EL LIBRITO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE capitulo 4
Para resumir, entonces: por una parte, como en (IV), como este «metafísico» Ser Desnudo
o Nada-sino-Consciencia aquí en mi Centro, yo soy sin cambio, sin tiempo, sin muerte. Por
otra, como en (I), (II) y (III), tan ricamente vestido, tan impresionantemente corporizado y
lleno hasta rebosar de todos esos órdenes de cosas «físicas» ahí en mi periferia, yo soy temporal,
siempre pereciendo y reviviendo, siempre cambiante –inexorable, pavorosamente–. Uno
se sobrecoge de admiración ante este dinamismo pasmoso, inagotable. [Prueba (VII), pág. 38,
«Despedir la mortalidad», me muestra todo esto claramente].
Encuentro que no tiene ningún sentido calificar a uno de estos dos –ya sea el Centro o ya
sea la Periferia– como real y al otro como irreal: o bien como algo menos real y fundamental,
menos verdaderamente MÍ MISMO, uno más que el otro. No sé sobre qué bases podría hacerse
este juicio, o cómo podría verificarse, o qué podría significar.
Y veo que tiene poco sentido, también, decir que uno de ellos depende del otro. Que mi
consciencia no-física aquí tiene ese mundo físico por base. O, viceversa, que ese mundo es un
accidente –un juego o proyección casual e innecesario– de esta Consciencia que es aquí en su
corazón. Ellos son de una sola pieza, se presentan juntos y no se sirven por separado. No
comprendo o creo esto, lo veo. Por ejemplo, YO VEO, ahora mismo, que este Vacío aquí es –
más que contener– estas formas y estos colores, esta página y estas manos.
SOBREVIVIR A LA MUERTE
93
En otras palabras, como insiste el zen, la forma es vacío y el vacío es forma, el Nirvana no
es más que el Samsara, el Loto de la Iluminación es uno con la Ciénaga de la Ilusión que es su
hábitat. Siempre que exalto uno de ellos a expensas del otro, tengo problemas, y mi enemigo
la Muerte se apodera de mí –Dios es nulo sin su mundo y su mundo es nulo sin Él–. Pero
cuando percibo –cuando vivo conscientemente– su unidad absoluta, abrazo a la Muerte como
a mi amigo. Como dice el proverbio, incluso para Dios –especialmente para Dios– hay siempre
algo. La verdad solemne pero regocijante es que Él no puede prescindir de la menor cosa.
Pero eso es decirlo demasiado blandamente. Walt Whitman lo dice mejor:
Extraña y difícil la paradoja verdadera que doy,
los objetos groseros y el alma invisible son uno.
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
94
17
El mundo después de la muerte
No imagines que la resurrección es una ilusión. No es una ilusión, es la verdad.
La resurrección es la revelación de lo que es, la transformación de las cosas, una
transición a lo nuevo.
¿Por qué no te ves a ti mismo como resucitado ya?
Tratado sobre la Resurrección (siglo III)
¿Cómo es, entonces, la vida «al otro lado»?
Yo no sé cómo es. ¡Sé exactamente qué es!
Al mirar dentro ahora y no encontrar aquí ningún rastro de vida, sino solo un Vacío sin la
menor mota de polvo, yo no podría estar más muerto. Sin embargo, al mirar de nuevo, veo
que yo no podría estar más lleno de vida. Este Espacio es todo excepto vacío. Vacío de toda
vida mía propia, estoy al mismo tiempo lleno de la de los demás, del mundo. ¿Qué podría ser
esto sino la verdadera vida de resurrección? ¡Todo esto –esta escena inmensamente rica, plena
de colorido, plena de sonido, plena de aconteceres, siempre cambiante, siempre nueva e impredecible,
toda esta escena ante mí, justamente como ella es– ESTO es la vida después de la
muerte! Lo que se pretendía tan misterioso y oscuro, lo que parecía oculto «más allá del velo»,
de hecho estaba oculto solo por su excesiva evidencia. ¡Esto es! Esto es lo que es ser
postmortem.
No estoy hablando de mi supervivencia, de mi paso indemne a través de la muerte para retomar
mi vida de nuevo desde donde acabó.
No. No hay ningún porteador, ningún transbordador para cruzar el río de la Muerte, y no
puede ser cruzado a nado. Y estoy anegado, ahogado. Esta vida en la otra orilla es una vida
enteramente nueva, una vida celestial.
Dos preguntas insisten en ser formuladas aquí:
(a) ¿Es esto realmente lo que es ser postmortem, la verdadera vida después de la muerte y la
residencia en el Cielo mismo? ¿O es lo que la mayoría de la gente querría que fuera, sólo
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
95
una manera de vivir la propia vida de uno a la luz de su final, y en modo alguno una total
inmersión en la muerte y un paso al otro lado? ¿No es ésta de hecho una «muerte» y «resurrección»
que es demasiado fácil para ser verdadera? ¿No es más una figura de lenguaje
que la cosa real?
(b) La segunda pregunta es: Si ésta es verdaderamente la cosa real, la verdadera vida después
de la muerte, ¿qué hay en ella que sea tan diferente de la vida antes de la muerte, tan especial,
tan celestial? Aunque yo veo algunas diferencias destacables –algunas mejoras radicales
respecto a la vieja vida de antes de la muerte– no quiero quitarme de encima enteramente
la sensación de que aquí se trata de dos maneras de hablar y de comportarse y no de
dos reinos del ser, separados por la muerte. En otras palabras, necesitaré que se me persuada
de que el mero giro de 180° de la flecha de mi atención, desde directamente fuera a
directamente dentro, es suficiente para despacharme instantáneamente de una vida a la
otra. El arma no parece tan letal.
Este capítulo trata de estas dos preguntas. En algunos lugares, por razones de brevedad y
de claridad, parecerá como si yo le estuviera hablando a usted sobre usted. De hecho, le estoy
hablando de mí, en caso de que nosotros resultemos ser iguales. No puedo insistir en ello demasiado
a menudo: usted es la única autoridad sobre lo que es ser usted. Nadie más está en
situación de decirlo.
En primer lugar, entonces, esta pregunta: ¿es lo que yo llamo mi experiencia de muerte
presente –a saber, mi ver ahora mismo que ni una minúscula mota de mí sobrevive justamente
aquí– es esto comparable con mi muerte en el sentido ordinario? ¿Tan drástica, tan profunda,
tan real como esa otra muerte, exteriormente manifiesta y pública que me espera en un futuro
próximo?
Espere y vea, es la respuesta obvia. Pero mientras tanto, tengo una gran variedad de claves
cuando comparo esta experiencia mía de muerte presente con la riqueza de informes de experiencias
cercana a la muerte, de personas que han estado al borde de ella (o tan cerca del borde
que han sido declarados clínicamente muertos) pero que sin embargo han vuelto para contar
su historia. Y ésta es tan coherente que no puede ser desechada como un sueño o un montaje,
y como no arrojando ninguna luz en absoluto sobre la naturaleza de la muerte. Y si en su conjunto
esta historia concuerda con la mía –la experiencia cercana a la muerte con la experiencia
de muerte presente– entonces apoya mi conclusión de que la muerte que yo tengo delibera-
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
96
damente ahora es al menos tan drástica, profunda y real como la muerte que pronto estaré
obligado a tener.
He aquí cinco áreas de acuerdo entre la experiencia de muerte presente y la experiencia
cercana a la Muerte: no libre de diferencias, es cierto, pero aún así altamente significativo13.
De hecho, encontraremos que las diferencias son también reveladoras.
(I) La experiencia de muerte presente, como la experiencia cercana a la muerte, es esencialmente
una experiencia fuera del cuerpo. Ambas incluyen mirar al cuerpo desde una
distancia. Es cierto que es un cuerpo con cabeza el que se ve normalmente en la experiencia
cercana a la muerte, y un cuerpo sin cabeza el que se ve en la experiencia de
muerte presente. (Confirmo esto último ahora mismo, cuando miro abajo a este tronco y
a estos miembros). Pero incluso esta distinción cesa de ser válida cuando miro ahí en
lugar de aquí abajo, a Douglas Harding en ese espejo de tamaño completo: ahí, él tiene
cabeza como todos los demás que le rodean, y ciertamente yo no estoy más dentro de él
que dentro de ellos.
Merece destacarse que los Veedores –en particular los que siguen la gran tradición
del Vedanta Advaita– han enseñado que la Auto-realización es esencialmente el descubrimiento
de que yo no soy el cuerpo ni tampoco estoy en el cuerpo. Al contrario, el
cuerpo está en mí.
(II) La experiencia de muerte presente es esencialmente una experiencia de lo sin tiempo; y
así también lo es la experiencia cercana a la muerte –a veces, en algún sentido, en algún
grado–. Típicamente, en la experiencia cercana a la muerte, el tiempo corre muy
lentamente o parece casi detenido; o en otro caso corre tan rápido que toda la vida de
uno es vista en pocos momentos. La experiencia de muerte cercana se acerca a lo Sin
tiempo, la experiencia de muerte presente se sumerge directamente en Ello. Es visión
directa en la región donde no acontece nada que necesite el tiempo o que registre el
tiempo, en las profundidades de esta Consciencia Sin tiempo de la que el mundo temporal
fluye incesantemente.
(III) La experiencia de muerte presente es Omnisciente. También lo es la experiencia cercana
a la muerte –hasta el punto de que incluye un sentido de llegar al corazón de las cosas,
de ser introducido de algún modo en los secretos del universo: no tanto un acopio
de información sobre las cosas (que uno reúne) como una sensación de que las cosas no
13 Estoy especialmente endeudado aquí a Life After Life de R. A. Moody (1975) y a Reflections on Life After
Life de R. A. Moody (1977), New York. Bantam Books.
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
97
son problemáticas y de que son como deben ser–. La experiencia de muerte presente,
por otra parte, es mucho menos un sentir que un ver, ver con suma claridad y certeza y
precisión en la propia Naturaleza Vacía de uno que es también la Naturaleza de todos
los seres: de modo que no hay nada en el mundo, pasado o presente o futuro, familiar o
infamiliar, que no sea conocido perfectamente, como es en realidad. Lo que cada uno es
en apariencia se revela cuando se requiere. Querer saber más que esto, no sería conocimiento
sino un perturbador hacinamiento de saberes, de hecho un fardo imposible y fú-
til que sería mucho más una suerte de ignorancia que de conocimiento. (Por ejemplo, yo
no tengo ninguna necesidad de saber cómo es usted, mi querido lector, pero necesito saber
qué es usted. Y lo descubro mirando justamente aquí, donde yo soy usted).
(IV) Tanto la experiencia de muerte presente como la experiencia cercana a la muerte comienzan
comúnmente con un viaje hacia la Luz. En la experiencia cercana a la muerte
uno puede tener la sensación de ir a través de un túnel («un túnel de círculos concéntricos»
de acuerdo con un informe14 –moviéndose, al parecer, rápidamente hacia fuera, a
un lugar distante. En la experiencia de muerte presente, por otro lado, el viaje es un rá-
pido movimiento hacia dentro, a través de círculos concéntricos, desde un lugar distante
al Centro mismo del ser de uno, un retorno a casa, un final a la propia Auto-alienación y
excentricidad de uno. (Véase, por ejemplo, el Capítulo 10, págs. 46-51 y las pruebas (I)
y (VII), págs. 31, 38).
(En cuanto a la luz misma, dudo que la experimentada en muchas experiencias cercanas
a la muerte tenga mucho que ver con la Luz experimentada en la experiencia de
muerte presente por los Veedores. Concedido que, de todas las metáforas aplicadas a la
Consciencia que es nuestra Verdadera Naturaleza, la Luz es la favorita y la mejor; pero
es también la peor. La peor debido a que fomenta la confusión de esa naturaleza con la
sensación de luz –luz física para la que se pretende un estatuto metafísico: a saber, cuanto
más brillante es el fotismo tanto más exaltado es espiritualmente. La Consciencia,
que todos nosotros conocemos debido a que la somos, no necesita y no es capaz de traslación
a ninguna parte de lo que ella es consciente, y ciertamente no es susceptible de
ser medida en vatios o en bujías. Ella no tiene ningún análogo. Decir que es de un orden
exclusivo suyo es ciertamente quedarse corto).
(V) Pueden encontrarse también muchos paralelos entre la experiencia cercana a la muerte
y la experiencia de muerte presente. No me estoy refiriendo ahora a las experiencias
14 Moody, Life After Life, pág. 36.
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
98
contadas (al parecer) prácticamente por todos los que vuelven del borde de la muerte,
sino solo por algunos. Incluyen una sensación de «no peso», «un sentido de expansión
sin límites», «una enorme vastedad de nada», «una tremenda paz y unidad», «un sentido
de estar en el centro de todas las cosas» y «una capacidad para adoptar un punto de vista
desinteresado sobre los seres amados sin sentirse culpable». Margo Grey escribe:
Muchos encuestados sentían que la luz era… el precursor de buenas nuevas,
el «mensajero de gozo», que proclamaba el final para el tiempo de la oscuridad
y que ofrecía la promesa del amanecer de una nueva vida. Desde este
punto en adelante, la luz ya no servía más como guía ni envolvía al experimentador
en un brillo cálido y radiante. Ahora iluminaba el «mundo interior»,
como se percibe a través de las puertas de la muerte, y se comprendía
que era la fuente de la que brota toda vida y todo amor.
La mayoría de los Veedores, creo, confirmarían que todo esto –en algún grado y en un
momento u otro– podría ser la descripción de su propia experiencia.
Esta quíntuple lista, aunque en modo alguno exhaustiva, de las similitudes entre la experiencia
de muerte presente y la experiencia cercana a la muerte servirá para mi propósito, que
no es otro que indicar hasta qué punto la experiencia de ser impelido, por accidente o enfermedad,
hasta el borde mismo de la muerte, se asemeja a la experiencia de escoger ir ahí en un
tiempo de ninguna crisis o emergencia, y de dejarse llevar sobre el borde dentro del Abismo
mismo.
Para resumir, pues, podríamos describir la experiencia cercana a la muerte y la experiencia
de muerte presente como operaciones diversas, pero relacionadas, de esa Pasmosa Gracia a la
que nos referíamos antes. Hay que poner en el crédito de la primera el hecho de que es esencialmente
eufórica, mientras que la segunda es esencialmente neutral, llana, acompañada sólo
en ocasiones por delicias místicas. Por otra parte, junto con estas indudables coincidencias
hay al menos cinco diferencias: (1) La experiencia cercana a la muerte es una «gracia» que
normalmente se concede solo una vez, al final de la vida, mientras que la experiencia de
muerte presente se concede tan a menudo en la vida como uno necesita y la busca; (2) la experiencia
cercana a la muerte es típicamente una visión de una Luz o Realidad exterior, mientras
que la experiencia de muerte presente invariablemente interioriza (o más bien es) Lo Que
ella ve; (3) la Experiencia cercana a la muerte abarca una secuencia de eventos en el tiempo
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
99
mientras que la experiencia de muerte presente abarca lo Sin tiempo, lo Eterno; (4) la Experiencia
cercana a la muerte normalmente deja la cuestión de la identidad última de uno más o
menos sin resolver mientras que la experiencia de muerte presente no deja ninguna duda sobre
ella, y (5) la experiencia cercana a la muerte normalmente deja la cuestión conexa del destino
último de uno más o menos sin resolver, mientras que la experiencia de muerte presente lo
resuelve de una vez por todas: finalmente revela el engaño de la Muerte.
¿Gracia Pasmosa? Bien, inmediatamente después de escribir la sección precedente, me
aconteció hablar con mi amiga Sarah Naegle. Me dijo algo de ella de lo que yo no sabía nada:
que en 1968 después de una operación de pulmón que duró cuatro horas, se encontró flotando
cerca del techo de la habitación de recuperación y mirando abajo a su cuerpo y a las enfermeras
que la atendían. Fue, decía Sarah, una experiencia agradable y enteramente sin dolor. Pero
era pálida comparada con la experiencia fuera-del-cuerpo que goza ahora, cuando gira la
flecha de su atención 180º y ve en las profundidades más hondas de su Naturaleza sin muerte.
Así pues, en lo que concierne a mi primera pregunta: ¿es esta experiencia de muerte presente,
esta «muerte y resurrección» ahora por el simple ver dentro, la cosa real, la muerte real,
la resurrección real, la ida al Cielo real? La respuesta es SÍ. La experiencia cercana a la muerte
llama a las puertas del Cielo y echa un vistazo dentro. La experiencia de muerte presente
entra.
Y ahora, a la segunda de las dos preguntas de este capítulo: si la experiencia de muerte
presente me lleva al instante a la verdadera vida después de la muerte, ¿qué hay en ella que
sea tan diferente de la vida antes de la muerte, tan especial, tan celestial? A primera vista,
nada; en realidad, todo. Ampliando esa respuesta, el resto de este capítulo está dedicado a
explorar la singularidad real y la realidad única del Cielo.
El Reino del Cielo es un país real con una localización precisa –exactamente a 180° (no a
175° o 185°) de la dirección en la que usted mira ahora–. De hecho, es muchísimo más real
que la Tierra. Aunque muy semejante a la Tierra en todos los aspectos, es lo opuesto mismo.
Todo en el lugar es raro. (¿O es la Tierra la que es rara, y el Cielo normal?) Para colmo, usted
no podría ser mejor bienvenido allí, pero el requerimiento para la residencia permanente (a
saber, el ver dentro sostenido) es tal que muy pocos cumplen con él.
Después de consignar las reglas de entrada al Cielo, exploraremos una relación de nueve
ámbitos en los que la vida allí es muy especial en verdad. El propósito es recordamos a nosotros
mismos cómo entrar allí, qué buscar cuando estamos allí, y cómo adaptarse y establecerse
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
100
y gozarlo todo. Recordar es la palabra, no tanto descubrir como re-descubrir. Usted y yo
hemos estado allí antes, hace mucho tiempo.
Para que se le permita volver usted debe haber muerto: muerto la más profunda de las
muertes, totalmente hasta la completa aniquilación. (Con esto, nuevamente, no quiero decir
que deba creer o comprender o sentir que no queda nada de usted mismo donde usted está,
sino ver-lo vívidamente y a voluntad, poniendo así el asunto más allá de toda duda). Ésta es la
regla inflexible. A le está prohibido llevar consigo ni un ápice de lo que le pertenecía en la
Tierra. Empezando por el comienzo y deviniendo como un niño pequeño, en el Cielo ve lo
que ve en lugar de lo que se le ha enseñado a ver; es humilde frente a la evidencia, ve realmente.
En la Tierra aprendió a despreciar y a odiar lo evidente: aquí, lo atesora. Pues la evidencia
resplandeciente es la luz misma del Cielo, su marca registrada, su tema musical, su
gozo15. Todo lo que tiene que hacer para entrar en este lugar es devenir tan simple como Dios.
Brillante, sabia, absurda, resueltamente inocente. ¡No es una tarea fácil! Pero la recompensa
es que encontrará aquí el deseo de su corazón.
La siguiente selección de las atracciones y características especiales del Reino del Cielo
(podría llamarlo una cornucopia de los frutos de la sumisión a lo evidente) está lejos de ser
completa. De hecho, esos frutos son inacabablemente variados y abundantes y siempre en
sazón. Puede cosechar más en abundancia por usted mismo.
(I) EN EL REINO DEL CIELO USTED ESTÁ AL REVÉS
Merece la pena comenzar con este hecho en sí mismo trivial por tres razones completamente
diferentes. Mantiene nuestra promesa de un Cielo que –muy lejos de parecerse a un
solemne y predecible y agonizantemente aburrido servicio clerical– está lleno de descubrimientos
y de entretenimiento, un avance en la precisión en lugar de un abandono a la vaguedad
sagrada: pues la broma es que el Cielo está más a ras de tierra que la Tierra. Apunta dramáticamente
al principio de que en todos los aspectos el Cielo es el revés, lo opuesto de la
Tierra. Y sirve para mostrar cuán difícil es ver lo que se muestra llanamente, cuán ciego a lo
evidente es normalmente el presunto inmigrante a este lugar.
Aquí se requiere una prueba. Si usted dibuja a alguien en la habitación, encuentra sus pies
en el fondo del dibujo, por supuesto. Y si en la misma hoja de papel continúa dibujándose a
15 Inversamente, la palabra hell [infierno] está emparentada con una vieja palabra germánica que significa
cubrir, ocultar.
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
101
usted mismo, ¿qué encuentra …? Recuerde, en el Cielo usted puede no tener mucho de artista,
pero hace todo lo posible para registrar lo que está viendo, y no lo que está imaginando.
(II) EN EL REINO DEL CIELO USTED
NUNCA CONFRONTA CON NADIE
Para usted, aquí todo es asimetría. No hay ningún encuentro ojo-a-ojo, ningún enfrentamiento
cara-a-cara, ninguna colisión frontal. Aquí nunca rechaza la cara que le está solicitando,
con un «No gracias, ya tengo una», y le da con la puerta en las narices. Usted no tiene ya
una, de modo que le da la bienvenida y la acoge –no debido a que es usted una persona amable
(usted no es nada de tal, usted es Espacio para las personas) sino debido a que usted está
construido para amar, hecho de esa manera–. No es que mantenga abierta o con las cortinas
descorridas su puerta delantera, sino que jamás ha habido ninguna puerta ni cortina aquí: mire
y vea ahora –usted está abierto de par en par al viento y a todos los que vienen, está invadido,
ocupado–.
La diferencia práctica que este descubrimiento aporta a sus relaciones es inmensa y acumulativa:
de hecho, lo que resulta es que usted no está relacionado de ninguna manera con
nadie: usted es ese alguien. En contraste con el (pretendido) amor auto-interesado y sentimental
y particularísimo que se cultiva tanto en la Tierra, éste es el verdadero amor del Cielo, y es
amor de todo. Aquí, el amor que no discrimina es la Naturaleza misma de uno.
(III) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES
EL MOTOR INMÓVIL DE TODO
Aquí, por ejemplo, usted puede mover instantáneamente a un lado o a otro aquella monta-
ña o ese sicomoro, o elevarlo hacia el cielo y bajarlo de nuevo, a voluntad y sin esfuerzo. En
la Tierra, todo lo que usted está haciendo es mover su cabeza de un lado a otro y de arriba a
abajo: aquí, usted no puede encontrar ninguna cabeza que mover. ¡Mire fuera de la ventana
ahora mismo, e invítese a uno o dos milagros celestiales! Y mire dentro y vea: ¿qué hay aquí
en el Centro justo donde usted es, sino el punto y eje inmóvil del mundo en giro? Y mire de
nuevo y vea cómo ese punto explota en el Espacio visiblemente sin límites que acoge todo el
movimiento del mundo pero que es en sí mismo inmóvil.
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
102
Una sugerencia práctica: observe que, en la medida en que usted ve y reposa en su inconmovible
quietud, se fatiga cada vez menos, y se agita cada vez menos.
(IV) EN EL REINO DEL CIELO USTED NO TIENE MIEDO DE NADIE
En la Tierra, las gentes le ojean a usted, y eso es inquietante. Detrás de esas «ventanas del
alma» acechan basiliscos o arpías, y nada es más separativo y alienante. Cualquier intento de
exorcizarlos –de normalizar los ojos y de verlos como no más acechantes que la nariz y las
cejas– está prohibido: a usted le dirán que está mirando a la gente como meros objetos y no
como sujetos, reduciéndolos a recortables de cartulina. Así pues, usted continúa obsesionado,
y sintiéndose incómodo, o aún peor.
En el Cielo es enteramente diferente. Ningún coco malvado le ojea amenazante a través de
esas minúsculas mirillas. Tampoco se transforma en hada buena o en amor-luz impersonal.
Los ojos aquí no son más que lo que llanamente son, globos de tejido gelatinoso. Y de hecho
sus propietarios son –según todas las apariencias– bastante parecidos a interesantes recortables
de cartulina. Esto no significa que estén privados de subjetividad o de consciencia o de
espíritu. Muy al contrario. Lo que significa es que la totalidad de ese espíritu pertenece a su
lado de esos ojos, de esas caras. Y aquí es inconmensurablemente más vasto y más real y más
fácil de encontrar que antes. (Mirando a lo que es su lado de esta página ahora, al Espacio o
Capacidad Consciente que usted es, puede ver que no tiene ninguna etiqueta adherida o colgada
con su nombre en él, ninguna marca de lavandería personal que lo identifique como suyo
y no como mío; y puede ver que es suficientemente grande y suficientemente claro y suficientemente
impersonal y suficientemente despierto como para acoger a todos). Por consiguiente,
en el Cielo usted puede decir a todo aquel con quien se encuentra: «Aquí, yo estoy gozando
esa cara suya como mía. Aquí, le tengo a usted como objeto y soy usted como sujeto, y así
acojo tanto su apariencia como su realidad. ¿Qué podría ser más íntimo que esta doble intimidad?
¿Cómo podría yo temerle a usted que es mí mismo?
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
103
(V) EN EL REINO DEL CIELO USTED ESTÁ INSPIRADO
En el Cielo, ¿de dónde vienen sus vislumbres e ideas brillantes e intuiciones? ¿Quién opera
sus luces rojas y verdes y ámbar? ¿Quién dispone lo que las gentes llaman «sus» decisiones,
ya sean grandes o pequeñas? Aquí, por más que busco, no puedo encontrar ningún disponedor
o tomador de decisiones, ninguna idea o sentimientos o impresiones míos –ni brillantes
ni opacos– ninguna mente en absoluto: encuentro solo esta Consciencia o Despertar desnudo
que se ve como absolutamente vacío de conocimiento, inútil, incompetente, idiota. (No, no
estoy haciéndome el modesto, lo juro). Sin embargo, lo que se necesita brota de las profundidades,
justamente cuando debe. En el Cielo usted descubre esta mansa erupción desde el
Abismo. Póngala a prueba, aprenda a confiar en ella, y continúe reposándose en ella cada vez
más. Aquí está la inspiración que nunca falta para las no personas.
En la Tierra, por contraste, usted hace llamada o piensa que hace llamada o intenta hacer
llamada a sus propios recursos privados, los recursos de una persona, con los resultados que
cabría esperar. En el Cielo usted no tiene ni una clave, ni un recurso que pueda pretender suyo,
y, no obstante, tiene todas las claves que pueda usar. Es como estar en el escenario del
mundo tocado de amnesia, pero maravillosamente apuntado desde el oscuro foso de la orquesta.
(VI) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES MUCHO MÁS EFICIENTE
Aquí, usted llega a reconocer y a dar paso cada vez más a la habilidad práctica, al pasmoso
«saber-hacer», de la Fuente misma de las cosas. Cada vez más a Quien usted es, se le permite
cuidar de lo que usted es, sin obstrucciones. La técnica es muy simple y muy precisa –y en
modo alguno automática–. Es ésta: cualquier cosa a la que usted esté prestando atención ahí,
usted presta atención también al Que atiende aquí, de modo que su ver es tanto hacia dentro
como hacia fuera. Usted se ve a usted mismo como Espacio para todo eso –para esas manos o
pies ocupados en su asunto, para ese escalpelo o pincel o arco o cincel o pluma extrañamente
hábiles, animados por el Virtuoso real–. En cada vez menos circunstancias usted deja de percibir
al Perceptor-Adepto, hasta que eventualmente es imposible hacerlo. Y gradualmente
deviene patente que éste es el verdadero Uno que tiene el último «saber hacer», el arte «imposible»
de ser su propio Origen e Inventor, de ver su propia emergencia inagotable, por ningu-
LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
104
na razón y sin ninguna ayuda, de la mera nada y el caos vacío. En el Cielo, entregarse conscientemente
a este Experto es asegurar (no hay que sorprenderse de ello) que todo cuanto se
hace, desde la más humilde de las faenas a la más sublime obra de arte, se hace mejor –más
fácilmente, más rápidamente y más agradablemente– de lo que se haría en la Tierra, donde es
solo una mera persona la que tiene el sentido de estar haciéndolo.
Pruébelo y vea. Es para probar, también, que aquí en el Cielo no hay ningún trabajo aburrido,
ninguna rutina que esté por debajo de la propia dignidad de uno y que sea una pérdida
del valioso tiempo y atención de uno. Si yo encuentro mi trabajo interesante o no depende
mucho más de la identidad del trabajador que de la naturaleza de ese trabajo.
(VII) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES RICO
En la Tierra, incluso el más rico magnate es miserablemente pobre. Ahí, poseer cosas es
ser una cosa rodeada por una colección de otras cosas. Usted es siempre sólo esta única cosa,
enfrentada y externa y separada de todas las demás, y más a menudo que lo contrario, mucho
más la propiedad de ellas que su propietario. ¿Qué negocio hay que no tenga a su jefe cautivo?
Incluso su mano no tiene la moneda más de lo que la moneda le tiene a usted: esto no es
tener en absoluto, sino mera proximidad. Las cosas son pobres cosas, pobres pequeñas cosas.
En el Cielo, todo es a la inversa. Usted es rico por naturaleza, usted está construido según
ese modelo generoso, y naturalmente da la bienvenida con los brazos abiertos y con amplio
acomodo a todo lo que se presenta. En la Tierra usted es un algo que es solo una cosa; en el
Cielo usted es una nada que es todo.
Póngalo de otra manera: en la Tierra usted está empobrecido debido a que ha sido robado,
completamente saqueado. Su riqueza le ha sido arrebatada, enajenada y ocultada en lugares
remotos adonde no puede llegarse, ha sido distanciada de usted. Sus estrellas y su Sol y su
Luna, sus montañas y árboles y animales y gentes, incluso sus brazos y tronco y piernas le son
robados, arrebatados de aquí a ahí. En la Tierra, ¿qué es más real que esta dimensión de la
distancia y más ruinoso también? Una convención útil –aprendida en la infancia con dificultad
pero pronto (erigida a la fuerza contra toda evidencia) elevada al rango de verdad incuestionada–
que empobrece miserablemente a todos. El Gran Robo pasa inadvertido. Y sin embargo,
el astrónomo no es inconsciente del hecho de que la estrella que él estudia y fotografía se
da exactamente donde él es, está presente en su observatorio, mientras que el cuerpo celeste
que se alega que está ahí fuera a años luz de distancia puede muy bien haberse apagado hace
EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE
105
años. Las estrellas o las montañas o los árboles o las manos, todo lo que yo veo lo veo aquí:
incluso la fisiología de la visión me certifica este hecho16. Si los científicos de la Tierra se
tomaran su trabajo en serio aquí, se encontrarían a sí mismos, aun fuera de servicio, repentina
e inconmensurablemente enriquecidos17.
He aquí una prueba, para descubrir si usted está o no en el Cielo. Como siempre, hay dos
condiciones: usted tiene que hacerla, y tiene que confiar en lo que descubra.
Marque, a lo largo del borde superior de la cubierta de este libro, seis unidades, y en el lomo ponga un cero. (Usted no tiene que hacer esto: en lugar de ello basta con que imagine las marcas). Sostenga el libro al nivel de los ojos y lea la distancia –de 1 a 6 unidades– entre dos personas o dos objetos. Ahora gire lentamente el libro unos 45°, observando cómo se contraen esas unidades… siga girando el libro hasta ponerlo de canto. Entonces lea la distancia entre usted y el objeto. Descubra de la misma manera cuán lejos está de usted cualquier otro objeto. Podría ser una estrella, una montaña, su propia mano… 16 Mi Science of the 1st Person, Nacton, Ipswich, Shollond Publications, 1974, págs. 24, 25, trata de esto. 17 Estrictamente hablando, el único fallo del Gran Robo es que no es suficientemente grande. No llega, ¡ay! a limpiarme completamente. Compadecido, me deja con una cosa fatal aquí –mi cabeza-prisión, en la que estoy condenado a morir. Ahora bien, si yo le dejo completar su tarea y aliviarme de eso, quitarme eso, y depositarlo ahí a dos metros de distancia en esa otra sala de baño, retenerlo ahí detrás de ese espejo, entonces todo está muy bien. Libre al fin del estrecho confinamiento en la cárcel de este cuerpo-cabeza-cara, yo soy ahora sin límites, crecido, súbitamente inmenso y tan vasto que me extiendo a todas mis posesiones, desde las manos hasta los remotos universos. Todos son míos de nuevo. Ni un centímetro me separa de mis tesoros. Como ocurre tan a menudo, son las medias medidas las que me atan a la Tierra: basta ir hasta el límite y subo al Cielo. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 106 ¿Puede usted ahora confirmar con gozo la exclamación de Traherne (cambiando su pasado –de él– por su presente –de usted–)? Las calles eran mías, el templo era mío, las gentes eran mías, sus vestidos y oro y plata eran míos, así como sus brillantes ojos, sus tersas pieles y sus rubicundas caras. Los cielos eran míos, y también lo eran el sol y la luna y las estrellas, y todo el mundo era mío, y yo el único espectador y gozador de él. (VIII) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES SERVIDO, PRÁCTICAMENTE GRATIS Tome el precio de un viaje en avión. En la Tierra usted paga 200 euros por el viaje desde A a B. Más bien caro se dice usted, cuando piensa lo que el vuelo le cuesta a la aerolínea y lo compara con sus 200 euros multiplicados por 100, que estima que es el número de sus compañeros de viaje. ¿Cuesta la operación tanto como 20.000 euros, piensa usted vagamente? Ahora tome la misma operación en el Cielo. Aquí su cálculo es completamente diferente – considerando todo el costo del vuelo como gastado únicamente en usted, y no repartiéndolo entre sus compañeros de viaje–. Usted no tiene ninguno. Si mira a su alrededor en el avión, ve a todas esas pequeñas gentes (pequeñísimas hacia la cola) cada uno con una cabeza sobre sus hombros y ocupando sólo un asiento. Incluso los pasajeros de primera clase están apretujados, hechos un paquete. ¡Cuán diferentes son de usted –de usted que ocupa y llena todo el interior– ! Por todas partes usted tiene más sitio del que necesita, y detrás de usted es el espacio infinito. Secretamente y sin formalidades, usted ha fletado ese avión. Además, al mirar desde una ventanilla, ve que no le están llevando en vuelo desde A a B sino que usted está perfectamente inmóvil, y que la totalidad de la región de abajo es la que está en movimiento. Sí, real y verdaderamente en movimiento: como su videocámara –que no miente ni fantasea– está dispuesta a confirmar. Sume entonces lo que está obteniendo por sus mezquinos 200 euros. Si algún sentimiento tiene en el Cielo, es la gratitud. Agudamente observador y lleno de aprecio por lo que de hecho se le está dando, usted es consciente de que ni a los reyes ni a las reinas se les concede un trato tan preferencial, de que se les acomoda mucho menos generosamente, de que se les atiende mucho menos cuidadosamente. Cuanto más mira usted para ver lo que de hecho está pasando y cuanto más realista es, tanto más encuentra que todo el Cielo está dedicado a su EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE 107 servicio. Crecientemente se hace patente que usted es el único para quien el sol brilla, el viento sopla, los ríos corren, los pájaros cantan, las plantas florecen, los aviones vuelan, y todas esas queridas pequeñas gentes en el avión representan un espectáculo tan fascinante –jugando cada uno su papel con perfección absoluta–. (IX) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES TODOPODEROSO Usted es también como un niño pequeño que es incapaz de resistir a lo que se da, y que no tiene otra alternativa que confiar en ello. Aquí, aceptándose a usted mismo como se descubre, no tiene vergüenza de admitir cualesquiera facultades que le acontezca encontrarse ejercitando. Por ejemplo, usted nota que cuando las gentes abren y cierran sus ojos todo lo que ocurre es que un par de pequeñas persianas suben y bajan: mientras que cuando usted lo hace… Bien, ¿exactamente qué acontece, y a qué, y de qué envergadura, y cuán extenso es el acontecimiento? En lugar de estar tan seguro de que lo sabe, le ruego que dedique un momento o dos a mirar estas preguntas… Este pequeño (¿o tremendo?) experimento trata de ponerle a usted a tono, de introducirle a sus poderes. No: trata más bien de recordárselos. Hubo un tiempo, antes de que a usted se le ridiculizara y se menospreciara al Cielo, en que usted los ejercía libremente. A lo largo de la descripción de la vida en el Cielo que precede se ha asumido que usted tiene algún tipo de compañía allí. Y la tiene, en un cierto sentido y en un cierto nivel. Pero en el sentido más verdadero y en el nivel más elevado usted es la indivisible Consciencia o YO SOY o la Primera Persona del Singular que es absolutamente Solo –una conclusión a la que esta indagación no cesa de llevarnos–. (Y, después de todo, éste es el realismo más sobrio, la humildad frente a la evidencia, decirlo como es en lugar de mentir sobre ello. Busque a su alrededor durante un millón de años, explore el universo, pruebe con todos los instrumentos, y en ninguna parte y en ningún tiempo encontrará un vislumbre de consciencia, de una voluntad que no sea su voluntad, un atisbo de un atisbo de algún otro YO SOY. Jamás encontrará usted nada ni nadie que se asemeje, por muy vaga y oscuramente que sea, a este Auto-Ser suyo: es absolutamente único, incomparable, indescriptible. En la verdad de Dios, todo Dios es justamente donde usted es ahora, y en ninguna otra parte. YO SOY es uno. No hay ningún segundo YO SOY que le haga sombra a usted, que suscite la más mínima oposición. Todo es como usted lo quiere debido a que usted es Quien es). He aquí, entonces, la más crucial, la más exacta de todas nuestras pruebas: LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 108 Si en este momento hay algo que usted se siente incapaz de admitir, si le están aconteciendo cosas que no puede aceptar, si existe para usted un extraño, una tercera persona, una oposición, un algo o un alguien que usted no quiere ser, a cuyo respecto usted se lava las manos, contra quien usted se levanta o simplemente no le importa nada –entonces usted está ciertamente en compañía terrenal, entre aquellos que están atados a la Tierra y que perecen–. Por otra parte, si nada de esto es verdadero para usted; si usted no es indiferente a ninguna lágrima ni gemido, si toma en serio la totalidad de la terrible historia del sufrimiento de la Tierra, aunque sin hacerse cargo de las ilusiones que multiplican esas lágrimas y quejidos; si en este momento usted puede sentirse omniabarcante y omnirresponsable y omniperdonador y omniperdonado; si finalmente usted y su inclinación y su absoluto gozo es regocijarse en su Absoluto Ser Único (Único por inclusión, no por exclusión), entonces usted es ese Solitario, esa Felicidad Sin Muerte. Naturalmente. Y naturalmente, usted es todopoderoso. No todopoderoso en el sentido de que pueda erigir un universo modelo en el que haya amor sin indiferencia ni odio, coraje sin peligro ni miedo, bondad sin maldad, belleza sin tristeza ni fealdad, vida sin muerte. No: usted no puede hacer estas mejoras en mayor medida que hacer negra la cal o silenciosos los ruidos. La lista de las cosas que ni siquiera usted puede hacer es inacabable. Sin embargo, usted es todopoderoso en el sentido de que, al aceptar la coexistencia y el choque de opuestos como el precio (un precio terriblemente alto, pero no prohibitivo) del cosmos, usted le dice un todopoderoso ¡SÍ! a todo ello, SÍ completamente a todo y a pesar de todo, SÍ debido a que esto (en todos sus pasmosos y terribles y amables detalles) es lo que usted es, y SÍ debido a que usted quiere lo que usted es. Brevemente, usted ha pasado su propia prueba. Usted es el único Poder. En el reino del Cielo usted es el Rey. PRACTICABILIDAD EN EL REINO DEL CIELO Lo que me ha sorprendido, en el curso de la compilación de los nueve ejemplos precedentes de las características del Cielo en contraste con las de la Tierra, es su coherente y multifacética practicabilidad. Por interés y aventura, por valores de entretenimiento, por alegría de ánimo, el Cielo no tiene comparable; pero finalmente usted es presa de admiración ante el buen sentido que tiene y lo bien que funciona, en las cosas pequeñas y en las grandes. Solo aquí la confrontación, que es la maldición de la humanidad, se expone como la mentira, y así EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE 109 es demolida; solo aquí se establece el firme cimiento del amor no sentimental e incondicional; solo aquí se aseguran la tranquilidad y la estabilidad y el fin del miedo; solo aquí se revela el secreto de la inspiración infalible, junto con el de la eficiencia ordinaria y el agrado en el trabajo; solo aquí se liberan súbitamente la inagotable riqueza y liberalidad del mundo real; solo aquí el poder y la gloria, que, en el fondo de su corazón, uno siempre supo que tenía, se encuentra que son verdaderamente propios de uno: corrección, propios de UNO. La respuesta a todos los problemas que suscita o suscitará la Tierra se encuentra que está en el Cielo –el Cielo de la verdadera Naturaleza de Uno– incluso para cuestiones tan triviales como una timidez incapacitante. (Una cuestión no tan trivial en la vida del joven Douglas E. Harding). Por decirlo llanamente, el Cielo es real y funciona. Es un buen lugar para estar. Si usted quiere hacer un buen viaje, gire 180°. Entonces encontrará que usted ya está muerto a la vida vieja y resucitado en la nueva, en el Reino del Cielo Evidente, y que usted jamás ha estado en ninguna otra parte. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 110 18 El lenguaje después de la muerte La palabra suprema, YO SOY, no puede ser dicha por ninguna criatura, sino sólo por Dios. Yo debo devenir Dios, y Dios debe devenir mí mismo, a fin de que compartamos completamente el mismo «Yo» eternamente. Nuestro «Yo» más verdadero es Dios. Eckhart La Tierra es toda cháchara, el Cielo mira para ver. Cuando la Tierra mira, es para manipular. El lenguaje del Cielo, que se toma tiempo para inclinarse a la evidencia y valorarla, no está desesperadamente ansioso de manejarla y cambiarla en una forma explotable18. En el capítulo anterior hemos visto algunos ejemplos de cómo la Tierra habla insensateces, llevándonos arteramente engañados desde el esplendor y practicabilidad de lo que nosotros vemos al interior de la dañina oscuridad de lo que nosotros creemos que vemos; y de cómo el Cielo habla con sensatez, llevándonos a nuestros sentidos de nuevo y dándonos la bienvenida a los gozos sensatos y a la seguridad del Hogar. En este capítulo expondremos algunos de los 18 Por decirlo de otra manera, lo que nosotros llamamos el habla de la Tierra es un galimatías, una red de engaños y vaguedades y pretensiones lingüísticas que el Cielo corta de raíz. Indicios de un corte tan radical –o al menos de su posibilidad y de la necesidad de él– aparecen en los escritos de destacados lingüistas. He aquí dos ejemplos: Benjamin Lee Whorf; «El hombre natural, bien sea ordinario o científico, no sabe más de las fuerzas lingüísticas que pesan sobre él que el salvaje de las fuerzas gravitatorias… Uno de los pasos adelante importantes para el conocimiento occidental es el reexamen de los trasfondos lingüísticos de su pensamiento, y por supuesto de todo pensamiento» (la cursiva es mía). Y John B. Carroll; «Uno se pregunta, ciertamente, qué hace a la noción de la relatividad lingüística tan fascinante incluso para el no especialista. Quizás es la sugerencia de que toda su vida uno ha estado engañado, sin saberlo, por la estructura del lenguaje e introducido en una cierta manera de percibir la realidad, con la implicación de que la consciencia de este engaño le permitirá a uno ver el mundo con un conocimiento nuevo». Lo cual –muy aproximadamente– es la tesis y el programa de este capítulo. (John B. Carroll (ed), Language Thought and Reality: Selected Writings of Benjamin Lee Whorf Cambridge, Mass. MIT Press, 1956, págs. 97, 247, 251). EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 111 ejemplos más notables del lenguaje de la Tierra, que nos llevan al que más importa de todos – al tema de la Muerte misma–. A modo de guías, he aquí cuatro proposiciones básicas sobre el lenguaje celeste y el lenguaje terrestre en general, y sobre el uso de la primera persona en particular: (1) El lenguaje del Cielo, aunque usa el vocabulario de la Tierra, difiere de éste radicalmente en tanto que no tiene ninguna primera persona del plural sino solo la Primera Persona del Singular, ningún «nosotros» sino solo «Yo». (2) El «Yo» celeste es muy diferente del yo terrestre. Este último es uno de muchos, es pronunciado por todos los humanos, y lo es en un sentido completamente falso: mientras que el verdadero y eterno «Yo» es único, pronunciado no por una primera persona sino por la Primera Persona, por el único Uno que realmente es y está autorizado a decir YO SOY, por el Solo. De hecho, mi «yo» terrestre no es más que una conveniencia lingüística pasajera, un título de cortesía auto-adjudicado que no hay que tomar más en serio que los de Señor don Douglas E. Harding y Querido señor Harding en una carta de amenaza de procedimientos legales. (3) Es habitual mi sustitución del verdadero «Yo» por este falso «yo» –degradando así a la Primera Persona a una tercera persona– el cual me hipnotiza y me hace ver y habitar en el mundo «a ras de tierra» de la pretensión social. (4) Yo puedo pasar desde mi «yo» terrestre a mi «Yo» celeste, desde mi primera persona falsa y temporal a mi Primera Persona verdadera y eterna, solo a través de la Muerte. No a través de esa muerte futura que es un proceso exteriormente visible de quiebra de la vitalidad y de disolución en un material algo más primitivo, no vivo, sino a través de este morir súbito, interiormente visible y total, ahora: es decir, mirando dentro y comprobando que ya ni una partícula de materia ni un susurro de mente sobrevive justamente aquí. Mi vida de resurrección como la Primera Persona del Singular no es la vida de una persona resucitada: tiene que ser esta vida absolutamente nueva que es la de Dios. Ser salvado es ser Él. «Quienquiera que entra en la ciudad del Amor», dice Jami, «encuentra sitio ahí solo para Uno». Para ser admitido en el Cielo tengo que atreverme a ser su Ú- nico habitante, a compartir su «Yo» y a hablar su lenguaje. El resto de este capítulo está dedicado a dar forma y contenido definidos a estas afirmaciones –sobre el principio de que (contrariamente a la opinión popular) el Cielo está interesa- LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 112 do en esa llaneza de hechos precisa y concreta que requiere verificación, y no en esa vaga espiritualidad que es en su mayor parte cháchara nebulosa y verborrea–. Esta verdadera Primera Persona del Singular que Yo soy es única. Yo soy excepcional siempre y en todos los respectos. He aquí cinco ejemplos: (I) Yo digo «él camina» y «yo camino», e imagino que, debido a que los predicados de estas dos sentencias son el mismo, los hechos deben también ser los mismos: mientras que el cambio del sujeto de «él» a «yo» cambia los hechos –la experiencia a la cual se refieren– totalmente. Yo veo que cuando él camina por el campo nada más se mueve: ninguno de los arbustos, postes señalizadores, árboles, cabañas y demás es absorbido en su caminar; todo lo que acontece es que –comenzando ya pequeño– él se hace cada vez más pequeño a medida que se aleja, hasta que deviene un punto. Suponiendo ahora que yo decido salir a caminar, ¿qué acontece? Cuando digo que Yo camino, de hecho no me muevo en absoluto: es el campo el que lo hace, de muchas diferentes maneras simultáneamente. Toda la escena, desde ese activo par de piernas ahí abajo hasta aquellas montañas allá en la lejana distancia, están moviéndose en medio de mi inmovilidad. Si yo estoy en la «hipnosis» humana normal, si yo estoy diciéndome las mentiras habituales –pasando por alto la inmensa diferencia entre él y yo mismo, entre todos los demás y Mí mismo, retrotrayéndome desde la Primera Persona a la tercera persona, cosificándome a mí mismo– entonces todo mi caminar y correr y danzar y conducir está enturbiado y embotado con el engaño y yo pierdo la intensidad y maravilla de la ocasión. Yo empequeñezco un magnífico y real acontecimiento único al tamaño de un imaginario y trivial acontecimiento local, y perturbo su paz central real con una agitación imaginaria. Y naturalmente, me fatigo mucho antes. (II) De nuevo, sin darme cuenta y en un único sentido yo digo «él come» y «yo como» y – mezclando los inmiscibles– «nosotros comemos». A menos que yo sea un niño incontaminado por el lenguaje, o un Veedor semejante a un niño, pretendo que hay solo una única manera de comer alrededor de la mesa –la manera que quita todo el sabor a la comida–. ¡Qué ascetismo gratuito, qué puritanismo engañoso practican los humanos! Yo solo tengo que despertar y fiarme de mis sentidos para ver al instante la inmensa diferencia –la excitante, inmensa, e hilarante diferencia– entre la manera de comer que consiste en introducir sustancias ajenas dentro de las hendiduras dentadas en esas pequeñas y sólidas esferas (donde ellas permanecen enteramente insípidas) y la otra manera que consiste en introducir sustancias similares en esta EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 113 vasta Cavidad o Buche (donde su color y forma son mágicamente transformados en una inacabable variedad de sutiles y deliciosos sabores). Yo juro que mi alimento es doblemente sabroso cuando no aparto mi atención de su viaje adentro (debido a que ya estoy pendiente de la próxima cucharada) sino que lo sigo hasta su destino. La atención durante las comidas es la más picante y sabrosa de las salsas, que garantiza elevar los mas simples tentempiés o sopas cuaresmales al rango de un festín de gourmet. (III) Echemos ahora una mirada al sueño, que proporciona mi siguiente ejemplo de la más fundamental –y más resistida– de las leyes de la Naturaleza, a saber: la Primera persona es lo opuesto de la tercera en todos los aspectos. Las vaguedades (menos cortésmente, los juegos, los trucos) comprendidos en la «inocente» frase nosotros dormimos son especialmente confusas y confundidoras –y especialmente relevantes para esta investigación de la Muerte–. Pero inmediatamente que veo lo que yo veo, en lugar de ver lo que he sido enseñado a ver, la confusión se aclara, y el inmenso contraste entre «él duerme» y «yo duermo» deviene perfectamente evidente. Por una parte, «él duerme» significa que «sus párpados caen y seguidamente se cierran y permanecen cerrados, sus movimientos están detenidos, su respiración se ralentiza y se serena, ronca ocasionalmente y no responde cuando le hablo». Por otra parte, «yo duermo» no significa nada para mí, es un sin sentido. «Yo he dormido», sin embargo, sí que tiene sentido, provisto que ello signifique exactamente algo como esto: «La habitación estaba oscura, yo me sentía cansado y mi reloj marcaba las once y media, y caminé descalzo en pijama hasta el supermercado donde no pude encontrar nada de lo que quería, y mi reloj marcaba las siete y cuarto y la habitación estaba iluminada, y me sentía bien». Justamente una cosa después de otra, y entre ellas ningún «lapso de consciencia» cualquiera que sea. Por supuesto, es conveniente decir: «Yo he dormido bien, y he soñado que iba al supermercado», en lugar de aburrir a las gentes con un recital tan enrevesado y personal. Pero cuando es una conveniencia adquirida a expensas de la verdad, ello es un mal negocio. Casi siempre «yo he dormido» es tomado como implicando «yo perdí la consciencia». O –más detalladamente– «yo soy mi consciencia», así como el cuerpo y el cerebro que la suscitan; pero, a diferencia de ellos, la consciencia viene y va constantemente. No solo ella comienza en el nacimiento y acaba en la muerte, sino que parte durante algunas horas cada noche; y ocasionalmente también durante el día –como cuando echo un sueñecito, o tengo un desmayo, o se me administra un anestésico–. En una palabra, «yo soy intermitente». Hasta que no veo la evidencia, ésta es la implicación dada por hecho, la mentira que me digo a mí mismo, cada LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 114 vez que digo «yo he dormido». La misma mentira que los «epilépticos» se dicen a sí mismos cada vez que imaginan que pierden la consciencia, o que son epilépticos. Si veo el engaño de estas «pequeñas muertes» de todo tipo, entonces estoy bien encaminado para ver el engaño de la Gran Muerte. En anteriores capítulos he encontrado fuertes indicaciones de que intrínsecamente yo soy sin tiempo. Ahora tengo evidencias adicionales, de un tipo muy diferente, al mismo efecto. Lo que era para mí una piadosa absurdidad –la antigua doctrina de que en el sueño sin sueños (una no-experiencia si alguna vez ha habido alguna) yo experimento lo Último y llego a Lo Que yo soy– repentinamente deviene plenamente significativa: llego a lo Sin Tiempo, el Eterno Instante sin duración y por ello mismo sin lapsos. Una vez más, es un caso de confiar en lo claramente dado tanto como desconfío de las doctrinas sobre ello: entonces todo deviene claro. (IV) Estos tres ejemplos de los incontables trucos sucios que empleo conmigo mismo – creer lo que se me dice que veo y no creer lo que veo19– obstaculizan y debilitan mucho, pero difícilmente son desastrosos. Yo puedo continuar con el engaño de que yo –Yo, Primera Persona del Singular– me muevo en un mundo estable, de que doy de comer a mi cara, e incluso de que soy intermitente como la luminaria de un faro, una llama que es apagada regularmente. Pero cuando llega el momento de entender lo que acontece cuando él muere como mi clave para entender lo que acontece cuando yo muero, estoy en un verdadero problema. En un sentido muy real soy un suicida. De hecho, una vez que me atrevo a confiar en la evidencia, el contraste entre estos dos no podría ser más pasmoso. Cuando él muere, ¿qué ocurre? Sus ojos se cierran, su respiración se detiene, su cuerpo se enfría y se pone rígido y pronto comienza a oler. Cuando yo muera ¿qué 19 Sorprendentemente pocos Veedores han visto claramente esta multifacética supresión de lo dado, este radical y omnipenetrante autoengaño –equivalente a la ceguera o alucinación histérica– que la sociedad exige como precio para ser miembro de ella. Y por lo que yo sé casi nadie lo ha comprendido en detalle. Yo sospecho que Jesús lo comprendió. (A pesar de la incomprensión de sus discípulos, indicaciones de esto sobreviven en los evangelios. Por ejemplo, él parece haber enseñado que nosotros no entraremos en el reino hasta que, volviendo hacia nosotros la flecha de nuestra atención, seamos lo suficientemente humildes como para devenir como niños pequeños de nuevo –inocentes cuyo ojo es simple y cuyo cuerpo está disuelto en Luz. Cf. Capítulo 8 (1) y Capí- tulo 9 (III) de este libro, y Mateo, 6:22; 10:3-4). Huang-po (fi. 800) resume así toda la cuestión: «El necio duda de lo que ve, no de lo que piensa; el sabio duda de lo que piensa, no de lo que ve». Él nos conmina: «Observa las cosas como son, y no prestes atención a las demás gentes». Y William Blake, un verdadero Veedor, tiene estos pasajes: «El que duda de lo que ve nunca creerá, haz lo que te plazca». «No hay ningún límite a la luz en el seno del Hombre para siempre de eternidad en eternidad». «Jesús supone que todas las cosas son evidentes para el niño y para el pobre e iletrado. Tal es el Evangelio». (Geoffrey Keynes, Blake, Oxford Universíty Press, 1979, págs. 433, 670, 774). EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 115 ocurrirá? No tengo que esperar para verlo. Está a mi alcance hacerlo ahora, mirando dentro y viendo una vez más que aquí no hay ni una sola de las características y atributos familiares de Douglas E. Harding –es decir, revisitando este lugar donde él está ya enteramente muerto y desaparecido. ¿Y quién queda justamente aquí para hacer este descubrimiento de descubrimientos? ¿Quién es el que está presente en la muerte? ¿Quién sino el Solo Sin muerte? YO SOY queda, absolutamente inafectado, invulnerable, infinitamente más allá del alcance de la vida y de la muerte, y sin embargo acogiendo todo lo que vive y muere. Yo no creo una palabra de todo esto: yo lo veo, con ese verdadero tipo de ver que no necesita confiar en nada. (V) No es necesario decir mucho más sobre nuestro último ejemplo de la incompatibilidad entre la Primera Persona y la tercera, a saber, la sobrecogedora diferencia entre «yo nazco» y «él nace». Solo «él nace» tiene sentido. Esta Consciencia que yo soy, sin fin o interrupción, se experimenta a Sí misma también sin comienzo. Eso es lo que yo encuentro, y nadie está en situación de contradecirme –o, quizá debería decir, para contradecir-La–. Y de hecho, la mecánica del nacimiento no me deja ninguna excusa para confundirme a mí mismo como tercera persona con Mí mismo como Primera Persona: absolutamente ninguna excusa para confundir el primero, que llegó todo ensangrentado y llorando «entre heces y orina», con el segundo que llega sin tiempo, todo luminoso y sereno, desde el Inmaculado Abismo, saliendo de la virginal Matriz Cósmica. (Aún más desagradable por supuesto –por no decir sucia– es la mecánica de la concepción, en la que el esperma, careciendo de un conducto propio, tiene que compartirlo con el de la orina). Solo una Providencia dada al humor negro, y dispuesta a llegar a cualquier extremo para distinguir la Primera Persona que yo soy de la tercera persona que parezco, podría haber ideado un contraste tan chocante –y tan ineludible–. ¡Pero cuán escapistas somos! ¿Hay algún hecho del que no podamos hablar? Permítaseme tratar de aclarar esta dicotomía fundamental, esta división entre mi solitaria Realidad central y sus múltiples apariencias regionales, en un lenguaje menos engañoso y menos verboso y en un escenario menos restringido –el del mandala o modelo de cebolla–. Es decir, permítaseme mostrarla en el mapa del observador que se acerca a mí. Viniendo desde el espacio exterior, a través de la vastedad de mis regiones astronómicas y geográficas «suprahumanas», el observador llega a (g) –mi región «humana», a un solo metro más o menos de Mi
que estoy en el Centro de todas mis regiones. Aquí, en (g) él ve un ser «existente, divisible, sólido, vivo y humano» llamado Douglas Harding, junto con un montón de seres similares. Desde aquí él se mueve hacia dentro (f) a unos pocos milímetros de Mí, al lugar donde Douglas Harding es reemplazado visiblemente por una célula (digamos una célula de piel) que es «existente, divisible, sólida y viva» pero que (palabra justa) está lejos de ser humana. Y prosigue así hasta (e), donde la célula de piel es reemplazada por una molécula (digamos una molécula de aminoácido) que es «existente, divisible y sólida», pero está lejos de estar viva. Entonces prosigue hasta (d), donde la molécula es reemplazada por un átomo (digamos un átomo de carbono) que es «existente y divisible» pero está lejos de ser sólido –de hecho, es casi completamente espacio–. Entonces prosigue hasta (c), donde el átomo es reemplazado por una partícula (digamos un protón) cuya «existencia y divisibilidad separada» es dudosa20. Entonces prosigue hasta (b), donde la partícula es reemplazada por quarks –entidades especulativas cuya existencia es en verdad muy dudosa–. Además, en esta región el tiempo mismo está puesto en cuestión21. 20 En los niveles más elevados «es una buena aproximación decir que “las cosas constan de partes” pero el mundo subatómico no puede ser descompuesto en partes constitutivas… La totalidad del universo aparece como una red dinámica de modelos de energía inseparables» (Capra, The Tao of Physics, Londres, Fontana, 1983, págs. 90. 92). «En física cuántica el observador interactúa tanto con el sistema que las partículas interactivas no pueden ser pensadas como teniendo existencia separada» (Niels Bohr, 1927). 21 «A la velocidad de la luz el tiempo permanece inmóvil; para un fotón el Big Bang [origen del universo] y el presente son el mismo tiempo. Por lo tanto, el universo está conectado por una red de radiación electromagné- tica que “ve” todo a la vez» (John Gribbin, In Search of Schrödinger’s Cat, Londres, Transworld Publications, 1985, págs. 160-189). EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 117 Más cerca de Mí no puede llegar el extraño, mi observador viajero plenamente equipado del instrumental apropiado. Tan cerca, y sin embargo tan lejos, pues no hay ninguna vía que lleve desde mí como objeto a Mí como Sujeto. Sólo yo soy en (a), Yo, que soy la Meta – inalcanzable para los extraños– de ese largo viaje hacia dentro. Yo, que soy la única Realidad Central, el Noúmeno Sin tiempo del que todos los fenómenos encontrados en el camino son sólo las siempre cambiantes apariencias regionales. Etapa tras etapa el observador me ha despojado de cualidades y realizaciones, hasta que yo he sido reducido a casi nada en absoluto. Justamente aquí, instantáneamente, yo confirmo y completo ese lento despojo. Aquí, yo soy la Fuente indiferenciada de todos esos efectos «temporales, existentes, divisibles, sólidos, vivos, humanos y suprahumanos», la Potencialidad que, Ella misma, no es ninguno de ellos, absolutamente nada de ese tipo ni de ningún tipo. Justamente aquí y ahora yo estoy desprovisto de todas las cualidades, intrínsecamente libre incluso del tiempo y la existencia (existencia, existir, significa estar fuera) –libre de la vida y de la muerte y todo lo demás–. Al perder la vida, encuentro el ser; al perder el ser, encuentro el Abismo. O más bien, me pierdo en el Abismo.22 ¡La pasmosa verdad que este mapa ilustrado –este mandala-lenguaje– me hace comprender es que cuando digo «yo moriré» estoy sobrevalorándome! ¡Yo jamás he vivido! Y, obviamente, lo que jamás ha vivido jamás puede morir. Como esta Fuente de vida, yo estoy más allá de ambas. Así pues, mi tarea no es tanto (como dice Rumi) «morir antes de morir» sino «ser antes de vivir». Y no es tanto (como dice Platón) «practicar la muerte» sino «practicar no haber vivido nunca». Pues la vida es una enfermedad terminal que nunca he padecido. Es significativo que algunos amigos budistas, aunque felices de que se les recuerde que ellos son absolutamente vacío, son menos felices cuando se les señala que de ello se sigue que están vacíos de vida, absolutamente inertes. Es significativo también que nuestro experimento sobre la Inmovilidad (usted se recordará rotando sobre el sitio mientras notaba que de hecho no era usted sino la habitación la que estaba rotando) es el más propenso a ser resistido, llegando a generar a veces mucho enfado y miedo. Como Hubert Benoit ha observado, la propia inmovilidad de uno es más aterradora aún que la oscuridad –y es natural que así sea, pues el movimiento es el criterio de la vida–. Dirigidas hacia fuera a esas cosas móviles, las flechas 22 La espiritualidad oriental comprende muy bien el vacío esencial de las cosas, pero deja a la ciencia occidental verificar y demostrar el detalle concreto. Obsérvese, por ejemplo, cuán bien concuerda nuestro diagrama con las palabras de Sri Nisargadatta Maharaj: «Cuando comprenda que los nombres y formas son sólo conchas vacías sin ningún contenido, y que lo que es real es sin nombre y sin forma, pura energía de vida y luz de consciencia, usted estará en paz, inmerso en el profundo silencio de la realidad». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 118 de la atención de uno le dejan a uno indemne; dirigidas hacia dentro a esta Nada inmóvil, son invariablemente fatales. No hay que sorprenderse, entonces, de que el giro de 180º hacia la Inmovilidad resulte terrorífico. Y no hay que sorprenderse tampoco de que, en el Infierno de Dante, el tormento más severo no sea el hecho de girar envuelto en rugientes llamas sino ser atrapado en un sólido bloque de hielo para siempre. Lucifer, el orgulloso e hiperactivo padre de las mentiras, al tomar obstinadamente la Inmovilidad absoluta por la Muerte absoluta –y no también por la Fuente de la Vida misma– atrae sobre sí su propio castigo. Todo lo que se necesita para librarme de este hechizo diabólico es simplemente veracidad, humildad frente a lo dado, a lo clamorosamente obvio. (Una vez que me he aceptado y familiarizado conmigo mismo como el Kutub o Eje del mundo móvil, encuentro sorprendente có- mo pudo ser que me cegara a mi absoluta inmovilidad ni siquiera por un momento). Con solo mirar, con solo atreverme a fiarme de mis sentidos, tengo que admitir con Wallace Stevens (en su poema «La Roca») que «Es una ilusión que nosotros hayamos estado nunca vivos». Entonces puedo continuar descubriendo con Steven Levine (en su conmovedor y valioso libro, ¿Quién muere?) que «cuando nosotros nos damos cuenta de que ya estamos muertos, nuestras prioridades cambian, nuestros corazones se abren». La Inmovilidad bienvenida aquí es una Muerte que trae al mundo vida y amor. «La noción de que yo estoy muerto como una piedra va demasiado lejos, es más de lo que puedo admitir», puede usted protestar. «¡Es un insulto a mí, y al sentido común!» Bien puede resultar que el sentido común no sea tan ofendido, replico yo. Si hay un problema aquí es más bien que uno no es suficientemente dado al sentido común, que uno es demasiado ingenioso y sofisticado. Al comienzo de toda esta investigación yo señalaba esa certeza, la más ineludible de todas –el hecho de sentido común de que usted y yo estamos alineados en la fila de la muerte a la espera de ejecución–. Solo tres detalles menores de ese horrendo evento –primero, el medio por el que el golpe de gracia será administrado; segundo, la fecha y hora exacta; tercero, la manera y el estado de ánimo de la muerte de uno– solo estos detalles son hasta ahora desconocidos. Y ahora, mucho más adelante en la investigación, yo me encuentro preguntándome insistentemente: ¿son desconocidos? Y respondiendo aún más insistentemente: si es así, ésa es mi elección. Ella me pertenece. Yo descubro que puedo resolver los tres ahora mismo. Tomo primero los muchos medios posibles de ejecución. Ninguno es tan completamente súbito y seguro, tan dramáticamente final, como el hacha del decapitador o la guillotina. ¿Qué EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 119 podría ser más despiadado y punzantemente auto-evidente que el hecho de que perder la propia cabeza es perder la propia vida? Por otra parte, ello es sólo sentido común. He aquí la prueba. Yo estiro mis piernas, miro hacia abajo y asumo lo que veo:
Y me digo que los decapitados están perfectamente a salvo. Nadie puede ser guillotinado dos veces. Los decapitados nunca mueren. Es tan simple como eso, tan de sentido común como eso, tan crítico como eso. En cuanto a la fecha y hora de mi ejecución, ¿no la he establecido como precisamente ahora? Y la manera de mi morir –¿cómo se siente la muerte, cuál es el estado de espíritu de uno en ese momento?–. Bien, le corresponde a usted y a mí decirlo, ahora. ¿Y no concluiría maravillosamente este ejercicio de sentido común encontrar que perder su cabeza es encontrar su corazón? De hecho, durante mucho tiempo yo fui tan testarudo, tan dominado por la cabeza, tan fría y calculadoramente sesudo, que mi corazón de natural cálido no tuvo ninguna oportunidad. Bien, ¿qué acontece cuando yo «vivo la vida sin cabeza»? Tengo que constatar un (muy necesitado) incremento de ternura. «¡Todo esto es invalidado por un hecho básico», puedo casi escucharle decir a usted, «el hecho de que todavía tengo una cabeza aquí sobre estos hombros. Yo puedo sentirla. Estoy tocando la cosa ahora mismo!» LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 120 En otras palabras (respondo) usted habla como un ser humano y por consecuencia usted es un ser humano. Y los seres humanos están convencidos de que, sin excepción, tienen cabezas –tan convencidos están que jamás se les ocurre poner en duda el hecho–. YO TENGO UNA CABEZA es ciertamente tan fundamental a la condición humana, tan «obvio», tan por supuesto, que (casi) nadie repara en mencionarlo, y no digamos nada de cuestionarlo –con el resultado de que la idea permanece fija en el trasfondo de la consciencia–. Los humanos están convencidos de que tienen cabezas constantes y de que no hay ninguna necesidad de decirlo; mientras que, debido a que ellos no caminan, o comen, o mueren constantemente, necesitan decir «yo camino, yo como», y demás, según la ocasión lo requiera –con el resultado de que estas actividades vienen a un primer plano de la consciencia–. Sin embargo, esta asunción «Yo no soy excepcional, yo tengo una cabeza aquí exactamente igual que ésos ahí» es precisamente el mismo tipo de insensatez que asumir que mi comer, caminar, dormir o morir son exactamente iguales a los que yo le veo hacer a usted. De hecho, esta asunción subyace a todos los incontables ejemplos de supresión de la Primera Persona, de igualación de la experiencia de uno de esta Primera Persona con la experiencia de uno de esas segunda y tercera personas. He aquí el «pecado original», la «caída del Paraíso», el error específicamente humano, la pretensión fatal (o, si usted prefiere, el gran salto cuántico, el golpe de genio imaginativo, la invención brillante) sobre el que se basan todos ellos. YO TENGO UNA CABEZA no es ciertamente una aserción trivial. Bien sea explícita o implícita, constituye toda la diferencia. Ello equivale a decir YO SOY HUMANO. Lo cual equivale a admitir YO MORIRÉ Y ESO SERÁ MI FIN. Todos cuantos están alineados en la cola de la muerte esperando la ejecución tienen cabezas sobre sus hombros. La cuestión es: ¿Soy yo igual? ¿Es ésa mi experiencia o es sólo imaginación? ¿Soy yo uno de los condenados? Veamos. Usted es invitado –respetuosamente exhortado– a juntarse a mí en el siguiente experimento: Atento a mi lenguaje, comienzo definiendo lo que es una cabeza. Mi diccionario la define como «la parte más alta de un cuerpo, y que consta de cráneo, cerebro, cara, boca, orejas, etcétera». (¿Puedo considerar que usted acepta esta definición?) Ahora, comenzando desde cero con una mente abierta, tengo que determinar si yo tengo una cosa tal –o algo que se le parezca– sobre la parte más alta de este cuerpo. Toco mis orejas… ¡Eso ya es falso! Eso es charla deplorablemente vaga. ¿Qué orejas?… Comencemos de nuevo: Tengo una sensación táctil con la que relaciono la idea de una oreja derecha, y otra con la que relaciono la idea de una oreja izquierda. Según la evidencia presente, ¿cuán lejos están EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 121 ellas una de otra? Yo estoy sorprendido de descubrir que la distancia que percibo entre ellas es inmensa, tan lejos como el este del oeste; o como ninguna distancia en absoluto, de manera que ellas se funden en una sola sensación; o como alguna dimensión finita entre estos dos extremos. ¿Y qué ocupa, de nuevo según la evidencia presente, esta oquedad tan extrañamente elástica? Encuentro que puedo ver sus contenidos como espacio completamente vacío, o también como esta escena ricamente compleja, como este amplio, amplio mundo que ahora está de cara a mí, que es mi «cara» ahora mismo. Y estoy completamente seguro de esto: siempre que estoy atento, lo que encuentro justamente aquí entre mis «orejas» y sobre mis hombros, no podría ser más desemejante de lo que mi diccionario llama una cabeza. Y, como comprobación, llevo a cabo otros experimentos similares –tales como explorar la oquedad entre este «tocar la coronilla de mi sensación de cabeza», y este «tocar mi sensación de barbilla»– con resultados similares. Sinceramente intento, e intento, e intento nuevamente, restituir mi «cabeza pre-ejecución» aquí sobre estos hombros (esto es charla insensata también, por supuesto), y fracaso en todas las ocasiones. De hecho, estoy obligado a inventar una palabra: ¡no es que yo esté decapitado, sino que yo jamás he estado «capitado»! Es suficiente por lo que toca a mis descubrimientos. ¿Cuáles son los de usted? Por favor, lleve a cabo estos mismos experimentos una vez más y, mientras cuida de que su lenguaje acompañe a su experiencia, dígase exactamente lo que descubre. Y, mirando a su alrededor a esas gentes (incluyendo el que hay en su espejo) decida si usted ha logrado encontrar o reconstruir sobre sus propios hombros un objeto, una cosa, un cofre, una coronilla, una pelota de carne, una hogaza, algún tipo de fundamento que dé pie a la comparación con esas esferas pilosas, de una sola pieza, tridimensionales, dotadas de color, sólidas y opacas que coronan cada uno de esos cuerpos. Y finalmente, habiendo hecho el mejor trabajo de construcción de una cabeza que usted pueda, diga si ha tomado residencia en ella, y si está dispuesto a decirle al mundo cómo es ella por dentro. Bien, por mi parte estoy encantado de decir que todo este trabajo de construcción de una cabeza es completamente imaginario, todo castillos en el aire, todo fantasía. Yo hablaba –me hablaba a mí mismo– desde de ella. Pero si ella fuera real, sería mi muerte. En el Jardín del Edén antes de la Caída, Adán era Espacio para Eva, Eva era Espacio para Adán. Ellos intercambiaban sus caras en la perfecta asimetría prehumana. Entonces una tercera parte intervino –la astuta Serpiente desde cuyo punto de vista Adán y Eva estaban cara a cara, en colisión frontal– y la Serpiente les habló para que compartieran su punto de vista. Ella les inició en el arte específicamente humano y fatal de la imaginaria simetría entre la LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 122 primera persona y la tercera persona, de distanciarse de uno mismo y mirar atrás a uno mismo «a través de los ojos de los otros», de auto-cosificarse a uno mismo, de cambiar lo que uno es a cero metros por lo que uno parece ser a un metro, de la auto-alienación. En otras palabras, el fruto prohibido que Eva dio a Adán fue esa gran manzana de su cabeza. Ya no más espacio vacío para ella, él se erigía ahora contra ella. O así lo supuso él. El resultado de este «conocimiento» fatal, como se predijo, era la muerte. El que tiene una cabeza, muere. Ésta es en pocas palabras la historia de nuestra especie, que comienza atrás en la prehistoria cuando algún miembro altamente imaginativo de ella surgió con una nueva y poderosa magia, un conjuro extremadamente complicado. Tender la mano y coger esa cabeza de las profundidades del agua serena y quieta, escurrirla y secarla, llevarla hacia arriba, agrandarla en el camino, darle la vuelta, plantarla encima de este tronco, fundir la sensación de ella aquí con la visión de ella ahí en el agua, y por último comenzar a hacer gestos y ruidos apropiados –hablar– acordemente. Una hazaña completamente «imposible» de magia ancestral recapitulada en la propia vida individual de uno, en la medida en que el bebé sin cabeza, aprendiendo el mismo conjunto de trucos con espejos en lugar de aguas quietas, y con mucha más charla, deviene una persona con cabeza y cae del Paraíso. O llamémosla, en lugar de meros trucos, esa pasmosa invención-convención que no cabe duda de que en el pasado ha justificado toda su falta de inocencia y autoengaño innumerables veces, convirtiendo mágicamente (repito mágicamente) un animal inconsciente en un humano consciente de sí mismo. Pero toda magia rebota; ella es arriesgada y cara. ¿Y el costo, en este caso? El mito del Edén lo predijo en general, nuestros periódicos se suman a él a diario con terroríficos detalles, y sus columnas obituarias nos recuerdan el ajuste de cuentas final. La historia del Antiguo Testamento, tan lejos de toda alegría, es ciertamente profunda. Y también lo es su secuela mucho más feliz del Nuevo Testamento. Aquí la promesa es que «mientras que en Adán morimos todos, así en Cristo todos seremos hechos vivos» –vivos en el Cristo Universal y Eterno que es la Única Cabeza del Cuerpo con sus innumerables miembros, la Única Luz Verdadera que ilumina a todo hombre y mujer que viene al mundo–. ¿Qué es esta historia bíblica sino una versión poética y pintoresca –y para muchos una versión atractiva y fácilmente asimilada– de las conclusiones a las que hemos llegado aquí y expresado en un lenguaje más astringente? En este capítulo he ejemplificado el tipo de cosa que acontece cuando, muriendo ahora a mi naturaleza terrestre, yo renazco en mi Naturaleza celeste: Yo cambio («de») identidad a la EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 123 única Primera Persona del Singular que no es otro que Dios mismo, y yo hablo su lenguaje. Viviendo ahora en el Cielo como Él más bien que con Él, hablo con sensatez y anuncio la verdad de Dios en lugar de las fantasías y mentiras flagrantes del hombre. Y entonces encuentro que, al mismo tiempo que esta vida de resurrección no es más que la vida del hombre y el mundo, también es esa vida vuelta del revés, enteramente transfigurada, como ella es realmente. ¿Dejaré que un mal uso del lenguaje descuidado e inesencial me ciegue y entontezca, me someta a centenares de engaños, me haga caer del Cielo a la Tierra, de la Deidad a la humanidad y me introduzca en una vida presente y una muerte futura llenas de oscuras incertidumbres? ¿O haré uso del lenguaje sensata y honestamente a fin de que me conduzca a través de la muerte ahora mismo a la Clara Luz del Vacío, esta Verdadera Luz de Consciencia que YO SOY, que está justamente aquí para verla? ¿Haré un uso tan malo del lenguaje de modo que lo mejor que pueda esperar sea una luminosa y bella experiencia cercana a la muerte en el futuro, seguida por –qué–? ¿O lo usaré de tal modo que tenga esa experiencia de muerte presente que al instante se abre en la Eternidad? ¿Experiencia cercana a la muerte o experiencia de muerte presente –cuál será–? Al decidir en favor de la experiencia de muerte presente, yo no debería olvidar el costo. Esta experiencia de muerte presente no es una opción barata, y ciertamente no es charla vacía e inofensiva o mera manera de hablar, sino mortalmente seria. Rumi no exagera cuando dice: «Aquellos que son sin cabeza debido a la pobreza espiritual están cien veces más aniquilados que los que están muertos». Por otra parte, es esta Última Muerte la que desemboca instantáneamente en la Última Vida, La Vida Eterna, Ahora. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 124 19 La ciencia después de la muerte Los fenómenos son reales cuando son experimentados como el Sí mismo e ilusorios cuando son vistos aparte del Sí mismo. Ramana Maharshi «¡Esto es demasiado!» –puedo escuchar objetar a alguien. «Ciencia Celeste, ciencia en el Más Allá: ¿qué podría ser sino divagaciones religiosas o místicas que son el opuesto polar de ciencia? Esto es poner todo al revés». ¡Un comentario muy plausible ciertamente! La broma, sin embargo, es que es nuestro objetor el que tiene todo del revés. En este capí- tulo tengo la intención de mostrar que, en todo tipo de aspectos, la ciencia celeste o postmortem (me refiero a la muerte total que uno muere ahora) es mucho más científica de lo que podría serlo nunca la ciencia terrena o premortem, así como mucho más práctica. Y, naturalmente, mucho más relevante para la gran cuestión del destino eterno de uno. Y, de la misma manera que hemos encontrado el lenguaje celeste haciendo uso del mismo vocabulario y gramática que el lenguaje terrestre (con todas sus limitaciones) pero trayendo consigo sus propios significados vastamente diferentes, así también encontraremos que la ciencia celeste abraza los descubrimientos de la ciencia terrestre (nuevamente con todas sus limitaciones) pero trae consigo igualmente su visión de la realidad vastamente diferente. He aquí, a modo de ejemplo, diez puntos en los que la ciencia celeste aventaja a su contrapartida terrestre. Son los siguientes: (I) Ella no es unilateral. No es unilateral y unidireccional según el modo de la ciencia terrestre, pues tiene en cuenta lo que hay a ambos lados de su instrumento –el Observador en la punta de aquí del microscopio o telescopio por ejemplo, no menos que lo observado en su punta de ahí–. Yo no entiendo al científico como un cuerpo-mente o tercera persona sino como Primera Persona o Espacio Consciente para esa célula, esa estrella, o lo que sea. Este Vacío es esa forma: esa forma es este Vacío. Ellos nunca son servidos LA CIENCIA DESPUÉS DE LA MUERTE 125 separadamente. Ellos son aspectos estrictamente indisolubles de un Todo que, cuando es dividido, es desnaturalizado, un artefacto. (Mire arriba ahora, y compruebe que el Espacio que usted está dando a la escena no es otro que la escena). (II) Ella es clara y sin distorsión. Como hemos observado en el Capítulo 17, en el Cielo ninguna distancia interviene entre Observador y observado. Estas manos que veo, esta estrella que veo, las veo aquí y las fotografío aquí. Sujeto y objeto coinciden, no dejando ningún sitio entre ambos para ninguna interferencia extraña. La ciencia terrestre, por otra parte, está siempre alejada de su objeto. Una atmósfera o medio –nunca perfectamente claro y a menudo muy oscurecedor y distorsionador– interviene siempre. (III) Ella es no-violenta. La ciencia terrestre solo puede llegar a conocer su material estropeándolo, o incluso destruyéndolo. Al bombardear átomos con partículas, al matar y tintar células, al inmiscuir antropólogos dentro de sociedades tribales, y así sucesivamente, ella invalida más o menos sus propios descubrimientos. No ocurre lo mismo con la ciencia celeste. Vacía para sus objetos, ella no tiene nada con lo que atacarlos o abatirlos. Ella los acoge como los encuentra, como se dan y donde se dan. (IV) Ella está perfectamente equipada. Mientras los instrumentos que la ciencia terrestre tiene que usar nunca son enteramente eficientes, nunca completamente «transparentes», la ciencia celeste no tiene ninguno y no necesita ninguno. Ella es la transparencia misma. (V) Ella es exacta. La ciencia terrestre es aproximativa, nunca completamente cierta, en último recurso una cuestión de posibilidades estadísticas. La ciencia celeste, por el contrario, es precisa, y es la certeza misma. (VI) Ella es práctica. La ciencia terrestre es arrastrada y seducida a darse a sí misma toda suerte de fines dañinos y desastrosos. Estos surgen de la asunción incuestionable de que las gentes, organizaciones, religiones, naciones, y bloques de poder están confrontados unos con otros como entidades separadas. La ciencia celeste, que es la negación de la confrontación, trabaja secreta e infatigablemente para curar esta enfermedad. Ella ve y opera desde la Fuente curativa. (VII) Ella no suscita controversia. No ofreciendo nada sobre lo que diferir, la ciencia celeste lleva al acuerdo. (¿Sobre qué más sino sobre este Sujeto encontrará usted acuerdo al cien por cien entre jóvenes y viejos, hombres y mujeres, educados y no educados, extraviados y guiados –entre sabio y santo y pecador, entre escritores modernos y medievales y antiguos, entre muslimes y cristianos y budistas e hindúes– sobre qué más sino sobre Éste, el Sujeto de nuestra Identidad Común?) La ciencia terrestre, por el contrario –en la LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 126 medida en que se basa en ideas y es especulativa– es pendenciera, dividida contra sí misma, sin resultados concluyentes. (VIII) Ella está basada en la percepción. Subyacente a las siete características de la ciencia celeste señaladas hasta aquí, está la característica crucial de que, en tanto que simple mirar-para-ver, ella está firmemente basada en la percepción. Esto significa que no está contaminada por las creencias, opiniones, suposiciones e insensateces conceptuales, y que es capaz de verificación repetida por cualquiera en cualquier parte, y por lo tanto estrictamente científica. Nuestras pruebas (o experimentos) proporcionan un pequeño ejemplo del procedimiento y su rigor. La ciencia terrestre, por el contrario, sólo puede ser, en parte al menos, hipotética e inverificada y en esa misma medida incientífica. (IX) Ella es realista. Las cosas que son del interés de la ciencia terrestre, a fin de ser manipuladas y estudiadas, tienen que ser artificialmente aisladas del resto. No son nunca completas del todo, son fragmentos de sí mismas, artefactos del observador-experimentador que inevitablemente las amputa del contexto que las hace ser lo que ellas son –y en esa misma medida son irreales–. La ciencia celeste acoge estas cosas parcialmente irreales y las completa de la única manera en que ellas pueden ser verdaderamente completadas, a saber, viéndolas siempre desde su Origen Infinito, desde la única Primera Persona del Singular y verdadero «YO». Así, Ramana Maharshi: «Los fenómenos son reales cuando son experimentado como el Sí mismo e ilusorios cuando son vistos aparte del Sí mismo». (X) Ella arroja luz sobre mi muerte. La ciencia terrestre me deja en la oscuridad aquí: mientras que la ciencia celeste me ve completamente a Mí, el Brillo imperecedero. Pero todo esto es, sin embargo, demasiado abstracto, demasiado verboso. La ciencia postmortem, la ciencia de la Primera Persona del Singular, no es nada reducida a un mero programa, a un inofensivo tópico para la discusión. Puesta en operación, lo pone todo patas arriba, lo pone todo del revés. Lo que acontece en la práctica es que nosotros damos un giro de 180° súbito –pero enteramente seguro– en la dirección, de otro modo letal, de la propia vida de uno antes de que sea demasiado tarde. O iniciamos una revolución interior y no violenta que hace que Trotsky parezca un burgués. O explotamos la bomba infra-nuclear que destruye todas las bombas. Aquí –para cambiar de metáfora nuevamente– tenemos una apertura cuyo potencial multifacético es ilimitado. Si hemos encontrado que es la necesitadísima apertura en el campo de la tanatología –en la ciencia, pura y aplicada, de la muerte– esto se debe a que su campo real es mucho más amplio que ése. La dificultad, de hecho, es encontrar un apartado de nues- LA CIENCIA DESPUÉS DE LA MUERTE 127 tra vida que no amenace –o prometa– trastornarla, y que finalmente la transforme radicalmente. He aquí unos pocos ejemplos: en biología evolutiva esta apertura se manifiesta como una mutación en nuestra especie y no como una mera variación: pues la historia interior de los Veedores es lo opuesto diametralmente de la de los no-veedores –con marcado efecto sobre el comportamiento–. En sociología y política esta apertura emerge como el único remedio para la confrontación –la mentira de la simetría de la primera persona y la tercera persona, de mi oposición frontal a usted– que envenena nuestra vida a todos los niveles y amenaza con acabar con ella enteramente23. En psicoterapia esta apertura resulta ser nuestra única cura real –a saber, la visión de doble dirección consciente de nuestras mentes perturbadas desde la Nomente no perturbada aquí que es su Fuente–. En religión espiritual (alias misticismo de vía negativa o la Filosofía Perenne) esta apertura es ese redescubrimiento de lo evidente24, esa humildad frente a la evidencia, ese fiarnos de nuestros sentidos, lo cual a la postre confirma, rectifica, completa, asienta, y actualiza vívidamente las intuiciones de esos exaltados Veedores que tienen tendencia a desdeñar el mundo inferior –el mundo común e impuro de las vistas y sonidos, de los sabores y olores– juzgado indigno de su atención. En educación… Pero es innecesario continuar. Basta recordar al lector que todo esto, también, es para dudarlo, sopesarlo, probarlo. Créame, aténgase a lo que yo digo, y usted ya se ha extraviado. Pero siga su propia guía, confíe en lo Que usted es, haga ese giro de 180° hacia su Sí mismo, y vea si usted no ha hecho ya la gran apertura, si no es ya un experto en la ciencia de su propio Origen Sin Muerte, la Ciencia de la Primera Persona del Singular. Y recordemos que nosotros no estamos desafiando ni uno solo de los descubrimientos establecidos de la ciencia terrestre, ni interfiriendo en su campo en absoluto. En particular, nuestra ciencia de la Primera persona o Sujeto no está diciendo nada sobre la muerte que la ciencia de la segunda y tercera personas y objetos pueda tener ya en su haber, por no decir nada de rebatirlo. Nuestra ciencia está completamente de acuerdo en que usted (la segunda persona) morirá, que él (tercera persona) morirá; y se limita a afirmar que YO (la Primera Persona del Singular sobre quien la ciencia ordinaria no tiene nada que decir) no moriré nunca. Lo mismo que la ciencia del objeto refleja fielmente la naturaleza temporal de la tercera persona, así también la ciencia del Sujeto refleja fielmente la naturaleza sin tiempo de la Primera Persona –con consecuencias que son absurdas– o bien inevitables y apropiadas y muy 23 En «The face game» y «Confrontation, the game people play» he desarrollado este tema. 24 Ver mi On Having No Head, Zen and the Re-discovery of the Obvious, Londres, Arkana, 1986. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 128 significativas –de acuerdo con su punto de vista (de usted)–. Para ilustrar esto –mostrando cuán radicalmente conforma mis actitudes mi profunda convicción de que yo soy sin muerte– debo regresar a mi curioso grupo de hechos tocados anteriormente en esta investigación: yo me encuentro a mí mismo repasando las columnas obituarias, notando complacidamente las muertes de los que son más jóvenes que yo, así como las de los que son de mi misma edad, al tiempo que nunca imagino mi propio nombre ahí tan pronto; me encuentro a mí mismo mirando alrededor compasivamente a las personas viejas –algunos de ellos mucho más jóvenes que el que yo veo en mi espejo– y pensando quizá en cuán poco tiempo les queda (¡a diferencia de mí, créalo o no!); me encuentro a mí mismo contando el racimo de velas en la tarta de cumpleaños de mis amigos, sin tener en cuenta el bosque de la mía; me encuentro a mí mismo no sintiendo ni un día más cerca la muerte de lo que la sentía a los veinte años, a pesar de mis crecientes achaques. Y así sucesivamente –¡como si la vida fuera una condición terminal para todo el mundo excepto para mí mismo!–. En todo tipo de circunstancias mi sentido de perdurabilidad –mi certeza de que yo, sólo yo, no moriré– es evidente. ¿Es esto sólo una muestra irónica de ese rechazo popular a mirar de frente a la muerte que (como veíamos más atrás) marca nuestra cultura? ¿Es esta extraña autosatisfacción –esta aparente serenidad frente a la muerte– simplemente el signo del comienzo de la senilidad? ¿O es ella una misericordiosa provisión de la Naturaleza, una piadosa ilusión acordada a Douglas E. Harding para las últimas etapas de su vida, de la misma manera que la estimulante ilusión del éxito futuro –éxito sin mezcla de fracaso– le fue acordada en las primeras etapas? ¿Es ella sólo eso y nada más? ¿Es ella autoengaño? ¿O es ella Auto-revelación? La Primera Persona del Singular responde alto y claro: evidentemente ello es autoengaño cuando se aplica a él, a esa tercera persona; Auto-revelación cuando se aplica a MÍ. Esta invitación viene a usted y a mí de MÍ: «Vuelva a Casa desde su tercera persona periférica a su Primera Persona central. Entre desde ese “él” mortal ahí en su espejo a este “YO” sin muerte aquí enfrente de él. Y sea el “MÍ” eterno que usted ya es». «Porque “yo” soy la resurrección y la vida, y todo aquel que ve y cree en “MÍ ” no morirá nunca». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 129 20 La vida después de la muerte No sea que venga el Juicio Final y me encuentre no aniquilado, y yo sea agarrado y puesto en manos de mi propia egoismidad. William Blake Comencé este Librito con la cuestión de mi Identidad, mi Naturaleza esencial, lo que yo soy irreductiblemente y cuán permanente es ello. Y he continuado haciéndome la misma pregunta a todo lo largo de él, evitando tomar la palabra de otros, pues lo que ellos son no está en situación de decirme lo que yo soy –a saber, lo que es ser mí mismo en este momento, justo aquí donde yo soy–. Algunos de mis descubrimientos continúan dejándome perplejo, sin aliento, a menudo anonadado –anonadado hasta la mudez–. Yo sólo puedo decir, como dice Rumi, que muerdo el dorso de mi mano. Y ahora, al cierre de esta larga investigación, realmente me encuentro conmigo mismo. Acabo con lo que encuentro que es la respuesta más pasmosa, última, concluyente y por encima de todo personal a mi pregunta inicial: dando con ello (casi incidentalmente) el golpe mortal a la Muerte misma. Por supuesto, no le ofrezco a usted, mi querido lector, esta respuesta concluyente (de la misma manera que no le ofrezco las interinas) para que la crea sino para que la sopese y la pruebe y la ponga en práctica: rechazando todo lo que usted descubra que es falso, poniendo a un lado para una investigación posterior todo aquello de lo que no esté seguro, y compartiendo conmigo y otros lo que es verdadero según su experiencia más íntima y personal. Note que he usado el adjetivo personal dos veces ya. Y con buen criterio. Pues da la clave de este capítulo sobre el secreto más íntimo de la vida después de la muerte, y me permite hacer esta confesión: Una inmortalidad impersonal y anónima podría satisfacer quizás a un santo –no a mí–. Estoy dando voz aquí a una duda o reserva muy insistente y poderosa que nunca ha estado completamente ausente a todo lo largo de esta investigación: una duda que ya no puede ser soslayada más, que tiene que ser hecha explícita y resuelta ahora. Para mí es cierto que ver es LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 130 esencial, crucial, la única cosa necesaria –simple ver en la Naturaleza sin tiempo, sin cualidades, vacía justamente aquí–. Sin embargo, si este ver es un mero ver impersonal en profundidades impersonales, no es suficiente. El no tiene garra, me deja frío, no es sentido en el corazón. Aunque este ver demuestra ampliamente, y me persuade más allá de toda duda, de que Esto es lo que yo soy, no atrapa mi adhesión total. Hay algo muy profundo en mí que resiste a las generalidades y generalizaciones y al olor mismo de las abstracciones, y que insiste en una perdurabilidad concreta y específica y desvergonzadamente personal. ¡Ella tiene que ser mía! ¡Sí, lo sé: yo soy egocéntrico, engreído, codicioso! ¡Soy egoísta, y no hay nada que pueda hacer –o proponerme hacer– al respecto! Pues no es bueno en absoluto barrer esta cosa ruda debajo de la alfombra, o tratar de reprimir al irreprimible ego (el intento solo lo exacerbaría en maneras muy malsanas), o tratar de empequeñecerlo mediante disciplinas auto-negadoras, las cuales solo cambiarían un ego decentemente franco y secular por un ego indecentemente santo («Yo soy un santo, usted es un pecador. Yo estoy iluminado, usted está en la oscuridad»). ¿Qué más, después de todo, es este regañadísimo ego, este ansia personal, este voraz apetito, esta confianza egoísta? ¿Qué es sino un rudo nombre para la vitalidad, la energía, las ganas de vivir? ¿Y qué es la falta de él sino el cansancio del mundo y el tipo enteramente equivocado de «morir antes de morir»? ¡Ciertamente sí! Pero, sin embargo, este ego mío según se presenta no coopera en absoluto: es ingobernable, es mi perturbación. Yo no puedo vivir con él ni tampoco vivir sin él. Lo que hay de malo en él no es que sea malo, sino que es inmaduro y no completamente él mismo. Falta algo. El ego, muy ciertamente, necesita corrección –para terminarle, no para empequeñecerle: necesita ser extendido hasta el límite y completado–. (Esto es enteramente diferente de inflarle. Como hemos notado más atrás, la subordinación de la egoidad individual de uno hasta el punto de la identificación con su clan, iglesia, raza, sexo, patria, nación o dios, no es auto-desvanecimiento sino auto-engrandecimiento e inflación del ego; y casi siempre lleva a una desesperada perturbación debida al sí mismo ampliado, por no decir nada del mundo). No cabe duda de que la Prashna Upanishad tiene razón, y que «el sí mismo personal y el Sí mismo impersonal, imperecedero y último son uno». Sin embargo, el sí mismo o ego ordinario y no regenerado no es ni suficientemente personal ni está suficientemente auto-centrado. Ese yo soy falso, todavía no total, que es no esencial, que es un pretencioso equívoco se erige en competición con otros falsos yo soy, hasta que finalmente la verdad amanece, y él emprende realizarse a sí mismo como el Único Ego, el solitario YO SOY, o (en el poderoso y tajante lenguaje de Eckhart) como la Divinidad que es la única verdaderamente Personal, la única que puede decir YO SOY. Por otra parte –por esa divina y exacta lógica que los lógicos sofisticados describen como paradoja– este último Ego es también el último LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 131 No ego, esta Superpersona es también enteramente impersonal, esta cumbre suprema de Autoimportancia es también el más profundo Valle de Humillación, esta perfección de Auto-amor se derrama necesariamente incluso sobre lo menos amable, esta única Soledad no es Ella misma sin lo más miserable de la población del mundo por todas partes y siempre. Una vez más, el maestro Eckhart lo dice: «Las alturas de la Divinidad no son nada sino las profundidades de la humildad». Y así también el Maestro del Maestro Eckhart, el que pudo describirse a sí mismo como «de corazón manso y humilde», no obstante anuncia sin el más mínimo temor: «Antes de que Abraham fuera, YO SOY». Todo esto yo lo sé bien, al menos cuando estoy bien despierto. Y lo siento también, al menos cuando estoy bien. Pero mis preguntas finales a mí mismo son éstas: ¿Siento yo así mi vía dentro de este Ego verdadero y completado, me identifico así con ese solitario YO SOY, de manera que en mis entrañas estoy más cierto, mucho más cierto de ser este Uno que de ser Douglas E. Harding? ¿A qué nombre respondería yo instintivamente si ambos fueran pronunciados? ¿Tomo este infinitamente mayestático YO SOY mucho más personalmente de lo que tomo ese misérrimo yo soy, con el resultado de que, lejos de trascender lo personal (para obedecer a algún código moral o conformarme a alguna espiritualidad abstracta y exangüe) yo realizo al fin su esencia misma? ¿Es esa realización supremamente personal la misma que llevo al Buda que predicaba el no ego (anatta) a exclamar: «¡Por encima y por debajo de los cielos, solo yo soy el venerado!»? ¿Y al autor del Ashtavakra Gita que se describe a sí mismo como «libre de ego», a anunciar: «¡Maravilla de Yo Soy! ¡Adoración a Mí, que no conozco declive y que sobrevivo a la destrucción del mundo!»? Estas preguntas son ciertamente tan personales que no vendría a cuento extenderse en ellas aquí, excepto para mencionar qué es lo que me empuja de hecho sobre el borde de yo soy Douglas E. Harding entre otros mortales al abismo de YO SOY SIEMPRE. Ello es pasmo. No pasmo de lo que yo soy sino pasmo de que yo soy, sin ningún por qué. Pasmo ante la Auto-originación del Uno, sin ninguna ayuda externa y sin ninguna razón, desde la oscura noche del mero caos y el no ser y la inanidad. Pasmo ante esta Consciencia que «imposiblemente» se promueve a sí misma desde NADA ES y YO NO SOY a SÓLO YO SOY, y lo hace así no allá lejos y hace mucho tiempo y de una vez por todas, sino continua y ahora mismo y justamente aquí. Pasmo de que no hay lo que «debe haber», lo que es «natural» y «razonable» –a saber, nada en absoluto, ni una mota de polvo, ni un temblor de consciencia–. Pasmo y gratitud y felicidad, finalmente, de que hay solo Uno que puede pensar y sentir y hablar de esta manera, solo Uno que puede sentir este pasmo, pues la noción de que Douglas E. Harding LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 132 como Douglas E. Harding pudiera comenzar a hacerlo es enteramente ridícula y enteramente egoísta en el viejo mal sentido. Lo dicho es suficiente, especialmente cuando he tratado en otra parte sobre esta última Auto-satisfacción, sobre este pasmo esencialmente personal –que es también culto y adoración de lo completamente «otro» (On Having No Head - Zen and the Re-discovery of the Obvious, págs. 65-70). Esta posdata está dirigida al lector cristiano que esté escandalizado por todo intento de acortar –y mucho menos de cerrar– la inmensa oquedad entre Creador y criatura. Y al lector no cristiano que admita estar completamente condicionado por nuestra monolítica cultura cristiana de cientos de siglos, con sus imperativos y prohibiciones dados por establecidos. Un amplio número de «heréticos» han sido quemados vivos por proclamar mucho menos de lo que yo he proclamado en este capítulo. ¡Pero algunos venerados cristianos «ortodoxos» han proclamado tanto –o aún más– y escaparon indemnes! Uno de éstos fue el beato Jan van Ruysbroeck (1293-1381) quien, habiendo sido cuidadoso en la execración de todo el que pretendía ver y ser Dios fácil y barato y según sus propios términos, escribe así: Comprender y entender a Dios por encima de toda similitud, como él es en sí mismo, es ser Dios con Dios, sin intermediario… [Pero] quienquiera que desee comprender esto debe haber muerto a sí mismo, y debe vivir en Dios, y debe tornar su mirada a la Luz eterna en el fondo de su espíritu, donde la verdad oculta se revela sin medios… Esta claridad es tan grande que el amante contemplativo, en su fondo donde reposa, no ve ni siente nada sino una Luz incomprensible; y en medio de esa simple Desnudez que envuelve todas las cosas, se encuentra a sí mismo, y se siente a sí mismo, ser esa misma Luz por la cual él ve, y nada más. Y mucho más en la misma línea. ¡Y la Iglesia beatificó a Ruysbroeck declarándole bienaventurado en el Cielo y digno de veneración pública! Yo tengo tres sugerencias. Poniendo a un lado todos sus escrúpulos, compruebe hasta dónde la experiencia de él concuerda con la suya. Aplíquela como un bálsamo para calmar todo sentimiento de culpa residual que usted pueda estar sufriendo. Y tenga la certeza por la manera en que él insiste de que uno no accede a la deificación más que pagando el precio más alto (llámelo la pena capital si quiere). Ella no podría ser más cara, en ambos sentidos de la LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 133 palabra: cara y querida. De una manera u otra, ella le cuesta a usted su vida: él lo dijo así, yo lo digo así, y a su propia manera horrible la Santa Inquisición también lo dijo así. En otros términos: Viendo que todo excepto Dios, perece, la única salvación para usted es ser él. ¡No un cambio de identidad para el timorato o el tibio! Usted tiene que morir por ello. Ahora. Para concluir, he aquí una nota más personal: confieso que con frecuencia, a lo largo de toda mi vida de adulto, me he encontrado a mí mismo utilizando el vocabulario evangélico de mi infancia: ¡S.O.S. … S.O.S. … Ésta es mi Llamada de Socorro… Estoy perdido, ahogándome en este océano proceloso…! La señal fuerte responde: ¡Abandona el barco! Arrójate a ese océano proceloso…! Él es el océano. Ser salvado es ser Él. Oh sí: ¡SER SALVADO ES SER ÉL! Como Georges MacDonald lo dice: «Todo lo que no es Dios es muerte». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 134 21 Epílogo Tú que te enredaste en trivialidades, ahora has entendido el misterio de morir. Rumi ¿Cómo llevaré esta investigación a una conclusión apropiada? Es habitual, al final de un artículo o de un libro complejo, ordenar e inspeccionar sus diferentes y quizá dispares elementos, recapitulándolos en un marco coherente y memorable. Esta empresa parece particularmente necesaria aquí, en vista del hecho de que el tópico aparentemente simple de la Muerte no ha resultado ser nada de tal. Las ideas tratadas han sido heterogéneas, y algunos de los argumentos han sido bastante complicados, y probablemente muy infamiliares –especialmente hacia el final– y por lo tanto nada fáciles de entender, retener y seguir por el lector (ni por el autor, por lo demás). ¿Cómo poner esta mezcla en orden? Muy fácilmente de hecho. Dos simples propuestas lo harán. La primera es decir esto una vez más: todo ello se reduce a una pregunta: ¿cuál es mi verdadera identidad, estoy yo hecho de material perecedero? Obtener la respuesta justa es la única cosa necesaria. La segunda es decir que esta pregunta raíz, debido a que es todavía una idea construida de palabras, una pieza de pensamiento discursivo, no puede ser realmente respondida –en su propio nivel o en sus propios términos– por ningún pensamiento por muy agudo que sea, ni por ninguna sensación o intuición por muy sincera que sea. La Respuesta viene cuando las respuestas desaparecen. El problema de LO QUE YO SOY, que lleva a si ello es mortal, se resuelve solo cuando se abandona incluso esa pregunta que pone fin a todas las preguntas. Debe haber una revolución. Yo debo abandonar todos los conceptos, dar un giro preciso de 180° desde todo lo que es centrífugo a lo que es centrípeto. Tengo que mirar a esto, y cesar (no importa cuán «intermitentemente» sea) de buscarlo –cesar de trabajarlo, de pensarlo, de imaginarlo, de discutirlo o de aportar una respuesta cualquiera que sea–. EPÍLOGO 135 Al mirar DENTRO, ahora mismo, veo mi Naturaleza eterna con indescriptible brillo y certeza. Yo no la comprendo, yo no la creo, yo no la siento, yo no la tomo en serio, yo no la pienso. Yo veo. Incluso esta frase de dos palabras es demasiado larga. ¡Ver! Es todo. No hay que imaginar que volverse hacia esta Nada imperecedera es darle la espalda a ese mundo de las cosas que perecen, cesar de estar con él, implicado, atento. ¡Todo lo contrario! Cuando no estoy atento al Espacio que les doy aquí, no alcanzo a verlas. Pero cuando miro «solo» a este Espacio las tengo dadas en él por añadidura, debido a que el Espacio está siempre y absolutamente unido con sus contenidos. Buscando fuera, tengo apenas la mitad de la historia; mirando dentro la tengo toda. Mirando dentro, veo, percibo, pienso, siento, hago todo desde su Origen, lo experimento como sostenido por su Origen, como viniendo de su Origen. De manera que todas las cosas tienen el perfume de su Fuente, están bañadas y refrescadas por su Fuente, son hechas perfectas por su Fuente. No se trata de que, para beneficiarme plenamente de este ver dentro esencial ahora mismo, no sea necesario acordarme de los más sutiles y extraños descubrimientos de esta investigación, o recordar una parte cualquiera de ella, o aun traer a la superficie mi profunda convicción de que yo soy sin muerte debido a que soy el Uno y Solo Uno, el Solo. No. Se trata de que es necesario decir adiós a todo eso por el momento, dejarlo en paz, y simplemente MIRAR QUIÉN ES AQUÍ. Ésa es la única cosa que usted y yo necesitamos hacer, la única cosa que usted y yo podemos hacer siempre, la única cosa que usted y yo no podemos hacer mal. Y así resulta que mi tarea final es una tarea fácil. Una sistemática y verbosa conclusión de esta investigación en mi muerte sería absurda, pues ella solo podría contradecir la verdadera e inefable conclusión de todo el asunto. ÉSTE es mi gatha, mi epitafio, mi lápida:
Marque, a lo largo del borde superior de la cubierta de este libro, seis unidades, y en el lomo ponga un cero. (Usted no tiene que hacer esto: en lugar de ello basta con que imagine las marcas). Sostenga el libro al nivel de los ojos y lea la distancia –de 1 a 6 unidades– entre dos personas o dos objetos. Ahora gire lentamente el libro unos 45°, observando cómo se contraen esas unidades… siga girando el libro hasta ponerlo de canto. Entonces lea la distancia entre usted y el objeto. Descubra de la misma manera cuán lejos está de usted cualquier otro objeto. Podría ser una estrella, una montaña, su propia mano… 16 Mi Science of the 1st Person, Nacton, Ipswich, Shollond Publications, 1974, págs. 24, 25, trata de esto. 17 Estrictamente hablando, el único fallo del Gran Robo es que no es suficientemente grande. No llega, ¡ay! a limpiarme completamente. Compadecido, me deja con una cosa fatal aquí –mi cabeza-prisión, en la que estoy condenado a morir. Ahora bien, si yo le dejo completar su tarea y aliviarme de eso, quitarme eso, y depositarlo ahí a dos metros de distancia en esa otra sala de baño, retenerlo ahí detrás de ese espejo, entonces todo está muy bien. Libre al fin del estrecho confinamiento en la cárcel de este cuerpo-cabeza-cara, yo soy ahora sin límites, crecido, súbitamente inmenso y tan vasto que me extiendo a todas mis posesiones, desde las manos hasta los remotos universos. Todos son míos de nuevo. Ni un centímetro me separa de mis tesoros. Como ocurre tan a menudo, son las medias medidas las que me atan a la Tierra: basta ir hasta el límite y subo al Cielo. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 106 ¿Puede usted ahora confirmar con gozo la exclamación de Traherne (cambiando su pasado –de él– por su presente –de usted–)? Las calles eran mías, el templo era mío, las gentes eran mías, sus vestidos y oro y plata eran míos, así como sus brillantes ojos, sus tersas pieles y sus rubicundas caras. Los cielos eran míos, y también lo eran el sol y la luna y las estrellas, y todo el mundo era mío, y yo el único espectador y gozador de él. (VIII) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES SERVIDO, PRÁCTICAMENTE GRATIS Tome el precio de un viaje en avión. En la Tierra usted paga 200 euros por el viaje desde A a B. Más bien caro se dice usted, cuando piensa lo que el vuelo le cuesta a la aerolínea y lo compara con sus 200 euros multiplicados por 100, que estima que es el número de sus compañeros de viaje. ¿Cuesta la operación tanto como 20.000 euros, piensa usted vagamente? Ahora tome la misma operación en el Cielo. Aquí su cálculo es completamente diferente – considerando todo el costo del vuelo como gastado únicamente en usted, y no repartiéndolo entre sus compañeros de viaje–. Usted no tiene ninguno. Si mira a su alrededor en el avión, ve a todas esas pequeñas gentes (pequeñísimas hacia la cola) cada uno con una cabeza sobre sus hombros y ocupando sólo un asiento. Incluso los pasajeros de primera clase están apretujados, hechos un paquete. ¡Cuán diferentes son de usted –de usted que ocupa y llena todo el interior– ! Por todas partes usted tiene más sitio del que necesita, y detrás de usted es el espacio infinito. Secretamente y sin formalidades, usted ha fletado ese avión. Además, al mirar desde una ventanilla, ve que no le están llevando en vuelo desde A a B sino que usted está perfectamente inmóvil, y que la totalidad de la región de abajo es la que está en movimiento. Sí, real y verdaderamente en movimiento: como su videocámara –que no miente ni fantasea– está dispuesta a confirmar. Sume entonces lo que está obteniendo por sus mezquinos 200 euros. Si algún sentimiento tiene en el Cielo, es la gratitud. Agudamente observador y lleno de aprecio por lo que de hecho se le está dando, usted es consciente de que ni a los reyes ni a las reinas se les concede un trato tan preferencial, de que se les acomoda mucho menos generosamente, de que se les atiende mucho menos cuidadosamente. Cuanto más mira usted para ver lo que de hecho está pasando y cuanto más realista es, tanto más encuentra que todo el Cielo está dedicado a su EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE 107 servicio. Crecientemente se hace patente que usted es el único para quien el sol brilla, el viento sopla, los ríos corren, los pájaros cantan, las plantas florecen, los aviones vuelan, y todas esas queridas pequeñas gentes en el avión representan un espectáculo tan fascinante –jugando cada uno su papel con perfección absoluta–. (IX) EN EL REINO DEL CIELO USTED ES TODOPODEROSO Usted es también como un niño pequeño que es incapaz de resistir a lo que se da, y que no tiene otra alternativa que confiar en ello. Aquí, aceptándose a usted mismo como se descubre, no tiene vergüenza de admitir cualesquiera facultades que le acontezca encontrarse ejercitando. Por ejemplo, usted nota que cuando las gentes abren y cierran sus ojos todo lo que ocurre es que un par de pequeñas persianas suben y bajan: mientras que cuando usted lo hace… Bien, ¿exactamente qué acontece, y a qué, y de qué envergadura, y cuán extenso es el acontecimiento? En lugar de estar tan seguro de que lo sabe, le ruego que dedique un momento o dos a mirar estas preguntas… Este pequeño (¿o tremendo?) experimento trata de ponerle a usted a tono, de introducirle a sus poderes. No: trata más bien de recordárselos. Hubo un tiempo, antes de que a usted se le ridiculizara y se menospreciara al Cielo, en que usted los ejercía libremente. A lo largo de la descripción de la vida en el Cielo que precede se ha asumido que usted tiene algún tipo de compañía allí. Y la tiene, en un cierto sentido y en un cierto nivel. Pero en el sentido más verdadero y en el nivel más elevado usted es la indivisible Consciencia o YO SOY o la Primera Persona del Singular que es absolutamente Solo –una conclusión a la que esta indagación no cesa de llevarnos–. (Y, después de todo, éste es el realismo más sobrio, la humildad frente a la evidencia, decirlo como es en lugar de mentir sobre ello. Busque a su alrededor durante un millón de años, explore el universo, pruebe con todos los instrumentos, y en ninguna parte y en ningún tiempo encontrará un vislumbre de consciencia, de una voluntad que no sea su voluntad, un atisbo de un atisbo de algún otro YO SOY. Jamás encontrará usted nada ni nadie que se asemeje, por muy vaga y oscuramente que sea, a este Auto-Ser suyo: es absolutamente único, incomparable, indescriptible. En la verdad de Dios, todo Dios es justamente donde usted es ahora, y en ninguna otra parte. YO SOY es uno. No hay ningún segundo YO SOY que le haga sombra a usted, que suscite la más mínima oposición. Todo es como usted lo quiere debido a que usted es Quien es). He aquí, entonces, la más crucial, la más exacta de todas nuestras pruebas: LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 108 Si en este momento hay algo que usted se siente incapaz de admitir, si le están aconteciendo cosas que no puede aceptar, si existe para usted un extraño, una tercera persona, una oposición, un algo o un alguien que usted no quiere ser, a cuyo respecto usted se lava las manos, contra quien usted se levanta o simplemente no le importa nada –entonces usted está ciertamente en compañía terrenal, entre aquellos que están atados a la Tierra y que perecen–. Por otra parte, si nada de esto es verdadero para usted; si usted no es indiferente a ninguna lágrima ni gemido, si toma en serio la totalidad de la terrible historia del sufrimiento de la Tierra, aunque sin hacerse cargo de las ilusiones que multiplican esas lágrimas y quejidos; si en este momento usted puede sentirse omniabarcante y omnirresponsable y omniperdonador y omniperdonado; si finalmente usted y su inclinación y su absoluto gozo es regocijarse en su Absoluto Ser Único (Único por inclusión, no por exclusión), entonces usted es ese Solitario, esa Felicidad Sin Muerte. Naturalmente. Y naturalmente, usted es todopoderoso. No todopoderoso en el sentido de que pueda erigir un universo modelo en el que haya amor sin indiferencia ni odio, coraje sin peligro ni miedo, bondad sin maldad, belleza sin tristeza ni fealdad, vida sin muerte. No: usted no puede hacer estas mejoras en mayor medida que hacer negra la cal o silenciosos los ruidos. La lista de las cosas que ni siquiera usted puede hacer es inacabable. Sin embargo, usted es todopoderoso en el sentido de que, al aceptar la coexistencia y el choque de opuestos como el precio (un precio terriblemente alto, pero no prohibitivo) del cosmos, usted le dice un todopoderoso ¡SÍ! a todo ello, SÍ completamente a todo y a pesar de todo, SÍ debido a que esto (en todos sus pasmosos y terribles y amables detalles) es lo que usted es, y SÍ debido a que usted quiere lo que usted es. Brevemente, usted ha pasado su propia prueba. Usted es el único Poder. En el reino del Cielo usted es el Rey. PRACTICABILIDAD EN EL REINO DEL CIELO Lo que me ha sorprendido, en el curso de la compilación de los nueve ejemplos precedentes de las características del Cielo en contraste con las de la Tierra, es su coherente y multifacética practicabilidad. Por interés y aventura, por valores de entretenimiento, por alegría de ánimo, el Cielo no tiene comparable; pero finalmente usted es presa de admiración ante el buen sentido que tiene y lo bien que funciona, en las cosas pequeñas y en las grandes. Solo aquí la confrontación, que es la maldición de la humanidad, se expone como la mentira, y así EL MUNDO DESPUÉS DE LA MUERTE 109 es demolida; solo aquí se establece el firme cimiento del amor no sentimental e incondicional; solo aquí se aseguran la tranquilidad y la estabilidad y el fin del miedo; solo aquí se revela el secreto de la inspiración infalible, junto con el de la eficiencia ordinaria y el agrado en el trabajo; solo aquí se liberan súbitamente la inagotable riqueza y liberalidad del mundo real; solo aquí el poder y la gloria, que, en el fondo de su corazón, uno siempre supo que tenía, se encuentra que son verdaderamente propios de uno: corrección, propios de UNO. La respuesta a todos los problemas que suscita o suscitará la Tierra se encuentra que está en el Cielo –el Cielo de la verdadera Naturaleza de Uno– incluso para cuestiones tan triviales como una timidez incapacitante. (Una cuestión no tan trivial en la vida del joven Douglas E. Harding). Por decirlo llanamente, el Cielo es real y funciona. Es un buen lugar para estar. Si usted quiere hacer un buen viaje, gire 180°. Entonces encontrará que usted ya está muerto a la vida vieja y resucitado en la nueva, en el Reino del Cielo Evidente, y que usted jamás ha estado en ninguna otra parte. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 110 18 El lenguaje después de la muerte La palabra suprema, YO SOY, no puede ser dicha por ninguna criatura, sino sólo por Dios. Yo debo devenir Dios, y Dios debe devenir mí mismo, a fin de que compartamos completamente el mismo «Yo» eternamente. Nuestro «Yo» más verdadero es Dios. Eckhart La Tierra es toda cháchara, el Cielo mira para ver. Cuando la Tierra mira, es para manipular. El lenguaje del Cielo, que se toma tiempo para inclinarse a la evidencia y valorarla, no está desesperadamente ansioso de manejarla y cambiarla en una forma explotable18. En el capítulo anterior hemos visto algunos ejemplos de cómo la Tierra habla insensateces, llevándonos arteramente engañados desde el esplendor y practicabilidad de lo que nosotros vemos al interior de la dañina oscuridad de lo que nosotros creemos que vemos; y de cómo el Cielo habla con sensatez, llevándonos a nuestros sentidos de nuevo y dándonos la bienvenida a los gozos sensatos y a la seguridad del Hogar. En este capítulo expondremos algunos de los 18 Por decirlo de otra manera, lo que nosotros llamamos el habla de la Tierra es un galimatías, una red de engaños y vaguedades y pretensiones lingüísticas que el Cielo corta de raíz. Indicios de un corte tan radical –o al menos de su posibilidad y de la necesidad de él– aparecen en los escritos de destacados lingüistas. He aquí dos ejemplos: Benjamin Lee Whorf; «El hombre natural, bien sea ordinario o científico, no sabe más de las fuerzas lingüísticas que pesan sobre él que el salvaje de las fuerzas gravitatorias… Uno de los pasos adelante importantes para el conocimiento occidental es el reexamen de los trasfondos lingüísticos de su pensamiento, y por supuesto de todo pensamiento» (la cursiva es mía). Y John B. Carroll; «Uno se pregunta, ciertamente, qué hace a la noción de la relatividad lingüística tan fascinante incluso para el no especialista. Quizás es la sugerencia de que toda su vida uno ha estado engañado, sin saberlo, por la estructura del lenguaje e introducido en una cierta manera de percibir la realidad, con la implicación de que la consciencia de este engaño le permitirá a uno ver el mundo con un conocimiento nuevo». Lo cual –muy aproximadamente– es la tesis y el programa de este capítulo. (John B. Carroll (ed), Language Thought and Reality: Selected Writings of Benjamin Lee Whorf Cambridge, Mass. MIT Press, 1956, págs. 97, 247, 251). EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 111 ejemplos más notables del lenguaje de la Tierra, que nos llevan al que más importa de todos – al tema de la Muerte misma–. A modo de guías, he aquí cuatro proposiciones básicas sobre el lenguaje celeste y el lenguaje terrestre en general, y sobre el uso de la primera persona en particular: (1) El lenguaje del Cielo, aunque usa el vocabulario de la Tierra, difiere de éste radicalmente en tanto que no tiene ninguna primera persona del plural sino solo la Primera Persona del Singular, ningún «nosotros» sino solo «Yo». (2) El «Yo» celeste es muy diferente del yo terrestre. Este último es uno de muchos, es pronunciado por todos los humanos, y lo es en un sentido completamente falso: mientras que el verdadero y eterno «Yo» es único, pronunciado no por una primera persona sino por la Primera Persona, por el único Uno que realmente es y está autorizado a decir YO SOY, por el Solo. De hecho, mi «yo» terrestre no es más que una conveniencia lingüística pasajera, un título de cortesía auto-adjudicado que no hay que tomar más en serio que los de Señor don Douglas E. Harding y Querido señor Harding en una carta de amenaza de procedimientos legales. (3) Es habitual mi sustitución del verdadero «Yo» por este falso «yo» –degradando así a la Primera Persona a una tercera persona– el cual me hipnotiza y me hace ver y habitar en el mundo «a ras de tierra» de la pretensión social. (4) Yo puedo pasar desde mi «yo» terrestre a mi «Yo» celeste, desde mi primera persona falsa y temporal a mi Primera Persona verdadera y eterna, solo a través de la Muerte. No a través de esa muerte futura que es un proceso exteriormente visible de quiebra de la vitalidad y de disolución en un material algo más primitivo, no vivo, sino a través de este morir súbito, interiormente visible y total, ahora: es decir, mirando dentro y comprobando que ya ni una partícula de materia ni un susurro de mente sobrevive justamente aquí. Mi vida de resurrección como la Primera Persona del Singular no es la vida de una persona resucitada: tiene que ser esta vida absolutamente nueva que es la de Dios. Ser salvado es ser Él. «Quienquiera que entra en la ciudad del Amor», dice Jami, «encuentra sitio ahí solo para Uno». Para ser admitido en el Cielo tengo que atreverme a ser su Ú- nico habitante, a compartir su «Yo» y a hablar su lenguaje. El resto de este capítulo está dedicado a dar forma y contenido definidos a estas afirmaciones –sobre el principio de que (contrariamente a la opinión popular) el Cielo está interesa- LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 112 do en esa llaneza de hechos precisa y concreta que requiere verificación, y no en esa vaga espiritualidad que es en su mayor parte cháchara nebulosa y verborrea–. Esta verdadera Primera Persona del Singular que Yo soy es única. Yo soy excepcional siempre y en todos los respectos. He aquí cinco ejemplos: (I) Yo digo «él camina» y «yo camino», e imagino que, debido a que los predicados de estas dos sentencias son el mismo, los hechos deben también ser los mismos: mientras que el cambio del sujeto de «él» a «yo» cambia los hechos –la experiencia a la cual se refieren– totalmente. Yo veo que cuando él camina por el campo nada más se mueve: ninguno de los arbustos, postes señalizadores, árboles, cabañas y demás es absorbido en su caminar; todo lo que acontece es que –comenzando ya pequeño– él se hace cada vez más pequeño a medida que se aleja, hasta que deviene un punto. Suponiendo ahora que yo decido salir a caminar, ¿qué acontece? Cuando digo que Yo camino, de hecho no me muevo en absoluto: es el campo el que lo hace, de muchas diferentes maneras simultáneamente. Toda la escena, desde ese activo par de piernas ahí abajo hasta aquellas montañas allá en la lejana distancia, están moviéndose en medio de mi inmovilidad. Si yo estoy en la «hipnosis» humana normal, si yo estoy diciéndome las mentiras habituales –pasando por alto la inmensa diferencia entre él y yo mismo, entre todos los demás y Mí mismo, retrotrayéndome desde la Primera Persona a la tercera persona, cosificándome a mí mismo– entonces todo mi caminar y correr y danzar y conducir está enturbiado y embotado con el engaño y yo pierdo la intensidad y maravilla de la ocasión. Yo empequeñezco un magnífico y real acontecimiento único al tamaño de un imaginario y trivial acontecimiento local, y perturbo su paz central real con una agitación imaginaria. Y naturalmente, me fatigo mucho antes. (II) De nuevo, sin darme cuenta y en un único sentido yo digo «él come» y «yo como» y – mezclando los inmiscibles– «nosotros comemos». A menos que yo sea un niño incontaminado por el lenguaje, o un Veedor semejante a un niño, pretendo que hay solo una única manera de comer alrededor de la mesa –la manera que quita todo el sabor a la comida–. ¡Qué ascetismo gratuito, qué puritanismo engañoso practican los humanos! Yo solo tengo que despertar y fiarme de mis sentidos para ver al instante la inmensa diferencia –la excitante, inmensa, e hilarante diferencia– entre la manera de comer que consiste en introducir sustancias ajenas dentro de las hendiduras dentadas en esas pequeñas y sólidas esferas (donde ellas permanecen enteramente insípidas) y la otra manera que consiste en introducir sustancias similares en esta EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 113 vasta Cavidad o Buche (donde su color y forma son mágicamente transformados en una inacabable variedad de sutiles y deliciosos sabores). Yo juro que mi alimento es doblemente sabroso cuando no aparto mi atención de su viaje adentro (debido a que ya estoy pendiente de la próxima cucharada) sino que lo sigo hasta su destino. La atención durante las comidas es la más picante y sabrosa de las salsas, que garantiza elevar los mas simples tentempiés o sopas cuaresmales al rango de un festín de gourmet. (III) Echemos ahora una mirada al sueño, que proporciona mi siguiente ejemplo de la más fundamental –y más resistida– de las leyes de la Naturaleza, a saber: la Primera persona es lo opuesto de la tercera en todos los aspectos. Las vaguedades (menos cortésmente, los juegos, los trucos) comprendidos en la «inocente» frase nosotros dormimos son especialmente confusas y confundidoras –y especialmente relevantes para esta investigación de la Muerte–. Pero inmediatamente que veo lo que yo veo, en lugar de ver lo que he sido enseñado a ver, la confusión se aclara, y el inmenso contraste entre «él duerme» y «yo duermo» deviene perfectamente evidente. Por una parte, «él duerme» significa que «sus párpados caen y seguidamente se cierran y permanecen cerrados, sus movimientos están detenidos, su respiración se ralentiza y se serena, ronca ocasionalmente y no responde cuando le hablo». Por otra parte, «yo duermo» no significa nada para mí, es un sin sentido. «Yo he dormido», sin embargo, sí que tiene sentido, provisto que ello signifique exactamente algo como esto: «La habitación estaba oscura, yo me sentía cansado y mi reloj marcaba las once y media, y caminé descalzo en pijama hasta el supermercado donde no pude encontrar nada de lo que quería, y mi reloj marcaba las siete y cuarto y la habitación estaba iluminada, y me sentía bien». Justamente una cosa después de otra, y entre ellas ningún «lapso de consciencia» cualquiera que sea. Por supuesto, es conveniente decir: «Yo he dormido bien, y he soñado que iba al supermercado», en lugar de aburrir a las gentes con un recital tan enrevesado y personal. Pero cuando es una conveniencia adquirida a expensas de la verdad, ello es un mal negocio. Casi siempre «yo he dormido» es tomado como implicando «yo perdí la consciencia». O –más detalladamente– «yo soy mi consciencia», así como el cuerpo y el cerebro que la suscitan; pero, a diferencia de ellos, la consciencia viene y va constantemente. No solo ella comienza en el nacimiento y acaba en la muerte, sino que parte durante algunas horas cada noche; y ocasionalmente también durante el día –como cuando echo un sueñecito, o tengo un desmayo, o se me administra un anestésico–. En una palabra, «yo soy intermitente». Hasta que no veo la evidencia, ésta es la implicación dada por hecho, la mentira que me digo a mí mismo, cada LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 114 vez que digo «yo he dormido». La misma mentira que los «epilépticos» se dicen a sí mismos cada vez que imaginan que pierden la consciencia, o que son epilépticos. Si veo el engaño de estas «pequeñas muertes» de todo tipo, entonces estoy bien encaminado para ver el engaño de la Gran Muerte. En anteriores capítulos he encontrado fuertes indicaciones de que intrínsecamente yo soy sin tiempo. Ahora tengo evidencias adicionales, de un tipo muy diferente, al mismo efecto. Lo que era para mí una piadosa absurdidad –la antigua doctrina de que en el sueño sin sueños (una no-experiencia si alguna vez ha habido alguna) yo experimento lo Último y llego a Lo Que yo soy– repentinamente deviene plenamente significativa: llego a lo Sin Tiempo, el Eterno Instante sin duración y por ello mismo sin lapsos. Una vez más, es un caso de confiar en lo claramente dado tanto como desconfío de las doctrinas sobre ello: entonces todo deviene claro. (IV) Estos tres ejemplos de los incontables trucos sucios que empleo conmigo mismo – creer lo que se me dice que veo y no creer lo que veo19– obstaculizan y debilitan mucho, pero difícilmente son desastrosos. Yo puedo continuar con el engaño de que yo –Yo, Primera Persona del Singular– me muevo en un mundo estable, de que doy de comer a mi cara, e incluso de que soy intermitente como la luminaria de un faro, una llama que es apagada regularmente. Pero cuando llega el momento de entender lo que acontece cuando él muere como mi clave para entender lo que acontece cuando yo muero, estoy en un verdadero problema. En un sentido muy real soy un suicida. De hecho, una vez que me atrevo a confiar en la evidencia, el contraste entre estos dos no podría ser más pasmoso. Cuando él muere, ¿qué ocurre? Sus ojos se cierran, su respiración se detiene, su cuerpo se enfría y se pone rígido y pronto comienza a oler. Cuando yo muera ¿qué 19 Sorprendentemente pocos Veedores han visto claramente esta multifacética supresión de lo dado, este radical y omnipenetrante autoengaño –equivalente a la ceguera o alucinación histérica– que la sociedad exige como precio para ser miembro de ella. Y por lo que yo sé casi nadie lo ha comprendido en detalle. Yo sospecho que Jesús lo comprendió. (A pesar de la incomprensión de sus discípulos, indicaciones de esto sobreviven en los evangelios. Por ejemplo, él parece haber enseñado que nosotros no entraremos en el reino hasta que, volviendo hacia nosotros la flecha de nuestra atención, seamos lo suficientemente humildes como para devenir como niños pequeños de nuevo –inocentes cuyo ojo es simple y cuyo cuerpo está disuelto en Luz. Cf. Capítulo 8 (1) y Capí- tulo 9 (III) de este libro, y Mateo, 6:22; 10:3-4). Huang-po (fi. 800) resume así toda la cuestión: «El necio duda de lo que ve, no de lo que piensa; el sabio duda de lo que piensa, no de lo que ve». Él nos conmina: «Observa las cosas como son, y no prestes atención a las demás gentes». Y William Blake, un verdadero Veedor, tiene estos pasajes: «El que duda de lo que ve nunca creerá, haz lo que te plazca». «No hay ningún límite a la luz en el seno del Hombre para siempre de eternidad en eternidad». «Jesús supone que todas las cosas son evidentes para el niño y para el pobre e iletrado. Tal es el Evangelio». (Geoffrey Keynes, Blake, Oxford Universíty Press, 1979, págs. 433, 670, 774). EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 115 ocurrirá? No tengo que esperar para verlo. Está a mi alcance hacerlo ahora, mirando dentro y viendo una vez más que aquí no hay ni una sola de las características y atributos familiares de Douglas E. Harding –es decir, revisitando este lugar donde él está ya enteramente muerto y desaparecido. ¿Y quién queda justamente aquí para hacer este descubrimiento de descubrimientos? ¿Quién es el que está presente en la muerte? ¿Quién sino el Solo Sin muerte? YO SOY queda, absolutamente inafectado, invulnerable, infinitamente más allá del alcance de la vida y de la muerte, y sin embargo acogiendo todo lo que vive y muere. Yo no creo una palabra de todo esto: yo lo veo, con ese verdadero tipo de ver que no necesita confiar en nada. (V) No es necesario decir mucho más sobre nuestro último ejemplo de la incompatibilidad entre la Primera Persona y la tercera, a saber, la sobrecogedora diferencia entre «yo nazco» y «él nace». Solo «él nace» tiene sentido. Esta Consciencia que yo soy, sin fin o interrupción, se experimenta a Sí misma también sin comienzo. Eso es lo que yo encuentro, y nadie está en situación de contradecirme –o, quizá debería decir, para contradecir-La–. Y de hecho, la mecánica del nacimiento no me deja ninguna excusa para confundirme a mí mismo como tercera persona con Mí mismo como Primera Persona: absolutamente ninguna excusa para confundir el primero, que llegó todo ensangrentado y llorando «entre heces y orina», con el segundo que llega sin tiempo, todo luminoso y sereno, desde el Inmaculado Abismo, saliendo de la virginal Matriz Cósmica. (Aún más desagradable por supuesto –por no decir sucia– es la mecánica de la concepción, en la que el esperma, careciendo de un conducto propio, tiene que compartirlo con el de la orina). Solo una Providencia dada al humor negro, y dispuesta a llegar a cualquier extremo para distinguir la Primera Persona que yo soy de la tercera persona que parezco, podría haber ideado un contraste tan chocante –y tan ineludible–. ¡Pero cuán escapistas somos! ¿Hay algún hecho del que no podamos hablar? Permítaseme tratar de aclarar esta dicotomía fundamental, esta división entre mi solitaria Realidad central y sus múltiples apariencias regionales, en un lenguaje menos engañoso y menos verboso y en un escenario menos restringido –el del mandala o modelo de cebolla–. Es decir, permítaseme mostrarla en el mapa del observador que se acerca a mí. Viniendo desde el espacio exterior, a través de la vastedad de mis regiones astronómicas y geográficas «suprahumanas», el observador llega a (g) –mi región «humana», a un solo metro más o menos de Mi
que estoy en el Centro de todas mis regiones. Aquí, en (g) él ve un ser «existente, divisible, sólido, vivo y humano» llamado Douglas Harding, junto con un montón de seres similares. Desde aquí él se mueve hacia dentro (f) a unos pocos milímetros de Mí, al lugar donde Douglas Harding es reemplazado visiblemente por una célula (digamos una célula de piel) que es «existente, divisible, sólida y viva» pero que (palabra justa) está lejos de ser humana. Y prosigue así hasta (e), donde la célula de piel es reemplazada por una molécula (digamos una molécula de aminoácido) que es «existente, divisible y sólida», pero está lejos de estar viva. Entonces prosigue hasta (d), donde la molécula es reemplazada por un átomo (digamos un átomo de carbono) que es «existente y divisible» pero está lejos de ser sólido –de hecho, es casi completamente espacio–. Entonces prosigue hasta (c), donde el átomo es reemplazado por una partícula (digamos un protón) cuya «existencia y divisibilidad separada» es dudosa20. Entonces prosigue hasta (b), donde la partícula es reemplazada por quarks –entidades especulativas cuya existencia es en verdad muy dudosa–. Además, en esta región el tiempo mismo está puesto en cuestión21. 20 En los niveles más elevados «es una buena aproximación decir que “las cosas constan de partes” pero el mundo subatómico no puede ser descompuesto en partes constitutivas… La totalidad del universo aparece como una red dinámica de modelos de energía inseparables» (Capra, The Tao of Physics, Londres, Fontana, 1983, págs. 90. 92). «En física cuántica el observador interactúa tanto con el sistema que las partículas interactivas no pueden ser pensadas como teniendo existencia separada» (Niels Bohr, 1927). 21 «A la velocidad de la luz el tiempo permanece inmóvil; para un fotón el Big Bang [origen del universo] y el presente son el mismo tiempo. Por lo tanto, el universo está conectado por una red de radiación electromagné- tica que “ve” todo a la vez» (John Gribbin, In Search of Schrödinger’s Cat, Londres, Transworld Publications, 1985, págs. 160-189). EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 117 Más cerca de Mí no puede llegar el extraño, mi observador viajero plenamente equipado del instrumental apropiado. Tan cerca, y sin embargo tan lejos, pues no hay ninguna vía que lleve desde mí como objeto a Mí como Sujeto. Sólo yo soy en (a), Yo, que soy la Meta – inalcanzable para los extraños– de ese largo viaje hacia dentro. Yo, que soy la única Realidad Central, el Noúmeno Sin tiempo del que todos los fenómenos encontrados en el camino son sólo las siempre cambiantes apariencias regionales. Etapa tras etapa el observador me ha despojado de cualidades y realizaciones, hasta que yo he sido reducido a casi nada en absoluto. Justamente aquí, instantáneamente, yo confirmo y completo ese lento despojo. Aquí, yo soy la Fuente indiferenciada de todos esos efectos «temporales, existentes, divisibles, sólidos, vivos, humanos y suprahumanos», la Potencialidad que, Ella misma, no es ninguno de ellos, absolutamente nada de ese tipo ni de ningún tipo. Justamente aquí y ahora yo estoy desprovisto de todas las cualidades, intrínsecamente libre incluso del tiempo y la existencia (existencia, existir, significa estar fuera) –libre de la vida y de la muerte y todo lo demás–. Al perder la vida, encuentro el ser; al perder el ser, encuentro el Abismo. O más bien, me pierdo en el Abismo.22 ¡La pasmosa verdad que este mapa ilustrado –este mandala-lenguaje– me hace comprender es que cuando digo «yo moriré» estoy sobrevalorándome! ¡Yo jamás he vivido! Y, obviamente, lo que jamás ha vivido jamás puede morir. Como esta Fuente de vida, yo estoy más allá de ambas. Así pues, mi tarea no es tanto (como dice Rumi) «morir antes de morir» sino «ser antes de vivir». Y no es tanto (como dice Platón) «practicar la muerte» sino «practicar no haber vivido nunca». Pues la vida es una enfermedad terminal que nunca he padecido. Es significativo que algunos amigos budistas, aunque felices de que se les recuerde que ellos son absolutamente vacío, son menos felices cuando se les señala que de ello se sigue que están vacíos de vida, absolutamente inertes. Es significativo también que nuestro experimento sobre la Inmovilidad (usted se recordará rotando sobre el sitio mientras notaba que de hecho no era usted sino la habitación la que estaba rotando) es el más propenso a ser resistido, llegando a generar a veces mucho enfado y miedo. Como Hubert Benoit ha observado, la propia inmovilidad de uno es más aterradora aún que la oscuridad –y es natural que así sea, pues el movimiento es el criterio de la vida–. Dirigidas hacia fuera a esas cosas móviles, las flechas 22 La espiritualidad oriental comprende muy bien el vacío esencial de las cosas, pero deja a la ciencia occidental verificar y demostrar el detalle concreto. Obsérvese, por ejemplo, cuán bien concuerda nuestro diagrama con las palabras de Sri Nisargadatta Maharaj: «Cuando comprenda que los nombres y formas son sólo conchas vacías sin ningún contenido, y que lo que es real es sin nombre y sin forma, pura energía de vida y luz de consciencia, usted estará en paz, inmerso en el profundo silencio de la realidad». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 118 de la atención de uno le dejan a uno indemne; dirigidas hacia dentro a esta Nada inmóvil, son invariablemente fatales. No hay que sorprenderse, entonces, de que el giro de 180º hacia la Inmovilidad resulte terrorífico. Y no hay que sorprenderse tampoco de que, en el Infierno de Dante, el tormento más severo no sea el hecho de girar envuelto en rugientes llamas sino ser atrapado en un sólido bloque de hielo para siempre. Lucifer, el orgulloso e hiperactivo padre de las mentiras, al tomar obstinadamente la Inmovilidad absoluta por la Muerte absoluta –y no también por la Fuente de la Vida misma– atrae sobre sí su propio castigo. Todo lo que se necesita para librarme de este hechizo diabólico es simplemente veracidad, humildad frente a lo dado, a lo clamorosamente obvio. (Una vez que me he aceptado y familiarizado conmigo mismo como el Kutub o Eje del mundo móvil, encuentro sorprendente có- mo pudo ser que me cegara a mi absoluta inmovilidad ni siquiera por un momento). Con solo mirar, con solo atreverme a fiarme de mis sentidos, tengo que admitir con Wallace Stevens (en su poema «La Roca») que «Es una ilusión que nosotros hayamos estado nunca vivos». Entonces puedo continuar descubriendo con Steven Levine (en su conmovedor y valioso libro, ¿Quién muere?) que «cuando nosotros nos damos cuenta de que ya estamos muertos, nuestras prioridades cambian, nuestros corazones se abren». La Inmovilidad bienvenida aquí es una Muerte que trae al mundo vida y amor. «La noción de que yo estoy muerto como una piedra va demasiado lejos, es más de lo que puedo admitir», puede usted protestar. «¡Es un insulto a mí, y al sentido común!» Bien puede resultar que el sentido común no sea tan ofendido, replico yo. Si hay un problema aquí es más bien que uno no es suficientemente dado al sentido común, que uno es demasiado ingenioso y sofisticado. Al comienzo de toda esta investigación yo señalaba esa certeza, la más ineludible de todas –el hecho de sentido común de que usted y yo estamos alineados en la fila de la muerte a la espera de ejecución–. Solo tres detalles menores de ese horrendo evento –primero, el medio por el que el golpe de gracia será administrado; segundo, la fecha y hora exacta; tercero, la manera y el estado de ánimo de la muerte de uno– solo estos detalles son hasta ahora desconocidos. Y ahora, mucho más adelante en la investigación, yo me encuentro preguntándome insistentemente: ¿son desconocidos? Y respondiendo aún más insistentemente: si es así, ésa es mi elección. Ella me pertenece. Yo descubro que puedo resolver los tres ahora mismo. Tomo primero los muchos medios posibles de ejecución. Ninguno es tan completamente súbito y seguro, tan dramáticamente final, como el hacha del decapitador o la guillotina. ¿Qué EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 119 podría ser más despiadado y punzantemente auto-evidente que el hecho de que perder la propia cabeza es perder la propia vida? Por otra parte, ello es sólo sentido común. He aquí la prueba. Yo estiro mis piernas, miro hacia abajo y asumo lo que veo:
Y me digo que los decapitados están perfectamente a salvo. Nadie puede ser guillotinado dos veces. Los decapitados nunca mueren. Es tan simple como eso, tan de sentido común como eso, tan crítico como eso. En cuanto a la fecha y hora de mi ejecución, ¿no la he establecido como precisamente ahora? Y la manera de mi morir –¿cómo se siente la muerte, cuál es el estado de espíritu de uno en ese momento?–. Bien, le corresponde a usted y a mí decirlo, ahora. ¿Y no concluiría maravillosamente este ejercicio de sentido común encontrar que perder su cabeza es encontrar su corazón? De hecho, durante mucho tiempo yo fui tan testarudo, tan dominado por la cabeza, tan fría y calculadoramente sesudo, que mi corazón de natural cálido no tuvo ninguna oportunidad. Bien, ¿qué acontece cuando yo «vivo la vida sin cabeza»? Tengo que constatar un (muy necesitado) incremento de ternura. «¡Todo esto es invalidado por un hecho básico», puedo casi escucharle decir a usted, «el hecho de que todavía tengo una cabeza aquí sobre estos hombros. Yo puedo sentirla. Estoy tocando la cosa ahora mismo!» LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 120 En otras palabras (respondo) usted habla como un ser humano y por consecuencia usted es un ser humano. Y los seres humanos están convencidos de que, sin excepción, tienen cabezas –tan convencidos están que jamás se les ocurre poner en duda el hecho–. YO TENGO UNA CABEZA es ciertamente tan fundamental a la condición humana, tan «obvio», tan por supuesto, que (casi) nadie repara en mencionarlo, y no digamos nada de cuestionarlo –con el resultado de que la idea permanece fija en el trasfondo de la consciencia–. Los humanos están convencidos de que tienen cabezas constantes y de que no hay ninguna necesidad de decirlo; mientras que, debido a que ellos no caminan, o comen, o mueren constantemente, necesitan decir «yo camino, yo como», y demás, según la ocasión lo requiera –con el resultado de que estas actividades vienen a un primer plano de la consciencia–. Sin embargo, esta asunción «Yo no soy excepcional, yo tengo una cabeza aquí exactamente igual que ésos ahí» es precisamente el mismo tipo de insensatez que asumir que mi comer, caminar, dormir o morir son exactamente iguales a los que yo le veo hacer a usted. De hecho, esta asunción subyace a todos los incontables ejemplos de supresión de la Primera Persona, de igualación de la experiencia de uno de esta Primera Persona con la experiencia de uno de esas segunda y tercera personas. He aquí el «pecado original», la «caída del Paraíso», el error específicamente humano, la pretensión fatal (o, si usted prefiere, el gran salto cuántico, el golpe de genio imaginativo, la invención brillante) sobre el que se basan todos ellos. YO TENGO UNA CABEZA no es ciertamente una aserción trivial. Bien sea explícita o implícita, constituye toda la diferencia. Ello equivale a decir YO SOY HUMANO. Lo cual equivale a admitir YO MORIRÉ Y ESO SERÁ MI FIN. Todos cuantos están alineados en la cola de la muerte esperando la ejecución tienen cabezas sobre sus hombros. La cuestión es: ¿Soy yo igual? ¿Es ésa mi experiencia o es sólo imaginación? ¿Soy yo uno de los condenados? Veamos. Usted es invitado –respetuosamente exhortado– a juntarse a mí en el siguiente experimento: Atento a mi lenguaje, comienzo definiendo lo que es una cabeza. Mi diccionario la define como «la parte más alta de un cuerpo, y que consta de cráneo, cerebro, cara, boca, orejas, etcétera». (¿Puedo considerar que usted acepta esta definición?) Ahora, comenzando desde cero con una mente abierta, tengo que determinar si yo tengo una cosa tal –o algo que se le parezca– sobre la parte más alta de este cuerpo. Toco mis orejas… ¡Eso ya es falso! Eso es charla deplorablemente vaga. ¿Qué orejas?… Comencemos de nuevo: Tengo una sensación táctil con la que relaciono la idea de una oreja derecha, y otra con la que relaciono la idea de una oreja izquierda. Según la evidencia presente, ¿cuán lejos están EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 121 ellas una de otra? Yo estoy sorprendido de descubrir que la distancia que percibo entre ellas es inmensa, tan lejos como el este del oeste; o como ninguna distancia en absoluto, de manera que ellas se funden en una sola sensación; o como alguna dimensión finita entre estos dos extremos. ¿Y qué ocupa, de nuevo según la evidencia presente, esta oquedad tan extrañamente elástica? Encuentro que puedo ver sus contenidos como espacio completamente vacío, o también como esta escena ricamente compleja, como este amplio, amplio mundo que ahora está de cara a mí, que es mi «cara» ahora mismo. Y estoy completamente seguro de esto: siempre que estoy atento, lo que encuentro justamente aquí entre mis «orejas» y sobre mis hombros, no podría ser más desemejante de lo que mi diccionario llama una cabeza. Y, como comprobación, llevo a cabo otros experimentos similares –tales como explorar la oquedad entre este «tocar la coronilla de mi sensación de cabeza», y este «tocar mi sensación de barbilla»– con resultados similares. Sinceramente intento, e intento, e intento nuevamente, restituir mi «cabeza pre-ejecución» aquí sobre estos hombros (esto es charla insensata también, por supuesto), y fracaso en todas las ocasiones. De hecho, estoy obligado a inventar una palabra: ¡no es que yo esté decapitado, sino que yo jamás he estado «capitado»! Es suficiente por lo que toca a mis descubrimientos. ¿Cuáles son los de usted? Por favor, lleve a cabo estos mismos experimentos una vez más y, mientras cuida de que su lenguaje acompañe a su experiencia, dígase exactamente lo que descubre. Y, mirando a su alrededor a esas gentes (incluyendo el que hay en su espejo) decida si usted ha logrado encontrar o reconstruir sobre sus propios hombros un objeto, una cosa, un cofre, una coronilla, una pelota de carne, una hogaza, algún tipo de fundamento que dé pie a la comparación con esas esferas pilosas, de una sola pieza, tridimensionales, dotadas de color, sólidas y opacas que coronan cada uno de esos cuerpos. Y finalmente, habiendo hecho el mejor trabajo de construcción de una cabeza que usted pueda, diga si ha tomado residencia en ella, y si está dispuesto a decirle al mundo cómo es ella por dentro. Bien, por mi parte estoy encantado de decir que todo este trabajo de construcción de una cabeza es completamente imaginario, todo castillos en el aire, todo fantasía. Yo hablaba –me hablaba a mí mismo– desde de ella. Pero si ella fuera real, sería mi muerte. En el Jardín del Edén antes de la Caída, Adán era Espacio para Eva, Eva era Espacio para Adán. Ellos intercambiaban sus caras en la perfecta asimetría prehumana. Entonces una tercera parte intervino –la astuta Serpiente desde cuyo punto de vista Adán y Eva estaban cara a cara, en colisión frontal– y la Serpiente les habló para que compartieran su punto de vista. Ella les inició en el arte específicamente humano y fatal de la imaginaria simetría entre la LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 122 primera persona y la tercera persona, de distanciarse de uno mismo y mirar atrás a uno mismo «a través de los ojos de los otros», de auto-cosificarse a uno mismo, de cambiar lo que uno es a cero metros por lo que uno parece ser a un metro, de la auto-alienación. En otras palabras, el fruto prohibido que Eva dio a Adán fue esa gran manzana de su cabeza. Ya no más espacio vacío para ella, él se erigía ahora contra ella. O así lo supuso él. El resultado de este «conocimiento» fatal, como se predijo, era la muerte. El que tiene una cabeza, muere. Ésta es en pocas palabras la historia de nuestra especie, que comienza atrás en la prehistoria cuando algún miembro altamente imaginativo de ella surgió con una nueva y poderosa magia, un conjuro extremadamente complicado. Tender la mano y coger esa cabeza de las profundidades del agua serena y quieta, escurrirla y secarla, llevarla hacia arriba, agrandarla en el camino, darle la vuelta, plantarla encima de este tronco, fundir la sensación de ella aquí con la visión de ella ahí en el agua, y por último comenzar a hacer gestos y ruidos apropiados –hablar– acordemente. Una hazaña completamente «imposible» de magia ancestral recapitulada en la propia vida individual de uno, en la medida en que el bebé sin cabeza, aprendiendo el mismo conjunto de trucos con espejos en lugar de aguas quietas, y con mucha más charla, deviene una persona con cabeza y cae del Paraíso. O llamémosla, en lugar de meros trucos, esa pasmosa invención-convención que no cabe duda de que en el pasado ha justificado toda su falta de inocencia y autoengaño innumerables veces, convirtiendo mágicamente (repito mágicamente) un animal inconsciente en un humano consciente de sí mismo. Pero toda magia rebota; ella es arriesgada y cara. ¿Y el costo, en este caso? El mito del Edén lo predijo en general, nuestros periódicos se suman a él a diario con terroríficos detalles, y sus columnas obituarias nos recuerdan el ajuste de cuentas final. La historia del Antiguo Testamento, tan lejos de toda alegría, es ciertamente profunda. Y también lo es su secuela mucho más feliz del Nuevo Testamento. Aquí la promesa es que «mientras que en Adán morimos todos, así en Cristo todos seremos hechos vivos» –vivos en el Cristo Universal y Eterno que es la Única Cabeza del Cuerpo con sus innumerables miembros, la Única Luz Verdadera que ilumina a todo hombre y mujer que viene al mundo–. ¿Qué es esta historia bíblica sino una versión poética y pintoresca –y para muchos una versión atractiva y fácilmente asimilada– de las conclusiones a las que hemos llegado aquí y expresado en un lenguaje más astringente? En este capítulo he ejemplificado el tipo de cosa que acontece cuando, muriendo ahora a mi naturaleza terrestre, yo renazco en mi Naturaleza celeste: Yo cambio («de») identidad a la EL LENGUAJE DESPUÉS DE LA MUERTE 123 única Primera Persona del Singular que no es otro que Dios mismo, y yo hablo su lenguaje. Viviendo ahora en el Cielo como Él más bien que con Él, hablo con sensatez y anuncio la verdad de Dios en lugar de las fantasías y mentiras flagrantes del hombre. Y entonces encuentro que, al mismo tiempo que esta vida de resurrección no es más que la vida del hombre y el mundo, también es esa vida vuelta del revés, enteramente transfigurada, como ella es realmente. ¿Dejaré que un mal uso del lenguaje descuidado e inesencial me ciegue y entontezca, me someta a centenares de engaños, me haga caer del Cielo a la Tierra, de la Deidad a la humanidad y me introduzca en una vida presente y una muerte futura llenas de oscuras incertidumbres? ¿O haré uso del lenguaje sensata y honestamente a fin de que me conduzca a través de la muerte ahora mismo a la Clara Luz del Vacío, esta Verdadera Luz de Consciencia que YO SOY, que está justamente aquí para verla? ¿Haré un uso tan malo del lenguaje de modo que lo mejor que pueda esperar sea una luminosa y bella experiencia cercana a la muerte en el futuro, seguida por –qué–? ¿O lo usaré de tal modo que tenga esa experiencia de muerte presente que al instante se abre en la Eternidad? ¿Experiencia cercana a la muerte o experiencia de muerte presente –cuál será–? Al decidir en favor de la experiencia de muerte presente, yo no debería olvidar el costo. Esta experiencia de muerte presente no es una opción barata, y ciertamente no es charla vacía e inofensiva o mera manera de hablar, sino mortalmente seria. Rumi no exagera cuando dice: «Aquellos que son sin cabeza debido a la pobreza espiritual están cien veces más aniquilados que los que están muertos». Por otra parte, es esta Última Muerte la que desemboca instantáneamente en la Última Vida, La Vida Eterna, Ahora. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 124 19 La ciencia después de la muerte Los fenómenos son reales cuando son experimentados como el Sí mismo e ilusorios cuando son vistos aparte del Sí mismo. Ramana Maharshi «¡Esto es demasiado!» –puedo escuchar objetar a alguien. «Ciencia Celeste, ciencia en el Más Allá: ¿qué podría ser sino divagaciones religiosas o místicas que son el opuesto polar de ciencia? Esto es poner todo al revés». ¡Un comentario muy plausible ciertamente! La broma, sin embargo, es que es nuestro objetor el que tiene todo del revés. En este capí- tulo tengo la intención de mostrar que, en todo tipo de aspectos, la ciencia celeste o postmortem (me refiero a la muerte total que uno muere ahora) es mucho más científica de lo que podría serlo nunca la ciencia terrena o premortem, así como mucho más práctica. Y, naturalmente, mucho más relevante para la gran cuestión del destino eterno de uno. Y, de la misma manera que hemos encontrado el lenguaje celeste haciendo uso del mismo vocabulario y gramática que el lenguaje terrestre (con todas sus limitaciones) pero trayendo consigo sus propios significados vastamente diferentes, así también encontraremos que la ciencia celeste abraza los descubrimientos de la ciencia terrestre (nuevamente con todas sus limitaciones) pero trae consigo igualmente su visión de la realidad vastamente diferente. He aquí, a modo de ejemplo, diez puntos en los que la ciencia celeste aventaja a su contrapartida terrestre. Son los siguientes: (I) Ella no es unilateral. No es unilateral y unidireccional según el modo de la ciencia terrestre, pues tiene en cuenta lo que hay a ambos lados de su instrumento –el Observador en la punta de aquí del microscopio o telescopio por ejemplo, no menos que lo observado en su punta de ahí–. Yo no entiendo al científico como un cuerpo-mente o tercera persona sino como Primera Persona o Espacio Consciente para esa célula, esa estrella, o lo que sea. Este Vacío es esa forma: esa forma es este Vacío. Ellos nunca son servidos LA CIENCIA DESPUÉS DE LA MUERTE 125 separadamente. Ellos son aspectos estrictamente indisolubles de un Todo que, cuando es dividido, es desnaturalizado, un artefacto. (Mire arriba ahora, y compruebe que el Espacio que usted está dando a la escena no es otro que la escena). (II) Ella es clara y sin distorsión. Como hemos observado en el Capítulo 17, en el Cielo ninguna distancia interviene entre Observador y observado. Estas manos que veo, esta estrella que veo, las veo aquí y las fotografío aquí. Sujeto y objeto coinciden, no dejando ningún sitio entre ambos para ninguna interferencia extraña. La ciencia terrestre, por otra parte, está siempre alejada de su objeto. Una atmósfera o medio –nunca perfectamente claro y a menudo muy oscurecedor y distorsionador– interviene siempre. (III) Ella es no-violenta. La ciencia terrestre solo puede llegar a conocer su material estropeándolo, o incluso destruyéndolo. Al bombardear átomos con partículas, al matar y tintar células, al inmiscuir antropólogos dentro de sociedades tribales, y así sucesivamente, ella invalida más o menos sus propios descubrimientos. No ocurre lo mismo con la ciencia celeste. Vacía para sus objetos, ella no tiene nada con lo que atacarlos o abatirlos. Ella los acoge como los encuentra, como se dan y donde se dan. (IV) Ella está perfectamente equipada. Mientras los instrumentos que la ciencia terrestre tiene que usar nunca son enteramente eficientes, nunca completamente «transparentes», la ciencia celeste no tiene ninguno y no necesita ninguno. Ella es la transparencia misma. (V) Ella es exacta. La ciencia terrestre es aproximativa, nunca completamente cierta, en último recurso una cuestión de posibilidades estadísticas. La ciencia celeste, por el contrario, es precisa, y es la certeza misma. (VI) Ella es práctica. La ciencia terrestre es arrastrada y seducida a darse a sí misma toda suerte de fines dañinos y desastrosos. Estos surgen de la asunción incuestionable de que las gentes, organizaciones, religiones, naciones, y bloques de poder están confrontados unos con otros como entidades separadas. La ciencia celeste, que es la negación de la confrontación, trabaja secreta e infatigablemente para curar esta enfermedad. Ella ve y opera desde la Fuente curativa. (VII) Ella no suscita controversia. No ofreciendo nada sobre lo que diferir, la ciencia celeste lleva al acuerdo. (¿Sobre qué más sino sobre este Sujeto encontrará usted acuerdo al cien por cien entre jóvenes y viejos, hombres y mujeres, educados y no educados, extraviados y guiados –entre sabio y santo y pecador, entre escritores modernos y medievales y antiguos, entre muslimes y cristianos y budistas e hindúes– sobre qué más sino sobre Éste, el Sujeto de nuestra Identidad Común?) La ciencia terrestre, por el contrario –en la LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 126 medida en que se basa en ideas y es especulativa– es pendenciera, dividida contra sí misma, sin resultados concluyentes. (VIII) Ella está basada en la percepción. Subyacente a las siete características de la ciencia celeste señaladas hasta aquí, está la característica crucial de que, en tanto que simple mirar-para-ver, ella está firmemente basada en la percepción. Esto significa que no está contaminada por las creencias, opiniones, suposiciones e insensateces conceptuales, y que es capaz de verificación repetida por cualquiera en cualquier parte, y por lo tanto estrictamente científica. Nuestras pruebas (o experimentos) proporcionan un pequeño ejemplo del procedimiento y su rigor. La ciencia terrestre, por el contrario, sólo puede ser, en parte al menos, hipotética e inverificada y en esa misma medida incientífica. (IX) Ella es realista. Las cosas que son del interés de la ciencia terrestre, a fin de ser manipuladas y estudiadas, tienen que ser artificialmente aisladas del resto. No son nunca completas del todo, son fragmentos de sí mismas, artefactos del observador-experimentador que inevitablemente las amputa del contexto que las hace ser lo que ellas son –y en esa misma medida son irreales–. La ciencia celeste acoge estas cosas parcialmente irreales y las completa de la única manera en que ellas pueden ser verdaderamente completadas, a saber, viéndolas siempre desde su Origen Infinito, desde la única Primera Persona del Singular y verdadero «YO». Así, Ramana Maharshi: «Los fenómenos son reales cuando son experimentado como el Sí mismo e ilusorios cuando son vistos aparte del Sí mismo». (X) Ella arroja luz sobre mi muerte. La ciencia terrestre me deja en la oscuridad aquí: mientras que la ciencia celeste me ve completamente a Mí, el Brillo imperecedero. Pero todo esto es, sin embargo, demasiado abstracto, demasiado verboso. La ciencia postmortem, la ciencia de la Primera Persona del Singular, no es nada reducida a un mero programa, a un inofensivo tópico para la discusión. Puesta en operación, lo pone todo patas arriba, lo pone todo del revés. Lo que acontece en la práctica es que nosotros damos un giro de 180° súbito –pero enteramente seguro– en la dirección, de otro modo letal, de la propia vida de uno antes de que sea demasiado tarde. O iniciamos una revolución interior y no violenta que hace que Trotsky parezca un burgués. O explotamos la bomba infra-nuclear que destruye todas las bombas. Aquí –para cambiar de metáfora nuevamente– tenemos una apertura cuyo potencial multifacético es ilimitado. Si hemos encontrado que es la necesitadísima apertura en el campo de la tanatología –en la ciencia, pura y aplicada, de la muerte– esto se debe a que su campo real es mucho más amplio que ése. La dificultad, de hecho, es encontrar un apartado de nues- LA CIENCIA DESPUÉS DE LA MUERTE 127 tra vida que no amenace –o prometa– trastornarla, y que finalmente la transforme radicalmente. He aquí unos pocos ejemplos: en biología evolutiva esta apertura se manifiesta como una mutación en nuestra especie y no como una mera variación: pues la historia interior de los Veedores es lo opuesto diametralmente de la de los no-veedores –con marcado efecto sobre el comportamiento–. En sociología y política esta apertura emerge como el único remedio para la confrontación –la mentira de la simetría de la primera persona y la tercera persona, de mi oposición frontal a usted– que envenena nuestra vida a todos los niveles y amenaza con acabar con ella enteramente23. En psicoterapia esta apertura resulta ser nuestra única cura real –a saber, la visión de doble dirección consciente de nuestras mentes perturbadas desde la Nomente no perturbada aquí que es su Fuente–. En religión espiritual (alias misticismo de vía negativa o la Filosofía Perenne) esta apertura es ese redescubrimiento de lo evidente24, esa humildad frente a la evidencia, ese fiarnos de nuestros sentidos, lo cual a la postre confirma, rectifica, completa, asienta, y actualiza vívidamente las intuiciones de esos exaltados Veedores que tienen tendencia a desdeñar el mundo inferior –el mundo común e impuro de las vistas y sonidos, de los sabores y olores– juzgado indigno de su atención. En educación… Pero es innecesario continuar. Basta recordar al lector que todo esto, también, es para dudarlo, sopesarlo, probarlo. Créame, aténgase a lo que yo digo, y usted ya se ha extraviado. Pero siga su propia guía, confíe en lo Que usted es, haga ese giro de 180° hacia su Sí mismo, y vea si usted no ha hecho ya la gran apertura, si no es ya un experto en la ciencia de su propio Origen Sin Muerte, la Ciencia de la Primera Persona del Singular. Y recordemos que nosotros no estamos desafiando ni uno solo de los descubrimientos establecidos de la ciencia terrestre, ni interfiriendo en su campo en absoluto. En particular, nuestra ciencia de la Primera persona o Sujeto no está diciendo nada sobre la muerte que la ciencia de la segunda y tercera personas y objetos pueda tener ya en su haber, por no decir nada de rebatirlo. Nuestra ciencia está completamente de acuerdo en que usted (la segunda persona) morirá, que él (tercera persona) morirá; y se limita a afirmar que YO (la Primera Persona del Singular sobre quien la ciencia ordinaria no tiene nada que decir) no moriré nunca. Lo mismo que la ciencia del objeto refleja fielmente la naturaleza temporal de la tercera persona, así también la ciencia del Sujeto refleja fielmente la naturaleza sin tiempo de la Primera Persona –con consecuencias que son absurdas– o bien inevitables y apropiadas y muy 23 En «The face game» y «Confrontation, the game people play» he desarrollado este tema. 24 Ver mi On Having No Head, Zen and the Re-discovery of the Obvious, Londres, Arkana, 1986. LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 128 significativas –de acuerdo con su punto de vista (de usted)–. Para ilustrar esto –mostrando cuán radicalmente conforma mis actitudes mi profunda convicción de que yo soy sin muerte– debo regresar a mi curioso grupo de hechos tocados anteriormente en esta investigación: yo me encuentro a mí mismo repasando las columnas obituarias, notando complacidamente las muertes de los que son más jóvenes que yo, así como las de los que son de mi misma edad, al tiempo que nunca imagino mi propio nombre ahí tan pronto; me encuentro a mí mismo mirando alrededor compasivamente a las personas viejas –algunos de ellos mucho más jóvenes que el que yo veo en mi espejo– y pensando quizá en cuán poco tiempo les queda (¡a diferencia de mí, créalo o no!); me encuentro a mí mismo contando el racimo de velas en la tarta de cumpleaños de mis amigos, sin tener en cuenta el bosque de la mía; me encuentro a mí mismo no sintiendo ni un día más cerca la muerte de lo que la sentía a los veinte años, a pesar de mis crecientes achaques. Y así sucesivamente –¡como si la vida fuera una condición terminal para todo el mundo excepto para mí mismo!–. En todo tipo de circunstancias mi sentido de perdurabilidad –mi certeza de que yo, sólo yo, no moriré– es evidente. ¿Es esto sólo una muestra irónica de ese rechazo popular a mirar de frente a la muerte que (como veíamos más atrás) marca nuestra cultura? ¿Es esta extraña autosatisfacción –esta aparente serenidad frente a la muerte– simplemente el signo del comienzo de la senilidad? ¿O es ella una misericordiosa provisión de la Naturaleza, una piadosa ilusión acordada a Douglas E. Harding para las últimas etapas de su vida, de la misma manera que la estimulante ilusión del éxito futuro –éxito sin mezcla de fracaso– le fue acordada en las primeras etapas? ¿Es ella sólo eso y nada más? ¿Es ella autoengaño? ¿O es ella Auto-revelación? La Primera Persona del Singular responde alto y claro: evidentemente ello es autoengaño cuando se aplica a él, a esa tercera persona; Auto-revelación cuando se aplica a MÍ. Esta invitación viene a usted y a mí de MÍ: «Vuelva a Casa desde su tercera persona periférica a su Primera Persona central. Entre desde ese “él” mortal ahí en su espejo a este “YO” sin muerte aquí enfrente de él. Y sea el “MÍ” eterno que usted ya es». «Porque “yo” soy la resurrección y la vida, y todo aquel que ve y cree en “MÍ ” no morirá nunca». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 129 20 La vida después de la muerte No sea que venga el Juicio Final y me encuentre no aniquilado, y yo sea agarrado y puesto en manos de mi propia egoismidad. William Blake Comencé este Librito con la cuestión de mi Identidad, mi Naturaleza esencial, lo que yo soy irreductiblemente y cuán permanente es ello. Y he continuado haciéndome la misma pregunta a todo lo largo de él, evitando tomar la palabra de otros, pues lo que ellos son no está en situación de decirme lo que yo soy –a saber, lo que es ser mí mismo en este momento, justo aquí donde yo soy–. Algunos de mis descubrimientos continúan dejándome perplejo, sin aliento, a menudo anonadado –anonadado hasta la mudez–. Yo sólo puedo decir, como dice Rumi, que muerdo el dorso de mi mano. Y ahora, al cierre de esta larga investigación, realmente me encuentro conmigo mismo. Acabo con lo que encuentro que es la respuesta más pasmosa, última, concluyente y por encima de todo personal a mi pregunta inicial: dando con ello (casi incidentalmente) el golpe mortal a la Muerte misma. Por supuesto, no le ofrezco a usted, mi querido lector, esta respuesta concluyente (de la misma manera que no le ofrezco las interinas) para que la crea sino para que la sopese y la pruebe y la ponga en práctica: rechazando todo lo que usted descubra que es falso, poniendo a un lado para una investigación posterior todo aquello de lo que no esté seguro, y compartiendo conmigo y otros lo que es verdadero según su experiencia más íntima y personal. Note que he usado el adjetivo personal dos veces ya. Y con buen criterio. Pues da la clave de este capítulo sobre el secreto más íntimo de la vida después de la muerte, y me permite hacer esta confesión: Una inmortalidad impersonal y anónima podría satisfacer quizás a un santo –no a mí–. Estoy dando voz aquí a una duda o reserva muy insistente y poderosa que nunca ha estado completamente ausente a todo lo largo de esta investigación: una duda que ya no puede ser soslayada más, que tiene que ser hecha explícita y resuelta ahora. Para mí es cierto que ver es LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 130 esencial, crucial, la única cosa necesaria –simple ver en la Naturaleza sin tiempo, sin cualidades, vacía justamente aquí–. Sin embargo, si este ver es un mero ver impersonal en profundidades impersonales, no es suficiente. El no tiene garra, me deja frío, no es sentido en el corazón. Aunque este ver demuestra ampliamente, y me persuade más allá de toda duda, de que Esto es lo que yo soy, no atrapa mi adhesión total. Hay algo muy profundo en mí que resiste a las generalidades y generalizaciones y al olor mismo de las abstracciones, y que insiste en una perdurabilidad concreta y específica y desvergonzadamente personal. ¡Ella tiene que ser mía! ¡Sí, lo sé: yo soy egocéntrico, engreído, codicioso! ¡Soy egoísta, y no hay nada que pueda hacer –o proponerme hacer– al respecto! Pues no es bueno en absoluto barrer esta cosa ruda debajo de la alfombra, o tratar de reprimir al irreprimible ego (el intento solo lo exacerbaría en maneras muy malsanas), o tratar de empequeñecerlo mediante disciplinas auto-negadoras, las cuales solo cambiarían un ego decentemente franco y secular por un ego indecentemente santo («Yo soy un santo, usted es un pecador. Yo estoy iluminado, usted está en la oscuridad»). ¿Qué más, después de todo, es este regañadísimo ego, este ansia personal, este voraz apetito, esta confianza egoísta? ¿Qué es sino un rudo nombre para la vitalidad, la energía, las ganas de vivir? ¿Y qué es la falta de él sino el cansancio del mundo y el tipo enteramente equivocado de «morir antes de morir»? ¡Ciertamente sí! Pero, sin embargo, este ego mío según se presenta no coopera en absoluto: es ingobernable, es mi perturbación. Yo no puedo vivir con él ni tampoco vivir sin él. Lo que hay de malo en él no es que sea malo, sino que es inmaduro y no completamente él mismo. Falta algo. El ego, muy ciertamente, necesita corrección –para terminarle, no para empequeñecerle: necesita ser extendido hasta el límite y completado–. (Esto es enteramente diferente de inflarle. Como hemos notado más atrás, la subordinación de la egoidad individual de uno hasta el punto de la identificación con su clan, iglesia, raza, sexo, patria, nación o dios, no es auto-desvanecimiento sino auto-engrandecimiento e inflación del ego; y casi siempre lleva a una desesperada perturbación debida al sí mismo ampliado, por no decir nada del mundo). No cabe duda de que la Prashna Upanishad tiene razón, y que «el sí mismo personal y el Sí mismo impersonal, imperecedero y último son uno». Sin embargo, el sí mismo o ego ordinario y no regenerado no es ni suficientemente personal ni está suficientemente auto-centrado. Ese yo soy falso, todavía no total, que es no esencial, que es un pretencioso equívoco se erige en competición con otros falsos yo soy, hasta que finalmente la verdad amanece, y él emprende realizarse a sí mismo como el Único Ego, el solitario YO SOY, o (en el poderoso y tajante lenguaje de Eckhart) como la Divinidad que es la única verdaderamente Personal, la única que puede decir YO SOY. Por otra parte –por esa divina y exacta lógica que los lógicos sofisticados describen como paradoja– este último Ego es también el último LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 131 No ego, esta Superpersona es también enteramente impersonal, esta cumbre suprema de Autoimportancia es también el más profundo Valle de Humillación, esta perfección de Auto-amor se derrama necesariamente incluso sobre lo menos amable, esta única Soledad no es Ella misma sin lo más miserable de la población del mundo por todas partes y siempre. Una vez más, el maestro Eckhart lo dice: «Las alturas de la Divinidad no son nada sino las profundidades de la humildad». Y así también el Maestro del Maestro Eckhart, el que pudo describirse a sí mismo como «de corazón manso y humilde», no obstante anuncia sin el más mínimo temor: «Antes de que Abraham fuera, YO SOY». Todo esto yo lo sé bien, al menos cuando estoy bien despierto. Y lo siento también, al menos cuando estoy bien. Pero mis preguntas finales a mí mismo son éstas: ¿Siento yo así mi vía dentro de este Ego verdadero y completado, me identifico así con ese solitario YO SOY, de manera que en mis entrañas estoy más cierto, mucho más cierto de ser este Uno que de ser Douglas E. Harding? ¿A qué nombre respondería yo instintivamente si ambos fueran pronunciados? ¿Tomo este infinitamente mayestático YO SOY mucho más personalmente de lo que tomo ese misérrimo yo soy, con el resultado de que, lejos de trascender lo personal (para obedecer a algún código moral o conformarme a alguna espiritualidad abstracta y exangüe) yo realizo al fin su esencia misma? ¿Es esa realización supremamente personal la misma que llevo al Buda que predicaba el no ego (anatta) a exclamar: «¡Por encima y por debajo de los cielos, solo yo soy el venerado!»? ¿Y al autor del Ashtavakra Gita que se describe a sí mismo como «libre de ego», a anunciar: «¡Maravilla de Yo Soy! ¡Adoración a Mí, que no conozco declive y que sobrevivo a la destrucción del mundo!»? Estas preguntas son ciertamente tan personales que no vendría a cuento extenderse en ellas aquí, excepto para mencionar qué es lo que me empuja de hecho sobre el borde de yo soy Douglas E. Harding entre otros mortales al abismo de YO SOY SIEMPRE. Ello es pasmo. No pasmo de lo que yo soy sino pasmo de que yo soy, sin ningún por qué. Pasmo ante la Auto-originación del Uno, sin ninguna ayuda externa y sin ninguna razón, desde la oscura noche del mero caos y el no ser y la inanidad. Pasmo ante esta Consciencia que «imposiblemente» se promueve a sí misma desde NADA ES y YO NO SOY a SÓLO YO SOY, y lo hace así no allá lejos y hace mucho tiempo y de una vez por todas, sino continua y ahora mismo y justamente aquí. Pasmo de que no hay lo que «debe haber», lo que es «natural» y «razonable» –a saber, nada en absoluto, ni una mota de polvo, ni un temblor de consciencia–. Pasmo y gratitud y felicidad, finalmente, de que hay solo Uno que puede pensar y sentir y hablar de esta manera, solo Uno que puede sentir este pasmo, pues la noción de que Douglas E. Harding LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 132 como Douglas E. Harding pudiera comenzar a hacerlo es enteramente ridícula y enteramente egoísta en el viejo mal sentido. Lo dicho es suficiente, especialmente cuando he tratado en otra parte sobre esta última Auto-satisfacción, sobre este pasmo esencialmente personal –que es también culto y adoración de lo completamente «otro» (On Having No Head - Zen and the Re-discovery of the Obvious, págs. 65-70). Esta posdata está dirigida al lector cristiano que esté escandalizado por todo intento de acortar –y mucho menos de cerrar– la inmensa oquedad entre Creador y criatura. Y al lector no cristiano que admita estar completamente condicionado por nuestra monolítica cultura cristiana de cientos de siglos, con sus imperativos y prohibiciones dados por establecidos. Un amplio número de «heréticos» han sido quemados vivos por proclamar mucho menos de lo que yo he proclamado en este capítulo. ¡Pero algunos venerados cristianos «ortodoxos» han proclamado tanto –o aún más– y escaparon indemnes! Uno de éstos fue el beato Jan van Ruysbroeck (1293-1381) quien, habiendo sido cuidadoso en la execración de todo el que pretendía ver y ser Dios fácil y barato y según sus propios términos, escribe así: Comprender y entender a Dios por encima de toda similitud, como él es en sí mismo, es ser Dios con Dios, sin intermediario… [Pero] quienquiera que desee comprender esto debe haber muerto a sí mismo, y debe vivir en Dios, y debe tornar su mirada a la Luz eterna en el fondo de su espíritu, donde la verdad oculta se revela sin medios… Esta claridad es tan grande que el amante contemplativo, en su fondo donde reposa, no ve ni siente nada sino una Luz incomprensible; y en medio de esa simple Desnudez que envuelve todas las cosas, se encuentra a sí mismo, y se siente a sí mismo, ser esa misma Luz por la cual él ve, y nada más. Y mucho más en la misma línea. ¡Y la Iglesia beatificó a Ruysbroeck declarándole bienaventurado en el Cielo y digno de veneración pública! Yo tengo tres sugerencias. Poniendo a un lado todos sus escrúpulos, compruebe hasta dónde la experiencia de él concuerda con la suya. Aplíquela como un bálsamo para calmar todo sentimiento de culpa residual que usted pueda estar sufriendo. Y tenga la certeza por la manera en que él insiste de que uno no accede a la deificación más que pagando el precio más alto (llámelo la pena capital si quiere). Ella no podría ser más cara, en ambos sentidos de la LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 133 palabra: cara y querida. De una manera u otra, ella le cuesta a usted su vida: él lo dijo así, yo lo digo así, y a su propia manera horrible la Santa Inquisición también lo dijo así. En otros términos: Viendo que todo excepto Dios, perece, la única salvación para usted es ser él. ¡No un cambio de identidad para el timorato o el tibio! Usted tiene que morir por ello. Ahora. Para concluir, he aquí una nota más personal: confieso que con frecuencia, a lo largo de toda mi vida de adulto, me he encontrado a mí mismo utilizando el vocabulario evangélico de mi infancia: ¡S.O.S. … S.O.S. … Ésta es mi Llamada de Socorro… Estoy perdido, ahogándome en este océano proceloso…! La señal fuerte responde: ¡Abandona el barco! Arrójate a ese océano proceloso…! Él es el océano. Ser salvado es ser Él. Oh sí: ¡SER SALVADO ES SER ÉL! Como Georges MacDonald lo dice: «Todo lo que no es Dios es muerte». LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE 134 21 Epílogo Tú que te enredaste en trivialidades, ahora has entendido el misterio de morir. Rumi ¿Cómo llevaré esta investigación a una conclusión apropiada? Es habitual, al final de un artículo o de un libro complejo, ordenar e inspeccionar sus diferentes y quizá dispares elementos, recapitulándolos en un marco coherente y memorable. Esta empresa parece particularmente necesaria aquí, en vista del hecho de que el tópico aparentemente simple de la Muerte no ha resultado ser nada de tal. Las ideas tratadas han sido heterogéneas, y algunos de los argumentos han sido bastante complicados, y probablemente muy infamiliares –especialmente hacia el final– y por lo tanto nada fáciles de entender, retener y seguir por el lector (ni por el autor, por lo demás). ¿Cómo poner esta mezcla en orden? Muy fácilmente de hecho. Dos simples propuestas lo harán. La primera es decir esto una vez más: todo ello se reduce a una pregunta: ¿cuál es mi verdadera identidad, estoy yo hecho de material perecedero? Obtener la respuesta justa es la única cosa necesaria. La segunda es decir que esta pregunta raíz, debido a que es todavía una idea construida de palabras, una pieza de pensamiento discursivo, no puede ser realmente respondida –en su propio nivel o en sus propios términos– por ningún pensamiento por muy agudo que sea, ni por ninguna sensación o intuición por muy sincera que sea. La Respuesta viene cuando las respuestas desaparecen. El problema de LO QUE YO SOY, que lleva a si ello es mortal, se resuelve solo cuando se abandona incluso esa pregunta que pone fin a todas las preguntas. Debe haber una revolución. Yo debo abandonar todos los conceptos, dar un giro preciso de 180° desde todo lo que es centrífugo a lo que es centrípeto. Tengo que mirar a esto, y cesar (no importa cuán «intermitentemente» sea) de buscarlo –cesar de trabajarlo, de pensarlo, de imaginarlo, de discutirlo o de aportar una respuesta cualquiera que sea–. EPÍLOGO 135 Al mirar DENTRO, ahora mismo, veo mi Naturaleza eterna con indescriptible brillo y certeza. Yo no la comprendo, yo no la creo, yo no la siento, yo no la tomo en serio, yo no la pienso. Yo veo. Incluso esta frase de dos palabras es demasiado larga. ¡Ver! Es todo. No hay que imaginar que volverse hacia esta Nada imperecedera es darle la espalda a ese mundo de las cosas que perecen, cesar de estar con él, implicado, atento. ¡Todo lo contrario! Cuando no estoy atento al Espacio que les doy aquí, no alcanzo a verlas. Pero cuando miro «solo» a este Espacio las tengo dadas en él por añadidura, debido a que el Espacio está siempre y absolutamente unido con sus contenidos. Buscando fuera, tengo apenas la mitad de la historia; mirando dentro la tengo toda. Mirando dentro, veo, percibo, pienso, siento, hago todo desde su Origen, lo experimento como sostenido por su Origen, como viniendo de su Origen. De manera que todas las cosas tienen el perfume de su Fuente, están bañadas y refrescadas por su Fuente, son hechas perfectas por su Fuente. No se trata de que, para beneficiarme plenamente de este ver dentro esencial ahora mismo, no sea necesario acordarme de los más sutiles y extraños descubrimientos de esta investigación, o recordar una parte cualquiera de ella, o aun traer a la superficie mi profunda convicción de que yo soy sin muerte debido a que soy el Uno y Solo Uno, el Solo. No. Se trata de que es necesario decir adiós a todo eso por el momento, dejarlo en paz, y simplemente MIRAR QUIÉN ES AQUÍ. Ésa es la única cosa que usted y yo necesitamos hacer, la única cosa que usted y yo podemos hacer siempre, la única cosa que usted y yo no podemos hacer mal. Y así resulta que mi tarea final es una tarea fácil. Una sistemática y verbosa conclusión de esta investigación en mi muerte sería absurda, pues ella solo podría contradecir la verdadera e inefable conclusión de todo el asunto. ÉSTE es mi gatha, mi epitafio, mi lápida:
Comentarios
Publicar un comentario