre cambiantes distribuidas a todo lo largo del tiempo por una parte, y su Experimentador único, sin cambio, simple y sin tiempo por otra–. Yo tengo el primero, YO SOY el segundo. Y lo mismo que YO SOY AQUÍ explota para acoger a todo lo que hay ahí – tanto el norte como el sur, tanto arriba como abajo– así también YO SOY AHORA explota SOBREVIVIR A LA MUERTE 91 para acoger todo lo que es entonces –tanto el pasado como el futuro, tanto las primeras páginas de la historia del mundo como las últimas–. (X) EL PERECEDOR IMPERECEDERO Sin embargo, esta explosión de consciencia desde mi Centro es impotente para perturbar, y mucho menos para demoler, ni una sola de las incontables evidencias de mi mortalidad que me rodean. Por el contrario, ilumina sobremanera el hecho de que todo lo que me compone, de que todo lo mío, es impermanente –o está condenado a morir o está muriendo o está muerto–. Permítaseme recordar acerca de quién estoy hablando. ¿Qué es este “mí” que vive y muere? Al comienzo de esta investigación me encontré a mí mismo sorprendentemente elástico, ajustable a cada ocasión según surge. Yo adopto una variedad de tamaños y de envolturas. En particular:
Vea lo que está acogiendo estas marcas negras sobre un fondo blanco, esas borrosas manos y esas brumosas mangas, y aténgase a lo que usted encuentra. Tenga confianza –le ruego EL DESPEGUE VERTICAL 71 que confíe– en lo que se da tan generosamente. ¿No está usted, ahora mismo y aquí, firmemente establecido en ese cuarto y altísimo Asrama, en esa sexta etapa de Unión donde uno se realiza como nada y todo, y ya al mismo nivel de –o más bien idéntico con– los más eminentes Veedores de Esto, y uno con el Uno? ¿No ha estado usted siempre aquí, aunque haya persistido en no ver Lo Que, una vez visto, es más evidente que todo cuanto usted haya visto nunca? ¿No es este país de sempiterna claridad su querida tierra nativa? Y de hecho, al contrario que en la historia esgrimida por tantos de sus discípulos e intérpretes, todos los verdaderos Veedores han dicho, ya sea con claridad o implícitamente, que esta Visión esencial no es algo a alcanzar, sino algo a realizar, a someterse a ella, a dejar de oponerse a ella. No importa cuán extrañas hayan sido sus tradiciones alimentarias ni cuán austeras hayan sido sus prácticas, ellos han declarado siempre que Ella está aquí para tomarla ahora, que está a nuestra disposición como somos debido a que Ella es lo que somos. Nuestra excusa de que Ella no es para los que son como nosotros, que es el logro casi imposible de rarísimos genios espirituales que han seguido décadas y vidas enteras de disciplina infatigable, no es honesta. Es una racionalización del rechazo de Ella, del terror de morir que es su otra cara, un ardid artero (¡nosotros no podemos ver en nuestra Verdadera Naturaleza, nosotros no estamos iluminados; a diferencia de algunos que conocemos, nosotros somos humildes!) para ocultar la culpabilidad secreta de nuestra auto-mutilación, el crimen de cegarnos deliberadamente nosotros mismos al hecho glorioso de que todos estamos viviendo desde ESTO, de que todos lo estamos haciendo, querámoslo o no. (Y es crimen, y es culpa. Dispararse a usted mismo en la mano o en el pie, a fin de ser repatriado, solía ser un delito capital en tiempo de guerra. Comparado con nuestro propio auto-cegarnos, debido a que no podemos afrontar la vida como es, y a nosotros mismos como somos, aquello era la inocencia misma. Pero la pena es prácticamente la misma). ¡Cuán diferente de aquel ascenso gradual a la meta es este despegue vertical! Aquél era la cosa más difícil del mundo, éste es la más fácil; aquél era penosamente lento, éste es instantá- neo; aquél era para los pocos elegidos, éste es para los muchos, para todos; aquél se encontraba principalmente en el futuro, éste es todo ahora; aquél requería una inmensa fuerza de voluntad y una energía infatigable, éste es para los hermanos más débiles como mí mismo y probablemente como usted; aquél mantenía la esperanza de la llegada al final de una larga y difícil ruta, éste llega ahora, en el mismo momento en que nosotros queremos estar ahí; aquél nunca nos ve allí, éste siempre nos ve aquí –debido a que ese «allí» está aquí donde nosotros hemos estado siempre–. ACERCARSE A LA MUERTE 72 Este Despegue Vertical no es uno de los extras opcionales de la vida espiritual. La extraña y feliz verdad es que lo que es tan difícil –a saber, morir a mí mismo– es cumplido con plenitud solo por lo que es tan fácil –a saber, viendo que no hay nadie aquí para morir–. Yo estoy por completo abandonado cuando no puedo encontrar ni una mota de algo que quede aquí por abandonar. Nada más fácil. Después de todo mi esfuerzo –¡de querer tan desesperadamente abandonar mi querer (voluntad), en verdad!– es la Pasmosa Gracia la que interviene: Una vez estuve perdido pero ahora me he encontrado, Estuve ciego pero ahora VEO. Pero bajando ahora a las prácticas mundanales y al mundo de cada día, ¿cuán difícil es propagar esta técnica, la más simple de todas, para ver en nuestra Naturaleza sin nacimiento y sin muerte? ¿Cuán difícil es mostrar a las gentes individualmente y en masa cómo hacerlo y hacer que lo hagan? ¡Nada podría ser más fácil! Ya se trate de un encuentro de dos personas o de doscientos o de dos mil, todos y cada uno van a «ver», provisto que acepten llevar a cabo unas pocas de nuestras docenas de pruebas. (Casi siempre aceptan, por muy provisionalmente que sea). Y siempre que el demostrador esté viéndolo también –lo cual significa que él está conscientemente ausente de la escena como una persona, y presente como Espacio para todas esas otras personas. En mi propia experiencia durante los últimos veinticinco años, y en la de un número de veedores amigos durante períodos variables, es imposible para las gentes evitar ver en su propia Naturaleza una vez que ven dónde mirar y cómo mirar. El dedo que apunta o el ojo único es suficiente. En cuanto a leer sobre ello, he notado con alguna sorpresa y mucha gratitud que mientras hace diez o quince años eran pocos los que veían en su Nada desde la lectura de libros sobre este ver básico, son muchos los que lo hacen hoy día: de hecho, lo hacen todos aquellos que llevan a cabo los experimentos con sinceridad y aceptan lo que ven. Cuando las gentes dicen que no lo ven, generalmente quieren decir que no lo sienten: el paisaje interior les deja fríos. ¡Por supuesto que lo es! ¡Gracias a Dios por eso! Ésta es una cuestión de hecho y no de sentimiento, de la propia Naturaleza sin naturaleza y eterna de uno y no del calidoscopio siempre cambiante de pensamientos y emociones que ella produce. Es la verdad la que nos hace libres –la Verdad que no podría ser más llana– llana en el sentido de fría y nodecorada, y llana en el sentido de no-ocultada. Finalmente, la cuestión apremiante y vital: una vez que se ha visto dentro de nuestra Naturaleza sin nacimiento y sin muerte –bien con espontaneidad, por medio del contacto con un EL DESPEGUE VERTICAL 73 buen amigo, en un taller, o leyendo sobre ello (por ejemplo en este libro)– ¿qué hacemos con ello? ¿Cuántos de nosotros nos entregamos a cultivar la visión hasta que deviene un estilo de vida? A primera vista, una proporción muy pequeña en verdad. No obstante, ninguno de nosotros, habiendo visto esto aunque sólo sea una vez, puede ser nunca por completo el mismo de nuevo. Una buena semilla ha sido sembrada, por regla general tan profundamente que le puede llevar bastante tiempo echar un brote en el pleno mediodía de la consciencia. Lo mismo que las semillas del peral devienen perales, dice Eckhart, así las semillas de Dios devienen Dios. Todas ellas. No hay ninguna semilla de Dios huera. Además, son sembradas en el más fértil de todos los campos –nuestro Terreno de Ser– de modo que ¿cómo podría ni siquiera una de ellas dejar de germinar al fin, y exactamente cuando debe? Sí, esto es más que la brillante esperanza de nuestro mundo. Es una certidumbre, la segura y única ganadora, la resplandeciente certeza del universo. ACERCARSE A LA MUERTE 74 15 Síntesis Mientras usted no sabe cómo morir y cómo vivir de nuevo, es sólo un afligido viajero en esta tierra oscura. Goethe ¿Está superado ahora ese largo y difícil ascenso, con todas sus múltiples pistas y rutas tanto orientales como occidentales –algo así como los largos viajes a pie o a caballo han sido superados por los veloces coches y aviones–? ¿Era toda esa dedicación y paciente esfuerzo espiritual, ese afán, esas lágrimas, ese quebranto y recuperación de esperanzas, era todo eso una aberración y una pérdida de energía, un malestar del que casi nos hemos recuperado? ¡Por supuesto que no! ¡Todo lo contrario! Mientras es verdadero que esta vía de despegue vertical, que este instantáneo ver en mi Naturaleza sin tiempo, es sin-esfuerzo y gratis, es verdadero también que opera en mi vida solo en la medida en que se trabaja. El descubrimiento de que yo soy absolutamente perfecto como yo soy –Como YO SOY– tiene que ser actualizado por su paciente redescubrimiento, y redescubrimiento, y redescubrimiento, hasta que todo rastro de artificio y de esfuerzo, todo sentido de logro u obtención, se hayan desvanecido. Hasta que haya devenido el vivir día a día ordinario que siempre ha sido de hecho, el propio estado natural de uno. En otras palabras, a pesar del despegue vertical instantáneo, uno tiene que emprender también esa senda gradual y lenta y ardua. Aunque el progreso a lo largo de esa senda se hace dejándola repetidamente, uno no puede permanecer en el aire. (Uno está a la vez arriba y sujeto a la tierra, y no hay ninguna contradicción. Según el maestro zen Ummon: «Para el hombre en verdad iluminado la sujeción a la ley de causa y efecto, y la libertad de ella, son una única verdad»). No hay ninguna vía libre de zozobra o exenta de trabajos. La cualidad de la propia vida espiritual depende del esfuerzo que uno esté preparado a invertir en ella. Por otra parte, nadie que ve en su Naturaleza Sin muerte debe asustarse por esta perspectiva de «trabajo duro» quizá durante muchos años. La primera visión de esto, por breve y provisional que sea (en la medida en que podemos hablar de una primera vez) es ya perfecto ver. SÍNTESIS 75 Uno no ve con más claridad a medida que pasa el tiempo. Ésta es la única cosa que yo no puedo hacer mal o parcialmente. Toda una vida, un centenar de vidas de práctica no me llevarán ni un centímetro más cerca de LO QUE YO SOY; sólo pueden traerlo cada vez más a mi atención. Y, me pregunto, ¿es esta vida de ver una vida tan difícil? ¡Sí, y enfáticamente No! De acuerdo a mi larga observación de mí mismo, la vida de no ver resulta mucho, muchísimo más difícil. Después de todo, ¿qué es este ver dentro sino vivir desde la verdad de mi Naturaleza, y qué es esta obstinada ceguera a mi Naturaleza sino vivir desde una mentira (que –en la medida en que puede hacerse y no sólo imaginarse– tiene que ser condenadamente ineficiente)? Cuando uso una herramienta es bueno que observe si es un martillo o una sierra, a menos que esté determinado a dañarme y a arruinar la tarea. Bien, yo soy mi propia herramienta para vivir, de modo que la miro bien mirada, y me cercioro de seguir mirando. La vida es inconmensurablemente más satisfactoria, y a la larga inconmensurablemente menos difícil de esta manera. La Tercera Parte de esta investigación ha tratado sobre tres maneras de acercarse a la Muerte: Descenso, Ascenso y Despegue Vertical
Para resumir estos descubrimientos y ponerlos de una forma memorizable, he aquí un grá- fico de las rutas cuesta abajo, cuesta arriba y vertical. ACERCARSE A LA MUERTE 76 Mi triple itinerario incluye: (I) El inevitable declive de mi vida a la vejez y a la incapacidad y a la muerte –un proceso que no es tanto para someterse a él como para acogerle–. (II) Mi maduración espiritual por la vía «difícil», mi conquista de la muerte y mi ascenso gradual a la Eternidad muriendo continuamente. (III) Mi liberación total ya, de la vida y de la muerte y mi reposo en la Eternidad –lo que es para ver sin esfuerzo ahora, cualesquiera que sean mis edades cronológicas y de desarrollo–. Yo viajo por las tres rutas: La (I) automáticamente, y la (II) practicando la (III). 77 4 LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE Solo viendo-Le, uno trasciende la muerte. No hay ninguna otra vía. Svetasvatara Upanishad La vida y la muerte pertenecen en igual medida al mundo de las apariencias, mientras que la existencia está más allá de ambas. No hay ninguna necesidad de cruzar al otro mundo; aunque uno continúe viviendo en éste, está ya allí. Richard Wilhelm: Lectures on the I Ching Nosotros tenemos conocimiento inmediato de la vida eterna. Eckhart Abandona la vida y el mundo, a fin de que conozcas la vida del mundo. Rumi Es el que vive, aunque muerto, el que nunca morirá de nuevo. Kabir El jñani (el que conoce) no muere, debido a que jamás ha nacido. Nisargadatta Maharaj El miedo de la muerte, que es el centro de la psicología del hombre natural, está relacionado con el absurdo menosprecio con el que considera su existencia. Mi existencia no es tocada por la muerte de mi organismo. Hubert Benoit La muerte es absolutamente libre de daño. Comentario de un paciente recuperado del umbral de la muerte LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 78 16 Sobrevivir a la muerte El propósito de la vida es ser eterna cada momento. La única inmortalidad real es una inmortalidad que podemos poseer plenamente en esta vida en el tiempo. La supervivencia personal es irreal o carece de valor. Lo que nosotros necesitamos es profundidad, no duración, de vida. Schleiermacher (I) ¿UNA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA PARA CONTINUAR ESTA VIDA? ¿Quién está realmente interesado en la vida eterna? Para casi todos nosotros, al menos la mayor parte del tiempo, la eternidad es un cliché o un término inapropiado para un futuro sin fin. El instinto inmediato de uno es decir: «Yo no estoy interesado en algún inimaginable estado atemporal sino en mi propia existencia continuada después de la muerte». Pero la primera cuestión debe ser: dejando a un lado las preferencias de uno, ¿cuáles son los hechos? ¿Sobrevive la gente a la muerte, y «pasan a través del velo» para continuar su vida «al otro lado»? ¿Tienen los muertos algún futuro, o no lo tienen? La evidencia de que al menos algunos de ellos lo tienen es impresionante. Incluye multitud de espíritus –rondones fantasmales descritos por testigos creíbles con muchos detalles circunstanciales– así como comunicaciones que se pretende que vienen de personalidades muertas, las cuales a menudo retienen el estilo y los intereses distintivos del fallecido, incluso sus maneras. Y por supuesto, hay la intuición general y un sentimiento visceral de la humanidad a través de las edades de que la muerte no es el final. En conjunto, yo estoy reluctantemente convencido. ¿Pero convencido de qué? Bien, no de mucho, no de algo que merezca la pena. Y esto por varias razones: En primer lugar, es dudoso que todos los humanos maduros (y no digamos nada de aquellos que mueren en la infancia), o algunos de los animales más elevados (y no digamos nada de los del tipo más humilde), continúen después de la muerte. Las indicaciones son que solo lo hacen aquellos (tales como las víctimas de la violencia) cuyas vidas, cortadas antes de tiempo, están inacabadas, y quizás otros (tales como los ávidos investigadores psíquicos) que SOBREVIVIR A LA MUERTE 79 tienen un poderoso interés en permanecer rondando. ¡Uno no está precisamente ansioso de unirse a ninguno de ambos grupos! En segundo lugar, es muy dudoso que incluso estos atormentados e inquisitivos supervivientes se mantengan mucho tiempo –durante muchos siglos o milenios– y no digamos nada de «para siempre». El hecho de que las visiones de espíritus sean raras sugiere que los espíritus eventualmente mueren una segunda muerte. ¡Como si con una no fuera bastante! En tercer lugar, es más que dudoso que toda la persona sobreviva ni siquiera un momento. La vida de un espíritu no puede evitar ser opaca y nebulosa, un vacilante parpadeo de la brillante llama de la vida real. Una cuarta razón para mi escepticismo sobre una vida futura para «mí mismo» (quiero decir para el tipo que veo en mi espejo, y que figura en mi certificado de nacimiento y en mi pasaporte) es que tiene muy poco sentido. Es inconcebible que la vida «al otro lado» –no solo rondar miserablemente por algún sombrío cementerio o alguna mansión en ruinas, sino disfrutar de todas las amenidades de un cielo bien aprovisionado o de la enésima dimensión– pueda ser una continuación real de la vida «de este lado». ¿Continúa el niño fallecido con su educación allí, se hace mayor, deja su escuela para espíritus y encuentra un trabajo para espíritus? ¿Y se hace viejo y muere de nuevo? ¿Puede el octogenario elegir volver a los diez años e intentar hacer algo mejor de su adultez? ¿O todos los resucitados se quedan como estaban antes de morir? ¡Dios no lo quiera! Por cierto, hacer tales preguntas es exponer la totalidad del síndrome de la otra vida como en un sueño, y dar peso a mi propia esperanza confiada de que la muerte resolverá y concluirá mi aventura como Douglas E. Harding. ¡Basta ya de este maravilloso pero penoso y desordenado experimento; es suficiente! Incluso esta vida como una persona o individuo separado es una fantasía –lo cual hace su continuación más allá de la tumba una fantasía sobre otra doblemente irreal–. Hay que agregar el hecho de que esto representa más una amenaza que una promesa. De aquí el mito de Tithonus, a quien Zeus concedió el don en verdad envenenado de la vida inacabable y que resultó ser una maldición pavorosa. No poder morir –no tener ningún límite prescrito para este sí mismo particular– sería arrebatarle todo su valor. Sin limitación en el tiempo y el espacio, cualquier persona u obra de arte –cualquier cosa que sea– carecería por entero de sentido. Es obvio que el fin de esta vida es tan natural como su comienzo. Lo uno va con lo otro, como el norte con el sur y el sí con el no. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 80 (II) ¿REENCARNACIÓN? ¿Qué hay sobre la consagrada doctrina del karma y del renacimiento, la pretendida «reencarnación» como un ser humano más elevado o como una deidad si uno se ha comportado bien toda su vida, o como humano más bajo o animal más alto si uno se ha comportado mal, o como animal más bajo o demonio si uno se ha comportado fatal? Bien, aunque hay una buena cantidad de evidencias de que algunas gentes recuerdan sus «vidas pasadas» como humanos en gran detalle, no hay nada aquí que no pueda ser adscrito a la clarividencia o a la telepatía – para las cuales sí hay una gran cantidad de evidencias–. (De modo que cuando imagino que estoy recordando mi experiencia como un centurión romano, lo que estoy haciendo es repescando amplias áreas de su experiencia [de él]). Y atestiguando así el hecho de que en lo más profundo todos somos uno. En verdad, el problema de la reencarnación es que no llega lo bastante lejos. Si se me dijera que al final toda consciencia es mi consciencia, o que la consciencia es finalmente indivisible, yo no tendría ningún problema con ella. En cuanto a la pretensión de que uno puede recordar sus vidas subhumanas, ¿qué muestra esto sino lo que parece, ensoñaciones fútiles? De hecho, este dogma de la reencarnación (aunque en su momento fuera una valiente e ingeniosa tentativa de explicar las injusticias de la vida) para mí no tiene ningún sentido en absoluto. Si he sido tan egoísta y codicioso en esta vida que a la siguiente ronda seré un cerdo, ¿significa eso que retendré algún oscuro recuerdo porcino de haber sido aquel malvado Douglas Harding, y que con sólo que sea ahora un marrano automortificado –y muy flaco en verdad– en el comedero, tendré una posibilidad de subir de nuevo al estatus humano? O, si no es necesario que los recuerdos cubran las lagunas entre las reencarnaciones, ¿qué otra cosa puede hacerlo? ¿Y en qué sentido son ellas mis reencarnaciones? Millones de personas inteligentes continúan profesando de boquilla este mito consagrado; aunque pocos lo toman con suficiente seriedad como para examinarlo a fondo. La solución real de tales problemas sobre el pasado y el futuro de uno se encuentra en el presente. Como Ramana Maharshi lo señala, y como nuestras pruebas han confirmado ciertamente, uno no está encarnado –la Primera Persona del Singular no está en un cuerpo ahora– de modo que, ¿qué es todo este alboroto sobre la reencarnación? SOBREVIVIR A LA MUERTE 81 (III) LA INMORTALIDAD POR LA FAMA Aún menos espacio y tiempo merece que se le dedique al tipo de inmortalidad que consiste en la fama. Platón, Shakespeare y Mozart (junto con Iván el Terrible y Hitler) no perecerán por completo mientras haya humanos. (Lo cual no será siempre; la especie, por no decir el planeta, la estrella y la galaxia, son ciertamente mortales). ¿Pero qué tipo de sobrevida viven estas figuras históricas? Son inmortales solo en el sentido pickwickiano. ¿Y qué hay de los billones de mortales por entero olvidados? ¿Son –el gran número de los perdedores– un completo desecho? Sin embargo, hay un sentido en el que la inmortalidad real viene con el renombre; y en el que, además, ambos están disponibles en su plenitud para usted y para mí. El Buda encontró que él mismo era el «Venerado del mundo», y nuestras pruebas nos han equipado para hacer el mismo descubrimiento por y sobre nosotros mismos. Quien yo soy en realidad es celebrado en todo el universo de incontables galaxias siempre y dondequiera que haya seres sencientes que miran dentro. Nuestras pruebas, con sólo mínimos ajustes, permitirían que ET, junto con nosotros, viera el único Nombre y Fama dignos de tenerse –demostrando que nosotros ya hemos accedido al más brillante estrellato, al pináculo del prestigio y del esplendor sin tiempo– no uniéndonos a los pseudo-inmortales sino siendo el Inmortal. Lo cual debe poner fin a cualquier ansia residual de supervivencia personal en el tiempo, de cualquier tipo que sea. (IV) UNA VIDA DESPUÉS DE LA VIDA Entonces, por todas estas razones, encuentro la perspectiva de una vida continuada después de la muerte para Douglas E. Harding absurda e irrealista, y en cualquier caso en absoluto algo que haya de ser deseado. Pero queda un argumento para la supervivencia personal que ha de ser tomado con más seriedad. Me refiero a la intuición –de hecho, la insistente demanda– de que (puesto que uno no puede creer que el Universo sea malo en su raíz) las injusticias terribles de esta vida sean resarcidas de alguna manera en la siguiente. ¿Quién no siente a veces que solo las bendiciones y el pleno reconocimiento apropiado, en un cielo u otro, para las bondades inadvertidas y no recompensadas –junto con los castigos merecidos, en algún penoso infierno a propósito, para LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 82 la maldad irredenta– quién no siente a veces que solo estas compensaciones podrían reconciliarle a uno con las injusticias de la condición humana? ¿Carece esta vida de todo sentido moral –es decir, es por completo atroz– si no tiene ninguna secuela, si no hay nada que se parezca al Juicio Final, si al mal se le permite salirse con la suya y tener la última palabra? Bien, nuestra indignación moral –aunque más que justificada– no es el mejor instrumento para ver con claridad los hechos. Peor aún, encubre con una espesa capa de clichés los problemas que plantea, ocultándolos debajo de asunciones emotivas y con facilidad convencionales sobre una responsabilidad que hierve de contradicciones. ¿Decidieron con libertad los hombres malos (¡por no hablar de los cerdos!) ser malos, como óvulos seleccionando sus genes y cromosomas, y como bebés seleccionando a sus padres y su medio entorno, a fin de promover su depravada decisión inicial? ¿Dispusieron los hombres buenos similarmente ser buenos? ¿En qué queda nuestra siempre vehemente atribución de alabanzas y de culpas cuando miramos con más cuidado a los sujetos de nuestro juicio? ¿Qué razón tenemos para negar que «saber todo sería perdonar todo»? Esto no quiere decir, por supuesto, que la maldad humana sea menos mala, ni que la bondad humana sea menos buena. Sino más bien que la solución del enigma siempre punzante y a menudo desgarrador de nuestro manifiesto bien y mal ha de ser encontrada solo en el nivel más profundo de todos, en el lugar de su origen, donde todavía no están diferenciados, en su Fuente todavía no humana. Una vez más, si hay una respuesta a nuestro problema, es ver Quién lo tiene, ahora. Solo restablezcamos nuestra Identidad, y todo lo demás se enderezará por sí solo. Nuestra asunción por completo necesaria, pero provisional, es que nosotros, los humanos, somos otros tantos individuos, entidades o sí mismos separados. Que usted y yo somos sólo nosotros mismos y no también cada uno el otro. Que en consecuencia mi felicidad y sufrimiento, mérito y culpa, son simplemente míos y de propiedad privada, y que de ninguna manera le tocan a usted, ni viceversa. Pero, como hemos notado una y otra vez a través de la precedente investigación, esta asunción tan enormemente simplista no funciona en absoluto. De hecho, es nuestro error o «pecado original» básico, cuya corrección es la verdadera tarea de nuestras vidas. Y es en particular aquí –si ha de resolverse el enigma del bien contra el mal, y del perdón contra el juicio moral– donde es esencial decir al final la verdad. A saber: la verdad de Quién es uno en realidad, la verdad de que hay sólo Uno –un único Ser, Consciencia, Realidad, Fuente, Verdadero Sí mismo de uno, la Unidad Sin tiempo y Eterna– llámelo Él o Ello o Mí mismo, o lo que usted quiera. Y de que han de recomendarse mucho sus descripciones tradicionales como el Eterno Salvador y Redentor del Mundo, el Amor que hace que el SOBREVIVIR A LA MUERTE 83 mundo gire, la Compasión Universal que, identificándose a sí misma con lo peor no menos que con lo mejor de los hijos del tiempo, hace que todas esas distinciones carezcan de sentido. Nos guste o no, la culpa compartida y el sufrimiento participado resultan ser hechos crudos, tan pronto como comenzamos a ver lo Sin tiempo más allá del tiempo y sus divisiones. Al final, para llegar a lo Sin muerte tengo que saber en mi corazón que toda la iniquidad y sufrimiento del mundo, así como su bondad y gozo, son por siempre únicamente míos. Al unirse así en Mí (no en Douglas E. Harding por supuesto) ya no son más, ni en un sentido convencional, bien y mal, aceptable e inaceptable. En la Realidad, que es en la Eternidad, todo está bien, nada ha estado nunca mal realmente. Nada de esto es para creerlo, para confiar en ello sin más, con pasividad. Son solo palabras vacías hasta que se prueban en el momento presente, hasta que las compruebo por mí mismo activamente prestando atención a los hechos dados, y no relegándolos más al futuro. (V) NINGUNA PERSPECTIVA DE FUTURO: RETORNO A LO SIN TIEMPO Heme aquí de vuelta a lo sin tiempo. Las inevitables agonías e insensateces inherentes al mundo del tiempo me han devuelto a mis sentidos, y he respondido a la pregunta que me he estado haciendo a lo largo de este capítulo: ¿Estoy yo en realidad interesado en realizar lo Sin tiempo, más que en mi existencia continuada después de la muerte? La respuesta es Sí. Y esto por cada una de las razones que he dado, pero por encima de todas, por esta última razón: que solo en y como esta Realidad Sin tiempo que percibo tan claramente en mi centro se resuelven todo el mal y las agonías de mis zonas temporales. Y por lo Sin tiempo yo no entiendo algún núcleo oscuro, místico y difícil de alcanzar del mundo temporal, sino simplemente AHORA, este inescapable momento ordinario, en que el Uno Sin muerte –que no es ningún otro que la Primera Persona del Singular, ahora– se muestra tan llanamente. Como dice Kabir: Si tus cadenas no son rotas mientras estás vivo, ¿qué esperanza de liberación hay en la muerte? Es como un sueño vacío, esperar que el alma se unirá con Él solo porque ha dejado el cuerpo. Si Él es encontrado ahora, Él es encontrado entonces: si no, solo irás a morar a la Ciudad de la Muerte. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 84 La asunción prácticamente no desafiada que subyace en todas las cuestiones sobre mi mortalidad es que yo soy temporal, un hijo del Tiempo, reñido con sus padres, sumergido en el Tiempo, si no efectivamente condenado a ahogarse en el Tiempo. Yo doy por hecho automáticamente que mi mejor posibilidad, y quizá mi única posibilidad de supervivencia, mientras aún estoy vivo, es salir de alguna manera del Tiempo al sólido terreno de la Eternidad – mediante disciplinas ascéticas, fe ciega, meditación, altruismo, o (¡Dios me ayude!) investigación filosófica– y que sé yo qué más. Heme aquí arrojado en el mar del Tiempo con el agua hasta el cuello y a punto de hundirme, aferrándome a una variedad de cables salvavidas hacia la Eternidad, tan flojos y escurridizos y desgastados que las posibilidades de ser izado a tierra son ciertamente lastimosas. O así lo parece. ¡Qué mal sueño, qué pesada broma! La verdad sobria, despierta, es que yo estoy firmemente asentado, sólido e inconmovible, sobre la Roca de la Eternidad, donde ni siquiera la espuma de ese océano puede alcanzarme. No: mucho mejor que eso: Yo soy esa Roca. YO SOY LA ETERNIDAD MISMA. Pero al menos admita (oigo decir a alguien) que ésta es una realización pavorosamente difícil y exaltada, más allá de todo alcance excepto para unas pocas almas dotadas. ¡De nuevo, qué broma! ¡Cómo se puede dejar atrapar uno en una mentira tan transparente! Es ultrajante, inexpresablemente EVIDENTE. Pero yo no puedo pensar en un hecho que sea más llano que éste: que aquí yo soy esta Roca, la estabilidad misma, el Motor Inmóvil del mundo, indestructible, sin tiempo, sin ninguna historia en absoluto, por siempre y siempre y siempre el mismo –y agudamente consciente de todo esto–. Para probármelo una vez más con dramática intensidad, todo lo que tengo que hacer es (como suelo señalar) subir a mi coche y salir a dar un paseo. ¡Y redescubrir el hecho apabullante de que no hay ningún coche en el mundo que sea capaz de hacer-ME mover! ¡Ni ningún paisaje en el mundo que sea capaz de permanecer quieto –en lugar de deslizarse, y moverse y bambolearse– en mi augusta presencia! Solo tengo que despertar y ver cómo ese «mundo estable» no es más que el inquieto océano del Tiempo, y que este «viajero a través de él» no es más que el Continente de Eternidad contra el que el océano bate en vano. ¡Cuán locamente confundido, cuán letalmente equivocado estaba yo! «El tiempo, que vigila a todo el mundo, debe tener una parada». ¡Sí, verdaderamente! Se para AQUÍ, en el vigilante. No hay ningún significado en la frase «el tiempo presente». Este momento es sin tiempo, y no hay ningún modo de salir de este momento. Como ocurre tan a menudo, lo que más necesitamos es lo que es más accesible –y también más resistido–. Inevitablemente –y a ser evitado a toda costa–. Bueno –y demasiado bueno SOBREVIVIR A LA MUERTE 85 para ser verdadero–. La Realidad nunca se cansa de restregarnos la nariz con el hecho soberbio de nuestra Naturaleza Atemporal –con poco o ningún efecto. Para ser creíble, para que se tenga en cuenta, esa Naturaleza tiene que ser desnaturalizada, miserabilizada, mezquinizada. Esto no es humildad, sino el orgullo que se niega a inclinarse ante la evidencia que incluso nuestras cámaras –por no hablar de nuestro clamoroso principio de relatividad– nos urgen a aceptar. ¡Para ser una cámara de imágenes en movimiento yo debo estar absolutamente inmó- vil! ¿Y qué hay sobre usted? ¿Está, también, por siempre QUIETO? ¿Por qué no va a dar un paseo en coche y se cerciora? ¡Destino: La Eternidad! (No se inquiete, yo le aseguro que el conductor que fantasea que se pone a sí mismo en movimiento, en lugar de al paisaje campestre, no es probable que conduzca mejor –ni tan bien– como el que permanece con los hechos dados). ¡Y pensar que yo contemplaba llamar a este libro «Apertura a la Eternidad»! ¡Intente salir (de ella)! (VI) NINGUNA PERSPECTIVA FUTURA: LO CONFIRMA LA CIENCIA Resumiendo las conclusiones a las que hemos llegado en este capítulo, podría decir que yo no tengo prácticamente ninguna posibilidad de sobrevivir a la muerte a la que estoy sujeto de aquí a no mucho: pero no lo necesito o no quiero hacerlo, viendo que de todos modos yo soy eterno. Dicho así, sin embargo, esta afirmación en apariencia directa no podría ser más desastrosamente extraviadora. Comienza con un yo –yo, Douglas (o yo, Claudio, o yo, quienquiera que sea) y acaba con el Único Yo– sólo Yo, Sin nombre y Solitario: y no deja constancia en absoluto del cambio. La tarea propia de uno es vivir conscientemente con el primero desde el segundo, y no confundirlos nunca. ¿Qué dice la ciencia sobre esto? La conclusión de que uno no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir a la muerte del cuerpo ha sido durante mucho tiempo un lugar científico común: y especialmente de la ciencia que mantenía, en palabras de T. H. Huxley, que «todas las razones llevan a creer que la consciencia es una función de la materia nerviosa, cuando esa materia ha alcanzado un cierto grado de organización». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 86 Aquí hay un error, no obstante. La falacia es que la materia produce de algún modo la consciencia. Ningún científico real lo diría así hoy día. La asunción permitida es que sabemos lo que es la materia –a saber: pequeñas esferas de material sólido, esencial, real, que son uniformes de cabo a rabo sobre el modelo de la bola de billar– y que nosotros no sabemos lo que es la consciencia, excepto que es una exhalación comparativamente irreal y accidental (por así decir) exudada por la materia cuando está organizada de una manera especial, un efluvio semejante a la fosforescencia que envuelve al pescado echado a perder. De hecho, estas pueriles asunciones son insensateces descabelladas. Yo sé directa y precisamente lo que es la consciencia (aunque no puedo verbalizar mi conocimiento) debido a que es lo que yo soy. Y no tengo ninguna idea de lo que la materia podría ser, suponiendo que exista realmente. (El modelo bola de billar de la molécula o del átomo –que nunca ha sido más que una superstición de todos modos– fue por supuesto crecientemente explotado desde hace un siglo más o menos por Rutherford y todos los demás). La verdad es que intentar explicar o dar por explicada la consciencia como un producto secundario de la materia es mucho menos sensato que intentar explicar una sinfonía como un producto secundario de los movimientos ondulantes de la batuta del director: ¡pues al menos la batuta –a diferencia de la materia, el material básico que subyace a todas las cosas– no es imaginaria sino que está ahí a la vista de todos! Sin embargo, lo mismo que el comportamiento de la batuta está íntimamente ligado con la ejecución musical, así también hay cambios en mi cerebro que acompañan a los cambios en mi mente. Aunque mis procesos cerebrales no son la causa raíz de mis procesos mentales, ciertamente van a la par con ellos. Y tengo razones para asumir que cuando mi cerebro se desintegre, mi mente le seguirá. Todas las indicaciones son que el Douglas Harding mental no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir al Douglas Harding físico, que yo no puedo esperar ninguna existencia futura como él. No hay que sorprenderse de que, al comienzo de este capí- tulo yo no pudiera encontrar ningún sentido –ni encontrarme a mí mismo en peligro de encontrarlo– a una extensión postmortem real de esta vida, a una segunda oportunidad. Una vez más, la lección es clara: es imperativo saborearla enteramente. (VII) PANTALLA SIN TIEMPO, PROGRAMAS TEMPORALES No obstante, esto está lejos de ser toda la verdad y la conclusión del asunto. Hay más que decir –algo que, para esta investigación, es supremamente importante– y es sobre la distinción fundamental entre «mi mente» en el sentido de sus contenidos y «mi Mente» en el sentido de SOBREVIVIR A LA MUERTE 87 su Contenedor. Es decir, entre esta Consciencia misma, y aquello de lo que en este momento le acontece ser consciente; entre la Pantalla sin cambio y sin características (aunque indispensable) que es común a los programas siempre cambiantes que se exhiben en ella, y esos programas mismos –dramas que, por muy violentos que sean, jamás logran empañar la Pantalla en el más mínimo grado, por no decir nada de desgarrarla o de agujerearla, o de echarla abajo. Una vez más todo vuelve a la pregunta: ¿Quién está preguntando? Prácticamente a todo lo largo de esta indagación mi único interés ha sido establecer mi Identidad verdadera y permanente y distinguirla tajantemente de todas esas identificaciones falsas o parciales y pasajeras con las que me había confundido enteramente y a las que me había aferrado completamente. Las pruebas han mostrado que mi verdadera Identidad no es más que esa Única Consciencia cuyo nombre es YO SOY (en oposición a «yo soy esto, o eso, o lo otro»), esa Llaneza (en los dos significados de la palabra) que es perfectamente simple e indiferenciada y desnuda (y por esas mismas razones indudable), esa Nada que sin embargo (debido justamente a que en todos los respectos contrasta con las cosas, está tan vacía de ellas que es vacío para ellas) es todas las cosas, e inconcebiblemente rica. Ahora el problema es: ¿cómo cuadran estos tremendos descubrimientos previos con los humildes descubrimientos presentes sobre el lazo entre el cerebro y la mente? Cuadran perfectamente. Pero por supuesto, ninguna de esas experiencias particulares en el tiempo –ninguna parte de ese largo desfile de sensaciones, percepciones, pensamientos y sentimientos que están tan íntimamente ligados a los procesos del cerebro de Douglas E. Harding y que son tan peculiares a él que le constituyen en lo que él es– por supuesto ninguna parte de éstos sobrevivirá a ese cerebro. Él es un hombre mortal, y todas las pretensiones de lo contrario son tan irrealistas como vanas. Yo soy eterno no como él, no como humano. Yo soy el Contenedor o la Pantalla sin cambio, y tengo lo que viene y va en Él o sobre Él –incluyendo todos esos aconteceres humanos–. O mejor: en mi nivel más superficial yo represento el papel de ser Douglas Harding, mientras que en mi nivel más profundo yo soy el Actor, y ni la conducta ni la conclusión de ese papel pasajero tiene el más mínimo efecto en Mí. (VIII) EL CENTRO SIN TIEMPO DE TODAS LAS ZONAS TEMPORALESEsta confiada afirmación deviene más significativa y precisa tan pronto como me acuerdo de la localización del cerebro en relación a esta Consciencia Central –a este Contenedor o Pantalla– que es absolutamente independiente de él. ¿Dónde tengo yo ese cerebro? ¿En qué LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 88 punto de su viaje aquí mi observador que se acerca (Cap. 4) –o, digamos, el neurocirujano que está operando en mi cerebro– en qué punto se encuentra con el cerebro? ¿Exactamente dónde tiene que colocarse a fin de exponer por trepanación y de ver claramente ese terreno arrugado que es su campo? La respuesta difícilmente podría ser más clara o más crítica para el éxito de la operación: a saber, justamente a tantos centímetros y milímetros de aquí (a), del punto de contacto efectivo, de Mí. Un poco más lejos, y ese tejido cerebral ya no está presente; un poco más cerca, y es dejado atrás.
Él tiene que colocarse donde el cerebro se muestra claramente en (e), mucho más cerca que donde se encuentra la totalidad del hombre (en g) o sólo la cabeza (en f); pero no tan cerca como (d) donde podría aparecer una neurona individual, o como (c) o (b) donde podría aparecer una molécula; y ciertamente no en (a), esta Realidad o Noúmeno de la que proceden todos estos fenómenos, y de la que todos ellos son apariencias. Aquí, justamente donde YO SOY, él no tiene ningún tiempo ni ningún sitio para trabajar, ni queda nada sobre lo que él pueda trabajar. Mientras su operación en el tiempo afecta a todas mis apariencias regionales, jamás puede llegar a Mí, ahora. Tal es, en líneas generales, mi verdadera constitución, la manera en que estoy efectivamente construido y como efectivamente funciono. Este nido de círculos concéntricos –este modelo de cebolla o mandala– es mi diseño, como se revela, no al observador perezoso que se contenta con su visión superficial, sino al observador móvil que profundiza en las cosas. No satisfecho con una impresión circunferencial y de un solo nivel, que es una mera lámina o SOBREVIVIR A LA MUERTE 89 capa de cebolla de mi estructura y de mi funcionamiento en profundidad, continúa en ambos sentidos y acoge en su realidad radial y de múltiples niveles, la totalidad de la jerarquía12. Y tengo todas las razones para inferir que tal es la arquitectura básica, la modelización concéntrica y el «funcionamiento» radial de todos los seres sencientes. De usted, mi querido lector, para comenzar, y del resto de nuestra especie. Y también, estoy persuadido de ello, de todos los seres que van desde la más minúscula de las partículas hasta el cosmos entero mismo. En el Centro de cada uno está esta Perfección, este Único Vacío, esta Transparencia, Simplicidad, Luz (sin nombre, ella tiene cientos de nombres) que no tiene nada suyo propio para dividirlo en muchos. Y éste es el Único Vacío que en este mismo instante estoy viendoMe a mí mismo ser justamente aquí, Vacío que une, incluye, y es ese mismo Vacío que es central a cada una de las entidades que constituyen a Douglas E. Harding, y de las cuales él es parte. En otras palabras, esta Claridad que veo aquí y ahora (con o sin la ayuda de este dedo que apunta dentro) es la de cada una de mis células, moléculas, átomos y partículas constitutivas, así como la de mi planeta, y estrella y galaxia y Universo –no menos que la de Douglas E. Harding–. Como esta Claridad o Vacío, yo abarco la jerarquía entera a través del tiempo, y YO SOY el Origen y Centro sin tiempo y sin cambio de todas esas cosas temporales y cambiantes. No sólo el cerebro de Douglas E. Harding nace y muere, sino que cada parte de él nace y muere. Yo no nazco ni muero. (IX) RETROSPECTIVA Es suficiente para el presente y el futuro de esta consciencia mía. Queda agregar algo sobre su pasado. Ambos van a la par. La cuestión de mi muerte no puede ser separada de la cuestión de mi nacimiento, la cuestión de mi destino de la cuestión de mi origen. El punto de vista, corriente, pseudo-científico –apenas puesto en duda nunca– es que mi consciencia, junto con mi cerebro, es el producto final de un desarrollo evolutivo muy largo. La historia familiar –recapitulada en la matriz– es la de una simple célula, después un grupo de células con forma de fresa, seguido por criaturas que son por turno como un gusano, como un pez, como un reptil, como un mamífero, como un simio, como un humano, y solo entonces plenamente consciente a la manera humana. Cuanto más primitiva y ancestral es la forma tanto más rudimentaria es su consciencia; de hecho –dicen– es cuestionable que alguna conscien- 12 Mi Hierarchy of Heaven & Earth, a New Diagram of Man in the Universe (Gainesville, University of Florida Press, 1979) elabora esta imagen semejante a un mandala de la propia naturaleza fenoménica de uno, con su Naturaleza Noumenal en su centro. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 90 cia del tipo que sea haya existido hasta muy recientemente –tanto en la filogenia o la evolución de las especies, como en la ontogenia o el desarrollo del embrión y del feto–. Tal es la doctrina aceptada, y tan dada por supuesta, que pocos sienten la necesidad de desarrollarla, y mucho menos de completarla. La asunción tácita es que, en algún punto no especificado (y por supuesto indescubrible) de la historia cósmica, la consciencia surgió –accidentalmente, incidentalmente, mágicamente– como una tenue radiación o el más sutil de los gases, de la materia inconsciente: algo así como se asume que mi consciencia particular está surgiendo ahora de la materia de mi cerebro, lo mismo que las «nubes de pensamientos» surgen de las cabezas de las gentes en los tebeos. Este par de asunciones son dos mitades de un todo, de la base no examinada sobre la que nosotros los modernos nos apoyamos, el fundamento sobre el que levantamos nuestro imponente esquema de las cosas, nuestra vida y a nosotros mismos. ¡Qué arenas movedizas tenemos aquí por fundamento, cuán incientífica y «mística» y ciertamente presuntuosa y fatua es esta pseudo-teoría del origen de la consciencia! Y cuánto más seguro y sensato es el punto de vista de que nosotros los humanos no somos tan excepcionales como todo eso pretende, que nuestra Naturaleza propia es una muestra de la Naturaleza universal, que nosotros somos la clave para todo lo demás, que el Vacío o la Clara Luz que es nuestra Consciencia más íntima y sin tiempo (aunque abarca todos los tiempos) es el Único Vacío Indivisible que es la realidad o la historia interior de todos los seres en todo tiempo y espacio –independientemente de cuán humilde sea su estatus cósmico y de cuán limitado sea su horizonte–. En el Centro, cada uno de ellos es siempre sin muerte. Desde el comienzo, la historia interior –la sustancia y la realidad– de todas las cosas, desde la más «inerte» y primitiva a la más «viva» y avanzada, ha sido esta misma Nada, esta Nohistoria, este Vacío Consciente que es el Receptáculo y la Fuente de todas las cosas. (¡El único acontecimiento reciente en la escena evolutiva es la noción de que la consciencia es un acontecimiento reciente!) Lo que ha acontecido es que todas las edades han mostrado, y continuarán mostrando su inagotable potencialidad. De aquí el maravilloso y bello drama de la evolución orgánica revelado por Darwin y sus sucesores. Una vez más, todo se aclara directamente cuando distinguimos entre los dos significados enteramente divergentes ocultos en el término mente o consciencia –entre la enmarañada masa de experiencias siempre cambiantes distribuidas a todo lo largo del tiempo por una parte, y su Experimentador único, sin cambio, simple y sin tiempo por otra–. Yo tengo el primero, YO SOY el segundo. Y lo mismo que YO SOY AQUÍ explota para acoger a todo lo que hay ahí – tanto el norte como el sur, tanto arriba como abajo– así también YO SOY AHORA explota SOBREVIVIR A LA MUERTE 91 para acoger todo lo que es entonces –tanto el pasado como el futuro, tanto las primeras páginas de la historia del mundo como las últimas–. (X) EL PERECEDOR IMPERECEDERO Sin embargo, esta explosión de consciencia desde mi Centro es impotente para perturbar, y mucho menos para demoler, ni una sola de las incontables evidencias de mi mortalidad que me rodean. Por el contrario, ilumina sobremanera el hecho de que todo lo que me compone, de que todo lo mío, es impermanente –o está condenado a morir o está muriendo o está muerto–. Permítaseme recordar acerca de quién estoy hablando. ¿Qué es este “mí” que vive y muere? Al comienzo de esta investigación me encontré a mí mismo sorprendentemente elástico, ajustable a cada ocasión según surge. Yo adopto una variedad de tamaños y de envolturas. En particular:
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