EL LIBRITO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE capitulos 1

¿QUÉ MUERE?
«Usted se ha comprimido dentro del lapso de una vida y del volumen de un cuerpo, y ha creado así innumerables conflictos de vida y muerte. Tenga su ser fuera de este cuerpo de nacimiento y muerte, y todos sus problemas estarán resueltos. Estos existen debido a que usted se cree nacido para morir. Desengáñese y sea libre. Usted no es una persona». Nisargadatta Maharaj Vivo sin vivir en mí. Y de tal manera espero Que muero porque no muero. San Juan de la Cruz «Quien no muere antes de morir, perece cuando muere». Jacob Böheme El problema real: ¿qué soy yo? «“Yo soy un hombre” no es natural. Usted no es ni esto ni eso»
. Ramana Maharshi

 Por apremiante y punzante que sea el problema de mi mortalidad, del fin de esta vida –con certeza no es el problema–. La cuestión crucial es: ¿quién es mortal? ¿De quién es la vida, en cualquier caso? Resuelva este enigma y el resto sigue por sí solo. No hay ninguna otra manera. Cuando quiero juzgar cuánto va a durar un artilugio de casa, observo si está hecho de cartón, de madera, de plástico, de cerámica o de acero inoxidable. Del mismo modo con su usuario. ¿Soy yo el tipo de cosa que perece, o que dura? «Yo estoy hecha de Dios», dice la Beatriz de Dante, «y por lo tanto (soy) indestructible», agrega –en efecto–. «¿Soy yo mortal?» está incluido en «¿Quién o qué soy yo ahora mismo?» Como el sabio hindú Ramana Maharshi insistía, la respuesta real a toda pregunta seria es ver quién la pregunta. De ello se sigue que mi principal tarea en esta investigación debe ser acercarme a mí mismo desde una variedad de ángulos, volver una y otra vez a la cuestión de mi identidad verdadera y presente, detener toda pretensión y todo juego y ser con plena consciencia nada más que lo que yo soy. Y esto debe revelar –casi como resultado subsidiario – cuán permanente soy. Hay ventajas inmediatas en esta apertura del problema, que es también la reducción de mis problemas a uno solo. Pues me exige cambiar desde una preocupación escapista por otros tiempos a las realidades presentes, desde ahí a justo aquí, desde la conjetura a la certeza, desde el vago pensamiento y especulación a la percepción tajante, desde una pasividad fantasiosa al trabajo (si despertar y permanecer despierto puede llamarse trabajo), desde una vida innatural vivida desde la mentira de quien yo no soy a una vida natural vivida desde la verdad de quien yo soy. Y, como premio, encuentro que esto no es nada más que preparación, de la mejor manera posible y única efectiva, para la muerte. Si hago mi trabajo ahora con plena atención pasaré el examen final. Si solo me siento en la retaguardia a esperar lo mejor con mucha probabilidad fracasaré. (¿Y seré relegado? ¿Se me dará otra oportunidad en otra encarnación

,¿QUÉ MUERE?
 en muchas otras reencarnaciones? ¿Seré despachado a algún purgatorio o infierno? Éstas están entre las preguntas que haremos en su debido momento). ¿Qué es, entonces, esta pretendida Verdadera Naturaleza mía, este maravilloso descubrimiento del sabio que promete resolverlo todo? Más me vale tener alguna idea justa de esta Identidad que estoy buscando, o de otro modo es improbable que encuentre ya sea su presencia o ya sea su ausencia. Para resumirlo lo más breve posible, lo que se me aconseja buscar no es una cosa en absoluto, sino ilimitado, incondicionado, inmóvil, sin tiempo (repito, sin tiempo), simple, silente, y –por encima y por debajo de todo– autoevidente e intensamente vivo para sí mismo como todo esto. Es lo incognoscible de lo que Aristóteles dijo que nada es tan cognoscible. Es el abismo del misterio debajo del misterio sin fondo, que es a la vez mi refugio y mi Sí mismo. Entre sus metáforas y sinónimos están Nada, Claridad, Transparencia, la Luz Clara, Espacio Vacío, el Vacío que es sin rastro y sin mancha e inmaculado, Capacidad desnuda, lo Innacido e Inmortal… ninguno de los cuales hace más que ayudarme a reconocerLo cuando tropiezo con Ello. (Disponer de las palabras correctas, saber todo sobre Ello, pensar e incluso sentir-Lo, se me asegura que todo esto está a una distancia infinita de la realidad, de ver-Lo efectivamente con más claridad que ninguna otra cosa, y por consecuencia de serLo conscientemente). Tal es mi historia interior sin palabras, mi esencia, mi realidad sin muerte, según el rumor persistente a través de las edades. Así lo sostienen con constancia sus Veedores –cualesquiera que sean sus filiaciones religiosas y culturales–. Y tal es la hipótesis en verdad apabullante que tengo que comprobar aquí y ahora, y no aplazarla hasta que esté postrado en mi lecho de muerte. Rumi, el gran sufí, define mi tarea sin miramientos: «Muere antes de morir». A lo cual yo agregaría: «Y ve lo que acontece». Y Platón llega a definir la filosofía misma como «la práctica de la muerte». ¡Larga vida a la filosofía

¿Qué soy yo?
 Es para resolverlo ahora

 «¿Por qué quiere saber qué será usted cuando muera, antes de saber qué es ahora?
» Ramana Maharshi

Según el budismo mahayana mi Verdadera Naturaleza es la Clara Luz del Vacío. Y, según la escritura mahayana más pertinente para esta etapa de nuestra investigación –El Libro de los Muertos tibetano– necesito familiarizarme por entero con la Clara Luz mientras estoy todavía en medio de la vida: entonces la reconoceré y me uniré con ella cuando se presente en el momento de la muerte, y seré por entero liberado en la Realidad o Nirvana y ya no estaré sujeto al nacimiento y la muerte. Pues en ese momento –afirma este texto notable– la Luz es vista por todos los seres sencientes, pero pronto es perdida de vista por la gran mayoría debido a que no están familiarizados con ella. En lugar de ello, se encuentran rodeados y absorbidos por una variedad de dioses, titanes y demonios que son proyecciones de sus propias mentes apegadas, productos del pensamiento lleno de deseo y de miedo que lleva a otra ronda en el mundo del engaño y del sufrimiento. Permítaseme citar aquí algunos extractos relevantes de la versión de Evans-Wentz de nuestro texto: «Su propia consciencia, brillante, vacía, inseparable del Gran Cuerpo de Radiación, no tiene nacimiento ni muerte y es la Luz Inmutable… Reconociendo el propio sí mismo de uno así, uno deviene permanentemente unido con el Dharmakaya (la Consciencia Universal) y la liberación es cierta… Para aquellos que han meditado mucho, la verdad real amanece tan pronto como parten el cuerpo y el principio de consciencia. La adquisición de experiencia mientras se está vivo es importante. Aquellos que han reconocido la verdadera naturaleza de su propio ser… obtienen gran poder durante el Bardo3 de

 3 (En el budismo tibetano), el estado del alma entre su muerte y su renacimiento.

¿QUÉ MUERE?
 los momentos de la muerte, cuando la Clara Luz amanece… Así, siendo de particular importancia la práctica en este Bardo mientras se vive, aférrate a ella… de modo que al morir no se olvide aunque un centenar de ejecutores estuvieran persiguiéndote… Trata esta doctrina muy amorosamente: es la esencia de todas las doctrinas». Yo resumiría el mensaje esencial de El Libro de los Muertos así: «Al final de su vida usted va a gozar de la Luz –esa experiencia, la más profunda de todas, que es la base de toda experiencia, y que no perderá– provisto que dé ahora todo por ella (o más bien todo a ella) y la goce y la practique». Hasta que yo muera no tengo ningún medio de comprobar directamente la verdad de esta enseñanza milenaria. Mucho del Libro es admitidamente fantástico. (En verdad se sale de su línea para enfatizar que todo, excepto la Clara Luz del Vacío, es imaginación, engaños de moribundo). Sin embargo, en su esencia, parece estar maravillosamente respaldado por la investigación contemporánea en «Experiencia Cercana a la Muerte» (ECM)4 . La reciente tecnología de la reanimación y los medios de mantenimiento de la vida están volviendo a traer desde el borde de la muerte a un creciente número de pacientes que sobreviven para contar en detalle sus impresiones. De hecho, algunos de ellos parecen haber traspasado el borde y haber estado clínicamente muertos –habiendo cesado por algún tiempo su respiración, los latidos del corazón, e incluso las ondas cerebrales (registradas por el electroencefalógrafo) antes de que fueran vueltos atrás de nuevo: lo cual hace su evidencia en especial significativa. Así pues, ahora tenemos mucha información sobre este tópico vital – sobre lo que es morir para el moribundo– que estaba más o menos negada a nuestros antepasados. Y éste es el notable descubrimiento: la experiencia cercana a la muerte resulta ser muy parecida para la mayor parte de las gentes, con independencia de sus trasfondos culturales y religiosos y de la causa y manera de su morir. Habitualmente es una historia de paz y liberación del dolor, de ausencia de forma y desapego del cuerpo (a menudo visto abajo desde arriba), de luz brillante (que aparece primero como un punto luminoso al final de un túnel, y que eventualmente sumerge al sujeto), de colores vivos y de escenas y sonidos bellos. Sobre todo, la impresión con la que se queda uno es de una radiación y luminosidad singulares que recuerda mucho lo que es el tema del Libro de los Muertos tibetano. 4 Ver, por ejemplo: G. Gallup, Jr., Adventures in Immortality, London, Souvenirs Press, 1983; M. Grey, Return from Death, A Exploration of the Near-Death Experience, Arkana (Routledge & Kegan Paul), 1985; E. Kübler-Ross, Death: the Final Stages of Growth, Englewood Cliffs, NJ, Prentice-Hall, 1978; R. A. Moody, Jr., Life at Death, A Scientific Investigation of the Near-Death Experience, New York, Coward McCann & Geohegan, 1980; M. Sabom, The Near-Death Experience: A Medical Perspective, Philadelphia, Lippincott, 1982.

 ¿QUÉ SOY YO? ES PARA RESOLVERLO AHORA
 Se nos dice que esta luz, que es el elemento común de estas experiencias cercanas a la muerte –aunque es indescriptiblemente brillante– no es deslumbradora, y no impide que los objetos de alrededor se vean con claridad. Uno se siente bien con ella, atraído hacia ella, y en algunos ejemplos, sumergido en ella. Y uno vuelve a la escena humana, aparentemente, sin ninguna duda sobre la realidad de lo que se ha experimentado. Sin embargo, uno aprende pronto que pocas gentes se muestran inclinadas a tomar en serio su historia. De todos modos, hay poca tentación a hacer prosélitos. Al parecer, es suficiente con que la vida es ahora más preciosa, que uno vive más en el presente, que es menos egoísta, y le queda poco o ningún miedo de la muerte. Según nos informan aquellos que vuelven de una experiencia cercana a la muerte, tales son en grados variables sus probables beneficios. Los investigadores han confirmado que estas gentes tienden a cambiar sus vidas. La iluminadora experiencia que tuvieron se les aparece retrospectivamente –al menos a algunos de ellos– tan valiosa que se hacen esfuerzos para recuperarla. ¿Tenemos aquí, en estas experiencias cercanas a la muerte, algo así como nuestra propia versión occidental, contemporánea y auténtica de la experiencia del iniciado tibetano? ¿Es la luz brillante pero bondadosa que describen comparable con la «Clara Luz del Vacío» tibetana que, nuevamente, ilumina a todos los hombres que salen del mundo? Y, aún más importante, ¿tenemos aquí –al menos en la más completa y mejor de estas experiencias cercanas a la muerte– un ejemplo gratuito e inesperado de esa Auto-realización esencial que es descrita por los sabios? ¡Cuán tranquilizador, cuán reconfortante sería saber que, no importa cuán poco espiritual e indigna haya sido la vida, al final de ella uno tiene la buena suerte de ser invitado a una auténtica experiencia mística! Como si uno fuera obsequiado por un Padre compasivo o un Universo protector con esta gracia de conclusión y premio de consolación, con esta degustación de la felicidad que está oculta en la raíz misma de las cosas. Sin embargo, después de todo no sería tan sorprendente encontrar que (como observaba Plutarco) «en el momento de la muerte el alma experimenta lo mismo que aquellos que están iniciados en los misterios mayores». Pues es entonces cuando, si no ha ocurrido en ningún tiempo antes, los apegos de uno son cortados a la fuerza; cuando las ambiciones que le quedan a uno se ven como inalcanzables; cuando uno prescinde de lo que las gentes piensan, y accede al fin a ese grado de libertad de los valores convencionales y de los condicionamientos sociales que es el prerrequisito de todo conocimiento espiritual real. Es entonces, al fin, cuando lo Evidente –que durante todo el tiempo ha sido hecho tan poco evidente– es propenso a brillar. Morir es necesariamente el momento de la verdad. Por ello es por lo que el arte de vivir es

 ¿QUÉ MUERE?
 anticipar ese momento, morir antes de que uno muera, cesar de posponer la propia muerte. Por ello es por lo que la medicina para la muerte es homeopática. En resumen, aunque históricamente el Libro de los Muertos tibetano pueda haber sido reducido a una missa solemnis, una misa para los muertos, es propiamente una guía para la vida, interesada en un «giro en la sede de la consciencia» ahora mismo. Y del mismo modo, aunque el interés popular en las experiencias cercanas a la muerte surge de la preocupación por la vida después de la muerte, estas experiencias parecen tener más valor en lo que dicen sobre la vida antes de la muerte, sobre este momento mismo, sobre lo que uno es en realidad, ahora y siempre. ¿Cuán significativos para nuestra indagación son estos fascinantes informes –antiguos y modernos– de la frontera entre la vida y la muerte? ¿Es su condición como evidencia, después de todo, mucho más elevada que la de algunos sueños, que pueden ser aún más vívidos, convincentes y significativos que la vida de vigilia ordinaria? ¿Qué prueban de hecho las experiencias cercanas a la muerte? ¿Están necesariamente equivocados los científicos que las desechan como «alucinaciones inducidas por la endorfina producida por el organismo en una emergencia», o como «efectos secundarios para-psicodélicos de algunas drogas usadas comúnmente», o como alguna cosa de este tipo? Por mi parte, lo máximo de lo que puedo estar seguro es de que el moribundo es propenso a encontrar –entre otros fenómenos– un tipo especial de luz brillante, que es sentida por entero benéfica, y (al menos al comienzo) como muy «ahí fuera», y que sería extraño si esta maravillosa luminosidad no tuviera ninguna relación particular con la maravillosa (y sin embargo absolutamente ordinaria) Luz Interior de la Consciencia que es el tema de los veedores y sabios. De ello no se sigue que sean dos versiones de la misma realidad, mucho menos idénticas. Tampoco se sigue que la luz común a las experiencias cercanas a la muerte sea «objetivamente real» (en el sentido en que lo es la luz del sol) ni «psicológicamente real» (en el sentido en que es una experiencia normal y no una experiencia patológica). El descubrimiento de que muchos humanos que llegan a las puertas de la muerte –o incluso la mayoría– experimentan al comienzo esta luz exterior, sin duda dice algo importante sobre la mente de uno, pero no dice nada decisivo sobre la Naturaleza interior de uno, o sobre el universo en general. (Si fuera de otro modo, y la experiencia, por intensa y extendida que sea, tuviera que ser objetivamente válida, nos encontraríamos en un mundo horrendamente superpoblado con todos los dioses y titanes y demonios –por no mencionar las entidades mitológico-psicológicas que van

 ¿QUÉ SOY YO? ES PARA RESOLVERLO AHORA

 desde el mana a los arquetipos de Jung– cuyo poder ha sentido un gran número de gente, y/o –según han afirmado– los han percibido efectivamente). En esta investigación no puedo permitirme ningún auto-engaño o pensamiento deseoso evitable. Está en juego nada menos que mi verdadera Identidad, únicamente la cual resolverá la cuestión de mi mortalidad o inmortalidad; y esto merece –exige– un tratamiento rigurosamente científico.5 Ahora bien, el fundamento sobre el que se apoya la ciencia es la duda, la incertidumbre radical que abre los propios ojos de uno a los datos. La verdadera ciencia no se construye sobre vívidos sueños, o sobre la imaginación, o la intuición, o el sentimiento, o anécdotas, o el razonamiento, o la especulación. (Aunque todos éstos tienen su lugar y hacen alguna contribución, son en grados variables partidistas, voluntaristas, dogmáticos). Ciertamente, no se apoya sobre la creencia, sobre lo «oído decir» a otros sin comprobación, o sobre sus consideradas opiniones, o sobre sus honestos informes de lo que una vez experimentaron bajo condiciones especiales. Los criterios de un hecho científico son que sea verificable ahora por cualquiera a voluntad, repetidamente –provista la instrumentación apropiada y las facilidades de laboratorio– y que se base en los sentidos, en último recurso en un mirar para ver. Se apoya en la humilde y paciente lectura de instrumentos de medida, termómetros, relojes, balanzas, tiras reactivas, y demás. La ciencia medieval jamás comenzó a despegar hasta que las gentes se atrevieron a cuestionar los clichés consagrados por el tiempo y los ingeniosos razonamientos sobre cómo deben comportarse las cosas, hasta que se atrevieron a comenzar de nuevo y a prestar atención a cómo se comportan las cosas de hecho, a mirar y a experimentar con lo que se muestra llanamente. La ciencia del objeto no es más sana que el fundamento sensorial sobre el que se apoya. Exactamente lo mismo es verdadero para la ciencia del sujeto, de esta Primera Persona. Girar la dirección de la investigación científica 180°, desde lo observado al observador, no reduce la necesidad de volver atrás continuamente desde lo que se concibe a lo que se percibe. (Esto no es en modo alguno un logro) «Los Budas y los seres sencientes no difieren en absoluto», dice el maestro zen Huang-po. ¿Cómo realizar esto? «Solo deshágase del pensamiento conceptual en un instante, y habrá cumplido todo»). Más bien aumenta la necesidad de mirar, y mirar, y mirar de nuevo. 5 D. T. Suzuki, que trajo el zen a occidente, estaría de acuerdo. Él describía el satori –que es la realización de la verdadera Identidad de uno– como impersonal, prosaico, inatractivo, una experiencia «singularmente desprovista de emociones humanas». Llega a decir que: «Hay en él, al contrario, algo que puede calificarse de fría evidencia científica». (Essays in Zen Buddhism, 2nd. series, London, Rider, 1950, págs. 35, 36, 52)

. ¿QUÉ MUERE?
 Por supuesto, es improbable que yo logre vivir enteramente este ideal de humildad frente a la evidencia a todo lo largo de la presente investigación –no más que lo logran los científicos del objeto o tercera persona en su propio campo–. Pero tengo la intención de hacerlo lo mejor que pueda, fiándome continuamente de mis sentidos y apartándome de toda insensatez. Y si al final –como ya parece probable– resultara que en general los informes de la experiencia cercana a la muerte de otros, tanto orientales como occidentales, concordaran y fueran confirmados por nuestras propias pruebas de primera mano y basadas en los sentidos a este lado de acá de la muerte, tanto mejor. Por ahora baste notar que, sean cuales fueren las claves que esa experiencia cercana a la muerte pueda proporcionar sobre nuestra naturaleza y destino, están enteramente subordinadas al resultado de las pruebas que usted y yo vamos a hacer en breve. Pruebas que, debido a que son sensatas y repetibles, son capaces de llevarnos desde los argumentos verbales sobre la muerte al acuerdo, y desde las terroríficas dudas sobre la muerte a una serena certeza ahora.

 YO SOY LO QUE PAREZCO SER

Por ejemplo, tome esta página impresa. Yo puedo leerla debido solo a que me coloco de modo que estoy a la distancia justa –casi exactamente 30 centímetros–. Reduzca la distancia a 5 centímetros, y las palabras –grávidas de significación– son transmutadas en marcas negras carentes de significado sobre papel blanco. Más cerca todavía –provisto que agudice mi visión con las adecuadas ayudas ópticas y electrónicas– el papel liso se transmuta en capas de fibras alargadas, seguidas por una colección de ejemplares incoloros llamados moléculas; y más allá de éstas (me aseguran los físicos) por pseudo-cosas progresivamente inescrutables, inmateriales, insustanciales llamadas átomos, partículas, ondículas, quarks y, finalmente, el espacio mismo, lleno de energía. Ni esta página que estoy leyendo ahora, ni ninguna otra cosa, resistirán la inspección de cerca. No en cada detalle, por supuesto, sino en diseño y principio, tal es la constitución inconstante, si y no, altamente ambigua –y verdaderamente mágica– de todo X, de toda cosa. Jamás es algo tajante y definitivo: su naturaleza depende de cómo uno la mira: en particular de desde donde uno la mira, de su distancia. ¡Tocado! Yo no soy ninguna excepción. Como D. E. Harding soy exactamente como eso – debido a que yo también soy una cosa, una X. Ciertamente es precisamente esta magia de la distancia la que me erige como una entidad local especial, irrepetible, distinguible, medible, fotografiable, pesable, con una historia propia. Gracias a ella tengo un nombre y una dirección, estoy localizado en un lugar y en un siglo y no en algún otro, y así sucesivamente. La limitación, la especificidad, el condicionamiento múltiple, la relatividad –en un sentido, la irrealidad– no son los accidentes sino mi material mismo. (Si usted excusa el galimatías, yo no soy lo que soy sin lo que no soy: existo como yo debido a que no existo como usted: mi tipo de «ser» es también un no-ser). Y si dudara de todo esto, solo tengo que hacer que un amigo me fotografíe. (¡Cuánto debemos a la cámara fotográfica, esa invención destructora de ilusiones, ese testigo de cargo insobornable y comparativamente imparcial!) Observo cuán cuidadoso es mi amigo a la hora de sostener su instrumento a la distancia correcta. Desde más cerca, obtiene una nariz o una boca o un ojo irreconocibles, seguidos por un borrón nohumano; desde más lejos, obtiene un alguien minúsculo, seguido por una mota no-humana, un punto sin dimensiones, nada en absoluto. Lo que él y su cámara hacen (palabra justa) de esta X –si es que hacen algo– depende de él.
 YO SOY LO QUE PAREZCO SER


 El informe que la ciencia física contemporánea da de la cosa de varios niveles y fugitiva que llamo mí mismo, llena enteramente este amplio diseño de mi constitución con impresionante detalle –la mayor parte de él apoyado por evidencias tan abundantes y bien comprobadas que debo aceptarlo–. Y lo hago agradecidamente, de hecho con entusiasmo y admiración. Y estoy muy lejos de ser el único aquí. La multitud de libros bellamente ilustrados y de ingeniosas películas ahora disponibles –que retratan las maravillosas transformaciones de un ser humano cuando es visto por su observador según éste se aproxima o retrocede alternativamente– son bien conocidas, incluso populares. Permítaseme tomar mi ejemplo de éstos. Comenzando desde una distancia «media» o «normal», el observador tiene un claro retrato del hombre conocido por mi nombre. Cuando se acerca, el retrato del hombre es reemplazado por fragmentos y partes de un hombre, por órganos de uno u otro tipo –que ciertamente no son humanos–. Después por tejidos, que a su vez se resuelven en células, y después en una única célula. Esta criatura es un organismo distinto no enteramente dependiente de sus células compañeras, pues bajo las adecuadas condiciones de laboratorio puede mantenerse viva indefinidamente. Tal es este X que yo soy en un cierto nivel en el espacio –¡una criatura mucho más humilde que esa mosca que revolotea sobre el cristal de la ventana!–. (Y, de paso, esto es también lo que yo soy en un cierto nivel en el tiempo: hace alrededor de ochenta años –podría darle a usted el mes e incluso la semana exacta– yo era precisamente un animal tan primitivo, una única célula. ¡Concluyente evidencia!) Y, bajo un examen más de cerca, este animal resulta no ser ningún animal en absoluto sino orgánulos (cromosomas, genes y demás), los cuales, más cerca todavía, resultan ser complejas moléculas orgánicas (ADN, por ejemplo), y después moléculas mucho más simples de las que todo rastro de vida y color ha sido drenado. Dejando atrás incluso éstas, el informe de mi observador (todavía la historia de X, recuerde, de mí) habla de átomos –cada uno de los cuales es un «sistema solar» tan vacío, tan lleno de
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 espacio, como lo está el grande– y de partículas sub-atómicas que no son en ningún sentido significativo cosas en absoluto, y ciertamente no son objetos sólidos o materiales; incluso su localización es inescapablemente ambigua. En cuanto a los quarks, los cuales representan el límite presente de la penetración de la ciencia dentro de X, dentro de mí, ¿quién puede decir lo que ellos son –si puede decirse que existen en absoluto–? ¡Nuevamente, la advertencia es mantenga las distancias! Venga hacia mí y descubrirá cuán superficial es mi humanidad, venga totalmente y encontrará que no hay nada que ver. Y esto (como devendrá crecientemente evidente a medida que continuemos) por una simple razón: yo estoy fuera, no estoy en casa: Douglas E. Harding jamás ha sido una realidad aquí y ahora. Es un fenómeno ahí y entonces6 . Y esto es solo la primera parte del informe de mi observador viajero, la mitad hacia dentro. La otra mitad –aún más espectacular– es lo que encuentra cuando (todavía cuidadoso de mantener su mirada disciplinada sobre X en el centro de todo ello) se mueve alejándose de la distancia media, donde un hombre presenta una breve apariencia, hacia regiones más remotas. El hombre es reemplazado sucesivamente por una casa, un pueblo, un país, un continente; después por un planeta (la Tierra), seguida por un sistema solar (el Sol), una galaxia (la Vía Láctea), y finalmente por enjambres de galaxias resolviéndose rápidamente en puntos de luz en una gran vastedad y a punto de desvanecerse enteramente. De modo que la historia del viaje hacia fuera y la del viaje hacia dentro llegan al mismo resultado, complementándose y confirmándose una a la otra. De una manera u otra, este ser humano resulta ser todo tipo de seres no-humanos, que, finalmente, resultan no ser ningún tipo de ser en absoluto, sino prácticamente espacio vacío. Lo mismo que un espejismo o un arco iris o un fuego fatuo, yo soy un tipo especial de alucinación. Verdaderamente soy lo que Shakespeare dice que soy: «Del material del que están hechos los sueños». Si ese material se «acaba con un sueño» es la cuestión a la que vamos ahora. 6 Se dice que cada uno de los linajes de los Budas (míticos) anteriores a Sakyamuni legó a su sucesor su gatha de transmisión, precedido con las palabras «Ahora te transmito el Ojo-tesoro de la Gran Ley, que guardarás y al que siempre estarás atento». La tradición fue perpetuada históricamente por los maestros zen hasta nuestros propios tiempos. Su gatha de transmisión típico es sobre la irrealidad, sobre la naturaleza fantasmagórica de las cosas en general y del propio cuerpo-mente de uno en particular. Hsu-yun (en su lecho de muerte en 1959, a la reputada edad de 120 años) compuso un gatha con las palabras: «Conságrate a lograr la perfecta comprensión de que el cuerpo ilusorio es como el rocío y el relámpago» (citado en The Middle Way, febrero 1960).

 YO SOY LO QUE NECESITO PARA SER MÍ MISMO
 5 Yo soy lo que necesito para ser mí mismo Los maestros zen están totalmente identificados con la Naturaleza. D.T. Suzuki Por supuesto, una parte mía protesta que –no obstante– yo soy realmente el hombre en el medio, ni el núcleo ni las pieles exteriores de la cebolla, sino exactamente su capa media Me quejo de que las visiones cercanas de mí no son válidas debido a que dejan fuera mucho que es mí mismo, y que las lejanas no son válidas tampoco debido a que incluyen mucho que no es mí mismo. Pero este argumento yerra el punto: es dar por admitida la cuestión. Todavía no sé qué o quién soy yo. Queda todo por ver, todo por resolver a la luz de la evidencia, no a la luz de la creencia o de lo oído decir anteriormente. En cualquier caso hay ya un número notorio de razones de peso, y ciertamente de razones evidentes, para admitir que yo no puedo ser una cosa de un solo nivel, un «mero humano» –lo que quiera que eso pueda significar–. Para comenzar, yo soy completamente dependiente de todos los niveles, de todo el pasmoso orden de incorporaciones cósmicas que mi observador viajero saca a la luz. ¿Cómo podría este humano infatuado y pagado de sí mismo valerse sin el soporte de los órdenes cósmicos más bajos? ¿Qué valdría este charlatán si no fuera corporificado y asistido por su relleno infrahumano de todos los grados? En otras palabras, ¿qué soy yo sin mis tejidos, células, molé- culas, y demás, descendiendo hasta el final de la escala? Todo lo que les acontece a ellos me acontece a mí, todo lo que les cuadra a ellos me cuadra a mí, todo lo que yo veo y oigo y toco es cortesía de estos humildes deudos. Tengo que incluir, para ser, a muchos otros, y finalmente a todos los demás –macrocósmicos no menos que microcósmicos. Pues nuevamente, ¿cuán vivo estaría este cuerpo humano si fuera amputado del cuerpo político, del organismo social, de los reinos animal y vegetal, de la biosfera, de los elementos, del aire y el agua y la tierra? Yo podría valerme durante años y años con un solo pulmón y un solo riñón y una fracción de intestinos y sin ningún miembro en absoluto, pero ¿durante cuántos minutos podría valerme sin el Sol, mi estrella? Yo tengo que ser todo lo que está implicado en mi ser lo que yo soy. Yo no soy mí mismo, no soy entero, no soy un individuo, sin todas mis incorporaciones que

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 van desde las subpartículas a las supergalaxias, desde las menos inclusivas a las más inclusivas. Incluso esto no es toda la historia, la verdad última de Lo Que yo soy. Pues solo el más alto y el más bajo de los miembros de la jerarquía cósmica (que son realmente dos aspectos de uno y el mismo Último) son enteramente reales. El resto son una suerte de engaño, un espectáculo mágico suscitado por el ilusionista cósmico, vislumbres fugaces de Otra Cosa, del verdadero X, de Dios si usted quiere. (John the Scot, en la Edad Oscura [La Edad Media] (¡sic!), describía todas las cosas como teofanías o apariencias de Dios: y por Dios nosotros podemos leer aquí la Nada-Todo que sólo es ella misma y no una fachada para alguna otra cosa). Y de hecho no hay nada místico, o difícil, u oscuro en todo esto. Todo el mundo está de acuerdo en que un órgano (por ejemplo) no es él mismo uniformemente y de cabo a rabo, sino que está compuesto de algo muy diferente. Nosotros decimos que en realidad es células, que a su vez están compuestas de, y que en realidad son moléculas; y así sucesivamente seguimos descendiendo hasta la Incognoscible Nada, la Fuente, el Misterio básico, sólo el cual es sí mismo completamente simple e incompuesto. E inversamente, el mismo órgano es incomprensible sin el organismo entero; que a su vez no puede ser cortado significativamente del nexo vivo o todo ecológico al que pertenece. Y así sucesivamente seguimos ascendiendo hasta el Incognoscible Todo, el Misterio cumbre, sólo el cual es Autocontenido y totalmente presente y correcto, el único Individuo verdadero, estrictamente indivisible, nada sino Sí mismo. Solo en este Uno y como este Uno existen los fragmentos y las partes, solo en este Uno se juntan y juegan sus papeles. De ello se sigue que, al reclamar ser un ser vivo, funcionando plenamente (como habitualmente lo hago) implícitamente estoy reclamando ser la Totalidad del Ser en sus dos aspectos en contraste, la Cima y la Base de la gran Jerarquía. Si vivo o existo, es como este Cuerpo y No-Cuerpo Total. ¡Cuán absurdo es pretender que este pseudo-cuerpo a mitad de camino llamado Douglas E. Harding tiene alguna vida o existencia suya propia!

 YO SOY LO QUE SIENTO QUE SOY
6 Yo soy lo que siento que soy Un hombre de conocimiento no tiene ningún honor, ninguna dignidad, ninguna familia, ningún país. Don Juan (Carlos Castaneda) Esta Totalidad de doble aspecto, me veo obligado a admitirlo, es mi verdadera Naturaleza. No es un descubrimiento que la acoja con naturalidad. De hecho, intento por todos los medios retroceder de esta conclusión por entero radical. (¡Cuánto más difícil es soportar el esplendor de uno que sus miserias!) Intento toda ruta de escape prometedora, protestando que todo esto es exclusivamente físico o materialista y poco moral o espiritual; o demasiado dominado por la ciencia y poco humano; o demasiado interesado con lo que otros hacen de mí y demasiado descuidado de lo que hago de mí mismo; o, sobre todo, que es excesivamente lo que parezco y poco lo que siento –y ciertamente yo me siento bastante humano, a menudo demasiado humano. Y el objetivo común de todas estas objeciones –hay otras– es probar que el sentido común tiene razón después de todo, y que yo soy el humano claramente definible que todo el mundo me ha dicho que soy, y que estaba seguro de ser, todo el tiempo. De acuerdo (me respondo), objeción aceptada. Permítaseme entonces intentar poner a un lado mi intelecto y mis sentidos, desestimar las conclusiones en apariencia extravagantes a las cuales me han llevado, y confiar en su lugar en mis reacciones viscerales, en mis instintos profundos sobre mí mismo y mi naturaleza. ¿Por qué me tomo automáticamente a mí mismo? ¿Con quién me identifico instintivamente, a juzgar por mi comportamiento? ¿Qué resulta natural? La respuesta a secas es que yo no –repito, no– siento que soy «sólo este hombre», que en la práctica no encajo en esta grandilocuente historia que todo el mundo me cuenta sobre quién soy yo. Mis acciones demuestran claramente que en realidad no creo una palabra de ella –por mucho que imagine, por mucho que diga, por mucho que pretenda lo contrario–. Una y otra vez ellas abandonan el juego y exponen mis sentimientos. Consultándolas ahora, hago el descubrimiento siempre sorprendente de que yo no soy ninguna cantidad fija, ninguna prenda de
 ¿QUÉ MUERE?
confección, lista para llevar, sino a medida para cada ocasión. Yo soy tan variable, tan elástico, como necesito ser, como la situación reclama. Vayamos a los hechos: yo soy propenso a sentirme más mi familia –o mi clan o tribu– que este miembro particular de ella. Hasta tal punto que puedo sacrificar sin vacilar mi bienestar estrecho y personal, por un bienestar más amplio, e incluso dar mi vida como «individuo» por la vida comunal. Es lo mismo con mi raza, mi ciudad o mi país o mi bloque de poder, mi iglesia o mi dios: yo soy propenso a identificarme con cualquiera de éstos, o con cada uno de ellos por turno, tan enteramente que su supervivencia equivale a mi supervivencia, y que el destino de este humano deviene irrelevante. De nuevo, muchos factores se combinan para reforzar mi sentido de unidad con la Tierra: acontece que me siento cada vez más planetario. Tampoco la escala de mi identidad se detiene en éste o en cualquier otro nivel. El Sol, el sistema solar, es mi hogar en el universo, es mi estrella, lo cual no deja ninguna duda en cuanto a de qué lado estoy yo en el caso de una guerra estelar real. Además, mi elasticidad se extiende tanto por debajo del nivel humano como por encima. Yo soy «subhumano» no menos que «suprahumano». Pero esto ciertamente no significa que «arriba y grande» son «buenos», y que «abajo y pequeño» son «malos». Así pues, es por entero posible para mí en un momento sentirme-como y sumergirme-dentro de mi país («acertado o equivocado»), o de mi partido político (piénsese en los nazis), o de mi iglesia (con sus autos de fe inquisitoriales), hasta tal punto que estoy preparado para ultrajar mis sentimientos humanos incinerando o pulverizando cualquier cantidad de humanos en su nombre. Y al momento siguiente hacer un holocausto de mi propio cuerpo por causa de uno de sus miembros (digamos, su estómago), por una adicción o un apetito, prefiriendo la complacencia de una parte a la salud y felicidad del todo, o incluso a su vida. De hecho, la única identificación por completo segura y por entero benéfica y verdadera es llegar hasta el límite, trascendiendo con ello tanto el bien como el mal. Cuando mejor estoy, cuando se les da pleno juego a los más persistentes y auténticos de mis sentimientos, hago un doble descubrimiento: por una parte, me encuentro despojado de todas las responsabilidades, de todos los apegos e identificaciones sean cuales sean, descargado del fardo, sin pretender nada y sin ser nada, y así soy al final libre; y por otra –supremamente inconsistente– me encuentro acogiendo a todos y a todo a bordo, reclamando el fardo, no reposando contento hasta que la criatura más humilde del universo se cobije bajo mi solícita ala. Ésta es la verdad última, la verdad paradójica y de doble aspecto sobre la manera en que siento realmente. Si (a consecuencia de nuestros textos) ya hay fuertes indicaciones de que de hecho yo no soy ese perecedero Douglas E. Harding, y de que en lugar de ello Yo soy Nada-Todo, ¡cuán maravi-

YO SOY LO QUE SIENTO QUE SOY
lloso es encontrar que ésta es también la manera en que siento –de modo que como son las cosas es como yo quiero profundamente que sean!–. Para resumir éste y los dos capítulos precedentes de mi investigación: si me atengo a lo que parezco, o a lo que necesito para ser mí mismo, o a cómo siento, al final obtengo prácticamente la misma respuesta. Encuentro que estoy muy lejos de ser la cantidad fija, el mero humano, el individuo a secas que se pretendía que yo soy. Al contrario, yo sobrepaso a Cleopatra en mi infinita variedad, soy inconmensurablemente más y menos que Douglas E. Harding. De éste es de quien la mortalidad –o inmortalidad– está en cuestión aquí. Explorar el destino de algo o de alguien a falta de este Inconmensurable sería insensato
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  PROBAR LA INMORTALIDAD
 (I) No hay ningún Veedor sino Él… el Uno Inmortal. Brihadaranyaka Upanishad (II) No puede encontrarse ningún lugar en el que poner la Verdadera Cara (Original) de uno. No desaparecerá aunque el universo sea destruido. Ummon (III) Al realizar que este cuerpo es como espuma, como un espejismo… él (el discípulo) irá donde el Rey de la Muerte no puede encontrarle. Dhammapada (IV) El hombre exterior es la puerta batiente. El hombre interior es el quicio inmóvil. Eckhart (V) El hombre interior no está en tiempo o lugar alguno, sino que está pura y simplemente en la eternidad. Eckhart (VI) Yo no supe dónde entraba. San Juan de la Cruz (VII) La cosa que se muestra es perecedera, pero lo que es resucitado es imperecedero. San Pablo (VIII) Cuando este perecedero inviste la imperecibilidad, y este mortal inviste la inmortalidad, entonces la Muerte es tragada en la victoria. ¡Oh Muerte!, ¿dónde está tu aguijón? ¡Oh tumba!, ¿dónde está tu victoria? San Pablo (IX) Todo lo que tiene forma, sonido y color, puede ser clasificado bajo el encabezamiento de cosa… Pero uno puede alcanzar la no-forma y vencer a la muerte. Y con lo que está en posesión de lo eterno, ¿cómo pueden compararse las meras cosas? Chuang-tzu Estas nueve citas de los maestros se relacionan con los nueve experimentos que siguen. Dan una visión previa de lo que vamos a probar

. PRELIMINAR
7 Preliminar Dios hizo los sentidos vueltos hacia fuera, el hombre por lo tanto mira hacia fuera, no dentro de sí mismo. De vez en cuando un alma atrevida, deseando la inmortalidad, ha mirado hacia atrás y se ha encontrado a sí mismo. El que conoce la Realidad sin sonido, sin olor, sin sabor, intangible, sin forma, sin muerte, supranatural, sin declive, sin comienzo, sin fin, sin cambio, sale fuera de la boca de la Muerte. Katha Upanishad Queda todavía un medio mayor de acceso a la cuestión de mi verdadera Naturaleza, y así a la cuestión subsidiaria de mi verdadero destino. Es (al menos en la forma, aunque no en el espíritu e intención y resultado) un medio de acceso de nuevo cuño, y (al menos para mí, y encuentro que para muchos otros también) la ruta mucho más practicable y rápida, la más segura y directa de todas las rutas a Casa. No niega ni suprime, sino que pone a un lado por el momento, todas las cuestiones sobre cómo aparezco yo a los otros, o la manera en que siento, o lo que pienso o cualquier otro piensa que yo soy; y sortea lo que incluso el más santo de los maestros o la más sagrada de las escrituras dicen que yo soy. En lugar de ello, se interesa en lo que yo veo que yo soy –lo que veo de hecho, con una decisión, claridad y convicción por completo únicas– cuando al fin giro mi atención 180° y (alentado por unos pocos simples indicadores y preguntas de fácil respuesta) me atrevo a mirar directamente dentro de las profundidades más profundas de mi Naturaleza. Es el método de introspección directa y sin palabras. Y opera cada vez que me aparto de mis juegos malabares con los conceptos, de mis prejuicios y preferencias, de mis creencias e imaginaciones dadas por hecho, y de todas las vaguedades, palabras hueras, abstracciones e insensateces religioso-espirituales –lo suficiente como para MIRAR. Entonces, de hecho, no miro a, sino que veo que soy lo que con tanto brillo se muestra aquí, en el centro de mi mundo. Es un método de máxima precisión, a prueba de inexpertos, incapaz de fallar. No hay grados de éxito. Uno nunca, nunca MIRA AQUI en vano.

 PROBAR LA INMORTALIDAD
 Tal es la apertura que nos espera a medida que llevamos a cabo las pruebas sensoriales que son el núcleo o espina dorsal de toda la investigación. Todo depende de ellas, gira sobre su resultado. Si, para algunos de mis lectores, el material precedente era difícil o no transmitía convicción, estas pruebas lo harán por sí solas: el resto puede ser ignorado sin problema por ahora, o visto como un mero marco o puesta en escena para las mismas. Pero he aquí dos palabras de advertencia: La primera, dirigida a todos mis lectores y a mí mismo por igual, es ésta: sería inútil (o aún peor) para mí sólo escribir, y para usted sólo leer, las siguientes instrucciones para llevar a cabo los experimentos, y posponer llevarlo a cabo hasta una ocasión más conveniente, hasta que tengamos más tiempo, o nos sintamos preparados para ello, o seamos mucho más viejos y estemos más cerca de la muerte, o por alguna otra mala razón. ¡Vamos! ¿Qué son unos pocos minutos de nuestro valioso tiempo cuando está en juego nuestro destino sempiterno? ¿Merecemos ganar la apelación contra nuestra sentencia de muerte si no estamos lo bastante vivos como para hacer esta puja por la vida, si somos tan poco emprendedores o tan perezosos o tímidos como para no salir airosos en algo tan simple, tan fácil, tan concluyente, como probaron (prometo) los siguientes experimentos? Por supuesto, si nos da lo mismo una cosa u otra – de qué manera o cuándo caerá el hacha, debido a que es nuestro fin– entonces también podemos «comer, beber y ser felices, pues mañana moriremos». El problema estriba en que podemos morir hoy, y en que incluso hoy podemos contar con ser felices solo en el sentido alcohó- lico de la palabra. ¡Tampoco funcionará ni para usted ni para mí aducir la excusa de que ya hemos llevado a cabo estos experimentos antes –quizá muchas veces antes– y de que estamos por completo familiarizados con el resultado, gracias! No lo estamos. Cada vez es una primera vez. La marca distintiva, el poder y convicción únicos de la experiencia sensorial, es que es instantánea, nada si no es ahora. Su inmediatez –el brillo de su impacto– es impenetrable a la memoria, o de otro modo un engaño. Nada más es nuevo, ni marchito ni ensuciado. Para mí, después de décadas de «repetición» y de «familiaridad siempre creciente», lo que ahora me veo ser aquí es más fresco que una fresca mañana de mayo, luce con más brillo que la llama del primer azafrán que crece a través de la nieve. Sin embargo, es perfectamente natural y ordinario, no más místico que un vaso de agua, incluso más «insípido» que eso. ¡Está usted advertido! Lo cual me lleva a mi segunda palabra de advertencia. Es crucial tener presente para qué son los siguientes experimentos. Nosotros no estamos buscando algo colorido o que conmueva el corazón, una revelación religiosa o espiritual, o incluso un pregusto de la muerte y resu-
PRELIMINAR
 rrección. Si acontecieran, no debemos dejar que nos aparten de nuestro único propósito, que es una atención fría e imparcial a lo dado. Debemos estar preparados a abrirnos a hechos sobre nosotros mismos con anterioridad oscuros e inaceptables pero (una vez vistos) deslumbradores y evidentes, hechos quizá tan auto-evidentes que no podemos comprender cómo ha sido posible que los hayamos pasado por alto durante todos estos años. En particular, debemos estar dispuestos a empezar todo de nuevo y a echar una mirada nueva a la cuestión de nuestra verdadera Identidad, de tal modo que emerjamos de nuestros experimentos perfectamente seguros de ella. Vamos, en fin, tras la clara luz sobre Lo Que somos, tras una información exacta e indudable sobre nuestra Naturaleza intrínseca, tras una sobria certeza y no fuegos artificiales. Nosotros queremos saber. Nuestra triple investigación en la Primera Parte no me dejó ninguna duda sobre Lo Que yo soy en realidad. Sin embargo, las nueve pruebas que siguen son de un orden diferente. Su propósito no es corroborar esos descubrimientos anteriores, sino elevarlos al nivel de percepción directa, de modo que la propia Naturaleza de uno no sea tanto, comprendida con tanta profundidad y creída de todo corazón, como vista radiante y auto-evidente, siempre-presente, y mucho más obvia que todo lo demás. ¿De qué más puedo estar seguro, sino de lo que es ser mí mismo, aquí y ahora? Bien, yo estoy lo suficiente seguro de lo que algunas otras cosas son para todos los propósitos prácticos –tales como mesas, sillas, casas, y (¡oh, sí!) seres humanos–. Por ejemplo, soy consciente de que una casa debe tener un techo, paredes, un piso y una entrada: y si falta alguno de éstos, ya no es una casa. (Si también tiene una puerta, particiones e iluminación y sistema de calefacción, esto es irrelevante aquí, por muy deseables que sean no son indispensables. No son parte de la definición de una casa). De modo similar, yo sé que un humano, para ser humano, debe tener una cabeza que contenga órganos sensoriales y entradas para el aire y el alimento, conectada por un cuello a un tronco que esté provisto a su vez de salidas para los productos de desecho; y que los miembros no son necesarios. Uno podría describirlos como extras altamente deseables y no como componentes esenciales, no como parte de la definición de un humano. Ahora la cuestión es, ¿cuál es la definición de mí mismo? Nadie más sino mí mismo está en una situación de determinar cuáles son mis características esenciales, esas marcas o características mínimas a falta de las cuales yo no soy mí mismo. No mis extras opcionales, sino mis componentes básicos. En la práctica, no cabe duda, uno imagina que se conoce a sí mismo muy bien, y que uno es una cosa u otra, única que tiene muchas características fácilmente reconocibles. Por ejemplo, yo me defino a mí mismo como varón, inglés, de clase media o baja o desclasado, de es
- PROBAR LA INMORTALIDAD
 tatura y constitución promedio, sano y saludable e inteligente, de tal o cual edad y con tal o cual estatus marital, con tal oficio, dirección, número de teléfono, y así sucesiva e indefinidamente. Pero estas características son, o bien propensas a cambiar o bien están cambiando de hecho todo el tiempo, mientras que (presumiblemente) a «mí» me dejan intacto y todavía «mí mismo»: lo cual solo puede significar que son accidentales y no esenciales a mi naturaleza –y por lo tanto que no son lo que importa–. Ahora tengo que resolver, según la presente evidencia, la cuestión de lo que es indispensable para mí, y por lo tanto supremamente importante para mí. Promete ser toda una aventura. Es a esta aventura, la más fácil y la más natural –y sin embargo la más atrevida debido a que es la más temida– de todas las aventuras en lo desconocido, a la que le invito a usted a unirse a mí ahora. Probar La Inmortalidad Cuando ves al Que es siempre, eso es la gran visión. Diálogo del Salvador (siglo III) Usted puede ver lo que los humanos son, y tiene la plena evidencia de que los humanos mueren. Si usted es como ellos, entonces es mortal también, y eso es todo. Bien, ¿está usted construido o no según el mismo modelo? El propósito de la siguiente investigación es que resuelva por usted mismo esta cuestión crucial según la evidencia presente, sin prestar ninguna atención a lo que esos mortales dicen sobre que usted es uno de ellos. Tome las preguntas muy lentamente, dándose tiempo para llegar a respuestas decisivas, sí o no.
 (I) ABRIR SU VERDADERO «TERCER» OJO
 Usted puede ver que un ser humano tiene dos «ventanas» en una cabeza. Y él le dirá que le está mirando a través de sus ojos en plural, sus dos ojos, o un par de ojos, no su ojo. La pregunta es: ¿desde dónde está usted mirando ahora mismo, según su propia experiencia de primera mano? ¿Está usted acogiendo estas letras y palabras –estas filas de marcas negras sobre papel blanco– a través de dos minúsculos ventanucos? ¿O a través de una única «ventana panorámica» vasta y clara –tan vasta que no tiene ningún marco ni límites definidos, y tan clara que es como si no tuviera cristal, y estuviera abierta, abierta de par en par? De hecho, ¿hay alguna cosa, cualquiera que sea, que se encuentre ahora en su lado –el lado de aquí– de la escena? ¿O usted se ha desvanecido en su favor (en favor de la escena), devenido mera Capacidad, vacío para esta página, para las manos y los brazos truncados que la sostienen, y su trasfondo borroso?
 PROBAR LA INMORTALIDAD
 Un ser humano tiene un par de ojos que abre en el nacimiento y que finalmente cierra en la muerte. ¿No es eso lo que les ocurre a esos dos ojos en su espejo –al usted aparente–? ¿No es eso lo que jamás le podría acontecer al que está frente al espejo –al usted real, al que ve sin ningún rastro de ojos–? Ahora una prueba: quítese sus gafas y sosténgalas alargando los brazos. Si usted no lleva gafas, simúlelas, como en el dibujo.

Si estas gafas según son llevadas por los mortales no necesitan ninguna modificación para adaptarse a usted, entonces usted es uno más de ese montón. Pruébeselas trayéndolas hacia usted lentamente y vea… Vea si no son por completo remodeladas en el camino, para adaptarse al Inmortal…

  VER SU VERDADERA CARA («ORIGINAL»)
 Los seres humanos confrontan al mundo, se levantan contra él, se encuentran cara-a-cara con otros como ellos mismos. Esa es la manera en que hablan, la manera en que miran, la manera en que son. ¿Se relaciona usted con las gentes de esa manera? ¿Está usted cara a ellos, confrontándolos?
Vuélvase hacia alguien en la habitación, o hacia su propia cara en el espejo, o examine la cara pintada aquí. Y vea si, aquí donde usted es, tiene el equivalente de esa forma y esos colores, de esa opacidad y esas texturas, alguna característica cualquiera que sea –o algo capaz de interponerse entre usted y la escena, de cambiar su expresión, de envejecer. ¿No es su propia «Cara» real como una pantalla absolutamente vacía, o como un lienzo sin pintar, o como un espejo sin cristal, siempre dispuesta a acoger y a desechar al instante sin dejar rastro una inacabable sucesión de caras humanas y animales? ¿Siempre dispuesta a devenir cada cara y cada escena por turno, con pasmoso brillo y con el más minucioso detalle? ¿Ha tenido su «Cara» alguna vez una complexión o características suyas propias que puedan nacer como la cara de un niño, y desarrollarse en la cara de un adulto –por no decir nada de arrugarse, y morir, y pudrirse–?
 TENER UNA EXPERIENCIA FUERA DEL CUERPO
 Las gentes coinciden con sus cuerpos. Están estacionados dentro y no fuera de ellos. Para cerciorarle de esto, hablan de su «estancia en esta morada de barro», o de su «presente encarnación», o incluso de su «aprisionamiento en la carne». Y muchos agregan que cuando mueran serán liberados de este cuerpo y tomarán residencia en otra parte –por ejemplo, en un nuevo tipo de «cuerpo espiritual» en el Cielo, el Purgatorio o el Infierno, o en otro cuerpo físico en la Tierra. ¿Se aplica algo de esto a usted –al usted real en el momento presente–? En otras palabras, ¿está usted encerrado en algo? ¿Es usted pequeño, limitado, incorporado? Mire esa mano. ¿Está usted dentro de ese objeto? ¡Si es así, dígame cómo se está ahí! ¿Oprimido, congestionado, a oscuras, húmedo? ¿Puede comenzar a describir –no de oídas ni de memoria ni de imaginación– su estructura ósea y muscular, sus venas y arterias y fibras nerviosas? En lugar de estar usted en ella, ¿no está ella en usted? Me refiero a la visión de la mano, a la sensación de ella, a su uso. Las gentes hablan de raras y maravillosas experiencias fuera del cuerpo. ¿Ha tenido usted alguna vez alguna experiencia de otro tipo, alguna experiencia en el cuerpo –excepto en la imaginación–?
 PROBAR LA INMORTALIDAD
 Se cuenta que un componente típico de la pretendida experiencia cercana a la muerte es mirar abajo a su propio cuerpo desde arriba. ¿Por qué esperar a su lecho de muerte para ese momento de la verdad? ¿Por qué no hacer este momento el momento de la verdad? Retire este libro hacia un lado y mire abajo ahora a ese tronco, a esos brazos y piernas. Mire abajo desde lo alto, no desde dos ojos en una cabeza, sino desde el Espacio vacío e ilimitado: mire abajo desde lo que usted puede ver ahora que es una distancia indeterminada por encima de esa forma decapitada –desde el Espacio que va mucho más allá de esa forma, y que no obstante, la contiene–. ¿No es usted ya vasto, libre y sin límites, no más apresado en ese cuerpo que en esta página, que en esos zapatos, que en esa alfombra? ¿Alguna vez no ha sido usted así? ¿Podría ser esto la verdadera salida siempre presente de la tumba, la resurrección a la vida sin muerte –ahora mismo–?
 ) DESCUBRIR QUE USTED ESTÁ SIEMPRE INMÓVIL
 Las gentes se mueven, y son muy felices de hacerlo. Le dirán a usted cuánto sienten y temen quedarse impedidos. De hecho, todos los cuerpos son móviles: particularmente lo son los cuerpos vivos, que llevan a cabo movimientos siempre cambiantes y de gran complejidad. Ahora, si usted no es la cosa-cuerpo, sino la Nada o Espacio sin límites que lo contiene – junto con todas las demás cosas– ¿no tiene que ser usted por completo inmóvil? Una Nada sin límites en movimiento es una insensatez, una imposibilidad..
Bien, veamos. Le pido que compruebe usted mismo la movilidad-inmovilidad justo ahora. Por favor, póngase de pie, y mientras apunta a desde donde está mirando –a su «cara»– note cómo de hecho ese dedo está apuntando a Nada. Entonces, mientras continúa mirando a la vez
continua......

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